Columnas
de Javier Ortiz aparecidas en
durante el
mes de julio de 2005
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El fuero y el huevo |
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JAVIER ORTIZ Si así pensaban en relación a Euskadi, ¿por qué ven tan
bien que el IRA y el Sinn Fein intenten hacer algo de ese mismo género en
Irlanda? ¿Sólo porque les pilla lejos? Todos hemos subrayado una y mil veces que las realidades
de Irlanda y Euskadi son muy diferentes. A decir verdad, no sé por qué hemos
insistido tanto en ello, habida cuenta de que nadie ha pretendido jamás lo
contrario. Pero, puestos a resaltar las diferencias, una que no cabe pasar
por alto es que allí se llegó a un acuerdo entre todas las partes en
conflicto para que sea el pueblo irlandés -y no el británico en su conjunto-
el que decida el futuro del Eire. Eso se llama autodeterminación. El reconocimiento general del derecho de
autodeterminación de la ciudadanía irlandesa ha sido un factor clave para el
triunfo final -esperemos que final- de las vías democráticas. También en España hay quien afirma que cualquier
objetivo es defendible, siempre que se persiga por métodos pacíficos, sin
recurso a la violencia. Aun en el supuesto de que así fuera -cosa que no
parece que esté avalada por los hechos-, tanto daría, porque la cuestión no
estriba en lo que cabe defender, sino en lo que se puede conseguir. A los
ciudadanos de Irlanda del Norte les han asegurado que todo depende de sus
propias urnas: si los partidarios de la reunificación política de las dos
Irlandas vencen en su día en el referéndum que se realice al efecto, verán
sus deseos convertidos en realidad. Y si no, pues no. ¿Alguien ha asegurado que la voluntad mayoritaria de la
población vasca vaya a ser la que determine el futuro de Euskadi? No,
¿verdad? Pues eso. Esa es la diferencia. La autonomía que ha tenido de manera intermitente la
provincia británica de Irlanda del Norte es una nadería, comparada con la que
tiene Euskadi. Qué duda cabe. Pero las poblaciones de España deberían ser las
primeras en entender, aprendiendo de su propia Historia, que hay veces que la
gente no se pelea por el huevo, sino por el fuero. Ese es un aspecto esencial: a los republicanos
irlandeses les han reconocido el fuero. Aunque les haya costado un huevo. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 30 de julio de 2005 Para
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Muertos de tercera |
JAVIER ORTIZ Un caso casi histórico: se cuenta que hace muchísimos años, en la época en la que los vagones de los trenes se dividían en tres categorías (primera, para los ricos; segunda, para las clases medias; tercera, para los pobres), se produjo en España un grave accidente de ferrocarril y un periódico publicó: «Afortunadamente, todos los muertos eran de tercera». Ni sé las veces que habré oído relatar esa anécdota.
Pero jamás me he encontrado con nadie que diga: «Es verdad: eso lo publicó el
periódico Tal en tal fecha». De haberlo oído, me habría pasado por la
Hemeroteca Nacional para comprobarlo. Porque no me creo que haya nadie tan
tonto como para escribir algo así. Y es que una cosa es sentirlo, y otra, reconocerlo. Porque no nos engañemos: es de ese modo como se ve la
realidad en todos los periódicos, en todas las televisiones y en todas las
radios del mundo occidental. Nadie lo dice, y hasta es posible que haya
algunos que ni siquiera sepan que lo piensan. Pero lo piensan. Ejemplo. De acuerdo con los cálculos más estrictos y
rigurosos, la actual Guerra de Irak ha causado del orden de 25.000 víctimas
mortales. Son estadísticas referentes a la población civil: no contabilizan
los soldados muertos (aunque eso tampoco sea decisivo, porque en las guerras
de ahora apenas mueren militares). Pues bien: si se considera la valoración informativa,
cuantitativa y cualitativa, que los medios de comunicación occidentales han
concedido a esas 25.000 víctimas, y si se compara con la que han otorgado a
las víctimas de los recientes atentados de Londres, por un lado, y a las de
los aún más recientes de Egipto, por otro, se comprobará de inmediato que la
cosa no tiene vuelta de hoja: ¡por supuesto que hay muertos de primera, de
segunda y de tercera! Diga lo que diga la Declaración Universal de Derechos
Humanos sobre la igualdad de todas las personas. Sé que no descubro ningún secreto denunciando que las
cosas son así. Pero es eso precisamente lo que me resulta más escandaloso:
que seamos tantos los que sabemos que hay muertos valorados como de tercera,
y lo demos por bueno, y demostremos que nos importa un bledo, y no se nos
caiga la cara de vergüenza. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 27 de julio de 2005 Para
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La ropa sospechosa |
JAVIER ORTIZ Expresado así, tal se diría que el error lo cometió la muerte. O el propio De Menezes, alternativamente. Sostenía Mao Zedong, recurriendo a una inteligente boutade que él mismo desconsideró demasiadas
veces, que lo peor que tiene cortar la cabeza a una persona es que luego, en
caso de descubrir que no lo merecía, ya no hay manera de volver a colocarla
en su sitio. Pasa lo mismo con la decisión de disparar a matar. Pero eso, por desgracia, es lo de menos en este caso.
Aunque los jefes de Scotland Yard dijeran por la brava que el error no fue
cosa de la muerte, sino de sus agentes, seguirían sin reflejar la realidad de
los hechos. Porque la decisión de disparar cinco tiros a quemarropa a una
persona que está caída en el suelo y que no empuña ningún arma sólo se
entiende en gente que ha recibido la orden, gráficamente denunciada por la
prensa británica, de «disparar primero y preguntar después». No se trata de una aplicación errónea de las normas,
sino de unas normas erróneas. Y no se trata de la trágica barbarie de unos
policías nerviosos, sino del resultado lógico de una orientación política de
conjunto, toda ella gravemente nociva. De una orientación que incluye, además
de la licencia para matar, el permiso para mentir, como demostró el jefe de
la Policía Metropolitana, Ian Blair, que se apresuró a declarar que «el
tiroteo» (¡extraño modo de describir una ejecución sumaria!) tenía relación
con «la operación antiterrorista en marcha». Estamos ante una orientación que persigue dos objetivos
igual de cínicos. De un lado, trata de transmitir a los sectores más
influyentes de la opinión pública británica que sus gobernantes «han tomado
las riendas de la situación» y van a actuar «con toda energía» para poner
coto al terrorismo, aunque esos gobernantes sepan de sobra que es imposible
acabar con el terrorismo mientras haya suficientes terroristas decididos a
atentar sin consideración hacia sus propias vidas. De otro lado, utilizan aviesamente la situación crítica
para sumar prerrogativas a las fuerzas coercitivas del Estado, es decir, para
recortar las libertades públicas y privadas. El resultado es patético. En este momento, en Gran
Bretaña, la seguridad ciudadana no ha mejorado ni un ápice pero, a cambio,
tener «rasgos asiáticos» (¿brasileños, por ejemplo?) se ha vuelto peligroso,
lo mismo que llevar determinada vestimenta (según el comunicado policial, a
los agentes de Scotland Yard les resultó «sospechosa» la ropa que vestía De
Menezes.) A ese punto hemos llegado: siguen estallando las bombas,
en Londres o en Egipto, pero a cambio debes andarte con mucho ojo al elegir
la ropa que te pones. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 25 de julio de 2005 Para
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Algo es algo |
JAVIER ORTIZ Le respondí con mucha seriedad: «Pues me alegro. A ver si reforma algo». A lo que él, con una sonrisa, contestó: «Lo intentaré». No mentía. Lo intentó. Y acabó expulsado del PSOE por
oponerse a la primera Guerra del Golfo (y por decirlo en voz muy alta). Lo
laminó Jorge Semprún, que ya había salido del PCE muy entrenado en materia de
purgas, por activa y por pasiva. Quince años después de aquel episodio (*), yo sigo en
las mismas. No espero de los políticos que hagan revoluciones. Con tal de que
emprendan reformas que mejoren las condiciones de vida del pueblo, los doy
por aceptables. Pero qué va. La experiencia me ha demostrado que las diferencias
entre los dos principales partidos del Parlamento español -PP y PSOE, PSOE y
PP, que tanto me da el orden- son más de estética que de ética. Así que pasan
un cierto tiempo en el ejercicio del poder, el uno y el otro acaban por
asemejarse como una boñiga a otra boñiga. Cada cual con sus particulares
olores, pero siempre haciendo el juego, el uno y el otro, a los fuertes, para
desgracia de los (¡y las!) débiles. ¿Pretendo decir con esto que me da igual quien gobierne,
puesto que ha de ser el uno o el otro? Pues no. He conversado muchas veces en los últimos años con
amigos de Galicia quejosos de lo mismo: «¡Es que no hay modo humano de
librarse del infierno de Fraga sin pasar por el purgatorio de Pérez
Touriño!». En Valencia he oído hablar en términos muy similares. Recuerdo que
no poca gente de izquierda pasaba por las mismas angustias, sólo que al
revés, a comienzos de los noventa, con referencia a los gobiernos de Felipe
González: «¿Cómo sacar de La Moncloa a estos de los GAL y de Filesa sin
contribuir a que sea la gente de Aznar la que los sustituya?». Quizá la culpa la tenga la edad, pero lo cierto es que
con el tiempo han ido abandonándome ese tipo de angustias existenciales. Sigo
sin creerme en la obligación de elegir entre dos males -nunca votaré ni al PP
ni al PSOE, aunque me aspen-, pero me parece buena cosa que ninguno de los
dos se eternice en ningún poder. Lo malo que tiene un Gobierno que se perpetúa es que
poco a poco deja de ser un Gobierno para transformarse en un régimen. Crea un
entramado demasiado denso de intereses, de pautas, de hábitos consolidados. Cuando eso sucede, el cambio de gobernantes se convierte
en una cuestión de mera higiene. Se lo decía el otro día a un amigo gallego: «Puede que
abras la ventana y no entre aire fresco, pero por lo menos entrará otro
aire». En fin, que algo es algo. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 23 de julio de 2005 Para
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El original del artículo decía: «Veintitantos años después de aquel
episodio...». Los correctores de El
Mundo han variado la fecha, no dándose cuenta de que yo hacía referencia
a algo sucedido "recién llegado Felipe González a La Moncloa". No a
la primera Guerra del Golfo. |
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El humo ciega sus ojos |
JAVIER ORTIZ La cosa tiene delito: las famosas «autoridades sanitarias» que aparecen en todas las labores de tabaco con mensajes amenazantes escritos en un malísimo castellano, han llegado a un acuerdo con las empresas de telefonía móvil para que envíen a sus usuarios mensajes dándoles la vara con anuncios topiqueros en contra del fumeque. Yo no fumo. Hace ya tiempo que dejé de hacerlo, y la
prueba de que no lo echo en falta es que he perdido la cuenta de cuánto hace
de ello. No sólo no soy fumador activo, sino que soy un pésimo fumador
pasivo. El domingo llegué a abandonar mi asiento en un concierto que se
celebraba al mal llamado aire libre porque no paraba de venirme a las narices
el humo de los cigarrillos que consumía una pareja sentada justo delante de
mí. Luego fuimos a tomar una copa en un local muy simpático
pero, como quiera que la abrumadora mayoría de los componentes de nuestro
grupo fumaba sin parar, el lunes me levanté con una carraspera de mil pares.
Siempre hay alguien que dice: «Es que los ex fumadores os ponéis de un
fundamentalista...». Como si la irritación de mis vías respiratorias fuera
una opción ideológica. Pero soy consciente de que durante mis muchos años de fumador
tuve que hacer la cusqui muchas veces a muchos otros, de modo que tampoco
tengo derecho a ejercer ahora de intransigente absoluto. Me quejo amargamente
cuando me atufan, pero tampoco lo convierto en un casus belli. De todos modos, me he prometido a mí mismo corregirme.
Desde ahora voy a ser más tolerante. Me propongo hacerlo como muestra de mi
rechazo a esa campaña ilícita (no puede ser legal el envío masivo de mensajes
de correo no solicitados) y, sobre todo, hipócrita. ¿Por qué no obligan a
colocar en la parte trasera de los coches letreros que digan, por ejemplo,
«La emisión de CO2 perjudica gravemente la salud», o bien: «El uso abusivo de
vehículos de motor contribuye poderosamente al cambio climático», o bien: «La
falta de concienciación de las autoridades españolas hace que nuestro país no
cumpla con las disposiciones del acuerdo de Kyoto»? Los políticos de la sanidad se quejan de que el tabaco
en España es demasiado barato, lo que lo hace «muy accesible a los jóvenes».
Sólo les falta añadir: «...y a los pobres». Déjense de mandangas. No lo
encarezcan; no sermoneen. Si lo tienen tan claro, prohíbanlo. ¡Total, una
prohibición más o menos! Y prívense de paso de la tajada que se llevan gracias a
los impuestos que gravan las ventas de ese producto. Y asuman también el
coste político que tendrá enviar al paro a quienes lo cultivan y a todos los
muchos que lo convierten en mercancía. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 20 de julio de 2005 Para
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No hay lágrimas
bastantes |
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JAVIER ORTIZ Se desmorona
el retrato-robot que habían asignado a los terroristas islámicos. Se suponía
que tenían que ser inmigrantes mal instalados, con escasas expectativas de
progreso personal, encerrados en su
gueto de fanatismo ideológico-religioso. Gente, en suma, sin apenas nada que perder,
impelida a la violencia por un rencor primario, fruto de la ignorancia y de
la pobreza. Es curioso
que se planteen ese fallo de su esquema mental ahora. Las pruebas de su
simplismo son muy anteriores. Ben Laden y
algunos de los suyos son hijos de familias multimillonarias, que han realizado
estudios superiores en Occidente y han vivido durante muchos años en la
opulencia. Por lo que se
dijo en su momento, los secuestradores de los aviones del 11-S tampoco eran
analfabetos muertos de hambre. Es un dato
histórico. Los dirigentes del FLN que combatieron por la independencia de
Argelia y que recurrieron a atentados terroristas de tremenda brutalidad
–en el Metro de París, por ejemplo– eran hombres que habían
cursado estudios universitarios en la metrópoli. En Gran
Bretaña deberían acordarse de los muchos vástagos de las elites africanas que
se graduaron en sus universidades y que regresaron a sus países para
encabezar revueltas anticoloniales que llenaron de horror las páginas de los
periódicos de la city. Lo que habría
que considerar en paralelo, para que la evaluación de los hechos no resulte
totalmente unilateral –e inútil, por tanto–, es la brutalidad y
el espanto que los gobiernos y los ejércitos de Occidente han venido
protagonizando desde hace demasiado tiempo en lejanos países que ellos han
convertido, por razones casi nunca trasparentes, en teatros de operaciones,
en los que los ataques a las poblaciones civiles se han sucedido día tras
día. Que la prensa occidental no considere noticia una represalia
anglo-norteamericana en Afganistán o Irak que causa la muerte de cien civiles
no quiere decir que esos cien civiles no sean noticia para nadie. ¿Cuántos no
habrán inscrito esas víctimas o tantas otras en la lista de sus odios y de
sus afanes de venganza? El pasado
lunes, doce obreros iraquíes, detenidos por error como sospechosos de
colaborar con la resistencia, fueron recluidos en un contenedor. Cuando
fueron a sacarlos horas después, nueve habían fallecido por asfixia. En Níger casi
cuatro millones de personas viven en situación de hambruna crítica. Entre
ellas, 800.000 niños y niñas. Se mueren de hambre. De verdad que
quisiera llorar por todas las víctimas. Por todas. Pero me faltan las
lágrimas. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 16 de julio de 2005 Para volver
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11-M, 7-J, Aznar y Blair |
JAVIER ORTIZ Examinadas las cosas sin pasión por ninguna de las dos partes -pasión favorable, quiero decir-, no veo yo que haya grandes diferencias en el comportamiento de los unos y los otros, más allá de las impuestas por las diferentes circunstancias de lugar y tiempo. Blair ha mentido todo lo que le ha hecho falta, igual que hizo Aznar, sólo que a Blair le ha hecho falta mentir menos, porque no estaba a pocas horas de unas elecciones parlamentarias. Se ha limitado a asegurar, con perfecto desparpajo, que la matanza del día de San Fermín no tiene nada que ver con la participación británica en la Guerra de Irak. Sabe que eso es tan mentira como lo de la posible implicación de ETA en los atentados del 11-M en Madrid, pero lo sostiene con el mismo descaro que exhibieron Aznar y los suyos para tratar de colar esa mercancía antes de que las urnas se les vinieran encima. (Por supuesto que Blair no ha pretendido que los atentados de Londres pudieran ser cosa del IRA. Mi tesis es que carece de escrúpulos, no de neuronas.) El premier británico se ha opuesto a que se forme una
comisión parlamentaria de investigación sobre lo sucedido en Londres el 7 de
Julio. «En este momento las prioridades son otras», afirma. Nueva muestra de
su falsedad. Las prioridades serán otras para el Gobierno, para la policía,
para los servicios secretos, para los bomberos, para los centros sanitarios y
asistenciales...En fin, para mucha gente, pero no para los parlamentarios
británicos, que no tienen nada más urgente que hacer que analizar qué se hizo
mal, qué se hubiera podido hacer mejor y, sobre todo, en qué medida las
reformas legislativas que está preparando Blair van a dificultar la comisión
de nuevos atentados terroristas o van a recortar las libertades civiles de la
ciudadanía británica, empeño en el que no ceja el pseudolaborista desde que
llegó al poder. ¿Blair, Aznar? Todos mienten en cuanto necesitan
protegerse. Quienes han sido más sinceros, tal vez de modo
involuntario, han sido los gobernantes italianos. Varios han coincidido en
sus palabras: «La siguiente nos toca a nosotros». Tiene su lógica, pero lo dicen mal. No les tocará a
ellos. En la siguiente -ojalá no la haya-, morirán viandantes, pasajeros de
tren, de Metro o de autobús. Como siempre. Ellos no. Porque ellos están muy protegidos. Todos ellos. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 13 de julio de 2005 Para
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No es lo mismo |
JAVIER ORTIZ Aducen que antes del ataque angloamericano contra Bagdad ya se habían registrado atentados de este tipo en sitios muy diversos del mundo. El argumento no se tiene en pie. Todo depende de qué se
entienda por atentados «de este tipo», de en qué fecha se fije el inicio de
las hostilidades, del número de gobiernos que cada cual sume al campo tenido
por agresor... Nadie -salvo los propios autores de los atentados- conoce sus
motivaciones exactas, pero no veo cómo cabría descartar que lo sucedido ayer
en Londres esté íntimamente relacionado con el papel que está jugando Blair
como primer aliado de la cruzada mundial de Bush. Algo semejante se debe objetar a quienes afirman que la
masacre de anteayer no puede vincularse «de ninguna manera» con la
designación de Londres como sede olímpica del 2012. De acuerdo en que una
serie de atentados como ésa no se planifica y ejecuta en menos de 24 horas.
Pero nadie en su sano juicio puede desdeñar la posibilidad de que la acción
hubiera sido preparada hace tiempo y que sus autores estuvieran a la espera
del momento en que su ejecución les pudiera proporcionar un mayor rendimiento
propagandístico. De atenernos a las normas de lo que se conoce como
«propaganda armada» -porque de eso se trata-, lo extraño sería más bien lo
contrario. Las simplificaciones son muy cómodas. Nada más
confortable que describir lo sucedido anteayer en Londres como el fruto del
desvarío sangriento de un puñado de fanáticos enloquecidos que no soportan lo
muy sensato, lo muy demócrata, lo muy libre y lo muy confortable que es el
mundo occidental, tan bien representado por el G8. Más complicado es buscar un punto de equilibrio político
y mental que permita a la gente de bien sentir repugnancia por métodos tan
inicuos como los empleados por los terroristas de Londres (y de Madrid, y de
Nueva York, y de Bali) y, a la vez, no dejarse engañar por las bellas
melifluas palabras de gente como Blair, como Bush, como Sharon, como Giscard,
como Putin... Es decir, de la gente que defiende a capa y espada un orden
universal despiadado y corrupto. Ya sé que no es lo mismo cortar fríamente el cuello a una
niña en un vagón del metro o hacer que salten en pedazos cuatro docenas de
viandantes anónimos que firmar una orden de bombardeo en un despacho lujoso,
o ratificar una ley solemne que autoriza la tortura, o respaldar un préstamo
usurero a gran escala que generará más y más pobreza en más y más pobres. Ya sé -digo- que no es lo mismo. Pero me pregunto si no
será lo mismo sólo porque cada monstruo está especializado en sus propios
horrores. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 9 de julio de 2005 Para
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La anti Europa en Singapur |
JAVIER ORTIZ No les envidio nada, de todos modos. Estuve en Singapur y puedo asegurarles que esa ciudad-estado es un sitio inquietante, donde pueden condenar a muerte y ejecutar a un turista por llevar hachís en la maleta o azotar a cualquier quídam en la plaza pública por haber dejado caer una colilla en el asfalto. Está lleno de edificios modernísimos, impersonales y radicalmente aburridos. Me llevaron a cenar a un restaurante afincado en el último piso de un rascacielos. Había un comedor que giraba sin parar y tres chinos que cantaban boleros con acento boliviano. No me lancé al vacío de milagro. Singapur es un paraíso para los evasores fiscales y un
infierno para cualquier persona que sienta apego por las libertades civiles.
Me pregunto por las oscuras razones que habrán llevado al Comité
Internacional Olímpico a reunirse en un lugar tan fanático del neoliberalismo
económico y tan decididamente hostil al liberalismo político. Llevo días oyendo en todas partes lo muy a favor que
estamos «todos los españoles» de la candidatura de Madrid. A mí, lo único que
me interesaba del asunto era que obligara a las autoridades a mejorar las
infraestructuras capitalinas, y eso ya está en marcha, en forma de socavón
universal. Conseguido lo cual, la verdad: me da lo mismo que los señores de
los anillos se vayan con su música a donde les pete. Aunque bien es cierto que uno no debe desear para otros
lo que no desea para sí. Con lo cual pongo el dedo -al derecho o al revés- en la
peor de nuestras llagas. Porque ha sido realmente terrible el despliegue de
nacionalismos europeos encontrados que ha suscitado esta designación. Blair,
echando porquería contra París para favorecer a Londres. Chirac tal cual,
enarbolando todos los tópicos posibles contra los británicos para arrimar la
sardina al ascua de París. Zapatero asegurando que «hemos hecho bien los
deberes» (¿cuándo dejará esta gente de tratarnos como a colegiales?) para
acabar haciendo su particular patriotería. ¿Cómo se va a tomar nadie en serio el proyecto unitario
europeo si, en cada ocasión que se les presenta, los estados del Viejo
Continente se despedazan entre ellos con el mayor de los entusiasmos? ¿Alguien ha oído a algún dirigente francés, británico o
español decir que da lo mismo que los Juegos Olímpicos de 2012 se celebren
finalmente en París, en Londres o en Madrid, con tal de que se desarrollen en
una de las capitales de nuestra patria común europea? No, ¿verdad? Pues entonces, ¿de qué camelo de
Constitución Europea y de qué camelo de Unión Europea nos están hablando? Es copia de la columna publicada en El Mundo el 6 de julio de 2005 Para
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La ruptura vegetativa |
JAVIER ORTIZ Algunos, partidarios de lo que se llamó «la ruptura democrática», defendimos que se llevaran a juicio público los desafueros cometidos por los jerarcas del franquismo, no tanto por viscerales deseos de venganza -eso, allá cada cual- cuanto por interés en que el régimen parlamentario no se cimentara sobre bases de tan escaso contenido ético. No tuvimos ningún éxito en nuestra demanda, y ahí han
estado durante todos estos años Manuel Fraga y algunos más -bien es cierto
que no todos tan persistentes- para recordárnoslo. Sea como sea, el caso es que los años pasan y pesan, y
también a Fraga le toca retirarse ya. Vale. Digo que vale, y entiéndaseme. Quiero decir que me
parece normal que sus seguidores lo lamenten. Y que no me extraña que se
nieguen a examinar su largo y oneroso pasado como yo lo hago. (Los hechos son
los hechos, pero es bien conocida la vieja sentencia: «Si los hechos me
contradicen, peor para los hechos»). Tampoco me extraña que quieran
homenajearlo sin parar. Sacan partido de la ley, que les autoriza a ello. Lo que no me vale ni de lejos es que Emilio Pérez
Touriño, que se proclama socialista y está llamado a sustituir a Fraga en la
Presidencia de la Xunta gallega, se apunte al homenaje y quiera obsequiarnos,
casi tres décadas después, con otra afrenta a la memoria histórica y a la
justicia. Supongo que no pretenderá ahora, como hicieron sus congéneres en
1976, que hay que obrar así para evitar que los militares ultras den un golpe
de Estado. Es lo que se está publicando: que el futuro presidente
socialista de la Xunta quiere ofrecer a Fraga un cargo institucional
honorífico. ¿Para qué? ¿Qué clase de pedagogía democrática cree que ejercería
con ello? Espero que Pérez Touriño reflexione por sí mismo, o que
sus futuros socios del BNG le animen enérgicamente a hacerlo. Porque una cosa
es aceptar que la Historia ha sido la que ha sido y asumir que eso ya no
tiene remedio, y otra, muy distinta, sentirse en el séptimo cielo y cantar
loas a la desgracia. Es
copia de la columna publicada en El
Mundo el 2 de julio de 2005 Para
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Columnas publicadas con
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