Columnas de Javier Ortiz aparecidas en

            

durante el mes de enero de 2005

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Hablando de cobardes

JAVIER ORTIZ

         
Afirma Mariano Rajoy que, si el lehendakari Ibarretxe no acude al Congreso de los Diputados el próximo martes a defender el proyecto de reforma del Estatuto de Autonomía refrendado por el Parlamento vasco, demostrará «su absoluta falta de valentía política» y su «carencia de argumentos».

No descarto que, a fuerza de no haber querido nunca hablar con él, el presidente del PP no tenga ni idea de cómo es Ibarretxe. De todos modos, hubiera podido informarse. En tal caso, se habría enterado de que el lehendakari ha dado siempre la cara cuando ha considerado que era su obligación darla, razón por la cual no ha dudado en acudir a manifestaciones, funerales y actos públicos celebrados lejos de Euskadi en los que corría el riesgo de pasar muy malos tragos. Y los ha pasado. (Digamos, por comparar: es poco probable que Ibarretxe se hubiera refugiado en su pueblo para escapar de una manifestación en la que el vitoreado pudiera ser otro dirigente de su propio partido, y no él).

Estamos, una vez más, ante el ladrón que grita «¡Al ladrón!». Cualquier observador capaz de mirar la realidad con cierta imparcialidad está obligado a constatar que los planteamientos soberanistas vascos y catalanes están sometidos a un bloqueo informativo casi total fuera de sus dos comunidades de origen. En España todo el mundo se dice ya hasta el gorro de oír hablar del plan Ibarretxe -y probablemente con mucha razón-, pero ¿cuántas veces ha tenido ocasión de escuchar argumentos a favor de ese plan, o no hostiles, por lo menos?

La observación es ampliable. Hacen legión los que protestan porque los periódicos, las radios y las televisiones no paran de dar vueltas y más vueltas al llamado «problema vasco». Pero ¿no será más bien que están hartos de oír siempre a los mismos argumentando siempre lo mismo, y nunca a otros aportando razones divergentes?

En las tertulias radiofónicas matritenses, tan influyentes en el modelado de la opinión pública española, hay algo así como ocho o diez opinadores de origen vasco, pero no hay ni uno solo que muestre comprensión hacia las posiciones soberanistas y pueda explicárselas a una audiencia que, con muy contadas excepciones, las desconoce. Esto no vale sólo para los medios de comunicación privados: también para los públicos, que en ese punto obran exactamente igual.

Quienes consideran que están en lo cierto y creen que pueden demostrarlo no sólo no temen confrontar sus puntos de vista con los opuestos, sino que se prestan gustosos a ello. Entienden que de ese modo resaltará más la fuerza de sus argumentos. Son quienes desconfían del valor de sus razones los que hacen todo lo posible por silenciar al contrario, deformando lo que dice y lo que pretende.

En concreto: ¿quién está demostrando ahora mismo que huye de la polémica franca y abierta?

Yo no llamo a nadie cobarde. Me limito a señalar hechos.

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 29 de enero de 2005]

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Dos tipos de gente

JAVIER ORTIZ

        
«Hay dos tipos de gente: la que divide a la gente en dos tipos y la que no». Creo que el autor de la humorada fue el difunto doctor Laurence J. Peter.

Para mí que en la España de hoy hay dos bandos: el de quienes están empeñados en dividirnos en dos bandos y el de quienes no.

Me encontré el pasado sábado en unos grandes almacenes con Ramón, hermano de mi buen amigo Gervasio Guzmán.

Ramón, que es persona conocida -amén de previsora: estaba comprando un calentador de aire-, se caracteriza por su defensa pública y notoria de un ideario político que está en las antípodas del mío, kilómetro más o menos (o yo me caracterizo por asumir un ideario radicalmente opuesto al suyo, que es otro modo de ver la cosa).

Pese a lo cual, cuando nos vemos nos saludamos con simpatía. Nuestra mutua consideración se basa -creo yo- en que los dos damos por hecho que el otro piensa lo que piensa y hace lo que hace después de haberlo reflexionado en frío, ponderando pros y contras, y sin mayor gana de utilizar sus reflexiones como arma arrojadiza.

En cosa de nada nos encontramos hablando del actual clima de crispación política. Coincidimos de inmediato en la queja, si es que no en el diagnóstico: el escenario político de la Villa y Corte se está llenando de personajes que muestran unas ganas más que llamativas de liarse a bofetadas. Y lo que es peor: cuya popularidad se incrementa cuanto más obvio es su deseo de dar leña al de enfrente hasta que caiga de hinojos y pida perdón por existir.

Mientras nos lamentábamos de estas cosas -él con su caja de calentador de aire a los pies, yo sujetando en la mano, a modo de calavera hamletiana, un aparatito para quitar pelusas de la ropa-, a no mucha distancia de nosotros se estaba desarrollando una manifestación en la que, so pretexto de condenar la violencia, se exhibía un espíritu violento de mucho cuidado.

Cuando me enteré de lo que había ocurrido, me vino al recuerdo la conversación con Ramón.

Lo peor de los demagogos intransigentes no es lo que hacen, sino lo que incitan a hacer. Ellos no bajan a la calle a pegar a nadie, pero consiguen que muchos otros desvíen sus frustraciones por el canal de la agresividad política.

Me da miedo su empeño en dividirnos a todos en dos bandos: de un lado, ellos, con su nueva versión del «Dios, Patria, Rey»; del otro, los demás: la hez, la anti-España, los degenerados, los laicos, los moros, los maricones y todo el resto de la escoria.

Puestos a formar dos bandos, prefiero trazar otra línea divisoria. Sitúo de un lado a quienes hablan sin chillar, a quienes dejan a los demás expresarse, a quienes razonan y no insultan, a quienes hacen como si creyeran en la buena fe del oponente, más allá de lo que se barrunten.

A ésos, de un lado. Y del otro, a quienes se colocan ellos mismos enfrente, sea por gusto o por interés.

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 26 de enero de 2005]

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Actualidad asimétrica

JAVIER ORTIZ

        
«Ante una información que publica un diario como Gara, que no me ofrece garantías, he ordenado que se haga una investigación a fondo para ver qué ha ocurrido».

El personal del Ebro para abajo que oyera el pasado martes este comentario en boca de José Bono no sabría ni de qué hablaba. Aunque supongo que tampoco sería tanta la gente que lo oyera: las grandes cadenas de radio y televisión obviaron esa parte de las declaraciones del ministro de Defensa.

De todos modos, Bono no se refería a ninguna noticia aireada por Gara. Ni siquiera hablaba de algo que acabara de pasar. Aludía a un suceso ocurrido en San Sebastián cinco días antes, del que se hizo eco el conjunto de los medios de comunicación vascos y que fue corroborado en todos sus extremos por Ernesto Gasco, concejal responsable de la Policía Municipal del Ayuntamiento donostiarra (y miembro, por cierto, del mismo partido al que pertenece el ministro de Defensa). Bono tenía que saberlo: esa misma mañana, tanto EL MUNDO como El País habían dado cuenta de los datos aportados por el concejal.

La historia a la que se refiere todo esto se cuenta rápidamente, y tiene poca vuelta de hoja, porque sucedió ante testigos. En la noche del pasado 13, en el centro de San Sebastián, cerca del Paseo de la Concha, unos individuos que se estaban dedicando a arrancar señales de tráfico la emprendieron contra un hombre que reprobó su actuación. Le gritaron: «¿Te parecerá bien entonces lo que hace ETA? ¿Estarás de acuerdo con el plan Ibarretxe, eh, cabrón?» y se fueron a por él. El increpado trató de huir, pero le cortaron el paso. Le propinaron una enorme paliza. Quedó tendido en el suelo, sin sentido, con numerosas heridas y lesiones. Hubo de ser hospitalizado de urgencia. Gracias a los datos aportados por los testigos, que describieron a los agresores, la Policía Municipal detuvo poco después a dos personas que resultaron ser soldados paracaidistas de Alcalá de Henares en misión temporal en el País Vasco. El herido es Mikel Martín, militante de Zutik! y de EGHAM, coordinadora vasca de gays y lesbianas.

Me hago algunas preguntas. Entre otras: ¿por qué un suceso como ése ha merecido tan escasa atención? Otrosí: ¿cómo puede ser que, cinco días después, con el asunto ya incluso en manos de la Justicia, el ministro de Defensa pretenda que carece de información fidedigna y atribuya la noticia a Gara, que ni siquiera fue el primer medio en difundirla?

Pongámonos en el hipotético y más que improbable caso opuesto: que dos miembros de la unidad de asalto de la Ertzantza de paso por Madrid hubieran dado una paliza a un paseante al grito de «¡Seguro que apoyas la Ley de Partidos, so cabrón!» ¿Cree alguien que semejante barbaridad habría quedado al margen de los telediarios? ¿Que no habría sido mencionada en ninguna tertulia?

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 22 de enero de 2005]

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EL HORNO

Círculos viciosos

JAVIER ORTIZ

        
No sé qué ha pretendido decir ETA con la explosión del coche bomba que saltó anteayer por los aires en Getxo. En realidad, no parece saberlo nadie y, cuando alguien dice algo que nadie entiende, la comunicación no sirve de nada. Y para no decir nada, mejor no decirlo.

La interpretación del suceso del pasado martes se ve particularmente dificultada por el hecho de que el coche bomba contenía una carga muy potente -nada que ver con los petardos del pasado verano-, que fue colocado a una hora de bastante movimiento de personas, que el aviso de su colocación lo hicieron sin dejar tiempo para un desalojo en condiciones de la zona y que, para más inri, el anunciante lo situó en una calle en la que no estaba, no se sabe si a propósito o por directa incompetencia.

He oído interpretaciones para todos los gustos. Los hay que dicen que la bomba iba probablemente dirigida contra la vivienda de un empresario que no paga a ETA y que trataba de dejar claro a la gente de dinero que, con tregua o sin tregua, deberá seguir pagando. Otros consideran que intentaba herir o matar ertzainas -uno resultó con lesiones menores- para que el Gobierno del lehendakari Ibarretxe sepa que no hay connivencia posible.

También me ha llegado otra hipótesis más, no imposible, pero sí poco verosímil: que haya sido obra de gente de ETA que no está de acuerdo con la evolución que están siguiendo los acontecimientos.

La más probable, en mi criterio -que fundamento no en nada que sepa sobre lo que se cuece ahora mismo en ETA, sino en el conocimiento de sus querencias a lo largo del tiempo- es que esté tratando de demostrar que, si en un futuro más o menos cercano entra por la vía de la tregua y la negociación, no lo hará porque no tenga la fuerza necesaria para liar la de Dios, sino porque elegirá no hacerlo, por razones políticas.

Es algo muy habitual en su práctica: que sus ofertas de diálogo y sus declaraciones de tregua se vean precedidas por algunos atentados sonados. Lo que pasa es que los tiempos han cambiado, y un atentado con víctimas mortales, como podía haber sido el de anteayer, lo más probable es que hubiera neutralizado en buena medida durante mucho tiempo los efectos de cualquier oferta de diálogo y de cualquier tregua.

Dice Otegi que el proceso de paz que ellos desean «no puede responder a una política de grandes titulares». Eso demuestra que, en efecto, no hay en marcha por ahora ningún proceso de paz. Porque es difícil que atentados como el de ayer no den origen a grandes titulares.

Sucede, de todos modos, que los avisos de este tipo que lanza ETA suelen verse correspondidos una y otra vez por avisos opuestos del Estado, que también quiere hacer que se sepa que, si alguna vez negocia, tampoco lo hará porque tire ninguna toalla.

Círculos viciosos. Viejos y viciosos.

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 20 de enero de 2005. Se trata de un artículo de los que Ortiz suele publicar, a petición del periódico, para sustituir a algún otro columnista que, por las razones que sean, no ha enviado ese día su colaboración. Como ocurre siempre en esos casos, el cintillo de la columna es “El Horno” y no “Zoom”]

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ZOOM

Da igual el 'plan Ibarretxe'

JAVIER ORTIZ

         
Afirma Ibarretxe: «Mientras yo sea lehendakari, no permitiré que la voluntad de la mayoría de los vascos y vascas se vea sustituida por la voluntad del PP y el PSOE».

Es un mal planteamiento.

Lo es, en primer lugar, por razones lógicas. En efecto, si la suma de los votos del PNV, EA, EB y tres diputados de Sozialista Abertzaleak, al constituir la mayoría absoluta del Parlamento vasco, se convierte en el voto de la institución como tal -y, por vía de consecuencia, de la representación mayoritaria de la población de las tres provincias de la comunidad autónoma-, el voto conjunto del PSOE y el PP en el Congreso de los Diputados, abrumadoramente mayoritario, deberá ser tenido también por lo que es: la decisión del Parlamento central y, en tanto que tal, la de la mayoría de los electores españoles. De modo que, para ser justo, Ibarretxe hubiera debido decir: «No permitiré que la voluntad de la mayoría de los vascos y las vascas sea sustituida por la voluntad de la mayoría de los españoles y las españolas».

Esa afirmación, además de resultar más exacta, tendría la ventaja, no menor, de que señalaría con precisión el problema central que se está encarando.

La cuestión no es el plan Ibarretxe. La cuestión no es si se planteó así o asao, si fue discutido por más o por menos, si su articulado recoge tales o cuales aspectos... La cuestión central -y en cierto modo única- es si las nacionalidades o naciones minoritarias que coexisten dentro de España (el propio Rodríguez Zapatero ha admitido que se hable de España como «nación de naciones») tienen derecho a decidir por sí mismas su futuro o si no lo tienen, porque se entiende que ese derecho radica exclusivamente en el Parlamento central, como representante de la soberanía única del conjunto de los españoles.

Siendo ése el meollo del problema, tanto da que se hable del plan Ibarretxe o del nuevo Estatut catalán, una vez que la mayoría catalana ha puesto sobre la mesa la afirmación de que es al pueblo de Cataluña a quien corresponde decidir su propio futuro.

Dan igual todos los malabarismos que haga el Gobierno socialista. O reconoce ese derecho a Cataluña (y, en tal caso, ¿por qué no también a Euskadi?) o no se lo reconoce a nadie.

Y no se lo reconoce a nadie. Anteayer, Ángel Acebes reveló que Zapatero y Rajoy han acordado que no se reformará ningún estatuto de autonomía -ninguno-, si la reforma no recibe la bendición de las direcciones centrales de sus dos partidos.

José Blanco trata de tranquilizar a los partidos catalanes, y también a IU, asegurándoles que la posición del Gobierno del PSOE ante el plan Ibarretxe no va con ellos. Tranquilícense, si quieren, pero lo que Zapatero y Rajoy han acordado les afecta de lleno. Les han dicho: «O lo hacéis a nuestro modo o no lo hacéis». Así de claro.

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 19 de enero de 2005.]

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¡Qué gente más rara!

JAVIER ORTIZ

         
Rodríguez Zapatero comunicó anteayer a Ibarretxe su firme intención de no permitir que se realice ningún referéndum en Euskadi.

He estado repasando la legislación vigente y está claro que la ley no permite al Gobierno vasco convocar por su cuenta, sin la aprobación de las Cortes, un referéndum sobre el Estatuto de Autonomía del género de los que prevén los artículos 151 y 152 de la Constitución.

Lo que no veo por ningún lado es que la ley prohíba al Gobierno vasco la realización de una consulta sin ningún poder vinculante que permita conocer la opinión que tienen los vascos y las vascas -quienes quieran opinar, por supuesto- sobre lo que sea. Si la memoria no me falla, algunas alcaldías españolas han convocado en los últimos años referendos informales para sondear la opinión del vecindario sobre asuntos que no tenían claros, y ninguna fue conminada por las autoridades del Estado para que renunciara a la realización de la consulta.

Y es que no hace falta que ningún código nos diga qué es lo que podemos hacer. Ilegal es sólo aquello que la ley determina que está prohibido. Así nos enseñaron que funcionaba el Derecho desde los tiempos de la vieja Roma: se supone que a la autoridad le corresponde tasar lo que uno no ha de hacer si quiere eludir que le impongan el castigo correspondiente. Todo lo demás, en principio, se puede.

Es extraña la perra que les ha entrado a los partidos que se dicen constitucionalistas con esto de la consulta que pretende Ibarretxe. Resulta extraña, quiero decir, si damos por supuesto que están realmente convencidos de que la realidad de Euskadi es como ellos la pintan. Por ejemplo: sostienen que la mayoría de la población vasca rechaza el plan aprobado por el Parlamento de Vitoria el 30 de diciembre. Incluso han encargado y publicado sondeos que refuerzan esa tesis categórica. Pues bien: ¿qué mejor modo de cerrar la boca a quienes pretenden lo contrario que demostrarles palmariamente, urnas mediantes, su tremenda equivocación? ¡La cantidad de larguísimas y aburridísimas discusiones que nos ahorraríamos si se demostrara de una vez por todas que el pueblo vasco no quiere ser soberano sino en la medida porcentual que le corresponde como parte integrante del pueblo español!

Dejaríamos de paso también en el olvido las recurrentes elucubraciones sobre las tan controvertidas dos mitades en las que supuestamente se divide la ciudadanía vasca. Podríamos establecer la cosa con matemática certeza: de tal criterio, este tanto por ciento; del criterio opuesto, este cuanto; de criterios diferentes a ambos, indiferentes a ambos o mediopensionistas, los demás. Y a otra cosa, que ya va siendo hora.

Pero no. No quieren que su verdad resplandezca. ¡Qué gente más rara!

Aunque quizá el raro sea yo que, cuando me equivoco, prefiero saberlo cuanto antes.

Claro que no cobro a tanto por error.

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 15 de enero de 2005.]

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Rentistas de la desmemoria

JAVIER ORTIZ

         
Los partidos que se dicen constitucionalistas sacan provecho de un factor clave de nuestra realidad: la desmemoria colectiva. La inmensa mayoría de nuestros conciudadanos, incluidos los que en 1979 y 1988 eran ya adultos, recuerda hoy poco y mal las cosas de entonces.

Existe un antídoto eficaz contra los efectos de la desmemoria: la lectura. En estos tiempos de ahora, gracias a Internet, es fácil documentarse y comprobar lo que cada cual dijo o firmó en aquellos momentos. Pero casi nadie lo hace.

Amparados en la desmemoria, los tales partidos pretenden sin sonrojo que hacen bandera del Estatuto de Gernika y el Pacto de Ajuria Enea. Incluso lo pretende el Partido Popular -por entonces Alianza Popular- que llamó a votar en contra del Estatuto.

Si los ciudadanos de ahora leyeran aquellos textos -que, insisto, están a su alcance- se llevarían muchas sorpresas. Comprobarían, por ejemplo, que el Estatuto de Gernika se inicia afirmando: «El pueblo vasco o Euskal Herria, como expresión de su nacionalidad, se constituye como comunidad autónoma». «Como expresión de su nacionalidad». No como concesión de nadie. Verían igualmente que el propio Estatuto aclara que su aprobación no suponía ninguna renuncia a cotas superiores de autogobierno. Y cómo hace expresa mención, a tal efecto concreto, de la posibilidad de su reforma.

No menos asombro les produciría la lectura del Pacto de Ajuria Enea, en particular del punto en el que invita a los violentos a que «se incorporen a la actividad institucional, desde la que estarán legitimados para defender, por vías pacíficas y democráticas, sus propios planteamientos políticos». Les sorprendería, y con razón, que aplaudan ese texto quienes han conseguido que Batasuna quede fuera de las próximas convocatorias electorales. Y quienes rechazan airadamente que todos los planteamientos políticos puedan ser promovidos por vías pacíficas y democráticas, como las que está siguiendo Ibarretxe.

Hay más papeles dignos de recuerdo. Por ejemplo, la declaración de la Mesa de Ajuria Enea de 25 de junio de 1996, en la que los partidos que la integraban, incluidos el PSOE y el PP, sellaron solemnemente su compromiso de «respetar y hacer respetar» -«en todos los ámbitos», precisaron- la legitimidad de las decisiones que adoptara «el pueblo vasco». El pueblo vasco: no las Cortes Generales.

Podrán alegar que aquellos textos ya no se ajustan a la realidad. Que creen que fueron positivos en su momento, pero que han dejado de valer. Sea. Pero, si eso es lo que piensan, ¿por qué no lo dicen? ¿Por qué continúan invocándolos retóricamente?

No vale la pena que respondan. Ya lo sé: para presentarse como continuadores de una causa histórica a la que se sumaron a regañadientes -los que se sumaron- y con la que nunca se han sentido realmente identificados.

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 12 de enero de 2005.]

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Haciendo la Pascua

JAVIER ORTIZ

         
«¡Cuánto penar para morirse uno!», escribió, ya umbrío por la pena, casi bruno, el bueno de Miguel Hernández.

Se me viene a la cabeza el deprimente endecasílabo del oriolano pensando en las vueltas y revueltas que ha dado nuestra Historia para acabar volviendo a una de sus más tristes estaciones de paso: a aquel «¡Antes una España roja que una España rota!» de hace casi 70 años.

Dice el ministro de Defensa, José Bono, que España es «una de las naciones más antiguas del planeta». Y lo ilustra señalando que en 1782, fecha del primer acto de la Pascua Militar española, «no existían Canadá, ni Italia, ni Brasil, ni Alemania. Ni siquiera los Estados Unidos de América habían sido reconocidos. Sin embargo, España ya había conocido, desde los Reyes Católicos, 10 reyes».

Visión singular la de Bono. Porque la España a la que alude abarcaba una población y ocupaba un territorio muy distintos de los actuales. Serviría mejor su argumento para defender la idea de que España se mantiene incólume por muchas tierras y muchas poblaciones que se le desgajen. Lo cual podría servir para quitar importancia a las posiciones separatistas, pero no para lo contrario.

La entidad a la que Bono hace referencia no es la nación española, sino el Estado español. Una nación no experimenta los vaivenes que ha sufrido España desde hace cinco siglos. No pasa de extenderse por el mundo entero y sumar cientos de millones de habitantes a esto de ahora. Esas convulsiones las padecen los estados, no las naciones, si nos atenemos al concepto moderno de nación.

La prueba palmaria de que la nación española presenta problemas importantes de conformación nos la proporciona el hecho mismo de que una parte notable de las gentes nacidas en su territorio no se identifica con ella.

«Euskadi y Cataluña gozan de una autonomía mucho más amplia que ninguna otra región de ningún otro Estado del mundo», se quejan. «Les des lo que les des, siempre piden más. Los nacionalistas vascos y catalanes son insaciables». ¿Sí? ¿Y por qué creen que sucede tal cosa? ¿Tal vez por alguna extraña malformación genética extendida por las áreas periféricas? ¿No será más bien porque no se avienen a que alguien les dé o les niegue -les administre: tutele, en suma- unas libertades que consideran propias?

Lo que más me preocupa del discurso de Bono en el acto de la Pascua Militar no es que afrontara un expediente político tan complejo con argumentos traídos por los pelos. Lo que me inquieta es que Rodríguez Zapatero deje en manos de su ministro de Defensa la teorización de esos asuntos, y que le permita hacerlo en actos que se supone dedicados a asuntos estrictamente castrenses.

A no ser que piensen que éste es un asunto estrictamente castrense.

Lo que nos devolvería a los planteamientos que se estilaban hace algo así como 70 años. (Que es el punto por el que he empezado estas líneas.)

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 8 de enero de 2005.]

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Los fetichismos legales

JAVIER ORTIZ

          
En el debate que celebró el Parlamento vasco el pasado 30 para ver qué se hacía con el plan Ibarretxe, el portavoz del PP vasco, Leopoldo Barreda, emitió una sentencia que, según la oí, me dejó perplejo. Dijo: «Ninguna mayoría puede ir en contra de la legalidad».

Es una de esas frases que suenan tan rotundas que parecen incontrovertibles, pero que, en cuanto se analizan con un cierto detenimiento, no se sabe qué quieren decir. ¿Qué sentido tiene oponer así, en general, mayoría y legalidad, cual si fueran entidades independientes? La legalidad procede del poder legislativo, que se atiene al criterio de la mayoría parlamentaria. Son las mayorías las que deciden qué es y qué no es legal.

Lo que supongo que quería decir el señor Barreda es algo mucho más concreto: que ninguna mayoría vasca puede ir en contra de la legalidad española.

Pero precisamente eso era lo que se estaba discutiendo.

Le ha sucedido algo semejante al presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, quien dijo anteayer: «Ibarretxe me va a escuchar que se puede dialogar de todo dentro de la Constitución. Fuera de la Constitución no cabe nada».

Pongamos que hubiera aspectos del plan Ibarretxe cuyo encaje legal precisara reformar algún artículo de la Constitución (como los puede haber en la reforma del Estatut que se está gestando en Cataluña, dicho sea nada de paso). Pongamos que así sea, aunque haya constitucionalistas -incluido uno de los llamados «padres de la Constitución»- que sostengan que no sería necesaria ninguna reforma, siempre que se aplicara con criterio amplio la disposición adicional primera de la propia Constitución. Pero, sea como sea, ¿qué razón de principio podría impedir que se debata sobre esa hipotética reforma? Fíjense ustedes que Zapatero no dice que se oponga a una reforma de ese género, sino que se niega incluso a dialogar sobre su conveniencia o inconveniencia.

¿Qué es eso de que «fuera de la Constitución no cabe nada»? La propia Constitución (título X, art. 166 y ss.) prevé la vía de su reforma. Parece lógico que, de reformarse la Constitución, ha de ser para incluir en ella algo que antes no estaba o para quitar algo que estaba.

Es lo malo que tienen los simplismos, que conducen al absurdo: la pretensión de que «fuera de la Constitución no cabe nada» es... inconstitucional.

A los Zapatero y a los Barreda -y a los Bono, y a los Rajoy, y a cuantos no quieren ni oír hablar de replantearse el modelo de organización territorial de España- les encanta librarse de sus propias responsabilidades descargándolas sobre la legalidad, haciendo como si las leyes fueran fetiches intangibles, inalterables por la voluntad de los hombres.

Pero no; no hay nada de eso. Podemos organizarnos como queramos. Y si no estamos de acuerdo en lo que queremos, debatámoslo tranquilamente. Pero sin anatemas ni dogmas previos, por favor.

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 5 de enero de 2005.]

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EL HORNO

El 'plan Zapatero'

JAVIER ORTIZ

         
Leo que Rodríguez Zapatero se propone dejar el plan Ibarretxe fuera de juego por la vía más resolutiva: derrotando al propio Ibarretxe en las próximas elecciones autonómicas.

De ser así, ¿en qué victoria estará pensando? Imagino que no en la posibilidad de que el PSE-PSOE, que en 2001 obtuvo el 17,8% de los votos, vaya a lograr ahora desbordar a la coalición PNV-EA, que logró el 42,4% y pactó acto seguido el respaldo del 5,5% de Ezker Batua.

Seguro que Zapatero es un gran optimista, pero me niego a creer que confíe en que los socialistas vascos remonten una diferencia de 30 puntos.

Dando eso por hecho, colijo que a lo que aspira Zapatero es a un auge electoral importante del PSE-PSOE, que le sitúe en posición de hacerse con el Gobierno vasco gracias al posterior apoyo del PP. Eso también les obligaría a subir bastante -más de un 7% entre ambos-, pero no tanto.

Ahora bien, ese planteamiento afronta problemas de considerable peso. Veamos.

Primer punto clave: casi todo el mundo está de acuerdo -al menos en Euskadi- en que si Patxi López y los suyos pueden recuperar posiciones electorales es gracias a que se han distanciado de la política de unidad incondicional con el PP que el PSE mantuvo en tiempos de Redondo Terreros. Si el electorado percibe que se disponen a regresar a aquella política, su augurada mejoría puede verse más que comprometida.

Segundo punto: aunque el PSE mejore resultados, si el PP los pierde, la suma de ambos seguirá siendo la misma. Lo cual encaja bien con las peculiaridades de la sociología electoral vasca, que suele registrar algunos trasvases de votos -tampoco demasiados- dentro del campo nacionalista, y otros dentro del campo estatalista, pero casi nunca de un campo a otro.

Tercer punto: habrá que ver qué hacen los votantes (entre el 10% y el 18%) que solían respaldar a HB, y que ahora se han quedado sin candidatura propia, una vez que se les ha aplicado el principio democrático según el cual, si un sector de la población vota lo que no interesa, se le prohíbe hacerlo y asunto concluido. Una parte de esos votos (amplia, imagino) irá a la abstención o al voto nulo, otra puede orientarse hacia Ezker Batua, pero otra, con toda seguridad, irá a la candidatura PNV-EA. Con que quienes tomen esa opción representen del orden de un 4%, Ibarretxe puede lograr no ya la victoria, sino la mayoría absoluta.

En fin, cuarto asunto, y probablemente el más importante: como a Zapatero se le ocurra plantear las elecciones vascas como un referéndum, y como el electorado vasco perciba que lo que se le está preguntando es quién debe gobernar, si quienes quieren que el destino de Euskadi se decida en Euskadi o si quienes afirman que eso es cosa de las Cortes de Madrid, se lo auguro desde ahora: va a vencer el día menos pensado.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 3 de enero de 2005. Enviado a demanda del diario y para sustituir a un columnista ausente. Cuando publica columnas fuera de la página 2, Ortiz las titula "El Horno", y no "Zoom".

 El 1 de enero no se publicó el Zoom porque en Madrid no hay periódicos el día de Año Nuevo.]

 

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