Columnas
de Javier Ortiz aparecidas en
durante el
mes de junio de 2004
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De Vietnam al caos |
JAVIER ORTIZ Una, y no la menor, es que en Vietnam el Ejército de Washington se enfrentó con un enemigo unificado, sometido a un solo mando. Un enemigo que controlaba la mitad norte del país (la República Democrática de Vietnam) y que estaba fuertemente organizado en el sur a través de FNL (el llamado Vietcong), que con el tiempo constituyó su propio Gobierno Revolucionario Provisional. De este modo, la política norteamericana tenía una
alternativa. Más o menos repulsiva o atractiva, según para quién, pero una.
Cuando el Gobierno de Washington admitió que su presencia allí era
insostenible, tuvo con quién parlamentar y pudo llegar a acuerdos que, mal
que bien, fueron cumplidos por ambas partes. En el actual Irak, en cambio, no
tendría con quién entablar una negociación, aunque quisiera. La resistencia
no está unificada. Los grupos armados siguen derroteros no sólo diferentes,
sino incluso opuestos. No tienen un proyecto común. Hay en ese punto otra importante diferencia. En Vietnam,
el Gobierno de Saigón, aunque con razón calificado de títere, contaba con un
ejército amplio y bien pertrechado y con un importante entramado
administrativo. Washington se apoyaba sobre el terreno en una estructura
brutal y corrupta, pero dotada de solidez real. En un Estado, en suma. Lo que
hay en este momento en Irak no se parece en nada a un Estado. Es una superestructura
artificial, sin un poder coercitivo propio y sin ninguna capacidad de
organizar la vida social. De quedar a su suerte, no resistiría ni cuatro
días. Alguien ha definido el Irak de hoy como «un país sin
Estado». Desde luego que eso no es un Estado, pero tampoco está nada claro
que sea un país. Constituido a capones en su día uniendo a pueblos que
desconfiaban los unos de los otros -los beduinos del sur llegaron a
levantarse en armas en 1920 contra el proyecto unificador tutelado por Gran
Bretaña-, con Sadam Hussein todavía se mantenía la apariencia de un país,
forzada por la capacidad de represión y disciplina del Estado, pero el
derrocamiento de su dictadura ha abierto la caja de Pandora. A ver quién mete
ahora de nuevo en cintura todos los viejos fantasmas liberados. El «trío de las Azores» no sólo declaró una guerra
cruel, innecesaria e injusta. Favoreció también que el caos se vaya abriendo
paso en un área del mundo que ya antes estaba, dicho sea en pocas palabras,
de mírame y no me toques. Es fantástico: tanto servicio de información y tanto
satélite espía y al final no tienen ni idea de lo que se traen entre manos. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 30 de junio de 2004] Para
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Es importante que paguen |
JAVIER ORTIZ Estoy de acuerdo. Se dice a veces de algunos países de la vieja Europa que
cuentan con «una larga tradición democrática». En más de una ocasión nos
hemos quejado -yo lo he hecho- de que España lleve un gran retraso en ese
camino. Para contar con una larga tradición democrática hace
falta, para empezar -y por definición-, tiempo. Pero no sólo. Se requiere
también que ese tiempo no transcurra en balde. Que vaya dejando un poso de
exigencias, de normas de conducta escritas y no escritas que permitan a la
ciudadanía diferenciar sin sombra de duda lo decente de lo indecente y lo tolerable
de lo intolerable. Siento por las víctimas del Yak-42 el mismo respeto que
por los fallecidos en cualquier otro desgraciado accidente. Soy contrario a
la presencia de tropas españolas en Afganistán y a la mayoría de las
supuestas «misiones humanitarias» del Ejército, que con frecuencia -y más
allá de la voluntad de sus protagonistas- encubren inaceptables labores de
ampliación y afianzamiento del «Nuevo Orden Mundial» made in Washington. Pero me da igual, a estos efectos. De lo que
se trata en este caso no es de que sea inaceptable lo que han hecho con estos
militares y con sus familias, en concreto. Sería indecente que lo hubieran
hecho con quien fuera y en las circunstancias en que fuera. Si se han saltado
la legalidad a la torera, han firmado certificados falsos y han mentido a la
ciudadanía que les abona el sueldo, deben pagar por sus desafueros. No sólo
para que ellos expíen su culpa, sino también para que todos los que ejercen
el poder vayan asumiendo que las sociedades llamadas libres y democráticas
suelen ser con mucha frecuencia injustas, pero a veces no, y entonces puede
suceder que el que la ha hecho la pague. Si se demuestra que Trillo trató de obstruir la
investigación, hay que exigirle que abandone la actividad política. Y si se
establece que varios altos oficiales del Ejército falsificaron documentos
para echar tierra sobre el asunto, hay que conseguir que carguen con su
culpa. Así, poco a poco, se irá consiguiendo que aquellos que
mandan se den cuenta de que no siempre se puede hacer lo que sea. Porque,
aunque no resulte frecuente, a veces se les pilla. En ese santo temor a la excepción justiciera se asientan
las «largas tradiciones democráticas». [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 26 de junio de 2004] Para
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Enseñarles los dientes |
JAVIER ORTIZ He leído algunas críticas más o menos veladas a la reconvención pública que Karol Wojtyla dirigió al jefe del Gobierno español durante el encuentro que mantuvieron el pasado lunes. Hay quien apunta que el Papa se excedió al expresar su oposición a ciertos planes legislativos del Ejecutivo de Rodríguez Zapatero. No estoy de acuerdo. El Papa se limita a ocupar todo el
terreno que le dejan disponible. No es una peculiaridad suya: así funcionamos
los humanos. Seguirá en las mismas mientras no se tope con alguien que le
diga -todo lo amablemente que se quiera, pero con la necesaria firmeza- que
debe diferenciar los distintos planos de la relación que mantiene con el
Estado español, y que, cuando habla con el Gobierno de Madrid en su calidad
de jefe de un Estado extranjero, no debe injerirse en nuestros asuntos
internos. Para marcar nítidamente los respectivos terrenos, lo
correcto habría sido que Zapatero hubiera tomado la palabra a continuación
-de hecho le propusieron que lo hiciera- y hubiera dicho que, franqueza por
franqueza, él admite que se siente muy preocupado por la tardanza que está
demostrando el Vaticano en el reconocimiento a los habitantes de su
territorio de las libertades mínimas, incluyendo las de expresión, asociación
y culto, y por su recalcitrante negativa a convocar elecciones democráticas. Soy muy respetuoso con las creencias ajenas. Guardo mis
cuentas pendientes con la educación que me impusieron los jesuitas -confío en
que Jiménez de Parga sepa disculparme por ello-, pero no alimento ningún afán
revanchista. Estoy dispuesto a firmar la paz con todo aquel que quiera la
paz. Pero si alguien viene en plan de guerra, la aceptaré, con la sola
condición de que la contienda se desarrolle en el incruento campo de las
palabras. En ese caso, y si hay que apuntar a dar, diré que es
intolerable que un colectivo con el pasado de la Iglesia católica trate de
darnos lecciones de moral civil, pretendiendo que acatemos su particular
desdén por el voto ciudadano. Y diré que, antes de ponerse a hablar de
embriones, por ejemplo, debería hacer recuento de los cientos de miles de
vidas adultas que sus huestes han suprimido a lo largo de la Historia, en
plan «Matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos», como en Béziers. Háblenles alto y claro. Porque es cuestión de relación
de fuerzas. Si el Gobierno parece débil, los otros se crecerán. Si les enseña
los dientes, lo más probable es que empiecen a decir enseguida que se trata
de una sonrisa simpatiquísima. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 23 de junio de 2004] Para
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Desconfianza obligatoria |
JAVIER ORTIZ Deben de ser realmente muy endebles, porque doy por hecho que tanto la fiscal como el juez hubieron de evaluar las consecuencias que su decisión iba a tener. Con ese auto de libertad han demostrado de un plumazo, para empezar, que en este país los responsables políticos pueden exhibir a cualquiera en la plaza pública presentándolo como asesino sin contar no ya con pruebas, sino ni tan siquiera con «indicios racionales» de alguna solidez. Y han evidenciado, en segundo lugar, que ellos mismos pueden mantener en la cárcel más de tres meses a personas que, según acaban admitiendo, no estaba nada claro que tuvieran ninguna relación con los crímenes investigados. Dice un proverbio árabe que, cuando alguien te engaña,
la primera vez es culpa suya, pero que, a partir de la segunda, la culpa es
ya enteramente tuya. Parece sensato. Ateniéndonos a ese razonamiento,
convendremos en que no dan mucha prueba de sensatez quienes dan crédito a las
acusaciones que lanzan tales o cuales gobernantes -y a veces también tales o
cuales jueces- sin más garantía que la de su propia palabra. Se trata de un fenómeno generalizado. Acaba de probarse
en los propios EEUU que, cuando George W. Bush estableció una relación
directa entre el régimen de Sadam Husein y los terroristas del 11-S, lo que
hizo fue presentar como hechos probados lo que no pasaban de ser deseos
personales suyos. Mintió, sin más. Como nos han mentido aquí en un buen
puñado de ocasiones. Esta de ahora es otra más. Habida cuenta de la reiterada experiencia, deberíamos
todos hacer un ejercicio sistemático de incredulidad. Yo lo hago, pero mucha
gente a mi alrededor pretende que exagero. «Han detenido al culpable de tal
crimen», me dicen. Y yo respondo: «Dicen que han detenido a uno que dicen que
fue el autor de un crimen que dicen que ocurrió en las condiciones en que
ellos dicen». Yo, como Santo Tomás, sólo me creo ya lo que veo y toco. Hemos retrocedido enormemente. Antes, los titulares de
las noticias abundaban en «presuntos». Ahora sólo hay culpables. Hasta en el siglo XVII los había más despiertos. Existe
una canción satírica inglesa datada en 1689, titulada Epithalamium. A Wedding Song, que se subtitula: «Sobre el
supuesto matrimonio del supuesto Príncipe de Gales con la supuesta nieta del
Rey de Francia, supuesto hijo de Louis XIII». Es obvio que el autor de la canción sí que había
aprendido de la experiencia. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 19 de junio de 2004] Para
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El realismo de Llamazares |
JAVIER ORTIZ Llamazares quiere ser un político realista. Eso, en principio, está muy bien, siempre que uno se las arregle para establecer correctamente en qué consiste el realismo. Pero para mí que se ha asesorado mal y ha llegado a la conclusión de que lo realista ahora mismo es desdibujar las señas de identidad que caracterizaron a IU en la pasada década y resignarse a trabajar a la sombra del PSOE. Esa opción de Llamazares ha tenido como resultado una
doble huida de muchos electores tradicionales de su coalición. De un lado,
los más moderados -por así llamarlos, para abreviar- han decidido que, si de
todos modos su voto iba a servir para respaldar a Zapatero, votaban directamente
al PSOE, y asunto concluido. A la vez, pero por el otro lado, la gente más a
la izquierda -dicho sea también con todas las reservas- ha visto que
Llamazares puede utilizar su voto para apuntalar al Gobierno de los Bono y
los Solbes, y ha decidido no dárselo. ¿Resultado? 636.458 votos. No estoy criticando al coordinador general de IU por no
saber guardar el fuego sagrado de las esencias de la izquierda pura. Lo que
le reprocho es no tener en cuenta una de las leyes más elementales de la
mercadotecnia: si no se sabe muy bien qué producto vendes, lo más probable es
que lo vendas poco y mal. Llamazares hace a veces discursos muy radicales. Pero es
poca la gente que se detiene a evaluar los discursos. La mayoría opta por
juzgar los hechos. Y la imagen que viene dando la dirección de IU en los
últimos tiempos -mirada así: por sus resultados y sin demasiados matices- es
la de una fuerza política que le pone muchas pegas al PSOE, pero que al final
lo respalda. Salvo en Euskadi. Vale la pena reparar en el hecho de que Ezker Batua
constituye la única federación de IU que se las está arreglando para capear
el temporal. Los opinadores con mando en plaza ponen a Javier Madrazo de
vuelta y media, pero EB-IU no para de mejorar sus resultados electorales. Es
curioso. Algo parecido pasaba con Julio Anguita, al que
calificaban de utópico e iluminado, pero que llegó a recoger 2.639.774 votos.
Algo debe de haber en común entre ellos, porque la única
comunidad autónoma que Anguita ha visitado durante la pasada campaña
electoral fue Euskadi. Estuvo con Madrazo y dio una conferencia defendiendo
la tesis de que las opciones de fondo del PSOE y el PP son en último término
las mismas. Puede que no sea un punto de vista muy realista, pero
para mí que es el que sustentan muchos miles de ciudadanos que se han pasado
en masa al partido de la abstención. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 16 de junio de 2004] Para
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El parlamento de papel |
JAVIER ORTIZ «No hemos sabido explicar la importancia de lo que está en juego», avanzan algunos políticos del establishment. Oído así, hasta podría tomarse por una autocrítica. Pero no lo es. Ellos parten de que sus proyectos son invariablemente buenos. En consecuencia, si el personal no los secunda, sólo puede deberse a que no ha captado sus maravillas, sea porque las entendederas de la plebe no dan mucho de sí (hipótesis menos amable), sea porque ellos no han estado muy finos en la cosa didáctica (variante paternalista). Lo que descartan es la posibilidad de que el fallo no esté en las explicaciones, sino en los proyectos mismos. El razonamiento debería circular en dirección contraria.
¿Alguien piensa de verdad que a la mitad de los europeos le da igual su
futuro y que se desinteresa por completo de lo que pueda ser de sí y de los
suyos de mañana en adelante? Descartada esa hipótesis, por descabellada,
habrá que concluir que si tantísima gente no acude a votar es porque ha
llegado a la conclusión, cerebral o intuitiva, de que ni su porvenir ni el de
sus allegados depende demasiado de la liza electoral de mañana. Y a fe que
tiene motivos para llegar a esa conclusión (o a ese sentimiento, si se
prefiere). Todo quisque ha visto con qué saña se resisten a figurar
en las candidaturas a las elecciones europeas los políticos que creen que
todavía tienen algo que hacer en la res
publica local. Ha sido también muy revelador el desaliño intelectual que
unos y otros han exhibido durante la campaña. Loyola de Palacio llegó a
acusar el pasado martes de «prosoviéticos» a los socialistas. ¡Qué derroche
de imaginación! De haber durado esto una semana más, apuesto a que los acusa
de ser de Al Qaeda. Pero lo más significativo, lo que probablemente ha
puesto más en guardia al ciudadano de
base, es la desconfianza con la que los propios candidatos a
parlamentarios europeos hablan de la UE. En lo que más cuidado ponen es en
aclarar que ellos irán a Europa a defender a capa y espada lo propio. ¿Y qué
consideran que es «lo propio»? ¿Y frente a quién se supone que van a
defenderlo? Son europeístas de pacotilla. Los electores oyen
que les hablan de un proyecto europeo común e igualitario, pero ven que los mismos que les castigan
con ese sermón no se lo creen. Que son nacionalistas disfrazados de
internacionalistas, que mantienen a esos efectos la ficción de un Parlamento
que nadie sabe a qué se dedica. En el supuesto de que se dedique a algo digno
de mención. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 12 de junio de 2004] Para
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El amigo americano |
JAVIER ORTIZ De atenerse a la versión de la Historia que todos manejamos, no. Hubo un amigo americano estupendo, demócrata, generoso e idealista que acabó con el III Reich, y que luego, Dios sabe por qué, se volvió ladrón, imperialista, golpista e insensible. Acepte esa metamorfosis quien quiera. Yo no. Entre otras
cosas, porque me consta que el amigo
americano que desembarcó en Normandía fue el mismo que ayudó a que el
dictador Franco siguiera atado y bien atado al gobierno de España. No podía
ser ni tan estupendo, ni tan demócrata, ni tan generoso, ni tan idealista. Hagamos caso de la sabiduría popular: pensemos mal y
acertaremos. El pasado domingo, en un excelente documental emitido
por el canal franco-alemán Arte, un
ex general soviético explicó por qué, en su criterio, el Gobierno de
Roosevelt decidió intervenir en Europa en 1944, y no antes. Según él,
Washington había tomado nota del fracaso nazi en el frente oriental, sabía
con qué vigor el Ejército Rojo había pasado al contrataque y temía que,
contando con la colaboración de las guerrillas puestas en pie en toda la
Europa ocupada -la gran mayoría de obediencia comunista-, la URSS pudiera
hacerse con el control del Viejo Continente, Francia e Italia incluidas. Se trata de un punto de vista matizable, particularmente
en lo que se refiere a la posibilidad de que los EEUU hubieran intervenido
antes (recordemos que el control naval del Atlántico tardó en decidirse, y
que había que trasladar mucha tropa y mucho material), pero muy digno de
consideración, sobre todo si se recuerda la actitud que Roosevelt mantuvo en
las negociaciones de Teherán, Yalta y Postdam: no fue la de alguien que
estuviera allí en plan altruista, precisamente. Si los Estados Unidos se implicaron por segunda vez en
un escenario bélico europeo, fue para reforzar sus expectativas de liderazgo
mundial. Y lo hicieron, además, cuando tuvieron la certeza de que contaban
con una aplastante superioridad militar. En el mismo documental de Arte al que he aludido antes, aparece un viejo militar nazi que
sentencia, inmisericorde: «Los soldados norteamericanos tenían diez veces más
material que los del Ejército Rojo». Y así fue. Pero ahora vamos todos a honrar a los héroes
norteamericanos de Normandía. Y no decimos nada de los héroes de la pobre
Rusia, que hicieron mucho más con mucho menos. Qué razón tenía Beaumarchais: los amos siempre tendrán
alma de esclavos. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 9 de junio de 2004] Para
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El maldito tabaco |
JAVIER ORTIZ Empecé a fumar siendo adolescente y seguí haciéndolo con indiscutible contumacia hasta hace un par de años. Como saben quienes me conocen de antiguo, de mi afán fumador podía decirse lo mismo que del arrojo de Augusto César Sandino: cabía igualarlo, pero no superarlo. En aquel tiempo, cada vez que alguien planteaba la
posibilidad de prohibir que se fumara en algún sitio, yo anunciaba que allá
él; que si no me dejaban fumar, no iba, y todos tan contentos. Hace dos años decidí dejarlo. No por prescripción
médica, sino porque me harté de echar el bofe en cuanto subía cuatro tramos
de escalera. Curiosamente, no me costó ningún esfuerzo. Sé que la
nicotina es de las drogas más adictivas que hay, pero mi experiencia no lo
corrobora. Al contrario. Me convertí en no fumador de un día para otro sin
mayor problema y no he vuelto a tener ni la más mínima gana de fumar. Ahora bien: si hiciera un balance de lo que he ganado y
lo que he perdido con ello, lo mismo volvía al vicio. En el haber de mi renuncia anoto lo de la prevención del
cáncer y todo eso. Claro. Pero es un beneficio intangible. A cambio, los
inconvenientes que me ha acarreado son palpables. Para empezar, he engordado. O, para ser más preciso: no
paro de engordar. Maldita la gracia. Ahora sigo echando el bofe cuando subo
escaleras, pero por culpa de los kilos. Y eso no es lo peor. Más fastidioso es que he recuperado
un conjunto de sensibilidades cuya función principal es amargarme la
vida.«¿No notas ahora mucho mejor los olores?», me preguntan algunos, como
felicitándome. ¡Claro que los noto! Y el 90% son repugnantes. Mis vías respiratorias han recuperado la frescura de la
infancia. Lo cual quiere decir que los humos me hacen polvo. Los humos y el
resto. Estoy muy mal protegido frente a las infinitas porquerías del aire. Pero lo peor de todo es que me he convertido en un
antipático total. Mi vida es una interminable sucesión de enfados. No soporto
el humo del tabaco. Si paso un cierto tiempo en un lugar en el que se fuma,
se me queda una carraspera insoportable, y al día siguiente me levanto con
dolor de cabeza. Y, como sé que es eso lo que me va a ocurrir, estoy todo el
rato poniendo una cara horrible a quienes fuman. De la misma manera que antes amenazaba con irme de donde
se prohibiera fumar, ahora amenazo con no ir a los sitios en donde se permite
fumar. La diferencia es que lo de antes lo decía medio en broma y lo de ahora
lo mascullo muy en serio. No me incomoda cabrearme. Estoy muy acostumbrado: me
dedico al análisis político. Lo que me pone peor cuerpo es pasar el día
cabreándome con gente que es exactamente como yo hace un par de años. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 5 de junio de 2004] Para volver
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Allí igual que aquí |
JAVIER ORTIZ Me parece normal. Digo normal; no bien. Asisto con creciente irritación al espectáculo que vienen
ofreciendo el establishment y los
grandes medios de comunicación españoles, consternados por el conocimiento de
lo sucedido en la prisión de Abu Ghraib. Participan del supuesto escándalo
incluso algunos amigos confesos del Estado de Israel (el único del mundo que
tiene regulado el uso de la tortura: «presión física moderada», la llaman).
Se diría que todos ellos consideran que la tortura es un fenómeno insólito
que han inventado los zafios lacayos de Donald H. Rumsfeld. Como si no
supieran que se trata de una lacra muy extendida por todo el mundo, a la que
España dista de ser ajena. No voy a hacer afirmaciones que no podría respaldar con
pruebas. Estoy dispuesto incluso a admitir la posibilidad de que la joven
navarra Ainara Gorostiaga se declarara autora del asesinato del concejal de
UPN José Javier Múgica -crimen en el que ha acabado demostrándose que no tuvo
la menor participación- sin que nadie la forzara a ello. Pero hay hechos que
sí están demostrados y que dan materia más que bastante para la reflexión. Está demostrado, por ejemplo, y así lo recoge el último
informe de Amnistía Internacional, que el Gobierno de Aznar se negó a poner
en práctica las instrucciones que recibió del Comité Europeo para la
Prevención de la Tortura, a pesar de que se había comprometido a hacerlo. No
menos demostrado está que los gobernantes del PP hicieron el mismo caso -o
sea, ninguno- de las recomendaciones que les transmitió el Comité contra la
Tortura de las Naciones Unidas tras haber analizado un buen puñado de denuncias.
Los unos y los otros han constatado con preocupación el interés escaso
-cuando no nulo- puesto por las autoridades españolas en la investigación de
los casos denunciados. Y, en fin, todos han manifestado su estupefacción ante
el hecho de que el Gobierno de Aznar se negara sistemáticamente a admitir que
en España se produjeran torturas incluso cuando ya se habían dictado 58
condenas por ese delito y el propio Ejecutivo había recurrido en 14 casos al
indulto para evitar que los funcionarios condenados fueran a la cárcel. Son hechos que dan para pensar, ¿no? Sí, pero con una condición: hace falta atreverse. Y no
tener miedo a las conclusiones. Según las crónicas, buena parte de la población
estadounidense se ha cerrado en banda. No está dispuesta a seguir plantando
cara a esas cosas tan incómodas, tan amargas. A afrontar unas realidades tan
crudas. Bueno, pues que nadie se extrañe. Aquí llevamos mucho
tiempo en las mismas. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 2 de junio de 2004] Para
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Columnas publicadas con
anterioridad
[y no
incluidas en los archivos del Diario de un resentido social]
. Segunda quincena de julio de 2003