Columnas de Javier Ortiz aparecidas en

            

durante el mes de junio de 2005

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Relaciones fluidas

JAVIER ORTIZ

        
Recuerdo cómo se me ufanaba el alcalde de un pueblecito minúsculo a orillas del Mediterráneo, mediados los años 80, hablando de la versatilidad de su militancia política. El hombre llegó a la alcaldía vistiendo la camisa azul de la Falange, se pasó luego a las filas de la UCD y en ellas estuvo hasta que en 1982 el PSOE consiguió la mayoría absoluta, no sólo en las Cortes de Madrid sino también en la Diputación de su provincia, momento en que decidió hacerse «socialista de toda la vida».

–Lo hago por el pueblo -me dijo, con gesto solemne-. Al pueblo le viene muy bien estar representado por alguien que tiene relaciones fluidas con los poderes superiores.

Me llamó mucho la atención eso de las «relaciones fluidas». Supongo que lo habría oído por ahí. Garrulo de pro, no le pegaba nada servirse de artificios tan refinados para encubrir su trayectoria de chaquetero.

Me acordé de aquel hombre anteanoche, en cuanto se confirmó que Fraga no volverá a tener el bastón de mando en su tierra. Di por seguro que, a no tardar, muchos de quienes manejan en Galicia los resortes del poder local en sus escalones más bajos estarán entregados en cuerpo y alma a la tarea de favorecer sus «relaciones fluidas» con el nuevo Gobierno de la Xunta y, ya de paso, también con el Gobierno central.

Los amigos de Mariano Rajoy dicen que el trabajo electoral del presidente del PP en esta última campaña ha sido extraordinario; que entró en liza cuando el tinglado de Fraga amenazaba ruina y que logró enderezarlo, logrando un resultado excelente. No seré yo quien lo niegue. Pero sé que la política profesional funciona a menudo como ciertos deportes: no cuentan los resultados dignos; sólo las victorias. Pasando algún tiempo -a veces sólo días-, nadie recuerda el honrosísimo papel que hizo el segundo. Que se lo pregunten al Tau de Vitoria. Sólo cuenta quién se llevó la copa.

«¡Pero es que el PP ha sido el partido más votado en Galicia!», responden. Sí, pero eso da igual, a estos efectos. Cuando uno ha decidido enfrentarse a todos los demás a la vez, o gana a todos los demás juntos o pierde.

Ese es el gran problema que tiene el PP en estos momentos, y no sólo en Galicia. La agresividad de su política, su permanente tendencia a descalificar a todos cuantos no le dicen amén, su empeño en darles a elegir entre ser tenidos por imbéciles, por criminales o por ambas cosas, favorece la formación de grandes alianzas en su contra. ¿Alianzas débiles? Por supuesto. Pero ése es parte de su atractivo. Tras ni se sabe ya cuántos años de poderes fuertes y de líderes carismáticos -implacables, inflexibles, determinadísimos-, es mucho el personal que se siente más a gusto con gobiernos débiles, cogidos con hilvanes, obligados a pedir permiso hasta para ir al escusado. (Cosa que, bien es cierto -y ésa es la lástima-, no paran de hacer).

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 29 de junio de 2005

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Las ventajas del nuevo

JAVIER ORTIZ

        
Insiste Mariano Rajoy en zaherir la -según él- irrelevancia de José Luis Rodríguez Zapatero en los asuntos de la Unión Europea. Lo pinta como un bisoño que no sabe bandearse en esos escenarios y al que nadie hace caso.

La crítica tendría algo más de consistencia si él mismo -que tampoco puede presumir de estar muy baqueteado en tales lides, a decir verdad- hubiera acudido a los centros de poder de la UE, se hubiera entrevistado con quienes cortan el bacalao (y todo el resto, desde la anchoa y la remolacha hasta los presupuestos y las ampliaciones) y les hubiera dado a conocer sus puntos de vista alternativos, caso de que los tenga.

Pero no lo ha hecho, entre otras cosas porque su antecesor le dejó por herencia un perfecto aislamiento continental, poco o nada aliviado por su línea directa con Blair, que cuando se autodefine como «proeuropeísta entusiasmado» provoca las risas de la audiencia, y con Berlusconi, especializado en hacer el ridículo cada vez que abre la boca. Vaya par de avalistas europeos, uno que no ha querido aceptar la moneda única y otro cuyos ministros proponen abandonarla.

Es verdad que Zapatero carece de experiencia en el manejo de los intríngulis de la UE -y en muchas otras lides-, pero a mí, a la vista de cómo se comportan algunos de los que tienen muchos años de ejercicio a sus espaldas, no me parece que ése sea su mayor inconveniente. Ni mucho menos.

Con demasiada frecuencia, quienes tienen un pasado que justificar y se mantienen en el poder se empecinan en repetir los mismos errores, tratando de demostrar que la culpa nunca ha sido suya, sino de la realidad, torpe y cerril. Así que no paran de dar vueltas y más vueltas a la eterna noria. El que llega de novato al cargo, en cambio, siente la necesidad de dejar su impronta y se anima a explorar nuevos caminos. No tienen por qué ser buenos, pero tampoco cabe excluir de antemano que sean mejores.

Ahí está el caso de los titubeos y amagos que está manifestando Zapatero -cambio de tercio, aunque no tanto- en relación a Euskadi. No parece que tenga claro lo que quiere, o cómo lograr lo que quiere, pero por lo menos no se empeña en repetir todas y cada una de las fórmulas fracasadas del inmediato pasado. Visto lo cual, los políticos, intelectuales y periodistas que se erigieron en adalides de los anteriores dogmas al uso, incluidos los del PSOE, ya se han lanzado a su caza.

Entre los que se amarran al pasado habrá quienes actúen por convicción profunda, no lo dudo, pero a muchos otros -se les nota demasiado- lo que realmente les importa es salvar la cara. Quieren impedir como sea que venga un novato que permita empezar a resolver los problemas que ellos enquistaron y envenenaron tan a conciencia.

A veces no hay más remedio que preferir al novato. Aunque sólo sea por exclusión.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 25 de junio de 2005

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Los listos siempre se salvan

JAVIER ORTIZ

        
Mucho se ha dicho, y muy severo, sobre la actividad de las empresas demoscópicas que el pasado domingo se equivocaron a pie de urna vaticinando con unánime torpeza los resultados de las elecciones autonómicas de Galicia.

Ya sabemos que no tiene nada de especial errar a la hora de hacer predicciones, pero resulta bastante sospechoso que varias conspicuas empresas del ramo incurran una y otra vez en idénticos errores sobre los mismos asuntos. Recuerdan demasiado a los alumnos que sueltan la misma pata de banco en el mismo examen escrito, en respuesta a la misma pregunta. El tribunal no tiene más remedio que deducir que han bebido todos en la misma fuente envenenada.

Como los demoscópicos de marras, también tienen su aquel los comentaristas políticos que asumen durante las noches electorales el encargo de explicar a la audiencia las noticias que van llegando. Me he encontrado yo mismo algunas veces en ese trance, obligado a deambular cada diez minutos, al albur de la actualidad, por la cuerda floja del ridículo.

Cuando me he visto en ésas, siempre me he rendido admirado ante el oficio de los comentaristas todo terreno que, si oyen que a Tal parece que le está yendo mucho mejor de lo que se anunciaba, aseveran sin parpadear, adornándose con toda una batería de datos, que eso era perfectamente previsible, porque Tal es mucho Tal; pero que, si un cuarto de hora después, se constata que Tal está perdiendo posibilidades a ojos vista, son capaces de exhibir las mil y una razones por las que Tal, reliquia del pasado, estaba condenado a dejar de una vez el sillón a Cual, como ellos ya habían pronosticado muchas veces.

Me recuerdan a los comentaristas futbolísticos que están preparados para elevar a los cielos o arrojar a los infiernos al delantero, al portero o al entrenador que sea, según lo que suceda en el minuto 96 del partido. ¿Que el balón da cuatro rebotes raros y se introduce en la portería? Nos relatan con gran detalle cómo eso es resultado de toda una trayectoria milimétricamente planificada, astuta, impecable, ejemplar. ¿Que tras el rebote final el baloncito de las narices sale por la línea que delimita el terreno de juego y no hay tu tía? ¡Si ya lo habían dicho ellos! Ese delantero «no tiene gol», deja que los defensores «le encimen» (sic!) y está ahí tan sólo porque el entrenador del equipo no tiene lo que hay que tener.

Un rebote aquí o allá -8.000 votos de más o de menos- y el tipo de preclaro cerebro se convierte en un perfecto zote, o el mediocre irredento en genio imprescindible.

¿Ridículo? Sí, por supuesto. Pero sólo en parte. Porque ya se sabe que son los resultados los que cuentan. Y si logras el campeonato -o si te haces con el Gobierno- a nadie le importa que tus méritos estén más o menos acreditados. Y si es al revés, pues lo mismo.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 22 de junio de 2005

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No con mi dinero

JAVIER ORTIZ

         
Los obispos de la Iglesia católica española convocan a los ciudadanos a manifestarse hoy en defensa de la familia y el matrimonio.

¿De qué familia? ¿De qué matrimonio?

Resulta al menos chocante que sean los integrantes de un colectivo que tiene entre sus normas de obligado cumplimiento las dos más opuestas a las causas invocadas -se han prohibido casarse y fundar sus propias familias- los que se erijan en defensores dogmáticos de una de las formas de matrimonio y familia, negando a todas las demás su derecho a la vida.

Es en verdad chocante su comportamiento, habida cuenta de que saben muy bien que la Historia -no sólo la Historia en general, sino incluso la Historia de su propia religión- registra la existencia de tipos de familia y de matrimonio muy diversos. Todos ellos manejan asiduamente el Antiguo Testamento, cuyos libros dan por sagrados desde Pablo de Tarso: esas escrituras aportan noticia de muy santos y venerados varones que practicaron la poligamia con gran dedicación y aún mayor eficacia procreadora. ¿Irá la convocatoria de hoy también contra ellos?

Me parecería extraño el entusiasmo de los obispos españoles por causas tan ajenas a sus personales prácticas así tuvieran la costumbre de animar cada dos por tres a la ciudadanía a salir a la calle para dejar airada constancia de sus desacuerdos. Pero qué va. Jamás han llamado a manifestarse, por ejemplo, para que el Estado cumpla con su compromiso de dedicar el 0,7% del PIB a la ayuda a los países empobrecidos. No recuerdo yo que hayan convocado tampoco ninguna marcha contra los dictadores genocidas del Cono Sur (antes al contrario, podría decirse). Menos aún que suscribieran llamamientos para manifestarse contra la dictadura de Franco (cierto es que hubieran tenido problemas para correr delante de la policía y sostener a la vez el palio con el que protegían al Generalísimo y sus secuaces).

Me pregunto si la finalidad de esta convocatoria será la de dejar constancia de que, en criterio de los señores obispos, pintan más varios cientos de miles de manifestantes que bastantes millones de votantes. Todo puede ser. Recuérdese que tuvieron un feligrés muy devoto -«caído por Dios y por España», según dejaron escrito en los pórticos de miles de iglesias celtibéricas-, que sostenía que lo mejor que puede hacerse con las urnas es romperlas.

Sea como sea, lo que más me joroba de las actividades políticas del Obispado español, incluido su machacón agit-prop mediático, es que se financien, en todo o en parte, a costa del erario, o sea, con el dinero de todos. Y que el Estado las catalogue como «actividades sociales».

Cada año nos pregunta si queremos dar nuestros euros impositivos a los asuntos del clero o a «otras actividades sociales». ¿Otras? ¿Qué pasa, que las de la jerarquía católica lo son? A fe que no.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 18 de junio de 2005

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Fraga grotesco

JAVIER ORTIZ

        
Del incidente provocado por la comparación que hizo la pasada semana Manuel Fraga, asociando a los electores gallegos que se declaran indecisos con las mujeres que guardan silencio sobre la cantidad de hombres con los que mantienen relación carnal -comparación innecesaria, confusa e insultante para todos los aludidos, en general-, lo que más me llamó la atención fue el desparpajo y el cinismo con los que su autor se desmintió acto seguido. No sostuvo que él tratara de decir otra cosa; afirmó que dijo otra cosa, «y punto». Al día siguiente, cuando una periodista le objetó: «Pero hay una grabación televisiva en la que se le oye decir lo otro», él replicó, impertérrito: «Esa grabación es falsa».

Fraga está muy pasado de rosca. «Fragagá», he visto que lo llaman algunos. Pero sus patinazos no son patinazos cualesquiera: siempre resbala en la misma dirección. Y del mismo modo. En concreto, se verá que nunca se pone en evidencia diciendo la verdad. Puestos a establecer comparaciones, lo suyo también me sugiere una: sus chocheces son como los olvidos de quienes se pretenden «despistados». Siempre se despistan a su favor. No he visto a ninguno que trate de devolverte dos veces lo que le prestaste. «¡Qué cabeza la mía!», sueltan cuando se lo recuerdas. Qué cabeza tan interesada, sí.

A Fraga le pasa lo mismo: desbarra por el lado de la falsedad, la demagogia, el espíritu impositivo, el machismo... Como todos cuando nos vamos haciendo mayores -muy mayores, en su caso-, es cada vez más la caricatura de sí mismo. Hace poco le oí decir que su Gobierno inaugura una guardería al día. Me dije: «O es mentira, o es que había poquísimas guarderías en Galicia, o les van a sobrar un montón». No me tomé el trabajo de comprobar el dato. El día que diga una verdad, él mismo la enterrará bajo una montaña de mentiras.

De todos modos, me produce una muy especial irritación el aire de superioridad que se dan algunos no gallegos cuando se preguntan en voz alta cómo puede ser que, siendo Fraga así, pueda haber todavía un alto porcentaje de electores que dude si darle su voto.

La observación resulta molesta por partida doble. Primo, no tienen derecho a manejar ese reproche quienes figuran en conjuntos sociales que han convertido en presidentes a piezas del mismo género, tan pobres en ética como en estética. Secundo: es incomprensible que aún quede gente, ilusa ella, que crea que los votos que recolecta Fraga nacen del entusiasmo que suscita su persona, y no del tupido entramado de intereses que se ha ido creando a su alrededor.

¿Que Fraga resulta grotesco? Por supuesto. Pero eso no lo convierte en excepcional. Si se suprimiera todo lo grotesco que se refugia y florece en el jardín de la vida política española (Bono incluido), apenas quedaría nada de nada.

No os regodeéis demasiado con la idea. Es imposible.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 15 de junio de 2005

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El techo de Rajoy

JAVIER ORTIZ

         
La derecha española está saliendo del armario. Es de agradecer. Resultaba grotesco ver a derechistas consumados fingiéndose modernos y tolerantes, haciendo como si fueran acendrados defensores de los derechos de las nacionalidades -hablando catalán en la intimidad y hasta soltando algunas cosillas en vascuence, fuera de zulo, talde, herriko taberna, kale borroka y otros términos consagrados por la Real Academia de la Audiencia Nacional-, dándoselas de partidarios de la plena igualdad entre los sexos, de la aconfesionalidad del Estado, del pleno reconocimiento de los derechos civiles de las y los homosexuales, de enemigos mortales de la xenofobia... En fin: travestidos con las señas de identidad de la España desafecta.

Están más propios así, en su salsa, manifestándose en contra de esa marranada del matrimonio homosexual, clamando contra el diálogo como fórmula de superación de la violencia, sosteniendo que quien pacte con nacionalistas de la periferia acabará quiera que no poniendo bombas y vendiendo a su propia madre, negándose a dar los buenos días en euskara incluso en un centro de enseñanza de esa lengua –lo hicieron en Navarra hace pocos días varios representantes de UPN: con un par, como Dios manda– y oponiéndose a las listas electorales paritarias, por mucho que las Ana Botella, las Esperanza Aguirre y otras Margaret Thatcher hayan demostrado hasta la saciedad que la presencia en la vida política de mujeres de su estilo no pone en peligro el orden establecido, sino todo lo contrario.

Durante años se ha dado por supuesto que la derecha pura y dura tiene en España una existencia casi marginal, intrascendente. Es falso. El franquismo no constituyó un fenómeno superficial, episódico. Fue la expresión de una corriente social de hondas raíces históricas. De unas raíces que nadie ha arrancado y que, aclimatándose a los nuevos tiempos, siguen empujando hacia la superficie. Y aflorando.

La derecha española recalcitrante existe, y tiene un peso social de primera importancia. Se manifiesta con particular transparencia en aquellos aspectos que cree menos politizados: en sus preferencias culturales y artísticas, en sus forofismos deportivos, en sus querencias mediáticas.

Es de agradecer –ya lo he dicho– que haya decidido manifestarse sin tapujos. Y que los líderes del PP encabecen el movimiento.

Merecen gratitud no sólo por el valor de su sinceridad, sino también porque, situándose en el campo de la derecha pura y dura, recolectarán los votos que tiene en España la derecha pura y dura. Que son muchos, pero no dan para gobernar.

En tiempos se toparon con lo que se llamó «el techo de Fraga». Lograban los votos de la derecha tradicional, pero no más. Ahora van camino de alcanzar «el techo de Rajoy». Aunque no creo que Rajoy aguante para verlo.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 11 de junio de 2005

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El tren de Europa

JAVIER ORTIZ

        
Uno de los principales errores que han cometido las supuestas cabezas pensantes de la Unión Europea es el de dar por hecho que sus decisiones, mejores o peores, eran las decisiones, las únicas posibles, porque carecían de alternativa.

A veces han comparado la construcción europea a la marcha de un tren. «Sus conductores pueden decidir qué velocidad sigue, pero no por qué vía circula», decían. La vía -se suponía- era la tendida por ellos. En alguna otra ocasión han recurrido al símil de la bicicleta: sostenían que la UE tiene que avanzar obligatoriamente, aunque no sea en la dirección más adecuada, porque es como una bicicleta, que si se para se cae. Es curioso que no hayan reparado en lo inquietante que resultaba la fusión de ambas comparaciones: venía a insinuar que vamos subidos a un tren que avanza sin posibilidad de detenerse. Algo tan peligroso como absurdo: a nadie le interesa un tren del que sólo cabe bajar tirándose en marcha.

El presidente del Gobierno español se ha aficionado a afirmar que el proceso que sigue la Unión Europea representa «la ilusión» y «la alegría». Pues bien, no. Precisamente ése es uno de sus problemas clave: no ilusiona. O, mejor dicho: ilusiona, sí, a los ciudadanos de los estados del Este de Europa, necesitados de fuertes ayudas a su desarrollo y deseosos de integrarse en un bloque que les confiera estabilidad y los proteja de aventuras. Pero ilusiona muy poco a la ciudadanía de Europa occidental, que no ve que el proceso en curso apunte a un proyecto político y social atractivo y con perfiles propios. Lo que perciben los pueblos de los ex Doce es que están perdiendo soberanía pero no en beneficio de una soberanía popular superior, continental, sino en aras del poder creciente de unas oligarquías comunitarias cada vez más encerradas en sus torres de marfil.

El fracaso del proyecto de Constitución Europea -ya inevitable, según todas las trazas- demuestra que los jefes de la UE no se dieron cuenta de que, o trazaban un proyecto capaz de movilizar a los firmes partidarios de una Europa que sea mucho más que un club regional de neoliberales elitistas, tan bien representados por Giscard d'Estaing, o se les rasgaría el traje por las costuras peor cosidas, es decir, por la ausencia de europeísmo real tanto de los sucesivos gobernantes británicos como de los nacionalistas ultramontanos (o transalpinos) del continente, tipo Aznar y Berlusconi, tan fascinados como Blair por el imperio, por Bush y por el dólar.

No sé si será como un tren, como una bicicleta o como un patinete, pero, se parezca al vehículo que se parezca, lo que no ofrece duda es de que la UE, ahora mismo, va dando tumbos.

Es falso que los planes que se habían marcado carezcan de alternativa. El accidente, por desgracia, representa una posibilidad nada remota.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 8 de junio de 2005

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Fingen que no se enteran

JAVIER ORTIZ

         
Algunos dignatarios europeos sostienen que debería seguir su curso el proceso de ratificación (o rechazo) del Tratado Constitucional de la UE. Afirman que es un deber que todos tenemos para con los pueblos que todavía no se han pronunciado.

Admitiría gustoso el argumento si las cosas se plantearan realmente así. Pero no. Porque la UE ha dejado a los estados miembros libertad para elegir su propio modo de definirse ante el Tratado, y unos lo han hecho o planean hacerlo mediante votación parlamentaria, y otros a través de referéndum, métodos que, según ha quedado sobradamente probado, no son en absoluto homologables. De haber optado por la vía parlamentaria, tanto Francia como Holanda habrían dicho . Y España, en lugar de obtener un respaldo exiguo en un referéndum deslucido por la bajísima participación, habría exhibido un aplauso abrumador. Lo cual indica que, aunque acabe pronunciándose el total de los estados pertenecientes a la UE, eso no nos ilustrará sobre lo que opina realmente la población europea.

Entiendo el afán con el que algunos políticos europeos se empeñan en desentrañar las razones ocultas del no, para denunciar la colusión que se ha producido entre resquemores reaccionarios, de signo chovinista, elitista y xenófobo, y posiciones críticas, hostiles a la globalización neoliberal o, como se dice ahora, altermundistas. Pero esa coincidencia es secundaria. No sólo porque el también tenga su propia fea cara oculta, sino, sobre todo, porque lo esencial del conflicto que ha estallado en la UE no se encuentra ahí. Lo que los rechazos de Francia y Holanda han puesto en primer plano es el disgusto generalizado de la ciudadanía europea ante el liderazgo que ejercen los Juan Palomo en todos los organismos ejecutivos comunitarios. Ellos se lo guisan, ellos se lo comen. Más o menos para el pueblo, pero, en todo caso, sin el pueblo.

Tenían motivos para temérselo. La muy escasa participación popular en las elecciones parlamentarias europeas lo venía anunciando convocatoria tras convocatoria. Ahora ya tienen la prueba rotunda: hacen legión los europeos que se sienten ajenos a sus tejemanejes y que no se fían ni de ellos ni de lo que pueda resultar de sus experimentos de laboratorio.

En medio de ese barullo, un motivo para el jolgorio: nuestro ministro de Exteriores, Moratinos, atribuye los noes francés y holandés al desinterés, la desinformación y la falta de visión de futuro de los ciudadanos de ambos países. Sí, va a ser eso. De ahí la elevada participación que se ha registrado en las votaciones respectivas. No como aquí, donde todo el mundo demostró un interés enorme, un nivel de información de primera y una penetrante perspectiva histórica. Por eso sólo acudieron a votar cuatro de cada diez electores potenciales. Por eso sólo respaldó la Constitución Europea el 35% del censo.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 4 de junio de 2005

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En defensa del voto francés

JAVIER ORTIZ

         
Perdónenme si prescindo de adornos y me ciño en plan telegrama al examen de algunas de las conclusiones a las que han llegado los partidarios de la Constitución Europea tras el no de Francia.

Primera: «Hay que seguir adelante en el proceso de ratificación de la Constitución Europea porque, si bien Francia ha mostrado su oposición, son muchos más los europeos que le han dado su apoyo».

Un argumento falaz. Salvo en el caso español, los otros estados que han aprobado el proyecto lo han hecho a través de sus teóricos representantes políticos, sin permitir que sus poblaciones respectivas se pronuncien. Cuestión clave, porque éste es uno de esos asuntos en los que -como sucedió en España el 14-D de 1988- los políticos profesionales, tan dados a la defensa de sus intereses gremiales, se divorcian del sentir mayoritario de la población. El propio referéndum español confirmó ese desapego: la aplastante mayoría del Parlamento defendió el , pero sólo logró el respaldo del 35,8% del electorado. De haberse ceñido a la vía parlamentaria de ratificación, también Francia habría respaldado la Constitución Europea.

Otro argumento: «El voto francés ha sido resultado de una problemática interna. Los franceses querían castigar a Chirac y Raffarin».

¡Qué manía de interpretar los votos que no gustan! Investigar en cabeza ajena es un recurso tan tramposo como inútil, condenado a desembocar en hipótesis imposibles de verificar. Pero es que en este caso, además, todo es parte de lo mismo: la impopularidad que Chirac y Raffarin se han ganado a pulso se debe, en lo esencial, a la puesta en práctica de los criterios económicos y sociales que consagra la Constitución Europea.

Otro más: «Los franceses tienen una posición egoísta. Tratan de preservar privilegios que son imposibles en la nueva Europa».

Contestación: no son privilegios; son conquistas sociales que han tardado más de dos siglos en obtener y en afianzar. Es el llamado «Estado del Bienestar». Los valedores de la nueva Europa dan por hecho que sólo es posible afrontar la feroz competencia económica internacional sacrificando esas conquistas. Otros pensamos que no, y lo razonamos. Dejen de descalificarnos con simplezas y respondan a las razones.

Ultima objeción: «¿Y cómo se administra el no? ¿Ahora qué?».

Respuesta: ¿qué es eso, un reproche o una autocrítica? Si no tenían prevista la posibilidad de que les respondieran que no, ¿qué clase de consulta plantearon? Sólo una banda de irresponsables puede afrontar una disyuntiva tan importante sin prever qué hará en caso de derrota. Utilizaron su propia imprevisión como chantaje («O lo nuestro o el caos») y ahora, cuando les han dicho que no a lo suyo, se encuentran con un lío de mil pares que no saben cómo gestionar.

Lo que demuestra que, aparte de todo lo demás, son también de una preocupante mediocridad.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 1 de junio de 2005

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