Columnas
de Javier Ortiz aparecidas en
durante el
mes de octubre de 2004
[para fechas anteriores, ve al final de esta página]
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Como por
ejemplo |
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JAVIER ORTIZ Por esas
informaciones me he enterado de que el acusado por el homicidio, un individuo
de aire patibulario llamado José David Fuertes, ha sido absuelto por un
jurado popular. De la lectura
de las informaciones publicadas he sacado algunas conclusiones, que sintetizo
a continuación: 1) El
acusado, José David Fuertes, que ejercía aquella noche de portero del pub en
cuestión, es un facha racista de aquí te espero, como suelen serlo los
individuos que contratan para esas funciones los dueños de ese género de
locales. De su talante ultra hay testimonios suficientes y su propia actitud
en el presente no permite albergar la más mínima duda al respecto. 2) El tal
Fuertes ha reconocido que agredió a la víctima a puñetazos («Le di un
guantazo», declaró). Aunque los testimonios no coincidan, cabe establecer que
le golpeó y le causó lesiones. 3) Tras los
sucesos, el individuo escapó de Madrid. Alquiló un piso en Torrevieja y se
encerró en él. Cuando la Policía fue a detenerlo, intentó huir. Llevaba una
pistola con quince cartuchos, una navaja y un machete. 4) No
obstante, y por lo visto en la vista, nadie vio a Fuertes apuñalar a Ndombele
Augusto. No hay ningún testimonio ni ninguna prueba que permita incriminarlo
sin sombra de duda. Si de dejar
constancia de impresiones y sospechas se tratara, yo no tendría duda alguna:
para mí que el pájaro ése, que tiene la peor de las pintas, fue quien lo
hizo. No sé si en
el jurado popular habrán influido prejuicios racistas. Lo que sí sé es que,
si las cosas han sido como he leído que han sido -insisto en la advertencia-,
de haberme tocado formar parte del jurado, yo también habría emitido un voto
de «No culpable». Por la razón elemental de que no ha quedado establecida su
culpabilidad sin ninguna posibilidad de duda. Aplico el
principio imperativo: In dubio, pro reo. En no pocas
ocasiones, gentes no muy benevolentes con mi persona han dudado de las
verdaderas razones por las que me he opuesto a sentencias de culpabilidad de
escaso fundamento probatorio, atribuyéndome inconfesables complicidades
ideológicas con los condenados. Este caso me vale como ejemplo de lo
contrario. El tal José David Fuertes me produce una repugnancia que se acerca
al siempre inalcanzable techo de lo absoluto. Mi animadversión hacia su
persona, su estilo, sus maneras, su modo de hablar -hacia su facherío
esencial, por resumir-, es total. Pero si no
hay pruebas de que él matara a Ndombele Augusto, no puede ser condenado. Es
así de sencillo. Por complejo que sea. [Es copia del
artículo publicado por El Mundo el 30 de octubre de 2004] Para volver a
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Curiosa democracia |
JAVIER ORTIZ Confieso que esas manifestaciones me han dejado un tanto perplejo. Lo primero que me choca es que Patxi López no diga que lo
que su partido rechaza no es que una parte de los vascos decida lo que debe
hacer la totalidad, sino que los vascos -sean en el número y en la proporción
que sean- tengan derecho a decidir su futuro por ellos mismos. Porque lo que
han venido defendiendo hasta ahora tanto su partido, en general, como la
sección vasca de su partido, en concreto, es que el destino de Euskadi ha de
determinarlo el pueblo español en su conjunto, y que en eso debe pintar tanto
el criterio del ceutí como el de Hernani. O el de San Fernando como el de
Sestao. Dado lo cual, no tiene sentido que Patxi López se dedique a especular
sobre la opinión que a tal respecto puedan tener o dejar de tener los vascos
considerados como entidad aparte. ¿O sí? ¿Será tal vez que el PSOE ha cambiado otra vez de
criterio sobre estas cosas y yo no me he enterado? Ya defendió en los años 70
el derecho de autodeterminación de Cataluña, Euskadi y Galicia. A lo mejor
está volviendo por sus fueros. No lo descarto, porque he oído que Rodríguez
Zapatero se ha comprometido a respetar lo que decida el Parlament catalán
sobre la reforma del Estatut, y eso tiene un inconfundible aire
autodeterminista. Pongámonos por un momento en la hipótesis de que Patxi López
esté en la idea de que han de ser los vascos quienes decidan sobre el futuro
de Euskadi sin interferencias ni intromisiones ajenas. De ser así, entonces sus problemas vendrían por el lado
de la democracia. Porque un demócrata no puede afirmar, como él lo ha hecho,
que nunca admitirá propuestas políticas que dividan a la población. Y menos
aún que rechace que una parte de la ciudadanía decida qué debe hacer el
conjunto. Ambas cosas están en el ser mismo de la democracia. Los demócratas
consideramos que la existencia de líneas políticas divergentes es un
excelente signo de vitalidad de la sociedad. Y somos partidarios de que la
ciudadanía vote, y de que se obre conforme a lo que decida la mayoría.
Básicamente porque, si tuviéramos que esperar a ponernos todos -o la
inmensísima mayoría- de acuerdo en cada cosa importante, nunca haríamos nada.
Y porque, si rechazáramos obrar conforme al criterio de la mayoría,
estaríamos propugnando la dictadura de la minoría. Ese es el meollo del asunto: que lo que muchos defienden
para Euskadi es que la mayoría de la población vasca se pliegue a las
exigencias de la minoría. Curiosa democracia. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 27 de octubre de 2004] Para
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Kerry contra Bush |
JAVIER ORTIZ -Y tú, si pudieras votar en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, ¿qué harías? Gervasio tiene la costumbre un tanto irritante de hacer
como que te formula preguntas cuando lo que en realidad quiere es disertar
sobre lo que opina él. Para Gervasio Guzmán, el tema de conversación más
apasionante que puede existir en el mundo es Gervasio Guzmán. Fue muy
celebrado hace años en nuestra pandilla por la pregunta que le hizo a una
bella moza, a la que le soltó con una sonrisa que pretendía ser cautivadora:
«Pero hablemos de ti: ¿qué opinas de mí?» -Yo, desde luego -se respondió sin darme siquiera tiempo
de abrir la boca-, votaría a Kerry. Prosiguió sin concederse ni siquiera tiempo para
respirar: -Ya, ya sé que Kerry no es gran cosa, y que nada asegura
que no vaya a hacer una política muy parecida a la de Bush, sobre todo en los
principales conflictos del mundo, incluido el de Israel... Pero siempre
existe la posibilidad de que se muestre menos belicoso. En cualquier caso, lo
que no podría es hacerlo peor que Bush. Dicho lo cual, realizó una pausa de las llamadas
«valorativas». Aproveché la ocasión. -No lo afirmes tan rotundo, Gervasio. Ya sabes lo que
decía Antonio Machado, que no hay en este mundo nada que resulte
absolutamente imposible de empeorar. Se lo dejé caer más que nada para tocarle las narices. De hecho, la principal duda que me asalta en las
elecciones presidenciales estadounidenses es siempre la misma: ¿con qué
margen de libertad real cuentan los candidatos? ¿En qué medida las enormes
maquinarias de selección y preparación que se ponen en marcha para convertirlos
en aspirantes a la Presidencia no los transforman en individuos sin
personalidad, sin derecho a tener criterios propios, sometidos en todo -hasta
en el último elemento de la vestimenta, hasta en el gesto con el que toman
del brazo a su mujer o pasan la mano amorosamente por la mejilla de sus
hijas- a los dictados de la mercadotecnia política? -Gervasio -dije al final-. Creo que tu pregunta tiene
trampa. -¿Por qué? -se extrañó. -Porque haces como que tratas de averiguar qué haríamos
tú y yo si pudiéramos votar en las elecciones presidenciales de Estados
Unidos. Pero, para que nosotros pudiéramos votar, tendríamos que ser
ciudadanos de EEUU. Y si lo fuéramos, todo el resto de nuestras opciones
estarían condicionadas por ese hecho. Lo que en el fondo estás preguntando es
qué haríamos los hijos de la vieja
Europa si retomáramos el control de los territorios del Nuevo Mundo. -¿Y qué haríamos, según tú? -me replicó Gervasio,
sonriente. No se me ocurrió ninguna respuesta que no fuera típica
de un hijo de la vieja Europa. -Pues el ridículo, supongo. Como siempre. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 23 de octubre de 2004] Para
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Frailes y cocineros |
JAVIER ORTIZ La puesta en libertad de alguien así no les incomoda, ocupados como están en reclamar que se castigue con cárcel el miedo de dos cocineros. Es pasmosa la naturalidad con la que se utilizan hoy en
día varas de medir escandalosamente diferentes. Mientras todo el mundo especula sobre el futuro penal de
los dos cocineros, acusados por un detenido (que al parecer tiene línea
directa con los medios de comunicación), apenas se está hablando de una
disparatada vista judicial que se celebra estos días: la del llamado caso Otano. Se supone que la Audiencia
de Navarra juzga un delito de encubrimiento de cohecho cometido por quien era
a la sazón presidente de la Comunidad Foral, Javier Otano. Pues bien: el
fiscal ha pedido que el tribunal se declare incompetente porque -alega- el
presunto delito se cometió fuera de España. La muy injustamente llamada
acusación pública se apoya en que el dinero del cohecho fue depositado en una
cuenta corriente en Suiza, desdeñando que la operación se gestó y pactó en
España. La pretensión exculpatoria del fiscal se ve facilitada por la
circunstancia, no menos insólita, de que el Gobierno de Navarra decidió no
querellarse contra los acusados, pese a que fueron las arcas forales las
sometidas a pillaje. Con lo cual, al no haber denuncia de la parte
perjudicada, el fundamento jurídico de la acusación anda por tiempos. Otano comparte acusación con el también ex presidente
navarro y ex cura Gabriel Urralburu, acusado de haberse embolsado la dádiva de 176 millones de pesetas de
Bosch Siemens. Urralburu, según nuestra singular legislación en materia de
cohechos, sólo podría ser condenado a cuatro años y dos meses de cárcel, que
ya en ningún caso cumpliría. Me pregunto cómo puede ser que pase sin pena ni gloria
el enjuiciamiento de un escándalo de esas dimensiones. Y cómo se explica que
haya tan escaso interés por recordar un caso de corrupción tan flagrante. Y
cómo se justifica que la propia Justicia haya abordado el asunto tan tarde y
con tan poco entusiasmo, hasta el punto de dejarlo casi (o sin casi) impune. Me lo pregunto, sí, pero prefiero no responderme, porque
podría ser que la respuesta me acarreara una acción fiscal en nada parecida a
la que han merecido Otano y Urralburu, que han sido llamados a responder ante
los tribunales tarde, poco y mal. No sé. Lo mismo es que ellos se benefician de haber sido
frailes antes que cocineros. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 20 de octubre de 2004] Para
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Miedo insuperable |
JAVIER ORTIZ No comparto ese criterio. Me parece harto dudoso que el pago de una extorsión pueda ser definido como un acto de colaboración con el terrorismo. Colaborar es trabajar de manera conjunta, cooperar para la consecución de un fin, y quien paga a ETA bajo amenaza no persigue ni mucho menos el mismo fin que los terroristas. Ellos buscan promocionar su causa; quien paga, en cambio, lo único que pretende es evitar que le den dos tiros por negarse a hacerlo. Si eso es colaborar con el terrorismo, habrá que acusar de promocionar los atracos a mano armada a todo aquel al que asalten a punta de pistola y se avenga a desprenderse de su billetera. No estamos hablando de un peligro hipotético, sino de un
riesgo cierto. ETA ha llegado a castigar con la pena de muerte el impago de
su sedicente «impuesto». Es cierto que ha habido empresarios que han rehusado
pasar por el aro -también hay gente que planta cara a los atracadores cuando
es asaltada, si vamos a eso-, pero no creo que quepa exigir al común de los
mortales que ejerza de héroe, y menos cuando su oficio le obliga a estar de
cara al público -desprotegido, en consecuencia- día sí y día también. Se dice que Arzak y Subijana pueden alegar la eximente
de «estado de necesidad». No diré que no, pero yo que ellos, en el caso de
que reconozcan haber pagado, apelaría directamente a la circunstancia
prevista en sexto lugar en el artículo 20 del Código Penal, que exime de
responsabilidad «a el que obre impulsado por miedo insuperable». Es su caso. De todos modos, no deja de resultar paradójico que
muchos de los que hace nada felicitaban al Gobierno italiano por haber
resuelto felizmente el secuestro de las
Simonas gracias a un generoso pago en dólares, se lleven las manos a la
cabeza ahora porque unos particulares huyen de problemas mayores haciendo lo
propio. Es igualmente chocante que quien castigue con tanta severidad esos
desembolsos sea el mismo Estado cuyos dirigentes pagaron 200 millones de
pesetas en 1979 para liberar a uno de los suyos: el hoy director del Comité Antiterrorista
de la ONU, Javier Rupérez, que había sido secuestrado por ETA. Nadie procesó
entonces a Adolfo Suárez, pese a que el delito en cuestión ya figuraba en el
Código Penal, concretamente en el art. 174 bis a). Digo yo que convendría servirse de los embudos para lo
que valen, sin meterlos en danza cuando de leyes se trata. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 16 de octubre de 2004] Para
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Compañeros de rejas |
JAVIER ORTIZ En las más populosas, los presos políticos vivíamos separados de los reclusos comunes. Teníamos algún trato con ellos, pero esporádico y superficial. En cambio, en las cárceles pequeñas, en las que apenas había presos políticos, la relación era constante. Recuerdo mi paso por la cárcel de Girona, con capacidad
para unos 80 presos. Fue en 1974. Allí sólo había dos políticos: Xavier Corominas, un sindicalista de la papelera
Torras que con el paso de los años sería alcalde de su pueblo, Salt, y yo.
Siempre estábamos juntos, pero también teníamos relación con algunos presos comunes. Sobre todo con dos. Uno era
un belga entrado en años, de físico mínimo, ex jockey de carreras y más tarde crítico de hípica, al que habían
cogido cuando trataba de atravesar la frontera con una buena carga de hachís.
Se me pegaba como una lapa porque no sabía una jota de castellano y conmigo
podía dar rienda suelta a su amargura. Todos sus conocidos lo habían
abandonado y no tenía ni para pagarse una cerveza, pero era muy orgulloso y
no permitía que lo invitáramos más que de ciento en viento. Xavier y yo
decidimos encargar que le enviaran giros postales desde la calle, como si
fueran de algún amigo suyo. Cuando recibía el dinero de alguno de aquellos
giros, venía muy contento y nos llevaba a la cantina a tomar unos botellines.
El otro era un gerundense culto e inteligente, de físico
parecido al de Paco Rabal, que había trabajado como recepcionista en un hotel
de la Costa Brava y que, harto de que no le pagaran su sueldo, una noche
afanó el dinero que había en la caja de caudales -poco- y se marchó a
América, con la mala suerte de que allí lo localizaron y lo extraditaron. Era
un excelente jugador de ajedrez. Lo condenaron a 11 años. Corominas, el belga, el ex recepcionista y yo formábamos
una especie de pandilla. Nos tratábamos con mucha consideración. En esas
situaciones se establecen lazos muy fuertes. Lo cual no quiere decir que
simpatizara con el tráfico de drogas, ni que planeara dedicarme a robar las
cajas de caudales de los sitios en los que trabajara en el futuro. Cuando leo ahora artículos de prensa en los que se
especula con la posibilidad de que ETA tenga vínculos con el terrorismo
islámico porque presos de ambas militancias han mantenido buenas relaciones
en tal o cual cárcel, me entra la risa. No tiene nada que ver. Lo más
probable es que se acercaran los unos a los otros buscando a alguien con
quien hablar de asuntos que fueran más allá de la cárcel, el fútbol y las
tías buenas. O por mera curiosidad. Supongo que quienes escriben esos
artículos no han estado nunca en la cárcel y no tienen ni idea de cómo se
vive y convive en prisión. Eso que salen ganando, desde luego. Pero ¿por qué
hablan de lo que ignoran? [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 13 de octubre de 2004] Para
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El dilema del PP |
JAVIER ORTIZ Es cierto que ambos están ávidos de poder y se les nota mucho, pero sería un error menospreciar los aspectos políticos de sus diferencias. El candidato de Gallardón a la Presidencia del PP de Madrid, Manuel Cobo, las dibujó anteayer con bastante claridad: dijo que aspira a forjar un PP que incluso quienes no lo voten consideren que es una opción digna de consideración, no descartable por principio. Sabe que hay un amplio sector del electorado que siente una aversión casi instintiva por su partido y quisiera acabar con eso. El propio Gallardón apuntó en la misma dirección cuando reprochó a la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid su actitud (¿o habría que decir «su talante»?) poco «centrista» y poco «liberal». Lo que ambos plantean, en definitiva, es la conveniencia
de que el PP evolucione hacia posiciones más al centro -es decir, menos a la
derecha-, de modo que conjure de una vez por todas el fantasma de la herencia
franquista que, casi 30 años después, sigue lastrando su imagen. La idea no parece mala. Pero también puede entenderse que haya quienes la acojan
con desconfianza. Por lo que mi información alcanza, el PP es el único
partido europeo que aglutina y sirve de referente electoral en su país a
todas las fuerzas de la derecha (de la derecha clásica, quiero decir), desde
las más extremas a las más moderadas. De ahí que venga recolectando desde
hace años una estimabilísma cantidad de votos. El mantenimiento de ese conjunto de respaldos exige un
muy difícil equilibrio. El PP debe ser lo bastante derechista como para no
descontentar a los sectores más ultras
de la población, que son amplios y cuentan con una nutrida representación
mediática, pero debe ser también, a la vez, lo suficientemente templado y
moderno como para no asustar a la parte de la derecha menos fanatizada y más
proclive al liberalismo político. Toda la cuestión estriba en saber cuántas vueltas de
tuerca cabe dar en el sentido que apunta Ruiz-Gallardón sin que el PP se pase
de rosca y se encuentre con que, muy a su pesar, ha creado las condiciones
para el surgimiento de un partido ultra
que quiebre la unidad electoral de la derecha. Disyuntiva que, claro está,
también se plantea por el lado opuesto, porque no tiene nada de imposible
que, si el PP se atrinchera en las posiciones de la derecha más rancia
-modelo Acebes, para entendernos-, el PSOE le vaya arrebatando más y más
votos por el flanco del llamado centrismo. Cabe que la solución hubiera
estado en dejar todo tal cual. Pero, ausente ya la mano de hierro de Aznar,
eso se ha vuelto imposible. Muchas ansias personales de liderazgo, reprimidas
durante demasiado tiempo, han encontrado de pronto vía libre. Están
desatadas. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 9 de octubre de 2004] Para
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En cal viva |
JAVIER ORTIZ No me chirriaría tanto la excarcelación de Galindo si la excusa esgrimida por el Gobierno de Zapatero no fuera tan ridícula y, sobre todo, si la medida no vulnerara de manera tan flagrante el principio de igualdad de los ciudadanos ante la ley. Porque no veo ninguna razón -confesable, quiero decir- por la que el Estado deba ser tan clemente con el reo de un delito de doble asesinato cuando se muestra del todo inmisericorde con otros reclusos, situados ya fatídicamente en la recta final de sus vidas. Se refirió José María Aznar el
pasado domingo a los crímenes de Rodríguez Galindo cuando aludió a la
ocultación de cadáveres en cal viva. Me indignó. Porque es indignante
que alguien afecte principios de los que carece. En primer lugar: si el
soterramiento en cal viva de Lasa y Zabala le pareciera tan espantoso como
dice, debería haber instado al partido que preside a título honorífico a
clamar contra la puesta en libertad -vigilada, pero libertad- de su máximo
responsable.Y se ha cuidado de hacerlo. En segundo lugar: si realmente
siente tanta repugnancia por el partido que, según da por hecho, alentó esos
enterramientos, se entiende mal que pusiera tanto empeño, cuando fue
presidente del Gobierno, en pactar con él toda suerte de medidas no sólo
contra ETA, sino también contra quienes no condenan su actividad.¿Habremos de
entender que su política pasaba por aliarse con los justificadores de unos
asesinos para combatir a los justificadores de otros? En tercer lugar: huele a chamusquina
que este hombre sólo se acuerde de los GAL cuando él está en la oposición y
el PSOE en el Gobierno. Habló y habló de ese tétrico asunto antes de llegar a
La Moncloa y vuelve a hablar de él ahora que su partido ha sido desalojado
del poder, pero lo eludió con mucho cuidado, e incluso hizo lo posible para
evitar que se investigara -recuérdese su negativa a desclasificar los papeles del Cesid-, mientras fue jefe
de Gobierno. Pero, en todo caso, y aunque la
alusión a la cal viva no fuera demagogia pura y simple -que lo es-, ¿qué
tendría que ver eso con su corresponsabilidad por lo sucedido en Irak? El
aprobó y apoyó esa guerra, y así fuera Jack el Destripador quien se lo
reprochara, la denuncia seguiría siendo pertinente. La verdad no depende del valor
de quien la pronuncia: si realmente es verdad, se defiende sola. Los delegados al Congreso del PP
le aplaudieron a rabiar. Acto seguido, y según empezó a hablar el nuevo
presidente, muchos optaron por irse. Se ve que les entusiasma mucho más el
pasado que el futuro. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 6 de octubre de 2004] Para
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Vaya un modelo |
JAVIER ORTIZ Puedo entender que haya un importante sector de la población de aquel país que sea muy conservador. Incluso ultraconservador. Puedo entender que crea a pie juntillas que el Todopoderoso ha asignado a sus dirigentes la misión de ordenar y dirigir el mundo, otorgándoles el derecho a hacer lo que tengan a bien, sin que ninguna ley internacional pueda coartar su voluntad. Puedo entender también que considere que Bush está ejerciendo una Presidencia correcta, o aún más: magnífica, y hasta excelsa. Puedo entender -que no aprobar- todo eso, e incluso más. Lo que llevo peor no es que la gente reflexione así o
asao, sino que no reflexione. Es deprimente la capacidad que tiene una parte
importante de la opinión pública estadounidense para frivolizar la política.
Asiste a esos debates televisados como si fueran combates de boxeo por el
título mundial de los pesos pesados, y es capaz de cambiar de bando según qué
contendiente le parezca que se ha mostrado más hábil en la pelea. Después de haber tenido a Bush durante casi cuatro años
como presidente -lo que da materia como para conocerlo más que de sobra, en
todos los planos-, millones de ciudadanos de los EEUU esperan hasta el final
de la campaña para ver qué tal está de reflejos, de cintura y de punch en el cuerpo a cuerpo, antes de
decidir si le darán o no su voto. El mero hecho de que haya un 21% de los
encuestados (¡uno de cada cinco!) que admita tranquilamente que el debate le
ha hecho mejorar la opinión que tenía sobre Bush, da ya cuenta de la solidez
de las bases en las que muchos estadounidenses asientan sus preferencias
políticas. Y va a ser gente como ésa, demostradamente incapaz de
distinguir entre las opciones estratégicas y las habilidades polémicas, la
que va a decidir quién será el gran patrón del mundo durante los próximos
cuatro años. No se tomen ustedes estos comentarios míos como las
suficiencias propias del típico pedantón de «la vieja Europa» que mira por
encima del hombro la tosquedad y el simplismo de las cosas del Imperio
trasatlántico. De ningún modo. Lo mío no es displicencia; es miedo. Porque la
experiencia demuestra que todo lo que se impone en EEUU acaba implantándose
entre nosotros a la vuelta de pocos años. Me asomo a la ventana y veo pasar grupos de chavales que
parecen rescatados de cualquier barrio de Nueva York, con sus gorras al
revés, sus sudaderas con número a la espalda, sus pantalones tres cuartos y
sus enormes zapatillas deportivas. Y esa manera de gesticular, tomada de los telefilmes. Se
han desnacionalizado españoles. Qué más quisiera yo que poder mirar las cosas de los
EEUU con distancia. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 2 de octubre de 2004] Para
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Columnas publicadas con
anterioridad
(desde julio de 2003)
. Segunda quincena de julio de 2003