Columnas
de Javier Ortiz aparecidas en
durante el
mes de enero de 2004
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El orden del día |
JAVIER ORTIZ Cierto es que lo noticiable reparte sus razones. En el caso mencionado, tuvo que ver con el hecho de que se produjeran muchas muertes a la vez y en un lugar tan característico. El mismo número de víctimas, pero registrado a lo largo de varios meses y en los desiertos de Afganistán -por poner otro ejemplo-, no daría ni para una referencia de pasada en los grandes medios (no dio, de hecho). Salvando las grandes noticias ineludibles, en todo caso,
la selección diaria de lo que va a ser noticia (o no), del rango que se le va
a dar (o no) y del modo en que será abordada (o dejada de lado), sigue
vericuetos muy especiales, que no dependen sólo de los intereses de los
medios informativos, sino también, y muy destacadamente, de lo que en cada
momento constituye el orden del día de
la sociedad de la que se trata. El
orden del día, o la agenda, que
dicen los anglófonos haciendo un viaje lingüístico de ida y vuelta: de qué
cosas se está hablando y de qué modo se está hablando de ellas. La capacidad de un partido o de una corriente política
para llevar la voz cantante a la hora de establecer el orden del día informativo da cuenta casi automática de sus
posibilidades de imponerse a corto o medio plazo. Recordémoslo: ya para 1994,
las fuerzas antifelipistas habían
logrado el control del orden del día
de la política española, y todo el mundo hablaba del temario que ellas establecían,
ya se fijara en los grandes casos de corrupción y crímenes de Estado o en
tales o cuales epifenómenos: la caseta del perro de Boyer, los viajes gratis total de Solchaga, el armario
frigorífico para las pieles de Aida Alvarez o el supuesto gafe de Yáñez.
Hasta los felipistas estaban
obligados a hablar de esas cosas, así fuera para quejarse de la importancia
que se les daba. Evoco todo esto para llamar la atención sobre una
realidad bien actual. Lo de la entrevista de Carod-Rovira con ETA tenía dos
posibles enfoques: uno empujaba a centrarse en los errores cometidos por el
propio Carod, denunciando la fragilidad del pacto de Gobierno que asienta la
actual Generalitat catalana; el otro llevaba a subrayar la evidencia de que
el Gobierno ha puesto los Servicios de Información de la Defensa a trabajar
para sus propios fines electorales, espiando a su guisa y filtrando a su
conveniencia los resultados del espionaje. El PSOE ha hecho todo lo posible
por desplazar el debate hacia lo segundo. El PP ha remachado en el clavo de
lo primero. Y ha vencido. Es de eso de lo que se habla principalmente. Lo
otro parece casi una ocurrencia de cuatro recalcitrantes. Esa es la cosa: el PP controla el orden del día de los medios. No hay encuesta más reveladora. [Es copia
del artículo publicado por El Mundo el
31 de enero de 2004] Para
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Tolerancia infinita |
JAVIER ORTIZ Conocida la resolución judicial, el presidente de la Xunta de Galicia ha declarado que no ve motivo para una «acción inmediata» contra el condenado. En un obvio intento de quitar importancia a lo sucedido, Manuel Fraga se ha referido vagamente a la condena: «Parece que ha sido multado», ha dicho, como si no supiera que la multa en cuestión forma parte de una sanción penal. En fin, en actitud de franco recochineo, ha añadido que no cree que Ares se presente a las próximas elecciones locales, pero sólo por razones de edad. Como no parece muy probable que la negativa a sancionar
al alcalde tocador se deba a que su presencia al frente de la alcaldía de
Toques resulte esencial para la supervivencia de la Xunta y el PP gallegos, habremos
de deducir que se trata, sin más, de una nueva exhibición del sostenella y no enmendalla al que tan
aficionado se ha vuelto el partido del Gobierno. Para estas alturas, da igual
ya qué acusación recaiga sobre éste o aquel de sus fieles. Abusos sexuales o
inmobiliarios, compra de voluntades o utilización de los cargos públicos para
realizar negocios privados, tanto le da al partido gobernante: los mantiene
en el cargo hasta el mismo día en que cruzan el umbral del presidio.
Comportamiento protector que hace extensivo a quienes están de su lado aunque
no pertenezcan a su partido, caso del ex presidente del Cabildo de Lanzarote,
Dimas Martín, al que sostuvo hasta su encarcelamiento, pese a que había sido
condenado por sobornar a un concejal del propio PP. ¿Es éste el mismo partido que hace ocho años reclamaba ipso facto la dimisión o la
destitución de todo cargo socialista que fuera acusado de corrupción, no ya
ante la Justicia, sino incluso en la prensa? Los partidos en el poder -en España muy en especial- no
asumen que el mantenimiento de un buen nivel de exigencia ética en sus filas
representa una garantía de futuro para ellos mismos, porque se supone que el
electorado debe confiar más y mejor en quienes se muestran incompatibles no
ya con el delito probado, sino incluso con la sospecha razonable. Se supone, digo. Porque el PP viene dando pruebas
sobradas de todo lo contrario -ahí está el caso del presidente de la
Diputación de Castellón, que es, efectivamente, un caso- y no hay nada que
permita deducir que ese comportamiento vaya a acarrear ningún coste electoral
al partido de Rajoy. Ellos son lo que se les permite ser. La política bajo
sospecha tiende a ocupar el espacio que deja disponible la tolerancia de los
ciudadanos. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 24 de enero de 2004] Para
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Sin precedentes |
JAVIER ORTIZ ¡Así se escribe la Historia! González no renunció en 1996 a nada. La realidad misma
le convenció de la perfecta inutilidad de cualquier intento de formar una
coalición anti-PP. Con independencia de que él mismo se diera más o menos
cuenta de lo exhausto que estaba su prestigio tras los enésimos escándalos
económicos y políticos que jalonaron sus últimos años como presidente, estaba
la evidencia de que CiU, hasta poco antes su fiel aliada, ya no quería
repetir la experiencia. Menos aún en condiciones tan precarias. Y sin CiU no
había nada que hacer. La propia dirección del PSOE asumió que su primer
secretario no podía seguir en La Moncloa. Pero que González hubiera de
renunciar a un nuevo mandato no quería decir que otro socialista no pudiera
aspirar al cargo. Indague Zapatero sobre lo que sucedió entonces, si no lo
sabe. Se enterará de que varios prominentes miembros de la Ejecutiva Federal
iniciaron una rápida ronda de contactos para sondear hasta qué punto podían
contar con aliados para dejar a Aznar con un palmo de narices. Renunciaron a
proseguir sus gestiones sólo cuando constataron la firmeza de la negativa de
Pujol, que hizo algo más definitivo que rechazar su propuesta: no quiso
siquiera recibirles. En suma: que el compromiso que Rodríguez Zapatero ha
adquirido carece de precedentes. Y se entiende, porque los políticos no
suelen limitar voluntariamente su margen de maniobra. Tampoco acostumbran a
asumir principios innecesarios (de hecho, suelen burlarse incluso de los
necesarios). Alguien le ha persuadido de que esa promesa puede
atraerle el voto de una parte del electorado de IU y, a la vez, tranquilizar
a quienes temen que acabe pactando con «las hordas rojo-separatistas», que
diría el otro. De lo primero, más vale que vaya olvidándose: lo que quiere la
gran mayoría de los habituales votantes de IU es que no tenga más remedio que
pactar con Llamazares. Para lo cual, nada mejor que votar a IU y convertirla
en una fuerza necesaria. Lo segundo, en cambio, es más aleatorio. Porque él
no ha dicho que no vaya a pactar, sino que sólo lo hará si se reúnen determinadas
condiciones. Aunque supongo que no desagradará a sus enemigos que se
dedique con tanto entusiasmo a ponerse él mismo la zancadilla. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 17 de enero de 2004] Para
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La Historia, según Aznar |
JAVIER ORTIZ La política exterior española ¿subordinada a Francia desde 1800? Si dejamos de lado el siglo XIX, en el que hubo de todo,
y nos fijamos en el XX, lo primero que habremos de constatar es que, a la
hora de las grandes citas con la Historia, los gobernantes españoles nunca se
pusieron del lado de Francia. No lo hicieron en la Gran Guerra del 14-18,
porque se declararon neutrales, y tampoco lo hicieron durante la II Guerra
Mundial, porque apoyaron a las potencias del Eje, aunque sólo entraran en la
contienda por el frente ruso. El examen de la letra pequeña no mejora el panorama. De
un lado es inevitable recordar los reiterados forcejeos hispano-franceses en
el norte de África. Del otro, los 40 años de franquismo, a lo largo de los
cuales las relaciones entre las autoridades de París y Madrid fueron más bien
frías y distantes. Entre otras cosas por la realidad de esa distancia, en
buena medida ampliable al resto de los estados democráticos de la Europa
occidental -con la excepción parcial de Gran Bretaña-, Franco optó ya en 1953
por refugiarse bajo el paraguas protector de la Casa Blanca, de la que ya
había recibido más de un disimulado favor en el pasado. Se convirtió en un
peón de brega de la política exterior norteamericana y permitió la
instalación de bases de la USAF en España. En razón de lo cual, cada vez que
desde entonces Francia tuvo sus más y sus menos con EEUU, Madrid respaldó las
posiciones del gigante trasatlántico sin la menor vacilación. Aznar se presenta como el iniciador de una nueva
política exterior española. No hay tal. Todo lo contrario. Lo único que ha
hecho es simplificar el juego de alianzas, que se había vuelto un poco más
complejo a partir de la Transición, poniéndose por entero y sin condiciones
al servicio de la voluntad de imperio
de los EEUU. Lo de Aznar es mucho más que una torpe falsificación de
la Historia. Es también una impertinencia gratuita de la que no dejarán de
tomar nota las autoridades francesas. Sobre todo porque, ya metido a
rescribir el pasado a su aire, remata la faena afirmando que antes del 11-S
España se encontró «frecuentemente sola» en su lucha contra ETA. Una observación
que entraña un desprecio tan absurdo como innecesario de la colaboración
prestada -que no regalada, desde luego- por París. ¿Qué quiere? ¿Que le
enseñen en qué consiste realmente estar solo? Tirar piedras contra el propio tejado no es una práctica
muy recomendable. Pero todavía es más estúpido hacerlo por afición, sin que
nadie te lo pida. ¿O es que se lo han pedido? [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 17 de enero de 2004] Para
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La quinta columna |
JAVIER ORTIZ Llamo la atención sobre el hecho de que este Rodríguez Ibarra es el mismo que aún no hace dos meses se refería despectivamente a Carod-Rovira («Se cree el rey del mambo»), presumiendo de que él es presidente de Extremadura con más de la mitad de los votos emitidos en su región, en tanto ERC apenas superó el 16% de los sufragios catalanes. No creyó entonces oportuno recordar el pequeño detalle de que él logró su 51% con menos de 340.000 votos, en tanto a ERC le hicieron falta más de 542.000 para alcanzar su 16%. ¿Es posible que Rodríguez Ibarra no sea consciente de
que la materialización de su propuesta implicaría un cambio radical, no ya en
la legislación electoral, sino en la concepción general del Estado reflejada
en la vigente Constitución? El sabe que no es la ley electoral, sino la
Constitución, la que establece que «la circunscripción electoral es la
provincia» (art. 68.2).Y que eso no se decidió porque sí, sino precisamente
porque se partió de la conciencia de que, dada la diversidad cultural, social
y política de España, habría sido un disparate considerar el conjunto del
territorio como colegio electoral único. El presidente de la Junta de Extremadura parte de un
criterio más que preocupante: según él, sólo es «nacional» -y sólo merece
respeto, al menos a efectos de representación política- aquello que abarca a
la totalidad de España. Cualquier manifestación política que sea exclusiva de
una nacionalidad o región no sólo merece ser desdeñada, sino incluso
combatida. Y combatida no mediante el debate y la emulación, sino por la
fuerza de las leyes. Rodríguez Ibarra ha descubierto con siglo y medio de
retraso la vía prusiana para la unificación nacional. Lo singular es que la haya descubierto desde la
dirección de un partido que se dice federal. En todo caso, no es un novato en estas lides. Tiene que
dar por hecho que su propuesta no cuenta con la más mínima posibilidad de ser
aprobada. No ya en las Cortes, sino incluso en su propio partido. ¿Por qué y
para qué, entonces, la presenta ahora, sabiendo que va a provocar la
marimorena en el PSOE y que coloca a Rodríguez Zapatero en una posición
delicadísima en el peor momento? Me da que hay dirigentes socialistas que no se fían de
que el PP vaya a dar debida cuenta de su actual secretario general y que
están haciendo todo lo posible para asegurarle la derrota. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 14 de enero de 2004] Para
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Pasos mal iluminados |
JAVIER ORTIZ Bono, uno de los diez designados, se apresuró a destacar la importancia que en la labor de este equipo de iluminación tendrá «la lealtad a España». Ignoro qué es eso, pero constato que el secretario
general socialista no ha incluido en el grupo a nadie significado por su
sensibilidad hacia los problemas históricos causados por el uniformismo
nacional, tan caro a las castas dirigentes del Estado español. Por el
contrario, ha decidido rodearse de políticos que se caracterizan precisamente
no ya por su nula sensibilidad hacia esos problemas, sino por su pretensión
de que ni siquiera existen. Hasta el propio origen político-geográfico de los
elegidos parece una caricatura de esa opción: todos proceden del centro y del
sur de España. Así iluminados los pasos de Zapatero, es de temer que
del Ebro para arriba sólo se vea su sombra. Con Bono, Rodríguez Ibarra y
Peces-Barba como cerebros de la asesoría, el papel de las llamadas
«nacionalidades históricas» en la campaña electoral socialista tiene muchas
posibilidades de ser de celofán. En paralelo a este error de criterio, no confeso,
Zapatero ha incurrido en otro proclamado a los cuatro vientos: ha decidido
poner en el centro de su campaña electoral a varios caracterizados
representantes del equipo que acompañó a Felipe González durante su trecenato
en La Moncloa. «Es un capital humano valiosísimo», dice. En lugar de hacer lo imposible para que los del PP se
vean obligado a desterrar de una vez la cantinela del «pues mira que lo que
hicisteis vosotros», él les da facilidades. ¿Qué clase de imagen renovadora
puede ofrecer alguien que conjura fantasmas de un pasado del que quizá él
esté muy orgulloso, pero que buena parte de la población identifica con una
política económica y una política exterior antecesoras de las actuales, con
negocios privados hechos con dinero público, con prácticas policiales
planeadas a imagen y semejanza de las terroristas, con unos medios de
comunicación estatales tan al servicio del Gobierno como ahora y con todo lo
demás? El director de campaña del PP, Gabriel Elorriaga,
declaró anteayer que no vale la pena debatir las propuestas programáticas del
PSOE, porque todo el mundo sabe que los socialistas no van a conseguir los
votos suficientes para gobernar en solitario; que a lo único que pueden
aspirar es a gobernar formando una gran coalición con el resto de los
partidos, cosa que, de producirse, les obligaría a trazar un programa
conjunto, diferente del que van a llevar a las elecciones. Él lo planteó como crítica, pero a mí me parece una
ventaja. Me da que sólo la necesidad de aliarse con otros partidos puede
reconducir al PSOE por caminos mejor iluminados. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 10 de enero de 2004] Para
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De Ibarretxe como petenera |
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JAVIER ORTIZ El ministro
no da más explicaciones. Se ve que piensa que basta con mostrar esa
coincidencia para que todo el mundo se dé cuenta de que la idea del PSOE
tiene que ser perversa. Por fuerza. El plan Ibarretxe se ha convertido en un demonizador
de amplísimo espectro. Hasta la demanda de crear Agencias Tributarias
autonómicas se ve contaminada por el plan
Ibarretxe, por más que las fiscalidades vasca y navarra funcionen según
ese esquema desde mucho antes de que al joven Juan José Ibarretxe se le
pasara siquiera por la cabeza la idea misma de dedicarse a la política. Basta con que
el Gobierno de una comunidad autónoma reclame que la delegación enviada por
el Estado español a Bruselas para negociar un determinado asunto incluya
representantes suyos -porque el asunto en cuestión le afecta particularmente
y cree que puede aportar argumentos más sólidos que nadie- para que
inmediatamente caiga sobre él la acusación de ibarretxismo de lesa patria. El uso del plan Ibarretxe -y del propio Ibarretxe-
como matasuegras de la política española ha alcanzado extremos tan
disparatados, y hasta cómicos, que los voceros -los boceras- del centralismo
a ultranza no han encontrado mejor modo de descalificar al conseller en cap
del Gobierno catalán, Carod-Rovira, que llamarlo Roviretxe, sin reparar siquiera en el hecho de que las propuestas
de Ibarretxe apuntan a un horizonte de engarce de Euskadi dentro del Estado
español, en tanto Carod-Rovira ha expresado sin ambages que lo que pretende,
lisa y llanamente, es la independencia de Cataluña. La ventaja
que tiene para ellos echar mano de Ibarretxe como descalificador universal es
que eso les ahorra discutir el fondo de los asuntos. Así, pueden tildar de
separatistas lo que no son sino propuestas muy razonables de
descentralización de la Administración de Justicia, perfectamente
concordantes con la Constitución. Cosa que no puede decirse de algunos de los
órganos judiciales que les son más caros, como la Audiencia Nacional, cuya
existencia contraviene lo establecido en el art. 24.2 de la Constitución (el
derecho al juez ordinario) y en el art. 117.6 (prohibición de los tribunales
excepcionales). Que nadie se
llame a engaño: si al Gobierno le producen pavor las propuestas de
autonomización de la Justicia es, pura y simplemente, porque ha alcanzado una
gran práctica en el arte de mangonear los tribunales y órganos judiciales
centrales, y teme perder ese instrumento de control específicamente político.
Apela al plan
Ibarretxe -en este caso como en tantos otros- para salirse por peteneras. [Es
copia del artículo publicado por El
Mundo el 7 de enero de 2004] Para
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Columnas publicadas con
anterioridad
[y no
incluidas en los archivos del Diario de un resentido social]
. Segunda quincena de julio de 2003