Columnas
de Javier Ortiz aparecidas en
durante el
mes de diciembre de 2003
(para fechas anteriores, ve al final de esta página)
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Un terremoto llamado Miseria |
JAVIER ORTIZ Leo un muy interesante escrito en el que un técnico en la materia cuenta que, horas antes de que se produjera el terremoto iraní, Los Angeles sufrió otro que, pese a ser más intenso, causó tan sólo dos muertos. Según él, es harto probable que si en Tokio se produjera un temblor sísmico de la intensidad del de Irán, la mayoría de los habitantes de la capital japonesa encajarían el susto sin demasiados aspavientos y proseguirían sus tareas habituales. Porque las construcciones japonesas, al igual que las californianas, están pensadas para resistir -dentro de ciertos límites, por supuesto- los movimientos de la tierra, habituales en sus respectivos pagos. En Irán también saben que pisan
tierras mal asentadas, pero no tienen dinero para costearse edificios
modernos de ese tipo, bien separados entre sí, y dejar para el turismo las
viejas villas medievales, abigarradas, de calles estrechas y casonas
construidas en su día pensando mucho en la defensa militar y poco o nada en
los movimientos del suelo. El mayor peligro de los
terremotos, con gran diferencia, está en las casas. Pero, como no parece que
vivir a la intemperie sea una buena alternativa, las soluciones pasan
obligatoriamente por la buena planificación urbanística y el recurso a
técnicas de edificación adecuadas. Que existen. Pero hay que pagarlas. Y son
caras. Lo que vale para los terremotos
vale también para todos los demás fenómenos naturales que pueden provocar
catástrofes: inundaciones, riadas, huracanes, tifones, erupciones
volcánicas... Todos esos excesos de la Naturaleza han sido ampliamente
estudiados, lo que ha permitido establecer técnicas para precaverse y
defenderse de ellos. Técnicas que no son perfectas, desde luego, pero sí muy
eficaces, que reducen al mínimo la pérdida de vidas. Sin embargo, su
materialización requiere de fuertes inversiones. ¿Accesibles sólo para los
países comparativamente ricos? No: también cabe ver sus benéficos efectos en
las zonas donde viven los ricos de los países pobres. En todo caso, hay algo que ni
siquiera Bush, Blair y Aznar juntos podrían negar: que la miseria mata
muchísimo más que el terrorismo. ¿Por qué invierten entonces tan pocos medios
y tan escasos esfuerzos para combatirla? ¿Tal vez porque la miseria causa
sólo muertos de tercera? [Es copia del artículo publicado en El Mundo el 31 de diciembre de 2003] Para volver a la página principal, pincha aquí |
EN LA RED / PREGUNTA: SI SE LLEVARA A CABO
EL PLAN IBARRETXE, ¿DEJARÍA ETA DE
COMETER ATENTADOS? ÉSTA FUE LA RESPUESTA ESCRITA DE JAVIER
ORTIZ |
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Dejar a ETA sin terreno |
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JAVIER ORTIZ El Gobierno vasco jamás ha
pretendido que su proyecto de reforma del Estatuto de Autonomía, en el caso
de que pudiera abrirse paso, fuera a lograr per se el fin de los atentados de ETA. Sabe de sobra que el
término de la violencia de ETA depende pura y exclusivamente de ETA. Como
sabe que ETA puede decidir su abandono de las armas antes, durante o después
de cualquier iniciativa política concreta. O nunca. Y al margen de todas. Lo que el Gobierno de Vitoria pretende es diferente.
Apunta al establecimiento de un régimen de relación entre Euskadi y el Estado
que resulte más confortable para la mayoría de la población vasca, la cual,
según todos los estudios sociológicos, está a disgusto con las reglas de
juego fijadas por el actual Estatuto, que, por paradójico que resulte,
permiten al Gobierno central no cumplir siquiera lo prescrito en el propio
texto estatutario. Supone el lehendakari que, si se lograra establecer un
engarce más fluido y relajado de Euskadi con el conjunto de España -porque de
eso va su proyecto, impropiamente tildado de «independentista»-, ETA y sus
valedores políticos irían quedándose sin caldo de cultivo. Sin frustraciones
sociales de las que echar mano. Sin cabreos que retroalimentar. Pero ésa
sería una consecuencia lateral. Todo lo importante que se quiera, pero
lateral. El plan Ibarretxe no está
pensado para aplacar a ETA, y menos todavía para atender sus demandas
políticas. Lo que pretende, en lo fundamental, es dar satisfacción a las
aspiraciones populares que otorgaron al autodeterminismo
el respaldo ampliamente mayoritario que logró en las últimas elecciones
autonómicas. Conviene no engañarse -y no engañar- sobre los fines del
plan Ibarretxe. Porque hay quienes
están contando a la opinión pública española que están en liza dos planes
para acabar con ETA: el del Gobierno de Aznar, basado en la eficacia
represiva, y el del plan Ibarretxe,
basado en la renuncia política. Cuando lo cierto es que la eficacia de Aznar
se va a concretar en que prometió que acabaría con ETA en seis años, y se va
dejando el embolado a su sucesor, y que el llamado plan Ibarretxe no está concebido para acabar con ETA, con lo cual
malamente podría competir con nadie en ese terreno. Para luchar contra ETA,
el Gobierno vasco cuenta con la Ertzaintza, que dista de estarse mano sobre
mano, como bien saben las autoridades centrales... y la propia ETA. Si se normalizara y se descrispara la vida política
vasca, ETA perdería buena parte de los apoyos que le quedan. Sin duda. Lo que
no cabe es determinar en qué medida el plan
Ibarretxe, en concreto, podría tener efectos sobre el terrorismo de ETA.
Primero, porque no se sabe si las autoridades del Estado van a permitir que
ese plan sea siquiera debatido en sede parlamentaria. Segundo, porque tampoco
se sabe si, en caso de ser debatido, se mantendría en sus líneas actuales o
tomaría otros derroteros, parcial o totalmente diferentes. Y tercero, porque
tampoco hay que descartar que ETA, aún contando con gente, dinero y armas
para seguir actuando, decida de aquí a no mucho retirarse del escenario,
cediendo el protagonismo a las fuerzas políticas, sin esperar a que el plan Ibarretxe llegue o deje de llegar
a ningún puerto. Lo que le hace más mella a ETA es que la política
pacífica revele que puede dar cauce a las aspiraciones más sentidas por la
mayoría de la población vasca. Lo cual también puede formularse a la inversa:
tanto más se impone el inmovilismo político, tanto más se anima ETA. Javier Ortiz es periodista y autor de una biografía
sobre Juan José Ibarretxe. [Es copia del artículo publicado en El Mundo el 28 de diciembre de 2003] Para volver a la página principal, pincha aquí |
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No es responsable |
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JAVIER ORTIZ Quien más quien menos, casi todos los portavoces políticos han resaltado el «hondo contenido social» de las palabras regias. Como en mi familia acostumbramos a tener la tele apagada cuando el jefe del Estado emite su anual alocución, me he visto obligado a buscar la trascripción escrita del discurso para acceder a esos pasajes tan celebrados. Y lo que me he encontrado es una colección de buenos deseos abstractos, del tipo: «Pongamos remedio al drama de la inmigración ilegal». Estupendo. También habló, según veo, de la necesidad de reforzar la protección social y la educación, y expresó su deseo de que la gente tenga casa, y se declaró en contra de que maltraten a los niños y a las mujeres.Muy píos deseos, qué duda cabe. Pero no apuntó en ningún momento a las causas de los problemas, y menos todavía a sus culpables. ¿Fue ése el «hondo contenido» que celebran? ¿Y qué tendría que haber dicho para que lo consideraran superficial? Por lo demás, no sé qué les
maravilla tanto. ¿Dudaban de que opinara eso? Las palabras del Rey siguieron
fielmente las líneas maestras de la política gubernamental. Sostuvo
-oblicuamente, por supuesto- la participación española en la guerra de Irak,
el papelón de Aznar en la Unión Europea, la cruzada internacional de Bush, la
deificación pepera del texto
constitucional en su versión original (con subtítulos de Jiménez de Parga)...
No se apartó ni por un momento de la pauta. Juro que he buscado con denodado
interés los pasajes laicos del texto, y con lupa de filatélico las
aportaciones republicanas que tanto le gustaron a Llamazares. Admito mi
fracaso. Sólo veo una versión light
del programa del Ejecutivo. «¿Y qué esperabas que hiciera?»,
me reprochará más de uno. ¿Yo? Nada. Sé que los discursos
que pronuncia el Rey no son cosa suya. Que se los escriben. Y que se pactan.
El borrador sale casi siempre de La Moncloa y los retoca -o ni eso- el
personal de la Casa Real. Se da por hecho que al Rey le cumple refrendar
-discretamente, pero sin ambigüedades- la orientación del Gobierno de turno.
En consecuencia, es absurdo criticarle por no ejercer de oposición. Pero, por
las mismas, tampoco tiene ningún sentido aplaudir sus palabras. Como precisa el artículo 56 de
la Constitución, es irresponsable. Yo creo que con eso está todo dicho. [Es copia del artículo publicado en El Mundo el 27 de diciembre de 2003] Para volver a la página principal, pincha aquí |
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El voto del miedo |
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JAVIER ORTIZ No hacían falta esas declaraciones, de todos modos, para constatar que el común de los españoles está entrampado. Casi siempre es la consabida hipoteca del piso la que pende sobre su cabeza de mes en mes. Pero con frecuencia no se conforma con el préstamo hipotecario y añade a eso el plazo del coche, o el del mobiliario, o el de los electrodomésticos... O varios a la vez. Y el de la tarjeta de crédito, por supuesto. La mayoría llama suyo lo que sabe
bien que es sólo relativamente suyo, porque su propiedad real sigue siendo
cosa del Banco Tal o de la Caja de Ahorros Cual que, como deje de recibir los
plazos acordados -así sean los últimos-, puede reclamar la posesión de los
bienes adquiridos con el dinero que prestó o, si hace al caso, llevar al
deudor ante la justicia. Hay una diferencia clave entre
quien no tiene para vivir y quien tiene para vivir comparativamente bien,
pero a crédito. Quien no gana para cubrir sus gastos más elementales pese a
romperse el espinazo trabajando no es imposible que acabe soñando con un
cambio sustancial de las condiciones sociales y que haga lo que esté en su
mano para provocarlo. En cambio, quien consigue sacar adelante a los suyos
entrampándose hasta las cejas vive con el pánico de que alguien o algo mueva
las frágiles piezas de su precario apaño. Se vuelve conservador,
particularmente a la hora del voto, aunque con frecuencia reconozca que el
régimen político, económico y social que él contribuye a mantener se basa en
la usura y la injusticia. En España hay mucho conservador
funcional: gente que es crítica a la hora de la charla de amigos o del sondeo
de opinión, pero rematadamente reaccionaria a la hora de las urnas. En tiempos, allá por la vecindad
de la Transición, se hablaba del «voto del miedo» con referencia al Ejército:
había que tener cuidado con lo que se votaba, no fueran a enfadarse los
militares y dieran un (otro) golpe de Estado sangriento. Si Felipe González
ganó las elecciones de 1982 fue también -estoy persuadido- porque mucha gente
pensó que el PSOE podía aportar más estabilidad política y social que la UCD,
por entonces en proceso de avanzada descomposición. Por paradójico que
parezca, el voto socialista fue también, en parte, un voto conservador. Y en ésas seguimos. El voto del
miedo continúa funcionando. Sólo que ya no es el temor a los militares. Ahora
es el voto del miedo... al Banco. [Es copia del artículo publicado en El Mundo el 24 de diciembre de 2003] Para volver a la página principal, pincha aquí |
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Esa gente |
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JAVIER ORTIZ Cualquiera puede equivocarse, sin duda. Si tus asesores te pasan unos datos con las cifras bailadas, tú vas y te fías, los das por buenos y los difundes. Y metes el cuezo. Es algo que a mí, personalmente,
sería difícil que me ocurriera, porque no tengo asesores -digamos, por
abreviar, que soy yo y mi circunstancia, todo en la misma lamentable pieza-,
pero que a gente tan principal le puede suceder. Pero no en cualquier cosa.
Porque algunas materias son evaluables a simple vista.Sin necesidad de ser
experto. Si yo, por un mal casual,
llegara a ministro y mis asesores me pasaran un informe en el que se afirmara
que los jóvenes españoles pueden conseguir un piso con la gorra, pues no me
lo creería, porque conozco a un puñado de jóvenes y sé lo mal que lo tienen
para hacerse con una vivienda. Así que contestaría a mis asesores que
hicieran el favor de repasar las cifras, y que no trataran de colarme una
patraña. Lo que explica la diferencia,
supongo, es que yo todavía trato con jóvenes normales y sé cómo les va la
vida. A diferencia de Rodrigo Rato, que me da que hace muchísimo que no habla
con jóvenes normales. De ésos que no tienen un duro, quiero decir. De ésos a
los que contratan el lunes y los despiden el viernes para contratarlos de
nuevo al lunes siguiente y así no tener que pagarles el fin de semana. O de
ésos que van a alquilar el piso exhibiendo como aval su contrato de trabajo
fijo y el propietario les replica que lo que ahora se llama contrato fijo no
es garantía de nada -y además tiene razón- y les exige un aval bancario por
el equivalente a un año de alquiler. O que ni eso. Cito a Rodrigo Rato, pero podría
señalar a cualquier otro. Un problema grave que tiene la vida política
española (¿un problema? ¿el problema?) es que está
protagonizada a todos los niveles por gente que no tiene ni pajolera idea de
cómo es, de cómo vive y de cómo se las arregla -cuando se las arregla- la
gente normal. Anteayer leí que Rodolfo Martín
Villa va a ser nombrado no-sé-que -algo muy importante y con un sueldazo- en chez Polanco. Ese menda, desde que
llegó a jefecillo del sindicato de estudiantes franquistas allá por el año de
la Tarara, no ha dejado de viajar en coche prestado y con chófer. Para él y
para la gente como él, los ciudadanos son -somos- sólo un dato estadístico,
una abstracción. Un tema. Son tipos que no saben en qué consiste eso de
ganarse los garbanzos. Y que, en consecuencia, hablan de ello a ojo. La única
vez que vi a Martín Villa emocionarse fue en cierta ocasión en que hablaba de
su tema favorito: él mismo. Esa gente es así. Y no se lo
reprocho. Reservo los reproches para quienes les ayudan -a veces con sus
votos- a que sigan en lo mismo, erre que erre, de por vida. [Es copia del artículo publicado en El Mundo el 20 de diciembre de 2003] Para volver a la página principal, pincha aquí |
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No está en condiciones |
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JAVIER ORTIZ De lo que deduzco la conveniencia de adoptar dos medidas. Primera: habría que retirar ipso
facto al ministro los títulos oficiales que tenga y obligarle a estudiar y a
examinarse de nuevo, hasta que pruebe que ha adquirido los conocimientos de
lógica y de gramática necesarios para conducir asuntos públicos. Segundo: en los exámenes de
referencia debería ponerse especialmente a prueba su capacidad para responder
a las preguntas con explicaciones que no tomen a la audiencia por idiota.
Porque el ejemplo que puso para justificar la innovación legislativa no
justifica ninguna innovación legislativa: el comportamiento al que alude -en
la medida en la que ese galimatías verbal permite entrever alguno- ya está
castigado en los artículos 381 y siguientes del vigente Código Penal, que se
refieren a «el que condujere un vehículo a motor o ciclomotor con temeridad
manifiesta y pusiera en concreto peligro la vida o la integridad de las
personas». El agente de la autoridad que
constate un comportamiento así lo que debe hacer es llevar al conductor
temerario ante un juez, que ya se encargará de retirarle lo que proceda. Pero
con las debidas garantías legales. Quizá sea por los malos hábitos
que ha adquirido ejercitándose en el relato de la captura de células
durmientes de Al Qaeda que atesoraban poderosos explosivos detergentes y
vídeos de edificios emblemáticos, asuntos que luego, Garzón mediante, se han
ido quedando en nada uno tras otro, pero el caso es que este hombre cada vez
se pasa más, y con más desenvoltura. Ahora, que si la mayoría le
aplaude, ¿a cuento de qué tendría que corregirse? [Es copia del artículo publicado en El Mundo el 17 de diciembre de 2003] Para volver a la página principal, pincha aquí |
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El dominó español |
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JAVIER ORTIZ Me consta que la práctica totalidad de los lectores de EL MUNDO tiene un conocimiento exhaustivo de la lengua castellana pero, en atención a los extranjeros que se ejercitan en el uso de nuestro idioma mediante la lectura de este diario, aclararé que el adjetivo «beligerante» equivale a «contendiente» y se aplica, según precisa muy bien doña María Moliner, «a quien está en guerra con otro». ¿Y por qué convoca Zaplana a los
medios de comunicación a lanzarse al combate contra el nonato Gobierno de
Cataluña? Según él, porque la alianza que
le sirve de base «produce inquietud». Veamos. Sabemos que el ministro
portavoz no es libertario (nunca le hemos notado la menor veleidad al
respecto); deducimos que, en consecuencia, desea que Cataluña tenga un
Gobierno (alguno), y damos también por hecho que conoce el resultado de las elecciones
autonómicas. Sobre tales bases, ¿por qué no aclara qué coalición de las
posibles no le habría resultado inquietante? Descartada la presencia en el Govern del PP catalán, inhábil a
tantos efectos, ¿qué habría deseado? ¿Que se asociaran CiU y el PSC? Se
niegan. ¿Entonces? Daré la respuesta que el
ministro calla: los aznaristas habrían preferido que se aliaran CiU y ERC.
Obviamente no porque les caigan bien los gobiernos nacionalistas, sino porque
un pacto CiU-ERC le habría resultado fácilmente demonizable y reductible al
esquema general de su política: ellos como la única fuerza capaz de oponerse
a la anti-España, y el PSOE, de
cero a la izquierda. Ideal para convertir las próximas elecciones generales en
una liza maniquea y asegurarse otros cuatro años de cómodo dominio en el
Parlamento central. Para quienes deseamos que se
revitalice y oxigene la política española, esclerotizada y simplificada hasta
la caricatura, la formación del Gobierno tripartito catalán se presenta como
el posible desencadenante de un efecto
dominó. Antes no he citado completa la
frase beligerante de Zaplana. El ministro afirmó que, además de «inquietud»,
la alianza PSC-ERC-IC produce «inestabilidad en el futuro». Ésa es, sin duda,
su verdadera preocupación: que la nueva realidad política catalana mueva las
piezas del tablero, que anime al PSOE a seguir un rumbo menos sumiso al PP en
los llamados «asuntos de Estado», que le incite a acercarse a IU y a los
nacionalistas de progreso, como los
llaman ahora, y que demuestre que es posible gobernar de manera mucho más
social y solidaria en muy variados terrenos, incluyendo la protección del
medio ambiente, la vivienda y la inmigración. El PP quisiera inmovilizar la
realidad. Pero ya lo ve: Eppur si
muove! [Es copia del artículo publicado en El Mundo el 13 de diciembre de 2003] Para volver a la página principal, pincha aquí |
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Contradicción sobre ruedas |
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JAVIER ORTIZ Eso es precisamente lo que más debería preocupar. No que en un fin de semana concreto se produzcan más muertes de lo normal, sino la regularidad final de la cifra. Es llamativo el poco interés real
que pone nuestra sociedad en el análisis de un problema que es a todas luces
gravísimo. El tráfico mata mucho más que la mayor parte de las lacras que la
ciudadanía pone en primer plano. Sin embargo, cuando las autoridades se
refieren a esa sangría constante, lo hacen de manera casi rutinaria,
centrándose siempre en la responsabilidad individual de los conductores. Por supuesto que esa
responsabilidad existe. Quien conduce de manera imprudente se pone en peligro
él y pone en peligro tanto a quienes lo acompañan como a los demás usuarios
de la carretera.Pero cuando de lo que se trata es de la suma de una cantidad
enorme de imprudencias individuales, el asunto deja de ser abordable apelando
a la conciencia de cada uno. Pasa a ser un problema social. ¿Cómo abordarlo a escala
colectiva? Las autoridades de algunos países han optado por incrementar
espectacularmente la cuantía de las multas. Se trata de conseguir por la vía
del miedo lo que la prudencia y el buen sentido no producen. Pero la
fragilidad y la hipocresía del planteamiento quedan de manifiesto cuando se
sabe que hace poco la policía de tráfico francesa multó en un solo día por
exceso de velocidad... a dos ministros del Gobierno que ha puesto en marcha
una política de sanciones de ese tipo. Mejorar las carreteras, aumentar
la vigilancia, castigar con severidad las infracciones... Todo eso puede
hacerse, aunque se haga poco y mal, porque cuesta mucho dinero y no aporta
gran popularidad. Pero el problema de fondo, lo que dificulta -lo que impide,
en realidad- un afrontamiento radical del problema, es lo que el automóvil
supone en unas culturas tan fuertemente individualistas, competitivas y
apresuradas como las nuestras. El coche es un símbolo de poder. Y de
distinción. Y es un medio para ir por cuenta propia, sin tener que someterse
a una disciplina colectiva. ¿Se puede exaltar a todas horas
el más feroz individualismo y reclamar luego que los así aleccionados tengan
un comportamiento consciente y considerado hacia los demás? Por poderse, se puede. Es lo que
se está haciendo. Pero con los resultados que
están a la vista. O bajo tierra. [Es copia del artículo publicado en El Mundo el 10 de diciembre de 2003] Para volver a la página principal, pincha aquí |
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Aquellos tiempos |
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JAVIER
ORTIZ Hay gente que fía en esa lógica. O en otras parecidas. ¿Que Ibarretxe no cede? ¡A la cárcel con él, y a correr! Y así. Es gente que, si no ve a las
famosas turbas echándose a la calle, en plan marea humana y con teas en la
mano, deduce que todo está en orden. Son como aquel del chiste, que se cae de
un duodécimo piso y que cuando pasa a la altura del 3º uno le pregunta: «¿Qué
tal?». Y él responde sonriente: «¡Por ahora muy bien!». Habitante a tiempo parcial de
Madrid y paciente constatador de los estados de ánimo que son mayoritarios
por debajo del Ebro, he tenido también en los últimos tiempos la oportunidad
de catar con cierto detenimiento los talantes que predominan tanto en Euskadi
como en Cataluña. Y puedo asegurarles que sí pasa algo. Mucho. Lo primero que me parece
obligado admitir es que, con independencia de lo que cada cual piense y de
cómo valore lo que está ocurriendo, el hecho indiscutible es que se está
abriendo una honda zanja política, ideológica, cultural y hasta sentimental
entre las poblaciones de las denominadas nacionalidades
históricas y las que residen en la no menos histórica España eterna. Lo de Euskadi no es
excepcional. Cataluña está, a su modo, en las mismas. El ascenso espectacular
de Esquerra Republicana de Catalunya no da exacta cuenta de la realidad:
buena parte de los electores de los demás partidos -PP aparte, como siempre-
comparten ese sentimiento. Hablo en términos generales. Por
supuesto que «del Ebro para abajo» hay gente que entiende a «los
periféricos». Y al revés. A puñados. Pero el hecho es ése.Y tiene mala vuelta
de hoja. A fuerza de entusiastas
movilizaciones de toda suerte para cortar el paso a los separatismos, la
separación se está abriendo paso en el terreno más peligroso y más
irreversible de todos: en el de los sentimientos. Hoy se conmemora la aprobación
de la Constitución de 1978. Recuerdo yo que por aquellos tiempos -y algún año
antes- creció por estos pagos, desde Irún a Maspalomas, la conciencia
colectiva de que lo que hasta entonces habíamos llamado «España» merecía una
redefinición solidaria basada en el principio de que constituimos un conjunto
de pueblos iguales, a todos los efectos. Hubo quien dijo por entonces que
estábamos disgregando España. Qué error: nunca estuvo tan unida. Es copia del artículo publicado en El Mundo el 6 de diciembre de 2003 Para volver a la página principal, pincha aquí |
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Semáforos republicanos |
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JAVIER
ORTIZ Pasé allí el pasado fin de semana. -¿Sí? -respondí, incrédulo. Estaba con un grupo procedente
de Madrid. Gente relacionada con el mundo de la Enseñanza. Personas abiertas,
librepensadoras. No comentaban lo de los semáforos en mal plan. Sólo como
curiosidad. -¡Caramba con Esquerra
Republicana de Catalunya! ¡Qué rápido hace notar su avance! Horas después se lo comenté a un
amigo que es catedrático de la Universidad de Barcelona. Le entró la risa. Los semáforos republicanos de
los que mis compañeros de expedición habían visto «llena» Barcelona -me
explicó- son tres, en total. Mis amigos habían acudido a un Congreso cuya
sede se encontraba precisamente en el lugar donde están los tres semáforos en
cuestión.Que no tienen nada que ver ni con ERC ni con las recientes
elecciones, por lo demás. Fueron puestos allí hace más de una década por el
Ayuntamiento de Barcelona para acompañar la inauguración del vecino Pabellón
de la República, edificio universitario que es copia del que la República
Española exhibió en la Exposición Universal de París de 1937. La anécdota me dejó pensativo.
Sin ninguna mala voluntad, gente bienintencionada -doy fe de su ausencia de
malicia- había tomado un dato real, del que sólo conocía la apariencia, como
exponente de un fenómeno general tan insólito... como inexistente. ¡Qué cuidado hay que poner a la
hora de elevar lo particular a la categoría de general! Es tan fácil patinar.
Hablé luego con otros que
conocían la historia de los semáforos. Me dijeron que su existencia es un
ejemplo de normalidad democrática y de respeto al pasado. Una explicación bonita. Pero
falsa. Por estos pagos la normalidad
rara vez es normal. La réplica barcelonesa del Pabellón de la República fue
inaugurada por los Reyes. Para no molestarles, la placa que conmemora el
hecho lo describe como «Pabellón del Gobierno de España», eludiendo la
referencia a la República y pasando por alto el hecho de que el edificio no
representó al Gobierno de España, sino al Estado español. Al de 1937. Es
decir, a la República. Al Ayuntamiento de Maragall el
recuerdo histórico se le quedó entre Pinto y Valdemoro. Es como el homenaje del lunes en
Madrid a las víctimas del franquismo. Me produjo la misma desazón
moral e intelectual. Si quienes combatimos el franquismo tuvimos razón, ¿para
cuándo los ajustes de todo tipo que corresponden, incluyendo los que afectan
a la enseñanza de Historia que reciben los escolares? ¿Para cuándo la
prohibición expresa de homenajear a quienes fueron nuestros verdugos? ¿Para
cuándo la expulsión de la vida pública de aquellos que participaron
personalmente en nuestra represión y siguen en cargos oficiales
excelentemente remunerados con nuestros impuestos? Estoy de acuerdo: ellos no
huelen a naftalina. ¿Quieren que les diga a qué huelen? Es copia del artículo publicado en El Mundo el 3 de diciembre de 2003 Para volver a la página principal, pincha aquí
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Columnas publicadas con anterioridad
[y no
incluidas en los archivos del Diario de un resentido social]
. Segunda quincena de
julio de 2003