2007/04/16 07:00:00 GMT+2
Catorce de abril. Como todos los años en esa fecha, anteayer se celebraron en muchos lugares de España manifestaciones y concentraciones republicanas.
¿Sin novedad, entonces? No diría yo eso.
Las últimas citas republicanas del 14 de abril cada vez se parecen menos a las de hace veinte, diez o incluso cinco años. En un punto, al menos: ya no son ocasión para el encuentro casi exclusivo de viejos luchadores tenaces e irreductibles dispuestos a rendir homenaje a la II República. Ahora, junto a éstos –cada vez menos, por elementales razones biológicas–, se hace sentir la sonora presencia, convertida ya en mayoritaria, de gente joven, e incluso muy joven.
No pocos integrantes de los nuevos movimientos de rebeldía juvenil incorporan la reivindicación tricolor a su acervo de lucha, pero no porque sientan nostalgia de la II República, sino porque creen que la instauración en España de una III República favorecería un avance cultural hacia la racionalidad, la igualdad y la justicia, tres virtudes esencialmente disociadas de la Monarquía.
No pretendo que sean millones los jóvenes que encaran la realidad política desde esa perspectiva. Lo que digo es que son muchos. Y activos. Y cada vez más.
Si los jóvenes pueden manifestar hoy sus preferencias republicanas sin ninguna inhibición es, entre otras razones, porque no son víctimas del chantaje que nos tocó sufrir a sus mayores en tiempos de la Transición. Nos decían entonces que, si nos resistíamos a aceptar la Monarquía, daríamos alas a quienes conspiraban para impedir la democracia. Algunos rechazamos esa lógica entreguista, porque se basaba en una falacia –la propia Monarquía, legado del franquismo, constituía un rémora antidemocrática–, pero los más la dieron por buena. Se forjó así una mayoría social de dudosos principios, republicana en sus ideas y monárquica en sus hechos.
Los jóvenes de ahora ya no pueden ser desmovilizados con el espantajo de la involución. Las únicas involuciones que nos amenazan se fraguan en el propio sistema y se imponen sin proclamas ni alharacas, poco a poco, ley a ley, decreto a decreto, reforma a reforma.
Me siento confortable con el republicanismo joven. Siempre me he considerado más antimonáquico que republicano. No entiendo que la forma republicana de Estado posea virtudes intrínsecas. A cambio, me consta que la forma monárquica de Estado acarrea males que le son indisociables. Las repúblicas no tienen por qué resultar estupendas, pero pueden estar más o menos bien, o al menos no estorbar. En cambio, las monarquías sólo aportan inconvenientes, materiales e ideológicos.
«Pero confieren estabilidad al sistema político-social», argumentan algunos. Ya. ¿Y de dónde se han sacado que eso es bueno? No lo es, desde luego, para quienes lo criticamos y pretendemos transformarlo.
Javier Ortiz. El Mundo (16 de abril de 2007). Hay también un par de apuntes que tratan el mismo asunto: Un temario republicano y Por la III República. Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/04/16 07:00:00 GMT+2
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2007/04/14 07:00:00 GMT+2
El éxito social es resultado de un conjunto de circunstancias favorables. Los triunfadores en esto o lo otro -nadie triunfa en todos los órdenes de su vida- suelen tener alguna habilidad extraordinaria. Pero eso no es suficiente. Ni siquiera lo principal. Lo esencial es que encuentren el modo de que la mayoría social los tome por figuras.
Suele estar asociado al padrinazgo: la gente concede crédito a quienes se supone que saben y, si los que se supone que saben dicen de alguien que es excepcional, la mayoría lo considera excepcional, sin más. Aunque de hecho su único mérito sobresaliente sea haberse agenciado tan buenos padrinos.
Pero los mecanismos de la valoración social son muy especiales. ¿Qué tiene un vestido de Marilyn Monroe para que alcance precios astronómicos en una subasta? Lo que la mitomanía le aporte. En una escena de Blow Up, Antonioni jugó con esa idea: la multitud asistente a un concierto de rock se pelea por hacerse con el mástil de una guitarra que el solista rompe y arroja al público; al final, el mástil de la guitarra acaba en una basura callejera y ningún transeúnte repara en él. Había perdido su valor añadido.
Hace algunos días The Washington Post publicó un reportaje en el que contaba cómo el célebre violinista Joshua Bell se plantó en una hora punta en un pasillo del Metro de Washington con su magnífico Stradivarius, estuvo tocando durante un buen rato algunas piezas de su repertorio... y apenas nadie le prestó atención. De las 1.070 personas que pasaron delante de él durante ese tiempo, tan sólo 27 se avinieron a dejarle algunas monedas, siete se pararon por un rato y sólo una, que reconoció al artista, se quedó hasta el final. (¿Lo habría hecho de no haberlo reconocido?)
El reportaje planteaba implícitamente, tal vez sin pretenderlo, una muy vieja cuestión: la de ces Mozart qu'on assassine; la de todos los Mozart, la de los muchísimos Einstein que nuestra sociedad asesina a diario sin saberlo. Lo cual tiene dos caras. La primera, la que ofrecen los cientos de miles de empobrecidos del mundo entero que hubieran podido desarrollar potencialidades de primera (científicas, artísticas, deportivas) pero que jamás lo harán, porque están demasiado ocupados en morirse de hambre y de desidia.
La segunda, menos angustiosa pero también amarga, la de quienes conocen sus capacidades y han logrado cultivarlas, pero que no encuentran el reconocimiento público que merecerían. Pintores excelentes, escritores de primera, cantautores con vena que se ven inmerecidamente condenados al anonimato, si es que no al ostracismo.
El gran público pasa a su lado –ve sus cuadros, ojea sus escritos, oye sus canciones– y sigue de largo, indiferente, tal vez pensando que, si realmente esa gente valiera la pena, saldría en los periódicos, en la radio y en la tele.
Javier Ortiz. El Mundo (14 de abril de 2007). Hay también un apunte que trata el mismo asunto: Ces Mozart.... Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/04/14 07:00:00 GMT+2
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2007/04/09 07:00:00 GMT+2
Sólo pueden oponerse a negociar con ETA el cese de su existencia aquéllos que o bien no desean su desaparición, por las razones que sea -puede haber varias-, o bien no saben o hacen como que no saben cómo se resuelven los conflictos armados. Incluso cuando se logra la victoria en una guerra, hay que tratar con el derrotado sobre las condiciones de su rendición y, en el caso de que conserve todavía parte de su capacidad de hacer daño o pueda recuperarla a corto o medio plazo, ofrecerle una salida aceptable, no excesivamente humillante.
Sabido lo anterior, el problema no estriba en dilucidar si se debería o no negociar con ETA, sino en la imposibilidad de hacerlo mientras sus dirigentes no se hagan cargo de cuál es su verdadera situación. Tal como se expresan en la entrevista que ayer publicó Gara, es obvio que no asumen algunos hechos muy elementales, sin los cuales no cabe ningún entendimiento.
Para empezar, está claro que no son conscientes de lo inútil que resulta que hablen de su disposición a asumir «compromisos firmes». Deberían darse cuenta de que su palabra saltó por los aires en la T-4. Afirmaron que estaban en «tregua permanente» y a continuación pusieron una bomba. O no calibraron sus promesas o son unos falsarios: cualquiera de las dos posibilidades los inhabilita como interlocutores.
Pero eso, con ser grave, ni siquiera es lo peor. Más decisivo es su empeño en seguir dictando a las fuerzas políticas lo que deben hacer o dejar de hacer. Según el planteamiento que Batasuna expuso en 2004 en Anoeta, los problemas políticos deberían ser tratados en el ámbito civil, entre partidos políticos y fuerzas sociales. Conforme a ese esquema, ETA habría de limitarse a negociar con el Estado su propio futuro; no el de Euskal Herria. Los dirigentes de ETA dijeron que estaban de acuerdo, y quizá los de entonces lo estuvieran, pero a la vista está que los de ahora no. Mantienen su absurdo empeño en actuar como portavoces de un pueblo que no sólo no les ha elegido para esa función, sino que ha elegido a otros que defienden planteamientos divergentes. Si realmente quisieran, como dicen, que se encuentre «una salida verdaderamente democrática al conflicto», lo primero que tendrían que hacer es demostrar algún tipo de respeto, siquiera fuera mínimo, por lo que la mayoría del pueblo de Euskadi viene expresando desde hace años en las urnas. ¿A qué me refiero cuando hablo de un respeto mínimo? A no considerar que matar electos sea un título de gloria, por ejemplo.
Vuelvo al comienzo: el problema no es si se debe o no negociar con ETA, sino cómo negociar con alguien que no sabe ni qué terreno pisa, ni cuál es su situación real, ni qué ofrece, ni qué garantías proporciona de que lo va a cumplir, ni qué línea sigue, ni quién la marca.
Así no hay manera.
Javier Ortiz. El Mundo (9 de abril de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Así no hay manera. Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/04/09 07:00:00 GMT+2
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2007/04/02 07:00:00 GMT+2
Supongo que los ciudadanos no demasiado versados en los arcanos de la política española que sigan la actualidad sin pasión excesiva –sin dejarse cegar por el fanatismo, quiero decir– se quedarán a menudo perplejos a la vista de los aparentes sinsentidos de los que dan cuenta los medios de comunicación.
Tendrán dificultades para entender, por ejemplo, que el PP y sus acólitos, que no montaron ninguna bronca para conseguir la prohibición del mitin que la izquierda abertzale celebró el pasado 3 de marzo en el pabellón Anaitasuna de Pamplona, se hayan movilizado esta semana a tope para que no pudiera llevarse a cabo el acto de ayer en el BEC de Barakaldo. ¿En Pamplona da igual, pero en Barakaldo es intolerable?
La aparente incoherencia del PP, no obstante, tiene explicación: quien habría tenido que apechugar con lo que sucediera en Pamplona el 3 de marzo habría sido el Gobierno de UPN, que había convocado para el mismo día una manifestación a su favor, en tanto que el embolado de ayer, de haberse complicado las cosas, habría tenido que lidiarlo en exclusiva el Gobierno vasco.
Hay otros asuntos recientes igual de chocantes.
Todos sabemos del extraordinario interés que está poniendo desde hace semanas el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco en el examen de las entrevistas mantenidas entre el lehendakari Ibarretxe y determinados dirigentes de la izquierda abertzale. El TSJPV se plantea la posibilidad de procesar al jefe del Gobierno vasco por haber propiciado esos encuentros. El TSJPV considera que tener conversaciones políticas con miembros de Batasuna, organización declarada ilegal, puede ser delito.
Digo yo que los ciudadanos que oyen hablar de las persistentes dudas del mentado Tribunal recordarán sin demasiado esfuerzo que hace tres años un líder político catalán, Josep-Lluís Carod-Rovira, a la sazón miembro del Gobierno de la Generalitat, se reunió con dirigentes de ETA para tratar de persuadirles de la sinrazón de la lucha armada, y que, aunque el asunto causó mucho revuelo, el caso es que finalmente ningún juez le procesó por ello.
Lo cual mueve a preguntarse, con muy buena lógica, si es más problemático tener tratos con Batasuna que con ETA. Y no sólo por lo de Carod-Rovira –que en mi criterio hizo bien, pero ése es otro asunto–, sino también por la actitud de los sucesivos gobiernos españoles, que jamás han dudado en conferenciar con ETA, sin que ninguno haya sido nunca acusado por ello de delinquir. Cosa que nos sitúa directamente ante una paradoja bastante chirriante: reunirse con Batasuna puede ser delito, porque Batasuna tiene que ver con ETA, pero reunirse directamente con ETA no.
Pero también eso cabe entenderlo. Basta con asumir que algunos tienen su propia jerarquía de hostilidades, y que en ella ETA no ocupa el puesto principal.
Javier Ortiz. El Mundo (2 de abril de 2007). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/04/02 07:00:00 GMT+2
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2007/03/31 07:00:00 GMT+2
Un lector me manda una antología de afirmaciones de Hermann Tertsch que demuestran -dice- que «calladito estaría mucho más guapo». Pero la cuestión no se plantea en esos términos. No se trata de saber cuánto mejoraría Tertsch si se callara, sino cuánto mejora nuestra realidad periodística si se le silencia.
Sorprende a algunos que lamente el modo en que El País ha resuelto la «contradicción» que le suponían, según declaración propia, las opiniones de este columnista. «¡Pero si tus puntos de vista y los suyos no pueden ser más divergentes!», me argumentan. Razón de más. No veo qué puede tener de especialmente valioso o meritorio la defensa del derecho a opinar del compadre. Es a la hora de reivindicar la libertad de expresión del oponente cuando nos toca demostrar la calidad de nuestro apego a los fundamentos del sistema democrático.
Sostengo ese criterio con la mayor firmeza no porque la generosidad de mi corazón me desborde por los cuatro costados, sino porque reclamo que se aplique también al resto de los humanos, entre los que me cuento. Me hago perfectamente cargo de que, del mismo modo que muchas de las opiniones defendidas por Tertsch me desagradan realmente mucho, a quienes coinciden con ellas les sucederá algo parecido con las mías. De manera que, en realidad, lo que estoy proponiendo no es más que un do ut des. No es que espere ser pagado con la misma moneda -hace mucho que tengo constatada la ferocidad inquisitorial de nuestros sedicentes liberales-, pero por mí que no quede.
Dicho lo cual, y como ya he puntualizado en otras ocasiones, nada de lo anterior me lleva a negar el derecho de cada medio a seleccionar las voces que decide amplificar y las que no. Éste es otro criterio general que asumo y que tampoco suscita mayores entusiasmos, según tengo comprobado. Pero me parece de rigor. Insisto en que conviene no confundir a este respecto los medios de comunicación de titularidad pública, que tienen el deber (no insoslayable, pero sí indebidamente soslayado) de reflejar el conjunto de las opiniones representativas que están presentes en la sociedad, y los medios de propiedad privada, a los que asiste el derecho a sesgar su orientación tanto como lo consideren oportuno.
Otra cosa es que el resultado de ese sesgo, cuando tiende a convertirse en monolitismo puro y duro, nos parezca más o menos atractivo, e incluso útil. Porque, si bien está claro que hay bastante gente adicta al regodeo, que no quiere ver, ni oír, ni leer más que a los suyos, otros preferimos no tener que vivir en perpetuo zapeo -no sólo televisivo, sino también de radio y de prensa escrita- para hacernos con una visión de conjunto del panorama ideológico y de las posibilidades de interpretación de la realidad.
No es ya que la variedad no nos asuste. Es que nos gusta.
Pero, eso, allá cada cual.
Javier Ortiz. El Mundo (31 de marzo de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Voces y silencios. Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/03/31 07:00:00 GMT+2
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2007/03/26 07:00:00 GMT+2
Llevo años rebelándome contra la arraigada costumbre celtibérica de contestar a una acusación con otra. Es el muy castizo: «¡Pues mira que tú!». Acostumbro a insistir en que, cuando alguien reprocha algo a otro, lo correcto es que ese otro responda debidamente a la crítica. Y luego, y sólo luego, que saque a relucir su propia lista de cargos.
Pero no hay manera.
Durante los últimos meses hemos asistido a la conversión de este feo vicio en pie forzado del debate diario entre los dos principales partidos políticos de la escena española. Lo han llevado a extremos de auténtico bodrio, desagradable a fuerza de gritón y monocorde.
¿Qué provoca tal abuso del pues-mira-que-tú, más allá de los límites de la imaginación y de la no muy acrisolada categoría de los principales intérpretes de la farsa?
La explicación hay que buscarla en la superabundancia de materia prima. Como ninguno de los dos partidos ha querido nunca limpiar sus establos –no les gustan los Hércules–, toda la porquería que se lanzan acaba resultando de ida y vuelta.
El PSOE dice: «Cada día aparecen más casos de corrupción urbanística en los que están implicados responsables del PP». Y el PP responde: «¿Y la ristra de escándalos que jalonaron vuestro paso por el poder, algunos de los cuales aún colean?» A lo que el PSOE replica: «¡Ya veréis cuando se aclaren los negocios de Zaplana! ¡Cómo nos vamos a divertir!» Y los de la calle Génova se mofan: «¡Eso será si no os pillan cobrando los restos de las obras del AVE!»
Cambia de tercio el PP y echa mano de los GAL: «¿Queréis que hablemos de la que montasteis en aquel tiempo?». La respuesta no se hace esperar: «¡Pero si los primeros que no quisisteis que se profundizara en ello fuisteis vosotros! En cuanto Aznar llegó a la Moncloa, lo primero que hizo fue negarse a desclasificar los papeles del Cesid. ¡Os servisteis de ello para llegar al poder y a continuación lo dejasteis en el olvido!».
«¡Hay censura en Telemadrid!», denuncia el PSOE. El eco es inmediato: «¿Hacemos un repaso a vuestra TVE, cuando Julián Sancristóbal abría los telediarios?»
Se pasa a la historia de las frustradas negociaciones con ETA, y tal cual: que si Aznar hablando del «movimiento vasco de liberación», que si Zúrich, que si tu acercamiento de presos y el mío, que a ver quién ha hecho más para que De Juana esté como está, etcétera.
La lista es inagotable. Si se trata de la politización de la Justicia, tres cuartos de lo mismo. En materia de política exterior hay algunas diferencias, pero tirando a recientes: si se vuelve la vista al pasado, sobran las armas arrojadizas en todas las direcciones. Lo mismo que en política de inmigración. Lo mismo que...
¿Cómo esperar una pelea aceptablemente limpia y honrada de púgiles que tienen a su disposición tantas posibilidades de recurrir a los golpes bajos?
Javier Ortiz. El Mundo (26 de marzo de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Golpes bajos. Subido a "Desde Jamaica" el 21 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/03/26 07:00:00 GMT+2
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2007/03/24 07:00:00 GMT+1
Muchos recordarán la humorada aquella de Gila en la que un personaje mascullaba en tono enigmático, mirando al infinito: «Alguien va a matar a alguien».
A lo largo de los meses que duró la tregua «permanente» que anunció hace un año, ETA no paró de publicar largos y abstrusos comunicados en los que lo único que quedaba claro era su involuntario homenaje a Gila. No paraba de insinuar entre líneas: «Como no se haga lo que yo digo, alguien va a matar a alguien». Por eso algunos discrepamos de los que, confundiendo deseos y realidades, sostenían que la tregua era irreversible.
También predominó el estilo inconcreto y vaporoso en las conferencias de prensa realizadas anteayer por Batasuna. Pernando Barrena -cuyo nombre de pila pone de los nervios a algunos, que no entienden que los idiomas tienen esas cosas, y que también Jean se parece mucho a Juan, pero es Jean, y qué se le va a hacer- afirmó, según casi todas las crónicas, que la tregua de ETA vino precedida de diversos compromisos «firmados», que luego no fueron respetados. ¿Qué compromisos fueron ésos, qué cláusulas incluían y quiénes y cuándo los firmaron? De eso, nada. Silencio.
Es políticamente impresentable que un dirigente político lance acusaciones de ese calibre y no concrete ni de quién ni de qué está hablando. Menos cuando sabe que una imputación tan grave no puede dejar de causar daño al Gobierno al que interpela. Y aún menos si, encima, vincula sus reproches con el atentado de la T-4: dijo que ese crimen «ha sido interpretado como una respuesta» al incumplimiento de los tales acuerdos. «¿Ha sido interpretado?». ¿Por quién? ¿Justa o injustamente? Nada. Más silencio.
Batasuna se ha especializado en una retórica vaporosa, articulada con frases hechas que parecen decir algo, pero no dicen nada, o por lo menos nada concreto.
Por ejemplo: vuelve a recomendar «dejarse de estériles debates sobre la violencia». ¡Estériles! Un debate sobre la violencia se vuelve estéril sólo cuando no hay violencia. Mientras la hay, no tiene nada de estéril, al menos para quienes la sufren. ¿Que ellos no están en condiciones de definirse en ese debate, al menos por ahora, por razones que prefieren callar? Allá ellos, pero no nos acusen a los demás de estar hablando del sexo de los ángeles.
Otra ambigüedad típica: se quejan una y otra vez del «acoso contra la izquierda abertzale», en general. Pero una cosa es que el aparato coercitivo del Estado acose a quienes han empuñado las armas -o los cócteles molotov- contra la legalidad vigente, y otra distinta que haya poderes del Estado que persiguen opciones políticas, informativas y culturales que se manifiestan de forma pacífica. ¿Por qué no aceptan esa distinción?
¿No decían que hacen falta «dos mesas»? ¿Por qué se empeñan en mezclar los temarios de la una y la otra?
Javier Ortiz. El Mundo (24 de marzo de 2007). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/03/24 07:00:00 GMT+1
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2007/03/19 07:00:00 GMT+1
Acabo de oír en la radio a un político navarro (Sanz, creo) gritar a voz en cuello, alteradísimo, que la manifestación del sábado en Pamplona fue «un gran plebiscito».
Según el DRAE, un plebiscito es o bien una «resolución tomada por todo un pueblo a pluralidad de votos» o bien una «consulta que los poderes públicos someten al voto popular directo para que apruebe o rechace una determinada propuesta sobre soberanía, ciudadanía, poderes excepcionales, etcétera».
Dejando a un lado la evidente –y lógica– ausencia de urnas en la manifestación sabatina, lo más chocante de la referencia al plebiscito viene dado por las cifras.
Pretende el Ejecutivo foral convocante que al acto acudieron 103.000 personas. La Delegación del Gobierno contó 75.000. Otros cifran la asistencia en 40.000, foráneos incluidos.
Bien. De acuerdo con el último censo disponible, Navarra tiene algo más de 600.000 habitantes. O sea, que la demostración congregó al 15% de los navarros, tirando muy por lo alto.
La pregunta que se me ocurre es muy sencilla: si lo que quería el Gobierno foral era organizar un plebiscito, ¿por qué montó una manifestación, y no un plebiscito?
Como donostiarra, tengo una idea bastante relajada de Navarra. No la teorizo: la veo. Y la veo en su variedad. Nadie con dos dedos de frente puede atreverse a decir que Leiza, por ejemplo, no tiene nada que ver con el País Vasco. O Goizueta. O Lizarra. ¡Si parecen sacadas de postales típicas y tópicas de lo vasco!
Buena parte de Navarra es así. Otra parte de Navarra no es eso, pero tampoco demasiado diferente. La hay también que evoca la suave proximidad del Ebro. A mí me gusta que sea tan variopinta, pero da igual lo que a mí me guste. Es así.
¿Y qué debe hacer Navarra, políticamente hablando? Pues lo que le parezca más conveniente a la mayoría de esos 600.000 navarros de los que da cuenta el censo.
Los partidos políticos de orden pretenden tenerlo muy claro: «¡Estatuto y Constitución!», claman. ¿Realmente piensan eso? ¿Han olvidado lo que dice el artículo 2 del Estatuto de Autonomía vasco, que proclaman como modélico? Pues se lo recuerdo: «Alava, Guipúzcoa y Vizcaya, así como Navarra, tienen derecho a formar parte de la Comunidad Autónoma del País Vasco». Derecho; no obligación. ¡Por supuesto!
¿Y asumen lo que dice la disposición transitoria cuarta de la Constitución? Pues lo mismo.
En tanto que guipuzcoano, yo no quiero que nadie, guipuzcoano, navarro, almeriense o ceutí, se vea forzado a asumir ninguna identidad que no tenga por suya. Pero para resolver ese tipo de cosas se inventó la democracia. Consúltenles.
¿Por qué el régimen autonómico de Navarra nunca ha sido sometido a ese plebiscito que UPN cree haber encontrado en las piedras de la calle, en lugar de buscarlo en las urnas, que es su espacio lógico y natural?
Javier Ortiz. El Mundo (19 de marzo de 2007). Hay también un apunte que trata el mismo asunto: Cuestión de sensatez. Subido a "Desde Jamaica" el 21 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/03/19 07:00:00 GMT+1
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2007/03/17 07:00:00 GMT+1
Como no tengo tiempo de leerlo todo, a veces guardo recortes para mirarlos cuando pueda. Lo hice el otro día con una columna de Isabel San Sebastián titulada: ¿Se negociaría con los asesinos de Atocha?
Debo empezar por aclarar que mi interés provino de una confusión. Cuando leí «los asesinos de Atocha» pensé de inmediato en quienes acabaron a tiros hace tres décadas con la vida de cinco trabajadores de un despacho de abogados laboralistas sito en la calle de Atocha, en Madrid. Entendí que se trataba de preguntar retóricamente, apelando a aquel crimen concreto, algo más general y categórico: «¿Se negociaría con los asesinos franquistas?».
Lo cual me resultó chocante, por razones obvias: todos sabemos que la tan mitificada Transición española se basó en el pacto que sellaron in illo tempore los representantes de la llamada oposición democrática con los criminales del régimen franquista.
La pregunta se respondía sola. Puesto que los asesinos de Atocha, y los de Vitoria, y los de Montejurra, y tantos otros, fueron pistoleros que se beneficiaron del manto de silencio con el que se cubrió el pasado dictatorial de España, vaya que sí se negoció con ellos. O con sus valedores, que tanto da. Y lo peor no es que se negociara, sino que se acordó dejarlos impunes y permitir que prosiguieran sus muy productivas carreras. Pero no era esa pregunta –si seré zote– la que planteaba mi colega. Ella se refería a los asesinos del 11-M.
Era también, de todos modos, una pregunta retórica, porque con los asesinos del 11-M no parece que se pudiera negociar gran cosa, aunque se quisiera. El que no está muerto se encuentra preso o, en el mejor de los casos (para él), enterrado en vida.
Pero pongamos que estuviéramos hablando de sus jefes espirituales. De Osama Bin Laden y demás.
Seguiría sin estar claro de qué narices se trata.
¿Bin Laden? Vale. Los EE.UU. no sólo negociaron, sino que trabajaron con él para echar a los rusos de Afganistán.
Retrocedamos en el tiempo: también se sentaron en Ginebra con los enviados de aquello a lo que despectivamente llamaban Vietcong, terroristas arquetípicos. ¿Lo hicieron por gusto o porque no les quedó otro remedio?
Ahora Bush mantiene conversaciones con Siria e Irán, quintaesencia de los países gamberros.
Respondo a la pregunta: «¿Se negociaría con los asesinos de Atocha?» Y digo: cualquier gobernante sensato negocia con cualquier enemigo, por asqueroso que sea, si ese enemigo está en condiciones de causar graves males que quepa evitar por la vía de la negociación.
A veces los reproches más rotundos y campanudos tienen respuestas simplicísimas.
Hace algún tiempo alguien me hizo uno de ese género. Me dijo: «¡Cómo se nota que a ti no te ha matado ETA!».
A lo que respondí: «Pues, por lo que parece, a ti tampoco. Vaya, me alegro: estamos en las mismas».
Javier Ortiz. El Mundo (17 de marzo de 2007). Hay también un apunte de título parecido: Negocia quien no tiene más remedio. Subido a "Desde Jamaica" el 21 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/03/17 07:00:00 GMT+1
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2007/03/12 07:00:00 GMT+1
Se dice que un obstáculo grave con el que choca la política de Rodríguez Zapatero (la relativa a los asuntos internos, las cuestiones internacionales discurren por otros derroteros) viene dado por su relativa complejidad. Que no cabe explicarla en un santiamén, con cuatro afirmaciones sumarias y un par de referencias terminantes a los genitales.
Algo de eso sí que hay. Pongamos por ejemplo -bien candente- la disputa por el caso De Juana. Qué duda cabe de que, si proclamamos a grandes voces que es una canallada que el Gobierno haya puesto en libertad a un asesino que apenas ha pagado por sus delitos de sangre, nadie tendrá la más mínima dificultad para comprendernos.
Habremos dicho una mentira como la copa de un pino, pero facilísima de entender.
Y es verdad que refutarla representa un engorro. Hace falta explicar que la deuda que tenía que pagar De Juana por sus asesinatos está ya saldada. Y que lo está porque se le aplicó la ley que era de rigor. Y que tanto da que esa ley guste ahora más o menos, porque era de obligado cumplimiento. Y que, si el individuo sigue sin ser puesto en libertad -porque no lo ha sido-, es en razón de que la Fiscalía propició un procedimiento penal contra él por lo escrito en dos artículos de prensa cuyo contenido era de una diplomacia exquisita, comparado con el texto de un libro por cuya autoría el Gobierno del PP le concedió amplios beneficios penitenciarios.
Sí que es un poco liado. Nada cuya comprensión requiera de elevados conocimientos académicos, pero tampoco simplezas que quepa resolver en 59 segundos.
Sin embargo, tampoco hay motivo para que los asesores de Zapatero se desesperen por la dificultad de competir en contundencia y sencillez (o simplismo, llámelo cada cual como quiera) con el mensaje que los Rajoy, Acebes, Zaplana y demás Aguirres están lanzando de continuo al electorado. A Zapatero le basta con pintar con crudeza -y a brochazos, porque de eso se trata- el panorama que los electores van a tener ante sí: «Ya habéis visto quiénes son y cómo son los que se aprestan al abordaje», puede decirles. «Los habéis oído gritando con total sinceridad y con perfecta crudeza lo que les sale de las entrañas. Ya sabéis de la rabia, el odio y el ánimo de revancha con el que vienen a por los que no somos ni 'normales' ni 'bien nacidos', es decir, a por los demás. Os consta que muchos de ellos no se lamen las heridas de 2004, sino las de 1976. Decidid en consecuencia».
Si plantea la opción con esta crudeza, verá que es amplia mayoría la gente que no se hace notar de sábado en sábado entre Cibeles y Colón porque prefiere estar tan tranquila en su casa, o paseando con los críos, o en el cine, o jugando al tute con los amigos.
Gente la mar de normal, y tan bien nacida como cualquiera al que le hayan nacido en cualquier parte.
Javier Ortiz. El Mundo (12 de marzo de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: La sencillez del mensaje. Subido a "Desde Jamaica" el 21 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/03/12 07:00:00 GMT+1
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