Comenté aquí el pasado sábado mi intención de hacer un sondeo –tirando a chapucero, por lo sesgado de la muestra– aprovechando que me iba a reunir con un grupo de amigos en una cena de festejo del 14 de abril. Les pedí su opinión sobre el estado del republicanismo en España. Buena parte de ellos venían de participar en la manifestación que se celebró en Madrid y que, considerada en su conjunto, resultó un éxito.
Me he inspirado en los puntos de vista que expresaron –notablemente coincidentes– para elaborar la columna que hoy lunes me publica el periódico El Mundo bajo el título Un nuevo 14 de abril.
Coincidieron todos en que, en efecto, la sensibilidad republicana ha aumentado de manera muy perceptible en estos últimos años. (Según se referían a ello, me acordé de los diversos actos que se han celebrado últimamente en Alicante, en particular la Marcha Cívica que recorrió el 1 de abril la distancia que media entre el puerto y el tristemente célebre Campo de los Almendros, marcha que convirtió esa franja costera, según el testimonio de un amigo nada dado a la hipérbole, en «un mar de banderas tricolores».)
También estuvieron de acuerdo, sin sombra de duda, en que cada vez es más notable la presencia joven en los actos reivindicativos republicanos. Como quiera que varios de ellos conocen a jóvenes de los que acuden a esas convocatorias, pudieron precisar que, tal como yo mismo había supuesto, la mayoría de ellos no se moviliza pensando en la Segunda República, sino en la Tercera. (En la tertulia del programa de Radio Euskadi Más que palabras de ayer domingo, Juan Kruz Lakasta nos habló de un acto republicano celebrado en Navarra en el que los asistentes exhibieron banderas republicanas adornadas con un 3. El dato apunta en esa misma línea.)
En cambio, y aún sin desdeñar el dato, no atribuyeron tanta importancia al hecho de que el PCE esté inmerso en una reflexión autocrítica sobre su papel durante la Transición y a que no pocos de sus militantes históricos sostengan ahora que cometieron un error en 1977 cuando renunciaron a su vocación republicana y dieron por buena la Monarquía de Juan Carlos I. En opinión de varios de mis amigos, la presencia del PCE, cuando se materializa, no representa un factor decisivo en este progresivo despertar republicano. (Me parece significativo, y triste, que en muchos puntos Izquierda Unida no se haya sumado a la convocatoria de manifestaciones a favor de la República.)
Quizá lo más significativo de todo sea la espontaneidad con la que diversos movimientos juveniles de raíz crítica acogen la causa republicana, convirtiéndola en una de sus propias señas de identidad. Es esa imbricación la que más vida e impulso puede dar a la lucha por la III República.
Nota de edición: Javier publicó una columna que trata el mismo asunto en El Mundo: Un nuevo 14 de abril.