Muchos analistas coinciden en señalar que un obstáculo grave con el que se topa la política que ha hecho suya Rodríguez Zapatero (con respecto a los asuntos internos: las cuestiones internacionales discurren por otros derroteros) viene dado por su relativa complejidad. Que no cabe explicarla en un plisplás, con cuatro afirmaciones sumarias y un par de referencias terminantes a los genitales.
Algo de eso sí que hay. Pongamos por ejemplo –bien candente– la disputa por el caso De Juana. Qué duda cabe de que, si proclamamos a grandes voces que es una canallada que el Gobierno haya puesto en libertad a un asesino que apenas ha pagado por sus delitos de sangre, nadie tendrá la más mínima dificultad para comprendernos.
Habremos dicho una mentira como la copa de un pino, pero facilísima de entender.
Y es verdad que refutarla representa un engorro. Hace falta explicar que la deuda que tenía que pagar De Juana por sus asesinatos está ya saldada. Y que lo está porque se le aplicó la ley que era de rigor. Y que tanto da que esa ley guste ahora más o menos, porque era de obligado cumplimiento. Y que, si el individuo sigue sin ser puesto en libertad –porque no lo ha sido–, es en razón de que la fiscalía propició un procedimiento penal contra él por lo escrito en dos artículos de prensa cuyo contenido era de una diplomacia exquisita, comparado con el texto de un libro por cuya autoría el Gobierno del PP le concedió amplios beneficios penitenciarios.
Sí que es un poco liado. Nada cuya comprensión requiera de elevados conocimientos académicos, pero tampoco simplezas que quepa resolver en 59 segundos.
Sin embargo, tampoco hay motivo para que los asesores de Zapatero se desesperen por la dificultad de competir en contundencia y sencillez (o simplismo, llámelo cada cual como quiera) con el mensaje que los Rajoy, Acebes, Zaplana y demás Aguirres están lanzando de continuo al electorado. A Zapatero le basta con pintar con crudeza –y a brochazos, porque de eso se trata– el panorama que los electores van a tener ante sí: «Ya habéis visto quiénes son y cómo son los que se aprestan al abordaje», puede decirles. «Los habéis oído gritando con total sinceridad y con perfecta crudeza lo que les sale de las entrañas. Ya sabéis de la rabia, el odio y el ánimo de revancha con el que vienen a por los que no somos ni “normales” ni “bien nacidos”, es decir, a por los demás. Os consta que muchos de ellos no se lamen las heridas de 2004, sino las de 1976. Decidid en consecuencia.»
Si plantea la opción con esta crudeza, verá que es amplia mayoría la gente que no se hace notar de sábado en sábado entre Cibeles y Colón porque prefiere estar tan tranquila en su casa, o paseando con los críos, o en el cine, o jugando al tute con los amigos.
Gente la mar de normal, y tan bien nacida como cualquiera al que le hayan nacido en cualquier parte.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: La sencillez del mensaje.