Acudiré hoy, 14 de abril, a una cena republicana que un grupo de amigas y amigos de Madrid han convertido en tradicional, a fuerza de convocarla año tras año.
Según tomaba ayer nota de la cita, aproveché para bromear para mis adentros a mi propia costa. Me vino al recuerdo cómo en el San Sebastián de los años sesenta nos burlábamos de algunos nacionalistas entrados en años (es decir, de mi edad de ahora, más o menos) a los que llamábamos «los senadores», porque, en cuanto ocurría algo de relevancia o se cumplía cualquier aniversario digno de mención, se reunían a «senar», como si zamparse un par de rodajas de merluza con almejas o un buen chuletón de buey gallego constituyera un valeroso acto de resistencia abertzale y antifranquista.
Lo nuestro de ahora no es lo mismo, entre otras cosas porque en el Donosti de antaño todos nos veíamos casi a diario con todos, en tanto que en este Madrid de hogaño hay amigos que, de no inventarse alguna excusa para reunirse alguna vez cada mucho, no se verían nunca.
Dispuesto a unir lo agradable con lo útil, me propongo aprovechar la cena de hoy para recabar las opiniones de algunos de los asistentes sobre el momento por el que pasa la reivindicación de la República en España. Tengo la sensación de que, sin ser nada espectacular, está más viva que en ningún otro momento posterior a 1977. Que cada vez tienen más presencia pública, con cualquier excusa, los tres colores de la enseña republicana. Y que cada vez se ve a más jóvenes que los enarbolan.
Trato de establecer si esa impresión es general o si se trata de una mera ensoñación mía.
De considerar real el fenómeno, me interesaría saber qué opinan mis compañeros y compañeras de mesa sobre el sentido preponderante de la reivindicación republicana actual. ¿Se trata sobre todo de hacer justicia a la experiencia republicana de 1931-1939 o se apunta principalmente al futuro, a una III República que nos vuelva a salvar de la peste borbónica? Ya sé que no hay incompatibilidad entre lo uno y lo otro. Me pregunto tan sólo qué sentimiento tiene más peso en la mayoría de los republicanos de hoy.
Establezco el matiz anterior a partir de la consideración de mis propias inclinaciones. Sin dejar de admirar y de respetar el esfuerzo de la excelente gente que aportó mucho y muy bueno a la construcción de la II República, no paso por alto que también se cometieron muchas barbaridades en su nombre. No veo aquel tiempo a modo de modelo, sino como experiencia de la que aprender qué conviene hacer y qué no conviene en ningún caso repetir.
Siempre me he considerado más antimonáquico que republicano. No entiendo que la forma republicana de Estado posea virtudes intrínsecas. A cambio, me consta que la forma monárquica de Estado acarrea males que le son indisociables. Las repúblicas no tienen por qué resultar estupendas, pero pueden estar más o menos bien, o al menos no estorbar. En cambio, las monarquías sólo aportan inconvenientes, materiales e ideológicos. (Los hay que objetan que no se puede negar a algunas monarquías el mérito de conferir una mayor estabilidad al sistema político-social. Dan por hecho que eso constituye un mérito. Sin embargo, yo lo veo como uno de sus principales inconvenientes.)
Hay un tercer elemento sobre el que interrogaré, si puedo, a mis compañeros de cena: ¿en qué medida, si hay un repunte del ideario republicano en España, no viene potenciado por el creciente espíritu crítico y autocrítico con el que miran hacia el pasado, y en particular hacia el periodo de la Transición, no pocos que provienen, directamente o por vía familiar, de las corrientes políticas y sociales vinculadas al Partido Comunista de España? Me topo cada vez con más gente procedente de esa tradición política, que no es la mía, convencida de que la dirección del PCE se equivocó cuando decidió aceptar la Monarquía y remitir cualquier aspiración republicana a un porvenir remoto («Te llaman porvenir porque no vienes nunca», que escribió Ángel González).
Bueno, a ver qué dice el personal sobre todo esto, en el caso de que este temario logre hacerse un hueco entre los inevitables comentarios sobre la actualidad y el no menos inevitable resumen de nuestras respectivas andanzas durante los últimos 12 meses.
Nota de edición: Javier publicó una columna que trata el mismo asunto en El Mundo: Un nuevo 14 de abril.