2007/05/21 07:00:00 GMT+2
Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán. Quiere que charlemos de cómo va la campaña electoral. Le digo que, aunque hablo a partir de impresiones muy parciales, no veo que haya demasiado entusiasmo popular ante la convocatoria del próximo domingo.
- Andate con ojo -me dice-, porque te mueves en ambientes muy de izquierdas, y eso te puede engañar. Es la izquierda la que está desmovilizada en esta ocasión. Yo a la derecha la veo motivada.
Me hace gracia Gervasio. Para empezar, yo no me muevo en ambientes «muy de izquierdas». Me muevo muy poco y, desde luego, no en ambientes. En segundo lugar, uno, por mucho que se mueva, tampoco puede convertirse en un instituto de opinión ambulante. Pero, ya que estamos en ello, le pregunto a qué atribuye él la desmovilización de la izquierda que ha detectado.
- Estamos ante los efectos de un nefasto cambio generacional -dictamina. Me deja perplejo. ¿«Un nefasto cambio generacional»? Le pido que se explique.
- Es culpa vuestra. Os habéis pasado años argumentando que vuestra generación, la del 68, monopolizaba el poder en todas sus facetas, incluyendo la política, la economía, la cultura y toda la pesca; que ya era hora de dar el relevo a gente joven y nueva... Bueno, pues al final lo habéis conseguido. Habéis dado el paso a una nueva generación. Y el resultado está siendo un desastre.
- ¿Hablas de Zapatero? -digo, tratando de abrirme paso en toda esa maraña.
- Hablo de Zapatero, de Sebastián y de muchísimos más, que te los topas en todas partes. En la Administración, en la literatura, en el cine, en los medios de comunicación... Hablo de gente que apenas tiene formación política, de chiquilicuatres trajeados que se creen que estar preparado es hablar tres idiomas, que carecen de cuajo, de experiencia, que...
- ¡Eh, eh, eh, Gervasio! ¡Para el carro! -le interrumpo. ¡Te estás montando una película! ¿Tratas de decirme que, por poner un ejemplo, Felipe González era más estupendo y merecía más estima que Zapatero? ¿Qué pasa? ¿Echas de menos los GAL y Filesa?
Se me enfada.
- ¡No me seas demagogo! Lo que yo te digo es que esta gente de ahora no tiene capacidad de ilusionar, de movilizar. Que aburren a las vacas, y eso se nota. Y ya verás si se va a notar el domingo que viene.
Opto por tomármelo a guasa.
- Te entiendo, Gervasio. No deberíamos haber permitido que irrumpieran estos jovenzuelos, tipo Solbes y Fernández de la Vega.
Se acaba la conversación por agotamiento.
Colgado el teléfono, me quedo pensativo. No comparto el argumento generacional, pero algo hay en lo que dice Gervasio que apunta a un problema que puede ser real, aunque no sabría cómo acotarlo. Hace unos años, puede que hubiera más canallas al mando de los aparatos de la vida política, económica, mediática, etc. Más sinvergüenzas es probable. Pero también es posible que menos imbéciles.
Javier Ortiz. El Mundo (21 de mayo de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: La nueva generación. Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/05/21 07:00:00 GMT+2
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2007/05/19 07:00:00 GMT+2
Un escándalo en la Hacienda de Irún -que ha acarreado alguna dimisión política- ha servido para que diversos comentaristas, vascos y de otros lares, se hayan referido a los inconvenientes que presenta que unas u otras administraciones públicas sean gobernadas durante muchos años por el mismo partido.
Para mí que el caso no es el más adecuado para ilustrar la idea. Por diversas razones: porque se refiere a instituciones gobernadas en coalición, no por un solo partido; porque la Administración Tributaria está en muy buena parte regida por funcionarios, no por políticos... y porque en este asunto hay un mar de fondo de pendencias partidistas que, por lo menos para mí, no están nada claras.
Pero, hechas esas salvedades, en lo fundamental estoy de acuerdo. No como un dogma, pero sí como idea general. Es bueno que en los poderes públicos haya alternancias, aunque no supongan verdaderas alternativas.
Julio Anguita solía insistir en el valor de esa distinción. No se trata de que se quite Andrés de Ramón -venía a decir- para que se ponga Ramón de Andrés, como los franceses hablan de Blanc Bonet y Bonet Blanc. Cierto: la cuestión no es despedir a unos individuos que tienen un modo de gestionar la cosa pública para poner a otros que tal cual, sino acabar con un modo de gobernar para abrir paso a otro.
Ahora bien: la experiencia me ha demostrado que tampoco hay que desdeñar los aspectos positivos -menores, pero positivos- que puede tener que Andrés de Ramón sea sustituido por Ramón de Andrés, por así decirlo. O sea, y por expresarlo un tanto a lo bestia: que dejen de gobernar unos impresentables para que, durante un cierto tiempo, lo hagan otros impresentables.
He hablado de experiencia. La mía me dice que, cuando una pandilla de políticos venales lleva ya un puñado de años sentada en sus poltronas, lo suyo tiende a dejar de ser un Gobierno para convertirse en un régimen. Se convierten en una casta. Establecen unas redes de influencias, una trama de chanchullos, todo un sistema de complicidades que acaba por solidificarse.
La mayor ventaja de que aparezcan otros... es que son otros, por definición. Y eso hace que se rompan los esquemas, que se abran las ventanas y se oree el ambiente durante un cierto tiempo. No necesariamente mucho: algo. Los nuevos, una vez instalados, tienen que hacer su aprendizaje. El perfecto burócrata, el aparatchik, el político corrupto, no nace: se hace. Y, mientras se está haciendo, es imperfecto. La alternancia permite cambiar a un político corrupto que empieza a ser perfecto por otro que todavía está en ello.
La cuestión está en acordar dónde conviene que suceda eso. ¿En Guipúzcoa? ¿En Vizcaya? ¿En Navarra? ¿En Madrid? ¿En Valencia? ¿En Baleares? ¿En todas partes? ¿A la vez?
Por mí, sí. Pero lo mío no vale. Es bien sabido que yo soy un gamberro.
Javier Ortiz. El Mundo (19 de mayo de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Elogio de la alternancia. Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/05/19 07:00:00 GMT+2
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2007/05/14 07:00:00 GMT+2
No sé muy bien por qué, pero el caso es que el sábado acabé viendo el Festival de Eurovisión.
Fue una experiencia traumática, pero sorprendente.
La parte menos interesante me pareció la musical. Las canciones, aunque quizá en su inspiración primigenia fueran diferentes, venían a ser todas la misma, en virtud del estruendoso furor de los arreglos.
Pero no pude concentrarme en la faceta musical del acontecimiento. Otros elementos me distraían sin parar.
Para empezar, el aspecto de los concursantes. No había visto una estética pareja desde que acudí a ver a Johnson en El Molino de Barcelona en 1969. El Molino era un teatro de varietés muy popular. Según como te lo tomaras, podía resultar bastante divertido o rematadamente deprimente. Acudían a él no pocos señores entrados en años que competían por deslizar algún billete por el escote de las vedettes. El caballero que se hacía llamar Johnson salía vestido de cigala (sic), cargado de lentejuelas. El público le llamaba de todo y él tenía respuesta rápida para cualquier improperio. (Pongamos que alguien le gritaba: «¡Maricón!». Pues él contestaba: «¡Para lo que gustes!». Y así.)
Podría considerársele un precursor de la estética de la Orquesta Mondragón. Igualito que lo de Eurovisión de sábado, en todo caso.
La puesta en escena era de traca. En el sentido más literal de la expresión, porque cada dos por tres salían fuegos de artificio por todos los rincones, mientras las luces giraban y cambiaban de tono a una velocidad tan innecesaria como mareante. El resultado general era de verdadera pesadilla.
No obstante, lo que me causó una impresión más lacerante fue el público.
Porque lo de los presuntos artistas lo entiendo: si te pagan por hacer eso, pues lo haces. Sin complejos, que diría Rajoy. (Desde ese punto de vista, puedo incluso hacerme cargo de lo maquilladísimos que iban. Quizá lo hacían para que nadie pudiera reconocerlos por la calle a partir de ahora.)
Pero, lo del público, ¿por qué? ¿Qué necesidad tenían esos miles de personas de estar todo el rato gritando, elevando los brazos como posesos, dando voces y agitando banderas, muchas de ellas de ignota procedencia? ¿Qué les habían dado? ¿Cómo podían saber, incluso, qué carajo estaban cantando los que ocupaban el escenario, si ellos no paraban de bramar por su cuenta?
Me pareció todo rarísimo. Incluyendo a los representantes de TVE, los llamados D'Nash, que a saber dónde se habían dejado a Crosby, Still y Young. «Esto no hay por dónde cogerlo», dijo uno de los chicos del grupo, tras conocer el resultado de la votación.
No precisó a qué se refería al hablar de «esto». Según de lo que hablara (y de cuánto abarcara), lo suscribiría sin pestañear.
Confío en que los candidatos de las próximas elecciones municipales, autonómicas y florales no estuvieran tomando notas.
Javier Ortiz. El Mundo (14 de mayo de 2007). Hay también un apunte que trata el mismo asunto: Esto no hay por dónde cogerlo. Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/05/14 07:00:00 GMT+2
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2007/05/12 07:00:00 GMT+2
Me cuentan que se discute bastante -entre los especialistas, claro- sobre si es constitucional o no lo que se está haciendo con las candidaturas de la izquierda abertzale vasca. He leído a un jurista que, tras dejar constancia irritada de media docena de verdades constitucionales de Pero Grullo, afirma: «Sé que no sirve para nada lo que estoy escribiendo». Me ha parecido una buena muestra de la desesperación tranquila, que es el estado de ánimo que a algunos nos suele producir la contemplación diaria de la realidad político-social.
Entiendo que a los enamorados del Derecho les cueste aceptar que el principio constitucional supremo fue el que formuló Al Capone redefiniendo las reglas del póquer: «Cuatro ases pierden contra cuatro reyes y un revólver».
El Poder (con mayúscula) consiste en eso. Todos los poderes, incluyendo el ejecutivo, el legislativo y el judicial, tienen un único nombre: fuerza. No es obligatorio usarla. A veces basta con mostrarla, al modo de Cisneros.
Las cosas son así, pero en último término. Lo cual quiere decir que existen términos previos, que a veces se hacen notar (aunque en España no mucho y sólo de vez en cuando).
Me cuentan que hay no poco nerviosismo en las altas instancias españolas porque podría ser que el Tribunal de Estrasburgo dictaminara, no dentro de mucho, que la Ley de Partidos que rige por aquí no vale y hay que retirarla.
Den ustedes por descontado que nuestras autoridades están haciendo todo lo posible para que tal dictamen no se produzca, pero tampoco es tan sencillo conseguir que los integrantes de un tribunal supranacional -que tienen su prestigio, o eso se creen- hagan como si fueran todos Jiménez de Parga.
Se recuerda del expresidente de nuestro Tribunal Constitucional que introdujo una sesión del alto organismo llamando la atención de los presentes sobre sus deberes para con el Estado, entendido como causa suprema. Pero, para considerar que un asunto es cuestión de Estado y avenirse a sacrificar en su ara cualquier hipotético remilgo o zarandaja, lo primero que se precisa es que uno se sienta -sea- parte de ese Estado. O sea, que viva de él y comprenda la importancia de la máxima romana: lo primero, vivir; después, filosofar. Ahí puede estar la clave: los jueces de Estrasburgo cobran de otra caja.
Lo más deprimente para los que todavía nos movemos animados por tontos principios/prejuicios es la certeza de que quienes tienen capacidad de decisión sobre todos estos asuntos no están reflexionando sobre ellos guiados por la idea fija de hacer justicia, ni mucho menos. Que lo suyo es más bien mirar de reojo a ver quién tiene cuatro reyes, a ver quién cuatro ases, a ver quién un revólver y a ver quién un montón de cartas en la manga y, ya de paso, una cuenta corriente con muchos ceros.
Javier Ortiz. El Mundo (12 de mayo de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Cuatro reyes y un révolver. Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/05/12 07:00:00 GMT+2
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2007/05/07 07:00:00 GMT+2
¿Cómo puede ser que la dirección del PP afirme que no pone en duda la independencia de criterio del juez marbellí de la operación Malaya y que, a la vez, sostenga que la detención de Isabel Pantoja responde a una maniobra del Gobierno de Zapatero? Una de dos: o el juez actúa de acuerdo con su propio criterio o lo hace por cuenta ajena.
No tiene nada de asombroso que un vendepeines de feria sea capaz de sostener simultáneamente algo y su contrario y quedarse tan ancho cuando se le hace ver que se contradice. Le basta con responder: «No me contradizco», como hizo en cierta ocasión nuestro ilustre Defensor del Pueblo, y a por la siguiente. Forma parte de su oficio.
Más chocante puede parecer que haya muchos ciudadanos que aplaudan y festejen a los políticos que se comportan de ese modo. ¿No les incomoda respaldar a tramposos de marca mayor?
Pues no. Porque se ven protegidos por el blindaje del sectarismo, que convierte en impermeable a todo aquél que goza de sus beneficios.
No es cuestión ni de izquierdas ni de derechas, ni de nacionalismos -sean del signo que sean- ni de internacionalismos. El sectario vive bajo el paraguas protector de su sectarismo. No le importa que los argumentos manejados por sus jefes de fila sean más o menos coherentes, sólidos y rigurosos (no digamos ya científicos). Sólo se interesa por su grado de contundencia. Si fastidian al enemigo, son buenos. Si provocan su ira, si lo enfurecen, es que están bien.
Es un mecanismo mental de autodefensa (y ataque) que he visto en marcha entre los sectarios de la más variada condición.
Ayer, Conde-Pumpido mostró su alborozo porque el Tribunal Supremo ha optado por impedir que «los partidos que no condenan la violencia» -dijo- «estén presentes en las instituciones». Él sabe que en los estatutos de ANV figura una condena explícita de la violencia. Él sabe que la Ley de Partidos no dice que sea obligatorio condenar la violencia (¿qué violencia, además?). Él sabe que la resolución que festeja no priva de derechos a ningún partido o ente abstracto similar, sino a decenas de miles de ciudadanos a los que ninguna sentencia firme ha privado de su derecho al sufragio activo y pasivo, pese a lo cual se verán desposeídos de ejercerlo.
En el extremo opuesto (que en realidad es el mismo, porque el negativo de una fotografía no deja de ser la misma fotografía), los defensores de Batasuna/HB/EH se indignan por lo poco democrática que es la negación de sus derechos. ¡Y qué razón tienen! Porque su parte de razón también es razón.
Ésos son otros sectarios, que sólo jalean su causa. Cuando los suyos son maltratados, qué cosa más aberrante. Cuando son maltratados los de enfrente, qué asunto más complejo y qué difícil es opinar.
No les veo remedio.
No os veo remedio.
No nos veo remedio.
Javier Ortiz. El Mundo (7 de mayo de 2007). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/05/07 07:00:00 GMT+2
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2007/05/05 07:00:00 GMT+2
No sé si las listas de ANV esconden candidatos de Batasuna camuflados. A decir verdad, me da igual. No creo que valga la pena polemizar sobre algo tan insulso. Puestos a discutir -que tampoco me apetece demasiado-, tal vez me animara a buscar las cosquillas a quienes creen que es buena idea movilizarse para conseguir que una parte considerable de la población vasca no esté representada en los órganos de poder local que habrá de disfrutar (o sufrir) en los próximos cuatro años.
«¡Me niego a que ocupen cargos a costa de mi dinero!», claman los topiqueros. ¿Vuestro dinero? De eso, nada. No les pagáis vosotros. Si se mantienen, será gracias al dinero de quienes aporten su voto a la opción que representan. Gente que paga sus impuestos como todo quisque.
Porque sus dineros de ustedes, caballeros oponentes, van a parar a las candidaturas de su elección. Que es así como funciona esto. «¡Pero si son cuatro!», prosiguen. Vaya, ¿y cómo lo saben ustedes? Para decidir si son cuatro, seis, 10 o 300.000, habría que contarlos. Y si no pueden expresar sus preferencias en las urnas -que teóricamente están para eso-, va a ser difícil determinarlo.
Hablan de candidatos contaminados. Curioso término. Repaso las listas de las diversas candidaturas y me topo con la tira de contaminaciones.
En las nóminas del PSE-PSOE aparecen no pocos contaminados. De opuesto signo, incluso: los hay que cabría considerarlos contaminados porque militaron en su día en ETA político-militar (¿o eso mató, pero no contaminaba?) y otros cuya participación en las hazañas mortuorias de los GAL dista de estar dilucidada (¿o eso también mató, pero tampoco contaminó?).
En el PP descubro excelsas figuras que pasearon su beneplácito por las campas de Montejurra y por las calles de Vitoria en cierta infausta ocasión que acaba de evocarse en la pantalla grande. ¿Ninguna contaminación alegable, señor fiscal?
Bueno. Podría seguir examinando todas las listas de los presentados (o impresentables, según se quiera ver). Ya sé que hay candidaturas y siglas que no tengan gran cosa que objetarse, salvo alguna patada tirando a etílica en las puertas de algún juzgado. Pero, en todo caso, ¿qué? ¿Se trata de que los ayuntamientos, diputaciones y demás instituciones sean expresión de lo que siente y piensa la ciudadanía, o de qué se trata?
Háganme caso, que tengo una larguísima experiencia en esto de resignarse a aceptar que las cosas son como son, y no como quisiéramos que fueran. Créanme: Euskadi no va a cambiar porque ustedes se empeñen en reformarla a golpe de prohibiciones y decretos.
O, por decirlo de manera todavía más clara: cuanto más se empeñen en reformarla por la brava, a coscorrones leguleyos, más fácil será que continúe tal cual, año tras año. Lo cual a algunos no nos apetece demasiado. Aunque ése sea otro asunto.
Javier Ortiz. El Mundo (5 de mayo de 2007). Hay también un apunte con el mismo título e idéntico contenido: Candidatos contaminados. Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/05/05 07:00:00 GMT+2
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2007/04/30 07:00:00 GMT+2
Dicen algunos expertos dietistas que no es mala cosa dejarse aconsejar por lo que nos pide el cuerpo. Aseguran que si, por ejemplo, uno tiene de pronto una gana extraordinaria de comer cosas dulces, la razón puede estar en que su organismo ha detectado un déficit de glucosa, lo cual estimula su centro cerebral regulador de las apetencias. Y así.
Me pregunto si será por una carencia orgánica de este tipo por la que los vascos -no todos, pero sí muchos- estamos últimamente en plan de pedirnos perdón los unos a los otros sin parar. ¿Será que nos hace falta?
Se trata de una tendencia tanto activa como pasiva, es decir, que lo mismo pedimos perdón que pedimos a otros que pidan perdón, o ambas cosas a la vez.
El Gobierno vasco, puesto a dar ejemplo, ha desplegado en los últimos días una intensa actividad perdonista, por así decirlo, y lo ha hecho en las dos direcciones recién mencionadas. De un lado, ha pedido perdón a las víctimas de ETA por no haberlas atendido suficientemente en el pasado. De otro, ha pedido al Gobierno de Madrid que se plantee la posibilidad de pedir perdón a las víctimas del bombardeo de Gernika.
El Ejecutivo español se ha apresurado a responder que la demanda del Gobierno de Ibarretxe le parece «un disparate histórico».
No sé por qué. ¿Pensará que ha pasado mucho tiempo, demasiado, y que no hay culpa que 70 años dure? Si es así, no tiene razón, y debería saberlo. Las actuales autoridades alemanas, por ejemplo, siguen haciendo actos de contrición por las barbaridades cometidas por el III Reich, como la de Gernika, que perpetraron a medias con sus colegas españoles de la época, como es bien sabido, aunque algunos prefirieran que se olvidara.
¿Considerará el Gobierno de Zapatero que los crímenes de los jerarcas franquistas no les conciernen en absoluto? Pues se equivocará, y en tal caso aún más. Porque, a diferencia de los gobernantes alemanes de ahora, cuya legitimidad nació de una ruptura -muy trágica, por cierto, como se encargaron de demostrar los jueces de Nuremberg- con el pasado, el vigente Estado español, por mucho que quede antipático decirlo y nada cómodo reconocerlo, es el mismo que nació de la sublevación militar del 18 de julio de 1936. El mismo Estado que la Transición de 1976-1977 se encargó de reconvertir, pero no de clausurar. Lo dejaron muy claro: aquello fue el triunfo de la reforma y la renuncia a la ruptura. Tomándoles la palabra, suelo insistir en recordar, consciente del punto de humor negro que tiene la cosa, que, cuando nos referimos a Franco llamándolo «el jefe del Estado anterior», el adjetivo «anterior» se refiere al jefe, no al Estado.
Estoy dispuesto a aceptar que a ellos el cuerpo no les mueva a pedir perdón. Pero la culpa de que sea así la tendrá, en todo caso, la insensibilidad de su cuerpo, no lo innecesario del perdón.
Javier Ortiz. El Mundo (30 de abril de 2007). Hay también un apunte que trata el mismo asunto: De víctimas y perdones. Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/04/30 07:00:00 GMT+2
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2007/04/28 07:00:00 GMT+2
El juez Javier Gómez Bermúdez se molestó porque al testigo, Gorka Vidal, convocado a declarar en tanto que miembro de ETA, le entró la risa cuando le preguntaron si su organización tuvo algo que ver con los atentados del 11-M. Le conminó a ponerse serio, le señaló en tono cortante que lo que se juega en ese juicio es de una extraordinaria gravedad y le ilustró sobre cómo debía responder: «Dice usted no y se acabó». Tras lo que se puso a reflexionar en voz alta sobre los problemas que acarrea convocar como testigos a delincuentes.
El recluso compareciente, con independencia de lo que considerara el juez Gómez Bermúdez, tenía perfecto derecho a manifestarse sorprendido por la pregunta y a responder que le parecía absurda, entre otras cosas porque lo era, y de manera muy obvia. Se le pedía que testificara si ETA tuvo relación con los atentados del 11-M. El declarante puede que haya sido de ETA, pero no es ETA en su integridad. Él no puede estar al tanto de lo que han hecho o han dejado de hacer en uno u otro momento todos y cada uno de los miembros de la organización.
A nadie se le puede pedir que declare sobre algo que es imposible que sepa, de modo que, en todo caso, lo que debería haber hecho el presidente de la Sala es reclamar que se reformulara la pregunta para que el testigo fuera interrogado sobre asuntos de su posible conocimiento. ¿Tuvo él alguna relación con los atentados del 11-M? ¿Alguien perteneciente a ETA asumió ante él que la organización estuviera involucrada en esos crímenes? Si sí, pues sí, y si no, pues no.
En todo caso, lo que me pareció de aurora boreal es que el juez dictara al testigo el tenor de la respuesta que debía dar. El «dice usted no y se acabó» de Gómez Bermúdez es digno de una antología del cheli procesal.
Nada nuevo bajo el sol: se trata tan sólo de otra de las muchas chulerías con las que nos festeja cada vez que adopta esa pose tan suya de Ironside malagueño y retira la palabra a los acusados para que no pierdan el tiempo defendiéndose (¡qué manía!), abronca a los traductores, ridiculiza a los abogados –con los que luego se disculpa a escondidas, como si con eso arreglara algo– o da voces a los técnicos del equipo de sonido, para que quede claro que él es la Ley, en plan prota de Hollywood.
Lo que más me fascina de este juez es que está consiguiendo que su actuación me repatee a pesar de que la causa a la que se supone que favorece con sus salidas de tono es la que yo también defiendo. Ya sé que son muchos los que lo acogieron con las uñas sacadas en razón de sus antecedentes políticos, y que ahora lo festejan, porque empuja en la dirección que les gusta.
Supongo que el problema es mío, que no me gusta ganar de cualquier manera. Quisiera que la Ley fuera como se supone que debe ser: estricta, desapasionada, imparcial. Distinta.
Javier Ortiz. El Mundo (28 de abril de 2007). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/04/28 07:00:00 GMT+2
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2007/04/23 07:00:00 GMT+2
Mucha gente que vive en el campo está armada. En la zona de Alicante donde paso buena parte del año, debo de ser uno de los pocos lugareños que no cuenta con una escopeta de dos cañones. No la quiero. Prefiero no tener a mano un arma de fuego. Podría llegar a usarla. «¿Y si te roban?», me preguntan. Pues que me roben.
Lo cierto, de todos modos, es que, aunque casi todos mis vecinos cercanos están armados, nunca se ha producido en nuestro entorno, que yo sepa, ningún incidente en el que hayan mediado disparos. Se oyen tiros, sí, pero en la temporada de caza. De lo cual se deduce que vivo rodeado de gente juiciosa, que sabe para qué hay que usar las armas de fuego y para qué no. O sea, que se puede.
Tal vez sea por culpa de mi inmoderado espíritu de contradicción, pero el caso es que no veo tan claro lo que todo el mundo por aquí dice que tiene clarísimo en relación al derecho de posesión de armas de fuego en EE.UU. Se establece una relación de causa-efecto: allí la tenencia de armas de fuego es legal, ergo es muy fácil que la gente mate (o se mate). Sin embargo, las leyes reguladoras de la tenencia de armas en Canadá son muy similares a las estadounidenses, pese a lo cual los canadienses no padecen ninguna epidemia de matanzas indiscriminadas, ni en centros escolares ni fuera de ellos.
Hay que examinar el asunto a partir de la distinción entre causas externas (condiciones) y causas internas (predisposición). Por retomar una vez más el ejemplo clásico: el calor hace que los huevos se conviertan en pollos, pero no hay calor que sea capaz de convertir las piedras en pollos. Si legislaciones similares producen resultados cualitativamente distintos en sociedades diferentes, la causa última de los problemas no habrá que buscarla en las leyes, sino en la disposición más o menos favorable (o desfavorable) de las sociedades concernidas. Lo cual nos obliga a deducir que la legislación estadounidense sobre las armas de fuego no es la causa de los crímenes, sino un factor exterior –importante, pero exterior– que facilita su realización.
Dicho de otro modo: de lo que estamos hablando, en último término, es de una sociedad que produce con facilidad individuos desquiciados, previamente educados en el culto a las armas de fuego, a su belleza... y a su capacidad para liquidar los problemas por la vía rápida. No es ésta o la otra ley la que falla. Es esa sociedad en su conjunto la que está enferma.
Pienso en mis deudas con Canadá y no me viene a la cabeza ni un solo nombre que evoque violencia. Me sale recordar a Leonard Cohen, a Neil Young, a Joni Mitchell, a Jaime Robbie Robertson... Todos pacifistas.
En cambio, pienso en los USA y los nombres asociados a la violencia me asaltan desde el primer momento. Desde muchísimo antes de acordarme de Sam Peckinpah.
Javier Ortiz. El Mundo (23 de abril de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Un arma en el alma. Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/04/23 07:00:00 GMT+2
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2007/04/21 07:00:00 GMT+2
A partir de los años 90, nuestras sociedades occidentales empezaron a hacer algo nunca visto hasta entonces: convertir a las víctimas en héroes. A las víctimas de cualquier desgracia: del terrorismo, de la violencia machista, de las catástrofes naturales, de los linchamientos mediáticos... De lo que sea, con tal de que permita elevar a las personas a la categoría de víctimas. Y ello pese a lo chocante que resulta que pueda considerarse una heroicidad convertirse en víctima, habida cuenta de que el heroísmo lleva inexcusablemente aparejada una elección, y las víctimas no eligen nada: lo son muy a su pesar.
Siempre ha habido víctimas, por supuesto. Lo nuevo es la mirada social que recae sobre ellas. Antes, la sociedad volvía la espalda a los desgraciados. Incluso se hacían bromas sobre lo poco conveniente que resultaba preguntar a alguna gente: «¿Qué tal?», porque se corría el riesgo de que respondiera contando sus desgracias. Ahora, en cambio, la compasión es un sentimiento muy prestigiado, que apareja la exigencia de que las víctimas sean acogidas, atendidas, protegidas por leyes especiales y respaldadas económicamente por el Estado, que puede recortar sin ningún miramiento todo tipo de gastos sociales, pero bajo ningún concepto escatimar fondos de ayuda a las víctimas.
Los autores de un reciente libro aparecido en Francia (Soulez-Larivière y Eliacheff, Le temps des victimes) dan cuenta de la aparición en su país de la victimología en tanto que disciplina académica. No sólo es posible estudiarla y diplomarse en ella sino que, según cuenta, se trata de una especialidad muy valorada. Ningún licenciado en victimología tiene problemas para encontrar empleo.
Parece paradójico que algo así suceda en una sociedad que, como la nuestra, practica el culto al ganador. Pero la función que cumple la figura de la víctima es clave para apuntalar otro fundamento del orden actual: la dictadura de la emoción sobre la razón. Ayuda también a suprimir las barreras entre lo privado y lo público: de ahí el creciente papel que los testimonios personales desgarradores y las escenas de dolor teóricamente privado ocupan en los informativos de las televisiones.
Ser víctima puede resultar incluso rentable. Eso es lo que explica que hasta los propios dirigentes políticos rivalicen entre sí ante el gran público para ver quién está siendo más víctima (de calumnias, de bajezas, de acusaciones infundadas, etcétera). Sarkozy está ahora mismo que se sale, feliz de los ataques personales que le dirigen por ser medio extranjero y tener problemas matrimoniales. «Y es que –dicen los autores del libro mencionado–, desde el momento en que uno es víctima, tiene ya derecho a atacar a los demás».
Acabada la solidaridad, la camaradería y el compañerismo, hemos entrado en el reino de la compasión.
Javier Ortiz. El Mundo (21 de abril de 2007). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/04/21 07:00:00 GMT+2
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