Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán. Quiere que charlemos de cómo va la campaña electoral. Le digo que, aunque hablo a partir de impresiones muy parciales, sin mayor fundamento sociológico –y probablemente demasiado madrileñas–, no veo que haya demasiado entusiasmo popular ante la convocatoria del próximo domingo. «Me da que puede registrarse una abstención muy alta», vaticino.
–Ándate con ojo –me dice–, porque te mueves en ambientes muy de izquierdas, y eso te puede engañar. Es la izquierda la que está desmovilizada en esta ocasión. Yo a la derecha la veo motivada.
Me hace gracia el aplomo con el que se expresa Gervasio. Para empezar, yo no me muevo en ambientes «muy de izquierdas». Me muevo muy poco y, desde luego, no en ambientes. En segundo lugar, uno, por mucho que se mueva, tampoco puede convertirse en un instituto de opinión ambulante. Pero, ya que estamos en ello, le pregunto a qué atribuye él la desmovilización de la izquierda que ha detectado.
–Estamos ante los efectos de un nefasto cambio generacional –dictamina.
Me deja perplejo. ¿«Un nefasto cambio generacional»? Le pido que se explique.
–En parte la culpa la tienes tú y muchos más como tú –sigue–. Os habéis pasado años pretendiendo que vuestra generación, la del 68, se había apoderado del poder en todas sus manifestaciones, incluyendo la política, la economía, la cultura y toda la pesca; que la maldita troupe del 68 se había convertido en una embolia que impedía la llegada de sangre fresca al organismo social, bla-bla-bla; que había que dar el relevo y favorecer la irrupción de gente joven y nueva… Bueno, pues al final lo habéis conseguido, y el resultado está siendo un desastre.
–¿Hablas de Zapatero? –digo, tratando de abrirme paso en toda esa maraña.
–Hablo de Zapatero y de muchísimos más, que te los topas en todas partes. En la administración, en la literatura, en el cine, en los medios de comunicación… Te hablo de gente que no tiene ninguna formación política, que se cree que estar preparado es hablar tres idiomas, que carece de referencias históricas, que…
–¡Eh, eh, eh, Gervasio! ¡Para el carro! –le interrumpo–. ¡Te estás montando una película! ¿Tratas de decirme que, por poner un ejemplo, Felipe González era más estupendo y merecía mucha más estima que Zapatero? ¿Echas de menos los GAL y Filesa?
Se me enfada.
–¡No me seas demagogo! Lo que yo te digo es que esta gente de ahora no tiene capacidad de ilusionar, de movilizar… Que aburren a las vacas, y eso se nota, y ya verás si se va a notar el domingo que viene.
Opto por tomármelo a guasa.
–Te entiendo, Gervasio. No deberíamos haber permitido que irrumpieran estos jovenzuelos, tipo Solbes y Fernández de la Vega.
Acabada la conversación y colgado el teléfono, me quedo pensativo. No comparto el argumento generacional, pero algo hay en lo que dice Gervasio que me huele que apunta a un problema real, aunque no sabría cómo acotarlo.
No se me marcha el pensamiento tanto al mundo de la política como al de los medios de comunicación.
Hace unos años, es posible –seguro, incluso– que hubiera más canallas al mando. Pero, desde luego, había menos imbéciles.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: La nueva generación.