No sé si las listas de ANV esconden candidatos de Batasuna camuflados. A decir verdad, me da igual. No creo que valga la pena polemizar sobre algo tan insulso. Puestos a discutir –que tampoco me apetece demasiado–, tal vez me animara a buscar las cosquillas a quienes creen que es buena idea movilizarse para conseguir que una parte considerable de la población vasca no esté representada en los órganos de poder local que habrá de disfrutar (o sufrir) en los próximos cuatro años.
«¡Me niego a que ocupen cargos a costa de mi dinero!», claman los topiqueros. ¿Vuestro dinero? De eso, nada. No les pagáis vosotros. Si se mantienen, será gracias al dinero de quienes aporten su voto a la opción que representan. Gente que paga sus impuestos como todo quisque.
Porque sus dineros de ustedes, caballeros oponentes, van a parar a las candidaturas de su elección. Que es así como funciona esto. «¡Pero si son cuatro!», prosiguen. Vaya, ¿y cómo lo saben ustedes? Para decidir si son cuatro, seis, 10 o 300.000, habría que contarlos. Y si no pueden expresar sus preferencias en las urnas –que teóricamente están para eso–, va a ser difícil determinarlo.
Hablan de candidatos contaminados. Curioso término. Repaso las listas de las diversas candidaturas y me topo con la tira de contaminaciones.
En las nóminas del PSE-PSOE aparecen no pocos contaminados. De opuesto signo, incluso: los hay que cabría considerarlos contaminados porque militaron en su día en ETA político-militar (¿o eso mató, pero no contaminaba?) y otros cuya participación en las hazañas mortuorias de los GAL dista de estar dilucidada (¿o eso también mató, pero tampoco contaminó?).
En el PP descubro excelsas figuras que pasearon su beneplácito por las campas de Montejurra y por las calles de Vitoria en cierta infausta ocasión que acaba de evocarse en la pantalla grande. ¿Ninguna contaminación alegable, señor fiscal?
Bueno. Podría seguir examinando todas las listas de los presentados (o impresentables, según se quiera ver). Ya sé que hay candidaturas y siglas que no tengan gran cosa que objetarse, salvo alguna patada tirando a etílica en las puertas de algún juzgado. Pero, en todo caso, ¿qué? ¿Se trata de que los ayuntamientos, diputaciones y demás instituciones sean expresión de lo que siente y piensa la ciudadanía, o de qué se trata?
Háganme caso, que tengo una larguísima experiencia en esto de resignarse a aceptar que las cosas son como son, y no como quisiéramos que fueran. Créanme: Euskadi no va a cambiar porque ustedes se empeñen en reformarla a golpe de prohibiciones y decretos.
O, por decirlo de manera todavía más clara: cuanto más se empeñen en reformarla por la brava, a coscorrones leguleyos, más fácil será que continúe tal cual, año tras año. Lo cual a algunos no nos apetece demasiado. Aunque ése sea otro asunto.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título y contenido en El Mundo: Candidatos contaminados.