Un escándalo en la Hacienda de Irún, que ya está en los tribunales y que ha acarreado alguna dimisión política, ha servido para que diversos comentaristas, vascos y de otros lares, se hayan referido a los inconvenientes que presenta que unas u otras administraciones públicas sean gobernadas durante demasiados años por el mismo partido. Para mí que el caso no es el más adecuado para ilustrar la idea. Por diversas razones: porque se refiere a instituciones gobernadas en coalición, no por un solo partido; porque la administración tributaria está en muy buena parte regida por funcionarios, no por políticos… y porque en este asunto hay un mar de fondo de pendencias partidistas que, por lo menos para mí, no están nada claras.
Pero, hechas esas salvedades, en lo fundamental estoy de acuerdo. En principio (no como un dogma, pero sí como idea general), es bueno que en los poderes públicos haya alternancias, aunque no supongan verdaderas alternativas.
Julio Anguita solía insistir en la importancia de esa distinción, que es justa. No se trata de que se quite Andrés de Ramón para que se ponga Ramón de Andrés (los franceses dicen Blanc Bonet y Bonet Blanc). La cuestión no es desplazar a unos individuos que tienen un modo de gestionar la cosa pública para poner a otros que tal cual, sobre poco más o menos, sino acabar con un modo de gobernar para abrir paso a otro. ¡De acuerdo, por supuesto!
Ahora bien: la experiencia me ha demostrado que tampoco hay que desdeñar los aspectos positivos –menores, pero positivos– que puede tener que Andrés de Ramón sea sustituido por Ramón de Andrés, por así decirlo. O sea, y por expresarlo directamente, y un tanto a lo bestia: que dejen de gobernar unos impresentables para que, durante un cierto tiempo, lo hagan otros impresentables.
He hablado de la experiencia. La mía me dice que, cuando una pandilla de políticos impresentables (porque los políticos impresentables actúan siempre en pandilla) lleva ya una cierta cantidad de años sentada en sus poltronas, lo suyo tiende a dejar de ser un gobierno para convertirse en un régimen. Se convierten en una casta. Establecen unas redes de influencias, una trama de chanchullos, todo un sistema de complicidades que acaba por solidificarse y adquirir carta de naturaleza.
La mayor ventaja de que aparezcan otros es que son otros, por definición. Y eso hace que se rompan los esquemas, que se abran las ventanas y se oree el ambiente durante un cierto tiempo. No necesariamente mucho: algo. Los nuevos, una vez instalados, tienen que hacer su aprendizaje. El perfecto burócrata, el aparatchik, el político corrupto, no nace: se hace. Y, mientras se está haciendo, es imperfecto. La alternancia permite cambiar a un político corrupto que empieza a ser perfecto por otro que todavía está en ello.
Pero –y puesto que de experiencia hablo– el problema no estriba en admitir el principio general, en abstracto, sino en acordar quiénes conforman pandillas impresentables instaladas desde hace demasiado tiempo y quiénes no. Por volver al inicio de este apunte: no pocos de los comentaristas que han señalado que sería bueno que los gobernantes guipuzcoanos dejaran paso a otros, de otros partidos, para que haya renovación, etc., etc., se cuidan muy mucho de defender que suceda lo mismo en Madrid, o en Valencia, o en Baleares.
Y al revés.
Y perdón, que no soy de los que tiran la piedra y esconden la mano. Acabo de leer un reportaje sobre Marinaleda y su alcalde, Sánchez Gordillo, que lleva un cuarto de siglo en el cargo. Pues vale, lo admito: no me importaría nada que siguiera.
Que, como dicen en Andalucía y en Renfe: así es la vía.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Elogio de la alternancia.
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P.D. Javier Solana ha recibido el Premio Carlomagno, que ya había distinguido años atrás a Juan Carlos I y a Felipe González. También a su abuelo, Salvador de Madariaga, de quien no recuerdo qué maledicente aseguró: "Es un gran políglota. Es capaz de decir bobadas en seis o siete idiomas diferentes".
Bueno, lo que nadie podrá negar es que el jurado de este premio tiene criterios firmes.