2006/09/11 07:00:00 GMT+2
Las Naciones Unidas han adoptado por primera vez una declaración para la lucha internacional contra el terrorismo. En general, y por lo que he podido leer de ella, incluye algunas recomendaciones concretas y manifiesta un buen número de buenos deseos, pero presenta lagunas que autorizan a sospechar que no va a servir para gran cosa.
En primer lugar, renuncia a definir qué entiende por terrorismo y si en su concepto de terrorismo se incluyen todos los tipos de violencia destinados a aterrorizar a las poblaciones, comprendido, en consecuencia, el terrorismo de Estado.
En segundo lugar, elude hacer un catálogo de los focos de terrorismo más importantes que hay en el mundo actual y de las organizaciones que los mantienen vigentes. Esto es importante, porque no parece que sea tarea sencilla combatir algo que no se sabe ni quién lo realiza ni dónde se localiza. Hace años ya hubo un intento en la ONU de establecer un catálogo de ese género, en el que José María Aznar jugó un papel importante, y se demostró que la tarea era imposible, porque lo que para unos gobiernos es terrorismo para otros no lo es, y viceversa. Fue llamativo en aquella ocasión que Tony Blair se negara a que el IRA figurara como grupo terrorista. Ahora sucedería lo mismo: inténtese incluir a Hizbolá en la nómina de las organizaciones terroristas y se verá la reacción de numerosos países árabes e islámicos.
El mero hecho de que la declaración haya sido suscrita por los 192 estados representados en la Asamblea General mueve al mayor escepticismo. Según leo, entre las medidas aprobadas por la ONU para frenar la propagación del terrorismo figuran la solución de conflictos prolongados o sin resolver, la humanización del trato a las víctimas, la universalización del Estado de Derecho, el fin de la violación de los Derechos Humanos y de las discriminaciones étnicas, nacionales y religiosas, así como la superación de las marginaciones sociales y económicas. Si se animan un poco más, lo mismo acuerdan que todos (y todas) debemos ser ricos y felices. Hacen como si ignoraran que muchos de los gobiernos firmantes de la declaración se dedican fervientemente a hacer justamente lo contrario de lo suscrito. De haber creído que lo acordado pone en peligro la pervivencia de sus políticas, se habrían negado a aceptarlo, con la misma rotundidad con que EE.UU. veta todos los proyectos de resolución que trata de frenar las violaciones del Derecho Internacional cometidas por el Estado de Israel. Es un puro sarcasmo que una declaración así haya sido suscrita por quien tiene montada la prisión de Guantánamo y admite mantener cárceles secretas por medio mundo.
El secretario general Kofi Annan ha mostrado su contento con la declaración y ha añadido: «Ahora, la cuestión es cómo poner en práctica lo acordado». Ya. ¡Y tanto!
Javier Ortiz. El Mundo (11 de septiembre de 2006). Hay también un apunte con el mismo título: Una colección de buenos deseos. Subido a "Desde Jamaica" el 20 de mayo de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2006/09/11 07:00:00 GMT+2
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2006/09/07 07:00:00 GMT+2
La vicepresidenta Teresa Fernández de la Vega asegura que el Gobierno de España no está dispuesto a tolerar que se siga produciendo el constante flujo de inmigrantes irregulares que llega a las islas Canarias desde el Africa subsahariana. Supongo que amenaza con interrumpir las ayudas que están concediendo a los gobiernos de los países de los que procede esa inmigración. Digo que será eso, porque, si no, no veo cómo podría poner en práctica lo que afirma.
Sabemos que el número de inmigrantes que llega a Canarias es mínimo comparado con el que acude a la Península por tierra y por aire –es así, aunque muchos prefieran no hablar de ello–, pero tampoco cabe desdeñar, y yo no lo hago, el problema que representa para las administraciones españolas, en sus diferentes escalones, el constante desembarco en las islas de inmigrantes a los que deben atender, improvisando los medios. Podría decir, en plan malvado, que es una penitencia que paga España por tener en Africa una parte de su territorio nacional, pero tampoco ganaría nada por subrayar esa peculiaridad de la Historia. Así las cosas, lo único que pueden hacer las autoridades españolas –me parece de sentido común, y resulta de coña que haya nacionalistas españoles que lo discutan– es socializar el problema, trasladando a la Península a quienes no cabe devolver de inmediato a los puntos de origen y no es posible atender adecuadamente en las presuntas islas Afortunadas.
Pero todo eso son parches. Digo todo porque quiero decir todo: amenazar a los gobiernos de Senegal y vecinos con quitarles la paga, lograr que vigilen mejor -que vigilen algo- los puertos desde los que están partiendo a diario las barcazas, arreglar el problema de infraestructuras de acogida que tienen en Canarias, disponer un sistema de traslado y reparto por el conjunto del territorio del Estado de los inmigrantes que no quepa repatriar ipso facto... No soy Jeremías ni ningún otro de los profetas, ni de los mayores ni de los menores, pero me arriesgo a pronosticar que, si se lograra frenar el flujo migratorio hacia las Canarias, entonces los inmigrantes africanos empezarían a llegar por otras vías. Por otros puertos o por otras fronteras.
Y es que muchos hemos apelado a la imagen simbólica de la fortaleza medieval, con sus fosos, sus altos muros y demás, para describir la posición que intenta adoptar Europa con respecto al Tercer Mundo, pero la comparación, si puede valer a efectos literarios, no describe para nada la auténtica realidad, porque una fortaleza es un terreno perfectamente acotado y hasta aislable, pero la Unión Europea se parece mucho más a un queso de Gruyère: está llena de agujeros por los que no tiene mayor dificultad colarse.
Si no pueden hacerlo en línea recta, los inmigrantes vendrán dando un rodeo. Pero seguirán viniendo, vaya que sí.
Javier Ortiz. El Mundo (7 de septiembre de 2006). Hay también un apunte que trata de los mismo: La fortaleza. Subido a "Desde Jamaica" el 20 de mayo de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2006/09/07 07:00:00 GMT+2
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2006/09/04 07:00:00 GMT+2
Sucede con frecuencia que, cuando alguien no consigue que los hechos convengan a sus tesis o sus intereses, opta por deformarlos hasta que le encajan. Hace poco me ha tocado comprobarlo: un obispo emérito auxiliar dedicó una larga parrafada en este periódico a refutar una supuesta tesis mía que yo nunca había defendido (ni ganas), razón por la cual ni siquiera pudo entrecomillar lo que denostaba, regla de oro de todo polemista que se precie.
Algo semejante, aunque mucho más grave y a gran escala –a enorme escala–, está sucediendo con la disputa social sobre la inmigración no regulada. Es portentosa la cantidad de políticos y comentaristas que cuando hablan de ello utilizan datos que unas veces son equívocos y otras –las más– directamente falsos.
Por ejemplo: citan como verdad evidente que la inmigración irregular más grave y comprometida es la que nos asalta a diario en pateras y cayucos. Dejando de lado que las embarcaciones a las que aluden no son ni pateras ni cayucos (entérense de una vez, por favor, de qué es una patera y de qué es un cayuco), el hecho cierto es que el número de inmigrantes irregulares que llegan a España por esa vía es mínimo, comparado con la cifra de los que acceden a nuestro territorio por vía terrestre y aérea. Pero como esos otros flujos son más de goteo, menos noticiables y además no son culpa de Zapatero, sino de la sacrosanta UE, ¿para qué reparar en ellos?
Segundo tópico: «La economía española no puede soportar esa invasión». Un reciente informe de un importante grupo bancario, cuyas conclusiones nadie ha osado discutir, sostiene que las altas tasas de crecimiento que registra la economía española son deudoras del trabajo de la población inmigrante, sin el cual nuestra cuenta de resultados sería mucho más mediocre. Así que nos va bien gracias a ese problema.
Tercera incongruencia: ¿cómo puede ser que insistan en lo preocupante que es el envejecimiento de la población y las consecuencias económicas que puede acarrear a medio y largo plazo (por la cosa de la Seguridad Social, las pensiones, etcétera), y que, sin embargo, no aplaudan con alborozo la llegada de población inmigrante, joven, fértil y potencialmente cotizante? (Se me ocurre una explicación, pero no quiero acusar a nadie de racismo sin aportar pruebas.)
Cuarta: ¿por qué no reclaman que el Estado refuerce de verdad las inspecciones de trabajo, sobre todo en los ramos de la agricultura, la construcción, la hostelería y el servicio doméstico, y exigen que se endurezcan las sanciones a quienes proporcionen empleo ilegal, de modo que sólo un suicida se atreva a contratar sin papeles? Si lograran que se hiciera eso, verían cómo desciende la inmigración ilegal. Y la economía sumergida. Y, ya de paso, también el producto nacional bruto.
Pero no lo harán. Porque no argumentan. Sólo buscan coartadas.
Javier Ortiz. El Mundo (4 de septiembre de 2006). Hay también un apunte que trata de los mismo: Argumentos vacuos.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2006/09/04 07:00:00 GMT+2
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2006/08/31 07:00:00 GMT+2
Es motivo de general conmiseración la actitud de Natascha Kampusch, la joven austriaca que ha permanecido secuestrada durante ocho años y que, tras escapar de su cautiverio, no ha mostrado particular inquina hacia el hombre que la tuvo recluida.
«La muchacha es víctima del síndrome de Estocolmo», dicen los expertos. Y así será, no digo yo que no, pero por ponerle un nombre clínico a su comportamiento no creo que quepa darlo por juzgado y visto para sentencia.
Lejos de considerarla extraña y pasmosa, la actitud de Natascha Kampusch es una de las más frecuentes del universo. Lo suyo es llamativo por las circunstancias en las que se ha producido, realmente extremas y novelescas, pero el modo de sentir que manifiesta la joven es, en el fondo, muy común.
A su manera y en su propia escala, la mayoría de los humanos -y no digamos de las humanas- tiende a comprender, e incluso a apreciar, a aquellos que los dominan y dirigen sus pasos.
Ahora se habla profusamente de la posición que tuvo buena parte de la población española durante la dictadura franquista. Muchos adoptaron hacia aquel régimen una actitud de sumisión, de temor reverencial, que de hecho se convertía en disculpa, cuando no en comprensión: que si no era para tanto; que si Franco había afrontado una situación caótica; que los que se metían en problemas eran en realidad sólo los que se los buscaban; que el llamado Generalísimo, bien mirado, tampoco era un dictador tan salvaje; que lo suyo no podía ser estrictamente tildado de fascista... A fuerza de intentar explicar su propia inacción ante la dictadura, que algo en su interior les decía que tenía su tanto de cómplice, fueron legión -siguen siéndolo- los que la vistieron de seda, llamándonos extremistas y exagerados a los que nos tomamos los Derechos Humanos y las libertades como una cuestión de principios. Como Natascha Kampusch con Wolfgang Priklopil, su carcelero, sostienen que Franco no fue su amo y señor, porque ellos también pudieron durante su cautiverio -cito el comunicado de la muchacha- dedicarse a «leer, hacer trabajos domésticos, ver la televisión, hablar y cocinar». O a escribir lo que a nadie molestaba.
Es terrible reconocerlo, pero también hay su tanto de síndrome de Estocolmo en la tragedia que sufren muchas mujeres víctimas de lo que ahora se llama violencia doméstica (en vez de machista y patriarcal, términos que la definen bastante mejor). Según los datos publicados hace un par de días, con frecuencia son ellas las que violan las órdenes de alejamiento y buscan a sus maltratadores, a los que se sienten unidas por un vínculo humillante y perverso de sumisión, de dependencia psicológica, que no reconocen como tal.
Y es que rebelarse contra la opresión nunca ha sido fácil. Hay que empezar por odiarla.
Javier Ortiz. El Mundo (31 de agosto de 2006).
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2006/08/31 07:00:00 GMT+2
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2006/08/24 07:00:00 GMT+2
Existen en el mundo muchas tradiciones culturales que resultan chocantes, e incluso desagradables, para quienes no han convivido con ellas desde la niñez y no las tienen integradas en su propia normalidad cotidiana.
Las hay de todo tipo. Las gastronómicas, por ejemplo. Un hombre de leyes ya fallecido me contó hace años la triste experiencia que supuso para él presentarse en una fiesta en Alemania con varios kilos de excelentes percebes de Cedeira. El aspecto de los bichos provocó un rechazo generalizado entre los asistentes, que no quisieron ni probarlos. A mí no me habría sucedido nada parecido con los percebes gallegos, pero me ha ocurrido con muchísimos otros supuestos manjares. Todavía recuerdo el día en el que unos amigos mexicanos quisieron que probara una ración de saltamontes. La explicación de que se trata de bichos semejantes a las gambas me pareció interesante en el plano científico, pero no cambió en nada mi firme determinación de no comerlos.
Con los ritos religiosos ocurre lo mismo, e incluso más. Vemos cómo visten y cómo se comportan durante sus ceremonias los adeptos a creencias que nos son extrañas y nos cuesta admitir que estén en sus cabales y puedan hacer y decir en serio todo eso. No nos damos cuenta de que lo mismo sentirán las personas procedentes de otras culturas que vean los actos religiosos que se celebran por aquí. Dicho sea con todos los respetos, los atuendos que lucen los protagonistas de los ritos católicos... en fin, digamos que tienen lo suyo. Tampoco creo que dejara indiferente a un alienígena sensato la contemplación de una procesión española de Semana Santa, en particular si conllevara la participación de disciplinantes.
Yo no soy alienígena (¿o sí?), pero a lo largo de los años me he ido distanciando tanto de la Iglesia católica y de sus ritos que ahora, cuando me los topo -cosa que sucede en muy escasas ocasiones-, me invade un sentimiento de profunda extrañeza, cuando no de total perplejidad. La última vez que acudí a una ceremonia católica fue con ocasión del funeral de mi madre. Allí ese sentimiento fue de neta indignación, al ver hasta qué punto los oficiantes eclesiásticos podían burocratizar el dolor ajeno. Sólo les faltó sustituir el hisopo por un cajero automático.
Ayer domingo, a primera hora de la mañana, encendí la radio para oír las noticias y me encontré con la retransmisión de una misa. Me pilló la cosa en el momento en el que el sacerdote decía: «El que come mi carne y bebe mi sangre...».
¡«El que come mi carne y bebe mi sangre»! ¡Qué idea más terrible! Se me revolvieron las tripas.
Estaría bien que la gente de cultura católica se acordara de esa atávica fórmula teofágica cada vez que le entre ganas de ridiculizar un rito religioso ajeno.
¿Primitivos los islamistas? ¿Modernos los nuestros?
Javier Ortiz. El Mundo (28 de agosto de 2006).
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2006/08/24 07:00:00 GMT+2
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2006/08/24 07:00:00 GMT+2
Una de las ventajas que tenemos los columnistas sobre los políticos es que a nosotros nadie nos exige que materialicemos lo que propugnamos. Otra ventaja, y no menor, es que podemos elegir sobre qué escribimos y sobre qué no, de modo que cuando un asunto no nos gusta, no nos interesa o no sabemos qué opinar sobre él podemos dejarlo de lado, mientras que a los políticos se les reclama que se pronuncien sobre todo.
En tanto que miembro del gremio de los columnistas, yo también he disfrutado de esos dos privilegios, pero no siempre con satisfacción. Suele molestarme en particular el segundo porque, cuando no acierto a opinar sobre algo -no por ignorancia, que ése es otro asunto, sino porque no sé a qué carta quedarme-, siento que guardar silencio o salirme por los cerros de Ubeda no sólo representa hacer trampa a quienes me leen, sino también estafarme a mí mismo.
Me he quedado pensando en estas cosas hace un rato, tras leer las informaciones sobre el nuevo juicio al que están sometiendo a Sadam Husein, esta vez por las barbaridades cometidas por las Fuerzas Armadas de su régimen durante la campaña de Al Anfal realizada contra los kurdos hace dos décadas. Según la organización Human Rights Watch, que no suele exagerar, el Ejército iraquí, comandado por Alí Hasán, conocido como Alí El Químico, provocó durante aquella campaña militar la muerte de no menos de 100.000 kurdos.
No dudo (¡faltaría más!) de que aquello fue una atrocidad intolerable, merecedora del máximo castigo. Mis perplejidades se alimentan de otros factores que acompañan a este juicio. Me consta que se trata de un proceso auspiciado por una fuerza ocupante, Estados Unidos, que en su día no sólo hizo la vista gorda ante las acciones militares del régimen iraquí en el sur del Kurdistán, sino que proporcionó al Ejército de Sadam Husein las armas -entre ellas las químicas- que permitieron realizar las matanzas genocidas ahora juzgadas. Dado que el propio tribunal que juzga al expresidente de Irak actúa al dictado del mando estadounidense, huelga decir que no va a hurgar en las complicidades exteriores de la barbarie encausada.
Sé que ese juicio persigue una intencionalidad política justificativa y que es expresión de una justicia farsante y selectiva, que sienta en el banquillo a unos criminales de guerra, pero no sólo no juzga, sino que condecora a otros. Ahora bien: ¿qué debo defender, para ser yo mismo justo? ¿Que, puesto que no todos los criminales son juzgados, no lo sea ninguno? ¿Que, mientras sea imposible reunir tribunales que no constituyan una burla, en Irak o en donde sea, ahora o cuando sea, no debería juzgarse a nadie?
Si respondo que sí, se me revuelven las tripas. Si contesto que no, también. Confieso, en consecuencia, que no sé.
Por fortuna para mí, nadie espera mi dictamen para decidir nada.
Javier Ortiz. El Mundo (24 de agosto de 2006).
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2006/08/24 07:00:00 GMT+2
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2006/08/21 07:00:00 GMT+2
¿ETA no tiene derecho a tutelar la vida política vasca? Correcto. ¿No está legitimada para dar lecciones de nada? Verdad. ¿Lo mejor que podría hacer es anunciar su disolución? Así es. ¿Lo que más está en crisis en Euskadi es el terrorismo? Sí.
Ahora bien: ¿hacía falta poner en marcha un diálogo, encuentro, mesa o lo que sea para llegar a esas conclusiones? No; desde luego.
Los políticos del establishment español -incluido el vasco- no paran estos días de hacer afirmaciones tan rotundas como retóricas. Se diría que están en Babia. Porque nada hay tan inútil como formular sentencias de ese tenor. ¿Es o no es acertado que para resolver el problema de la inmigración ilegal lo que hace falta es que haya justicia social en el mundo, que si la clase dirigente norteamericana no pretendiera la hegemonía internacional se resolverían muchos conflictos, que convendría poner coto a la avaricia de los ricos para que haya menos hambre en los países pobres, que los que emiten a la atmósfera gases contaminantes deberían abstenerse de hacerlo, que el modo más rápido de acabar con el racismo es que los racistas rectifiquen su error, etcétera? Claro. Y qué.
Pocas realidades problemáticas se resuelven sin más mediación que la de los buenos deseos. Los mismos políticos que responden con obviedades de sentido común a los comunicados de ETA huyen de otros razonamientos de sentido común. Ejemplo: si creen realmente que todas las personas son iguales, ¿por qué no rechazan la Monarquía? Otro: si tan enemigos son de toda violencia y tan mal les parece que imponga su ley quien no ha pasado por las urnas, ¿por qué no exigen que se suprima el artículo de la Constitución que concede al Ejército la tutela del sistema político, reclamando que la Carta Magna se limite a decir que las Fuerzas Armadas están para lo que se les mande? Tercera pregunta, que me he formulado varias veces en los últimos días: si tan convencidos están de que el futuro de Navarra han de decidirlo los navarros, ¿cómo explican que el régimen autonómico de Navarra jamás haya sido sometido al refrendo de sus habitantes?
Cualquier político de oficio sabe que muchas situaciones conflictivas son resultado de embarulladas tramas históricas que hay que negociar, por absurdas y superfluas que a cada cual le parezcan, para que no creen problemas mayores.
Estoy de acuerdo en que lo de ETA no tiene sentido. Pero, si cojo carrerilla en esa línea, me comprometo a demostrar que tampoco el Estado español tiene sentido. Y que la existencia del capitalismo viola las normas más elementales de la equidad y la decencia. Y...
Dejémonos de monsergas. Si todo lo que Zapatero tenía que decirle a ETA es lo que ya mascullaba Aznar en su tramo final, ¿qué sentido tenía que pidiera permiso al Parlamento para quedar con ETA y decírselo?
Javier Ortiz. El Mundo (21 de agosto de 2006). Hay también un apunte con el mismo título: De sentido común.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2006/08/21 07:00:00 GMT+2
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2006/08/17 07:00:00 GMT+2
Los obispos de Bilbao y San Sebastián rivalizan dando consejos sobre cómo deben actuar los unos y los otros para alcanzar la paz.
Según oigo y leo lo que han opinado, me pregunto qué sentido práctico tienen sus prédicas, ramplonas y tirando a aburridas (aunque significativamente distintas, todo sea dicho).
Monseñor Blázquez -que seguro que no es mala persona, pero cuyo runrún monjil me cuesta tomar en serio- dice que los terroristas de ETA deberían pedir perdón a sus víctimas. Tengo una amiga que suele evocar un buen refrán castellano: «Consejos vendo y para mí no tengo». Pero, don Ricardo, hombre de Dios: ¿cuándo ha pedido su Iglesia perdón por haberse sumado al alzamiento criminal de 1936, por poner sólo un ejemplo no demasiado lejano? Me viene al recuerdo un suceso que lo mismo no le sorprende, pero que debería llamarle a cavilar: sé de un pobre paisano, músico y protestante, natural de Logroño, al que fusilaron los franquistas al comienzo de la posguerra española porque un cura católico, uno de los suyos, contó a la policía del régimen victorioso, afín a Hitler y a Mussolini, algo de lo que se había enterado bajo secreto de confesión. (Algo que, para más inri, si me permite la expresión, se refería a asuntos de criterios y creencias.)
Es sólo una brizna en el pajar de la iniquidad acumulada por la sacrosanta orden religiosa de la que él ahora es jefe, en la que también han militado -y no me duelen prendas decirlo, vaya que no- personas a las que tengo un gran cariño y muchísimo respeto.
¡Pedir perdón! ¿No se da usted cuenta, don Ricardo, de que casi todas las causas, y la suya por delante de muchas otras, tienen muy difícil perdón?
Para estas alturas, se lo digo de verdad, yo ya no aspiro en absoluto a que la gente sea buena, generosa y justa. Me conformo con que funcione de un modo aceptable. Sin más. Renuncio a indagar por qué no hace canalladas. Con que no las haga, me parece de perlas. Lo que guarde dentro de sus neuronas, lo dejo para uso de los psicoanalistas.
Podríamos fallecer de aburrimiento examinado cuántos perdones deberían pedir éstos, aquéllos y los de más allá. Los de la Roma imperial, Indíbil y Mandonio, la Lisboa antigua y señorial, los Borbones, Juana la Loca, los deudos de Robespierre, ETA, el Estado español, el Vaticano, Pío XII, el Episcopado y la madre que les trajo al mundo a todos ellos.
Qué más da si están muy orgullosos con lo que han hecho hasta ahora o si les pesa, en parte o del todo. En el supuesto de que crean realmente que su comportamiento ha sido modélico, peor. Pero es su problema.
No me interesa cómo trata todo pichichi de salvar la cara y justificar su pasado. Me preocupa tan sólo su actuación presente y sus planes para el futuro inmediato. Con que cierta gente deje de seguir siendo como ha sido hasta ahora, a mí me vale.
Javier Ortiz. El Mundo (17 de agosto de 2006). Hay también un apunte con el mismo título: Ya les vale.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2006/08/17 07:00:00 GMT+2
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2006/08/14 07:00:00 GMT+2
A veces lo que ocurre choca con nuestras ideas previas, o sea, con nuestros pre-juicios. Cuando ocurre eso, lo mejor es aceptar los hechos y ajustar a ellos nuestro pensamiento.
Es casi un lugar común que la inmigración ilegal masiva que están recibiendo los países más ricos de la UE tiene asiento en dos factores: la ostentación que de nuestra relativa riqueza hacen los medios de comunicación de mayor alcance mundial y la permisividad de nuestras leyes. Ambos factores sirven para crear lo que un político en feliz decadencia denominó «el efecto llamada». Según él, empezamos por dar a entender a los pobres que esto es Jauja, luego nuestras leyes no los ponen firmes y, al final, nos invaden en oleadas.
Un reciente estudio sociológico realizado con todos los avales académicos constata que las tres provincias que integran la Comunidad Autónoma Vasca registran una tasa de inmigración muy inferior a la media española, y ello pese a que la legislación vasca sobre inmigración es, en términos generales, la menos restrictiva del Estado español.
Eso no encaja: se supone que, con una legislación laxa y en una zona de nivel de vida alto –todo ello en términos comparativos, se entiende–, debería generarse un efecto llamada de primera.
Pero no. He ahí un tópico que debe ser corregido.
Dicen los que han estudiado más y con menos prejuicios estas cosas que la razón de ese aparente contrasentido está en que, para que se produzca el famoso efecto llamada, no basta con que en la zona en cuestión haya un buen nivel de vida, ni con que la legislación sobre entrada de extranjeros no sea allí demasiado draconiana; que lo esencial es que, además y sobre todo, exista una atractiva demanda de empleo. Que haya corrido –por el Magreb, por el Africa negra, por el Este de Europa– la noticia de que en ese sitio, el que sea, contratan fácil y sin hacer demasiadas preguntas. Lo cual sucede mucho en España en dos sectores: primero y principal, la agricultura; segundo, aunque en rápido auge, la construcción.
La clave parece estar en que en la Comunidad Autónoma Vasca no hay apenas propiedades agrícolas de grandes dimensiones y en que la Inspección de Trabajo, aunque diste de la perfección, vigila allí más y mejor el gremio del ladrillo. Ergo...
Lo que nos retrotrae a algo tan viejo y tan conocido como es la ley de la oferta y la demanda. ¿Qué vienen buscando los que vienen? Lo que les han dicho que pueden encontrar. Buscan empleo donde les han asegurado que lo hay. Cutre, mal pagado, peor real. Si les dijeran que no hay de eso, y que además sin papeles en regla no tienen nada que hacer, buscarían otro destino.
Volviendo el asunto por pasiva: lo que parece confirmarse una vez más es que la verdadera cuestión no es la pobreza del Tercer Mundo, sino la codicia del Primero.
Javier Ortiz. El Mundo (14 de agosto de 2006). Hay también un apunte con el mismo título: Oferta y demanda.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2006/08/14 07:00:00 GMT+2
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2006/08/10 07:00:00 GMT+2
Estoy dispuesto a promover la creación de una fundación, o algo de ese estilo, que se llame In Vino Veritas, dedicada a propagar la idea científica y demostrable de que lo único que hacen los alcoholes y estupefacientes de toda suerte es ayudar a que se exteriorice el fuero interno de las personas, pero que inventar, lo que se dice inventar, no inventan nada. Si eres borde o mala persona, ándate con ojo, porque lo mismo un cuartillo de orujo te desinhibe y nos lo demuestras, pero si eres un buen tipo, ándate con ojo, porque lo mismo si insistes en ésas te haces polvo el hígado, pero a los demás sólo nos habrá de preocupar tu estado de salud y lo pesadito que puedas ponerte, pero no nuestra integridad, porque no hay orujo que convierta a un buen tipo en un bicho repulsivo.
Como explicó muy didácticamente Mao Zedong en sus Cuatro tesis filosóficas, las causas externas actúan a través de las causas internas, razón por la cual el calor puede lograr que un huevo se convierta en pollo, pero no hay calor que transforme una piedra en pollo. A mí, que soy muchísimo menos oriental y bastante más pedestre, me viene a la cabeza el ejemplo de un buen amigo mío que derivó en alcohólico, por esas cosas que tiene la vida, y que luego dejó de beber, por esas cosas que también tiene la vida, pero que siempre, en un estado y en el otro, fue un individuo educado y pacífico, al que nunca le ha dado por agredir a nadie. Lo más cercano que ha tenido en su existencia al verbo agredir es el verbo agradar, que conjuga sobre todo en su voz pasiva.
¿In vino veritas? En el vino no está la verdad, porque la verdad no está en ninguna parte, ni sólida, ni líquida ni gaseosa, pero tenían razón los clásicos latinos que pusieron esa idea en circulación. Los tipos que ofenden, hieren y matan echando la culpa a la ingesta de sustancias estupefacientes son, amén de agresores, unos falsarios.
Me imagino, a modo de hipótesis, que, harto de grifa y nadando en alcohol, me pusieran delante de una adolescente inmovilizada y me invitaran a violarla. Por mis muertos que me liaría a mamporros con quienes propiciaran esa escena. Justo antes de vomitar.
No sé qué asociación de soldados de EE.UU. ha pedido que, a la hora de juzgar a un grupo de compañeros suyos a los que han sentado en el banquillo por torturar, violar y matar a una niña iraquí, se tenga en cuenta como atenuante «el estrés que les llevó a consumir alcohol y estupefacientes».
Deberían juzgar no sólo a quienes cometieron el crimen, sino también a esa soldadesca que muestra complicidad con los criminales, fingiendo que no entiende que alguien decente, por estresado que se halle, no es capaz de actuar así.
Esa gentuza ha convertido el latino In vino veritas en el muy celtibérico Hoy por ti, mañana por mí.
Javier Ortiz. El Mundo (10 de agosto de 2006). Hay también un apunte con el mismo título: In vino veritas.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2006/08/10 07:00:00 GMT+2
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