Los obispos de Bilbao y San Sebastián rivalizan dando consejos sobre cómo deben actuar los unos y los otros para alcanzar la paz.
Según oigo sus homilías en el amanecer de hoy, me pregunto qué sentido práctico, concreto, tienen sus prédicas, tirando a aburridas. Monseñor Blázquez, cuyo runrún monjil me cuesta tomar en serio, dice que los terroristas deberían pedir perdón. Charo, mi compañera de fatigas, suele evocar un oportuno refrán castellano: «Consejos vendo y para mí no tengo». Don Ricardo, hombre de Dios: ¿cuándo ha pedido su Iglesia perdón por haberse sumado al alzamiento criminal de 1936? Sé de un señor al que fusilaron los franquistas al comienzo de la posguerra porque un cura contó a la policía política de Franco algo de lo que se había enterado bajo secreto de confesión. Es sólo una brizna en el pajar de su iniquidad.
Para estas alturas, yo no aspiro a que la gente sea buena, generosa y justa. Me conformo con que funcione de un modo aceptable. Renuncio a que me importe por qué no hace canalladas; me vale con que no las haga.
Podríamos fenecer de aburrimiento examinado cuántos perdones deberían pedir ETA, el Estado español, el Episcopado español y la madre que los trujo al mundo a todos ellos. Qué más da si están muy orgullosos con lo que han hecho hasta ahora. Dejen de hacerlo y vale.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Ya les vale.