La vicepresidenta Teresa Fernández de la Vega asegura que el Gobierno de España no está dispuesto a tolerar que se siga produciendo el constante flujo de inmigrantes irregulares que llega a las islas Canarias desde el África subsahariana. Supongo que amenaza con interrumpir las ayudas que las autoridades españolas –y el conjunto de la Unión Europea, eventualmente– están concediendo a los gobiernos de los países de los que procede esa inmigración, para forzarlos a controlar lo que sucede en sus costas. Digo que será eso, porque, si no, no veo cómo podría poner en práctica lo que afirma.
He escrito ya en varias ocasiones que el número de inmigrantes que llega a Canarias es mínimo comparado con el que acude a la península por tierra y por aire –porque es así, aunque muchos prefieran no hablar de ello–, pero me hago cargo del problema que representa para las administraciones españolas, en sus diferentes escalones, el constante desembarco en las islas de inmigrantes a los que deben atender, improvisando los medios. Podría decir, en plan malvado, que es una penitencia que paga España por tener en África una parte de su territorio nacional, pero tampoco ganaría nada por reconocer esa peculiaridad de la Historia. Así las cosas, lo único que pueden hacer las autoridades españolas –me parece de sentido común, y resulta de coña que nacionalistas españoles lo discutan– es socializar el problema, trasladando a la península a quienes no cabe devolver de inmediato a los puntos de origen y no es posible atender adecuadamente en las presuntas Islas Afortunadas.
Pero todo eso son parches. Digo todo porque quiero decir todo: amenazar a los gobiernos de Senegal y vecinos con quitarles la paga, lograr que vigilen mejor –que vigilen algo– los puertos desde los que están partiendo a diario las barcazas, arreglar el problema de infraestructuras de acogida que tienen en Canarias, disponer un sistema de traslado y reparto por el conjunto del territorio del Estado de los inmigrantes que no quepa repatriar ipso facto... No soy Jeremías ni ningún otro de los profetas, ni de los mayores ni de los menores, pero me arriesgo a pronosticar que, si se lograra frenar el flujo migratorio hacia las Canarias, entonces los inmigrantes africanos empezarían a llegar por otras vías. Por otros puertos o por otras fronteras.
Y es que muchos hemos apelado a la imagen simbólica de la fortaleza medieval, con sus fosos, sus altos muros y demás, para describir la posición que intenta adoptar Europa con respecto al Tercer Mundo, pero la comparación, si puede valer a efectos literarios, no sirve para nada en la práctica, porque una fortaleza es un terreno perfectamente acotado y hasta aislable, pero la Unión Europea se parece mucho más a un queso de Gruyère: está llena de agujeros por los que no tiene mayor dificultad colarse.
Si no les es posible hacerlo en línea recta, lo harán dando un rodeo. Dadlo por seguro.
Nota de edición: Javier publicó una columna que trataba de lo mismo en El Mundo: La falsa fortaleza.