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2007/01/29 07:00:00 GMT+1

Y así, ¿hasta cuándo?

Dice el presidente del PNV, Josu Jon Imaz, que actualmente no hay condiciones para buscar el final dialogado del terrorismo. Es evidente que dos no dialogan si uno no quiere, y ETA ha demostrado que lo que entiende por «diálogo» no es tal. Dijo que aceptaba el esquema expuesto por Arnaldo Otegi en Anoeta, pero era falso, y la prueba de ello -ratificada trágicamente en Barajas hace un mes- es que, en lugar de limitarse a negociar las condiciones necesarias para la extinción de su actividad violenta, se empeñó una y otra vez en imponer condiciones políticas a la marcha hacia ese objetivo. Así las cosas, es verdad: no puede afrontarse un final dialogado del terrorismo.

Ahora bien: ¿es posible un final no dialogado del conflicto? O, dicho de otro modo, ¿cabe acabar con ETA por la vía de la represión policial y judicial, local e internacional? De atenernos a la experiencia, parece obligado ponerlo en duda. Cuando llegó al Gobierno, José María Aznar aseguró que lograría ese objetivo en seis años. Jaime Mayor Oreja redujo el plazo a un lustro. Erraron en sus cálculos. De entonces a aquí -y ya desde antes-, la represión policial y judicial ha mermado las fuerzas de la organización de manera muy sensible. Mucho. Pero una cosa es debilitar y otra, muy distinta, aniquilar, como se ha demostrado. Siempre que cuente con gente decidida, conseguirá dinero y armas, sea robándolas o comprándolas. De modo que la clave es si cuenta con gente decidida. Y la tiene. Y más que puede reclutar, tras la reciente catalogación como terroristas de las organizaciones juveniles de la izquierda abertzale.

Es seguro que cada vez actuará en condiciones más precarias, con gente más inexperta, con peor infraestructura, con menos respaldo social, más acosada. Pero no menos cierto es que pueden pasar muchos años, decenios incluso, hasta que toque fondo.

Habría un modo de acelerar ese proceso: ejercer una acción política decidida sobre los sectores sociales que proporcionan a ETA su base social, representados por la izquierda abertzale. Una acción destinada a persuadirlos de que sus aspiraciones políticas pueden ser defendidas por vías democráticas e institucionales, y que la única condición para su avance es que logren ganarse el respaldo de la ciudadanía. Que el recurso a las armas no sólo es criminal, sino también inútil o, todavía más, perjudicial para sus propios anhelos políticos. Es lo que en su día se acordó en el Pacto de Ajuria Enea, suscrito incluso por el actual PP.

Sucede que hay poderosas fuerzas que no tienen el menor interés en una apuesta como ésa, porque no están dispuestas a aceptar que las ideas de la izquierda abertzale puedan tener vía libre, ni por las malas ni por las buenas. Con lo cual cabe que nos toque seguir en las mismas durante ni se sabe cuánto.

Javier Ortiz. El Mundo (29 de enero de 2007). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de junio de 2018.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/01/29 07:00:00 GMT+1
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2007/01/27 07:00:00 GMT+1

Españoles anormales

Ahora se identifica el liberalismo con el no intervencionismo público en los asuntos de la economía o, más en concreto, con el intervencionismo del Estado en favor de la economía privada. Pero el liberalismo tuvo en sus orígenes también un componente político, e incluso ético, asentado en un pensamiento dubitativo y antidogmático, lo que se traducía en una actitud cívica sosegada, respetuosa de los oponentes (e incluso de los enemigos, llegado el caso).

Quienes hoy se dicen liberales -en el mundo en general, pero en España muy en particular- están muy lejos de ese espíritu. Se acuerdan del liberalismo cuando hablan de asuntos como la OPA de Gas Natural sobre Endesa (son muy cosmopolitas y, en consecuencia, están empeñados en evitar que el centro de gravedad de la empresa pueda desplazarse a Cataluña, en lugar de irse a Alemania). Sin embargo, cuando se trata de política, lo que les priva es la descalificación sumaria de los oponentes, a los que toman invariablemente por pura basura y, en tanto que tal, fumigables.

Anteayer, Mariano Rajoy -que, para más inri, ni siquiera es el más extremista de estos seudoliberales- dijo que «ningún español normal» (¡sic!) podía ser partidario de las medidas que proponían varios fiscales y jueces en relación con la situación penitenciaria de Iñaki de Juana Chaos.

¡«Español normal»! Se desprende de ello que, para él, los jueces y fiscales partidarios de lo contrario, y -lo que es más grave- los millones de ciudadanos y ciudadanas que contamos con un DNI en condiciones y tenemos un criterio divergente sobre ese particular, somos anormales. ¿Y qué es eso de ser anormal? ¿Y qué penas accesorias conlleva?

Espero que el señor Rajoy no tenga ningún proyecto eugenésico preparado para nosotros, aunque no podría certificarlo, tal y como están las cosas, y sabiendo de las prácticas corrientes entre los Legionarios de Cristo, incluidas las que se imputan al fundador de la organización.

Pero, en todo caso, don Mariano, sépalo: no somos tontos del bote. Discrepamos. Eso es todo. Y discrepamos, entre otras cosas, porque sabemos que De Juana cumplió la condena que le fue impuesta por sus crímenes, y que lo que ahora se le reprocha, y por lo que está encarcelado, es por haber escrito dos artículos de prensa que, comparados con las lindezas que se oyen todas las mañanas en algunas radios, resultan casi de broma.

Y contamos con nuestras buenas razones para opinar así. Algunas de las cuales apuntan contra su concepción de la Justicia como una variedad de la Ley del Talión. Una concepción que, tras analizarla a la escasa luz de nuestras escasas luces, consideramos que es -ya ve cómo somos de anormales los anormales- aparatosamente anticonstitucional.

Pero siga usted hablando con total libertad. Los liberales auténticos defenderemos su derecho insobornable a opinar lo que le plazca.

Javier Ortiz. El Mundo (27 de enero de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Españoles anormales. Subido a "Desde Jamaica" el 20 de junio de 2018.

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2007/01/22 07:00:00 GMT+1

La bobería se expande

Hay noticias que resulta inevitable comentar, pero poco. Por ejemplo, que Mariano Rajoy considere «estalinista» que los demás grupos parlamentarios se nieguen a discutir una proposición presentada por el suyo. Es obvio que no sólo ignora qué fue el estalinismo, sino que ni siquiera recuerda lo que él mismo propició anteayer, como quien dice. Ha olvidado que, cuando Ibarretxe llegó al Congreso de los Diputados español con una propuesta de reforma del Estatuto vasco que venía avalada por la mayoría absoluta del Parlamento de Vitoria, su partido defendió que ni siquiera fuera admitida a trámite. ¿Fue estalinista aquel rechazo? Pues no; tampoco. ¿Fue un error? Eso, sí.

Como es un error el que acaba de cometer el Tribunal Supremo -reincidente en esto- al sentenciar que las organizaciones juveniles de la izquierda abertzale son parte del «entramado» de ETA y, en consecuencia, terroristas. La teoría que pusieron conjuntamente en danza hace años Mayor Oreja y Garzón según la cual ETA en realidad no es una organización, sino un magma, si es que no un virus que contagia cuanto le es vecino, no sólo constituye un disparate jurídico, sino que también representa uno de los obstáculos más sólidos que han frenado los intentos de alcanzar una solución dialogada para el «largo, duro y difícil» (y, ya de paso, también aburrido) conflicto vasco.

Dicho lo cual, la sosería reciente que más me ha fascinado es ésa que cuenta que una jueza no permite la inscripción en el Registro Civil de una niña llamada Beliza porque, según ella, 1º) Ese nombre no existe, y 2º) No corresponde a ningún sexo.

Veamos. En primer lugar, ese nombre existe, porque si no sería imposible hablar de él. Y, en segundo lugar, un nombre no tiene por qué corresponder a ningún sexo. Se trata de que identifique a una persona. Y ya está.

La argumentación de la jueza es demostrativa de su ignorancia. Porque debería saber que hay nombres de los (mal) llamados «de pila» que son ambiguos a más no poder. Si alguien se llama «José María», por ejemplo, se llama tanto José como María. Lo cual, más que un nombre, parece casi un belén. Un importante escritor de mi tierra -digo, por poner otro ejemplo- se llamó Resurrección María, que ya es llamarse. En Italia -y, por lo tanto, en la UE- hay muchos hombres que se llaman Rosario, y Carmine, como el papá del cineasta Coppola, que a su vez se llama Francis, como la mula. En euskera, muchos nombres de chicos acaban en «a» (Kepa, Koldobika...), mientras que los de chica terminan con frecuencia en «e» (Ane, Nekane, Edurne...).

Lo más cabreante de este asunto, de todos modos, no es nada de todo eso, sino la constatación de que en España hay jueces capaces de perder su tiempo y nuestro dinero en asuntos rematadamente inanes. ¿A cuánto nos saldrá a los contribuyentes la hora de bobería judicial?

Javier Ortiz. El Mundo (22 de enero de 2007). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de junio de 2018.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/01/22 07:00:00 GMT+1
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2007/01/20 07:00:00 GMT+1

¿Y usted, qué opina?

Vuelvo a toparme con uno de esos tópicos del mundo de la comunicación que me dejan perplejo. Dice la noticia: «El 21% de los españoles cree que la mayoría de los que viajan a países en desarrollo lo hace para tener relaciones sexuales con menores».

No me detendré esta vez en el eufemismo ése de «países en desarrollo» ni en discutir si son países en desarrollo, países en regresión o países en qué, si es que son países, a la vista de cómo los han dejado. Lo que me pasma es que haya gente que pregunte a otros por cosas que los interrogados no pueden saber. Y que los otros respondan.

La proporción de quienes tienen conocimiento preciso de para qué viajan los que viajan es, por lógica elemental, ínfima. ¿Cómo van a saberlo? ¿Son expertos en la investigación en las mentes ajenas? Podrán responder, como mucho: «Pues a mí me mosquea que el vecino del 2º B haya decidido pasarse una semana en Tailandia». Pero poco más.

Estoy convencido de que quienes opinan sobre ese tipo de cosas lo hacen porque les encanta que alguien les pregunte qué opinan, sobre lo que sea, y se sienten importantes contestando.

En cierta ocasión escribí que, si alguien hiciera un sondeo para determinar quiénes consideran que E es igual a MC2, según la pretensión de Albert Einstein, se toparía con que el 45% opina que sí y que otro tanto considera que no. Sólo el 10%, como mucho, respondería que ni idea, y que por qué diablos les preguntan sobre semejante asunto, del que sólo pueden opinar con criterio unos pocos científicos.

Vivimos en el mundo de la participación ficticia. Cuanto menos pintamos, más nos preguntan. ¿Cree usted que el presidente del Real Madrid debería dimitir? ¿Le gusta a usted el look del monoplaza de Alonso? ¿Es correcto que se juegue un torneo de tenis bajo el calor que soportan ahora en las antípodas? ¿Debería reincorporarse Eto'o a las filas del Barça antes del plazo dictado por los médicos? ¿Y qué le parece el plazo que le han puesto los médicos, con independencia de que ignore si le han puesto algún plazo? ¿Haría bien Zapatero en invitar a Rajoy a un sol-y-sombra? ¿Acebes y Aguirre constituirían una pareja de hecho modélica, o sólo correcta, tal vez? Y Gallardón y Zaplana, ¿como darían?

¿Cree usted que llevo dinero suelto en el bolsillo? Y si sí, ¿cuánto piensa que llevo?

Las respuestas a todas esas preguntas son elementales, pero parece que nadie se anima a proclamarlas como sería de rigor. Se concretan en otras tantas preguntas: ¿Y qué narices importa? ¿Y por qué nos preguntan sin parar sobre cosas que, cuando encierran alguna importancia –cosa poco frecuente–, ya las tienen más que fijadas entre ustedes, que lo deciden todo en cuatro despachos?

Me repugna que nos roben y que se mofen de nuestros derechos. Pero me subleva todavía más que, además, nos tomen por perfectos imbéciles.

Javier Ortiz. El Mundo (20 de enero de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Y usted, ¿qué opina?. Subido a "Desde Jamaica" el 20 de junio de 2018.

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2007/01/15 07:00:00 GMT+1

La calle no es suya

Dudo mucho de la eficacia política de algunas manifestaciones. Por ejemplo, de las que se realizan para protestar contra gente que lo que busca es notoriedad o, incluso, estremecer e indignar. Doy por hecho que los dirigentes de ETA partidarios de seguir en las de siempre no se conmueven ni una pizca cuando ven que ha habido una gran manifestación en Madrid para protestar por el crimen de Barajas. Supongo que lo que les sumiría en el desconcierto sería encontrarse con una respuesta dolida, pero resignada, como la que producen los desastres naturales. Dada su manera de ver la vida, a ETA sólo le fastidian las manifestaciones masivas que se realizan en Euskadi. Que le increpen en Madrid le produce el mismo efecto que a Bin Laden cuando se entera de que lo odian en Nueva York.

Comprendo que, de todos modos, y aunque la eficacia de la demostración pública tenga esos límites, haya mucha gente que quiera que se produzca una convocatoria así, por el aquel de tener la oportunidad de exteriorizar lo que siente; de desahogarse.

Con todo y con eso, en este caso, la manifestación de Madrid ha tenido un efecto político, no sé si buscado, pero importante, derivado del hecho de que se realizó y tuvo éxito pese a la oposición del Partido Popular y de sus compañeros de viaje.

Somos bastantes los que venimos rumiando desde marzo del pasado año que, por mucho que los sondeos de opinión indicaran que éramos muy amplia mayoría quienes apoyábamos el proceso de paz, a los únicos que se les veía en la calle eran o bien a los que se oponían a él (el PP, la AVT, etcétera) o bien a los que querían alimentarlo con gasolina (o sea, a los de la kale borroka). Era como si todos los demás estuviéramos viendo la vida desde la barrera, en plan espectáculo, o como si nos diera igual, o como si hubiéramos delegado en otros -implícitamente, sin pasar por las urnas- la defensa de nuestros propios intereses en este asunto crucial. De modo que todo el ruido corría a cargo de los de la cofradía del Santiago y cierra España, que monopolizaban la calle, las ondas, las casullas, las patronales y cuanto se pusiera por delante. En función de ello, tenían la santa jeró de hablar en nombre de todos, especialidad en la que Mariano Rajoy alcanzó las máximas cimas: «A nadie le interesa...», «Todo el mundo sabe que...», «No hay nadie que no entienda...».

En eso se convirtió la mayoría: en nadie. Y se convirtió en nadie por no plantarse en la calle, por no tomar los micrófonos, por encerrarse en el anonimato, por no hacerse sentir.

El sábado en Madrid se produjo un hecho que a cada cual podrá parecerle lo que quiera, pero que representa una realidad indiscutible: las calles se llenaron de gente que las ocupó a pesar de que el PP y sus compañeros de viaje le habían recomendado que no lo hiciera.

Fue importante: la calle vuelve a no ser suya.

Javier Ortiz. El Mundo (15 de enero de 2007). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de junio de 2018.

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2007/01/13 07:00:00 GMT+1

¿El mañana? Con el hoy vale

Una de las lecciones que he extraído de la experiencia -de algo tiene que valer hacerse viejo- es que la mayor parte de las predicciones que se difunden a gran escala no son de fiar.

Muchas no lo son por la muy elemental razón de que pronosticar, a nada que la materia concernida sea medianamente compleja, es un objetivo inalcanzable. Son demasiadas las variables que se entrelazan en el correr de los hechos y de los días. La rivalidad que se traen entre sí el azar y la necesidad es fascinante, pero insondable. Desde muy joven le he dado vueltas a la múltiples sugerencias del celebérrimo poema de Mallarmé: «Un coup de dés jamais n'abolira le hasard». Pero no sólo por su valor estético, sino también por su hondura espiritual: «Jamás una tirada de dados abolirá el azar». ¡Cierto! Ayer fue así, pero podría haber sido de otro modo, y mañana podrá de nuevo ser distinto.

Sin embargo, lo que convierte en más indignas de crédito la gran mayoría de las predicciones no es que tengan pocas o nulas posibilidades de acertar, sino que ni siquiera lo pretenden. En realidad, no tratan de contarnos cómo será el mañana. Eso les da igual. Lo que quieren es que respaldemos sus intereses de ahora mismo.

Llevo varios días asistiendo a un nada casual bombardeo de noticias y reportajes sobre el cambio climático, los problemas energéticos, el calentamiento del mundo, etcétera, etcétera. Exponen datos reales. Lo que no se basa en hechos reales es lo que casi todos nos sueltan a continuación: que es el momento de replantearnos nuestra oposición -se supone que inmadura, poco seria, nada científica- a la energía nuclear. Establecen una predicción para el futuro que está hecha a la medida de sus intereses. Como sigamos negándonos a la instalación de nuevas centrales atómicas -dicen-, más vale que vayamos despidiéndonos del turismo en el Mediterráneo, porque en Europa hará tal calor que la gente se irá a broncear a Oslo, y todo en ese plan.

El problema fundamental no es de dónde obtenemos toda la energía que consumimos, sino por qué consumimos tanta energía. De planteárnoslo, quizá nos demos cuenta de que la consumimos porque hemos adoptado un modelo de vida absurdo, que gasta energía a mansalva, sin ton ni son. Inducido por las empresas que venden esa energía, y que se forran vendiéndola.

Hace no mucho hice un largo viaje de avión por media España. A vista de pájaro, parecía un inmenso árbol de navidad. ¡Millones y millones de bombillas! A ras de suelo, en cambio, cualquiera podría tomarla por una enorme calefacción. Salvo en verano, que es como un frigorífico colectivo.

Antes de obcecarnos en seguir viviendo así, tal vez convendría que discutiéramos si es bueno vivir así. El asunto no es imaginar la catástrofe que puede esperarnos. Planteémonos, sin más, si es sensato lo que ya tenemos.

Javier Ortiz. El Mundo (13 de enero de 2007). Hay también un apunte de parecido título: ¿El mañana? Con el hoy ya vale. Subido a "Desde Jamaica" el 20 de junio de 2018.

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2007/01/08 07:00:00 GMT+1

Sirviéndose de las víctimas

El historial de las víctimas de ETA es más que revelador: desde un prototorturador, como Melitón Manzanas, y un segundo espada de cuadrilla fascista, como el almirante Luis Carrero Blanco, a dos inmigrantes ecuatorianos, pasando por un capitán de farmacia demócrata y por un par de pinches de cocina.

Eso, sin contar con las niñas y los niños que se le han puesto de por medio a lo largo de los últimos decenios.

Así es la verdad y así la asumo, pero no estoy dispuesto a caer en la monserga, tan al uso y para mí tan odiosa, que habla, habla y no para de hablar de las víctimas inocentes.

Para que haya víctimas inocentes tiene que haber víctimas culpables. Y en mi criterio, todas las víctimas son inocentes, por lo menos hasta que un tribunal constituido conforme a criterios de equidad dictamine lo contrario tras celebrar un juicio en condiciones, en el que el acusado pueda defenderse.

En todo caso, lo que nunca podrá dictaminar ese tribunal, si es que realmente ha sido constituido con criterios de equidad, es que haya que matar al acusado. Porque tal vez haya gente que merece morir, pero no hay ninguna sociedad digna, sana y sensata que merezca matar.

Si ETA fuera algo de lo que pretende ser (no digo todo: digo algo, tan sólo), debería estar anonadada por el crimen que acaba de cometer en Madrid.

Me importa un bledo si lo ha hecho queriendo o sin querer (o queriendo, pero no tanto), si deseaba o no matar emigrantes ecuatorianos o si le hubiera dado lo mismo que fueran senegaleses sin papeles, turistas del Québec o incluso –quién sabe– mediadores de paz recién llegados de Sudáfrica o del Ulster. Cuando uno pone una bomba tan tremenda, en un sitio así y en esas condiciones, es que está tan obcecado con lo suyo que todo lo demás, hechas las cuentas finales, se la suda.

Cuando uno es así, uno es odioso. De todas todas.

Pero que no me vengan los otros, desde el Borbón hasta el último comentarista de radio, ejerciendo de plañideras de opereta, fingiéndose compungidos por el fallecimiento de «estos dos ciudadanos de allende los mares que habían elegido vivir entre nosotros». ¿Pretenden que nos creamos que estos dos pobres les merecen más consideración lacrimal que diez magrebíes, cincuenta nigerianos o cien etíopes, de ésos que fallecen todos los días tratando de «vivir entre nosotros» y fracasando en el intento, o no pudiendo ni siquiera planteárselo, a la vista de lo que cobran los traficantes de carne humana?

Su conmiseración es tan evidentemente hipócrita, instrumental e interesada que obliga a torcer el gesto. Por favor: no nos tomen por idiotas. Paguen lo que tengan que pagar, fleten aviones, organicen las exequias de rigor y, entretanto, queden en silencio.

En cuanto a los asesinos, les digo algo que quizá les suene: nosotros no olvidamos.

Javier Ortiz. El Mundo (8 de enero de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Sirviéndose de las víctimas. Subido a "Desde Jamaica" el 20 de junio de 2018.

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2007/01/06 07:00:00 GMT+1

Entre lo fatal y lo imposible

Hay quien considera que el atentado de ETA en Barajas puede contribuir a la mejora de las expectativas electorales del PP.

Tras darle bastantes vueltas al asunto, he llegado a una conclusión: no lo sé.

Vayamos por partes.

Es perfectamente posible que una porción importante del electorado que dio su voto al PSOE en marzo de 2004 esté muy insatisfecha con el churro que ha resultado la negociación de Rodríguez Zapatero con ETA. Bien. Pero, primero: la negociación con ETA es sólo un capítulo de los que habrán de evaluar los electores a la hora de juzgar la labor de Zapatero en 2008; segundo: quizá se hayan dado cuenta ya de que, cuando un diálogo entre dos fracasa, no hay por qué atribuir la culpa sólo a una de las partes; y tercero, y principal: cabe que piensen que no hay nada que indique que, porque este intento de diálogo haya ido mal, los partidarios de no dialogar sean capaces de hacernos más felices.

Es verdad que somos muchos los que criticamos cómo ha gestionado Zapatero el abortado proceso de paz en Euskadi. Pero cada cual por sus razones, no siempre coincidentes. Y a veces incluso contradictorias. Unos piensan que lo ha intentado poco. Otros, que lo ha intentado mal. Otros, que no ha sabido administrar los plazos. Otros, que no ha ayudado a la otra parte a convencer a los suyos de que el asunto valía la pena e iba en serio.

¿Cuántos, de los inicialmente partidarios del proceso de paz, han concluido que fue un error intentarlo? Quizá no tantos.

Por lo que llevo hablado, oído y leído de los unos y los otros, el principal activo de Zapatero sigue siendo que encarna el no PP. Para muchísimos votantes, lo más importante, lo fundamental, lo realmente decisivo, es que los Acebes, los Zaplanas y las Aguirres no se hagan con el mando completo de España. (Se ve que Rajoy no cuenta ni para los unos ni para los otros.)

En estos últimos días se les nota especialmente crecidos, lo cual suscita (no menos especialmente) las alarmas de quienes -excúsenme el chiste fácil- no comulgan en general, y menos aún con su ideario de derechismo a ultranza.

Ya digo que no sé, pero es posible que no yerren del todo los que me dicen que lo que se dirimirá finalmente en las urnas no es quién debe estar en el Gobierno, sino quién no debe estar bajo ningún concepto. Aunque haya que tragar carros y carretas, soportar torpezas y aguantar incompetencias descomunales.

Yo no he votado casi nunca, no sé si porque no me tomo demasiado en serio mi voto o si porque me lo tomo demasiado en serio. Pero una cosa sí tengo clara ya, ahora mismo: lo que sea, pero el PP no.

Por lo que me cuentan, parece que hay bastante más gente que piensa eso mismo. Gente que se dice: «Con Zapatero, vale: muy mal. Pero es que con el PP, directamente imposible».

Javier Ortiz. El Mundo (6 de enero de 2007). Hay también un apunte que trata el mismo asunto: Entre lo peor y lo imposible. Subido a "Desde Jamaica" el 20 de junio de 2018.

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2006/12/28 07:00:00 GMT+1

En la piel de toro

La ministra Cristina Narbona confesó hace unos días que, si de ella dependiera, prohibiría que se estoqueara a los toros de lidia. No lo dijo exactamente así, pero ésa fue su idea, si no la he malinterpretado: llegar a una solución a la portuguesa, admitiendo que se maltrate a las toros, pero rechazando que los maten.

En mi criterio (que probablemente coincide con el suyo en este asunto), lo mejor sería acabar por completo con el deplorable espectáculo de la tauromaquia, pero el compromiso transaccional que propone no me disgusta. Podría mejorarse añadiendo una cláusula que prohibiera a las administraciones públicas colaborar con (y no digamos subvencionar) cualquier tipo de ceremonias rituales degradantes (lo que incluiría, claro está, las procesiones de flagelantes y otras impudicias celtibéricas), pero no son tiempos éstos como para aspirar a la perfección.

Pese a su moderación, la propuesta de Cristina Narbona ha sido de inmediato respondida y criticada de manera encendida, no sólo por la España de charanga y pandereta, devota de Frascuelo (¡faltaría más!) y de María, sino también por varios supuestos socialistas y hasta por algún presunto comunista. Ahí han estado al quite (muy taurinos ellos, como se ve) desde el nunca mal ponderado Pérez Rubalcaba al inexplicable Gaspar Llamazares (¿qué les dirá a sus socios ecologistas?), pasando por... ¡Felipe González!

Una de las ventajas que tiene ser ex es que uno habla de lo que se le pone. Puede obviar todo lo que le parece antipático, innecesariamente conflictivo o excesivamente complejo. Por eso es doblemente llamativa la toma de posición de González con respecto a la tauromaquia.

El expresidente del Gobierno asegura que su dilatada experiencia le ha permitido tener conocimiento de espectáculos mucho más brutales que los que se escenifican en los cosos taurinos. Según lo oí, me entró también a mí un ataque de casticismo y, recordando la afición del sevillano por el billar, me dije: «¡Así se las ponían a Fernando VII!».

Y le respondí mentalmente, y ahora por escrito: «¡Por supuesto que sí! En su larga carrera, usted ha sabido de cosas mucho peores: de los secuestros y de los atentados de los GAL, y de los inicios sangrientos de esa aventura que ahora prosigue su curso en Irak y en Afganistán, y de las guerras balcánicas realizadas en nombre de un derecho de autodeterminación que usted sólo admite cuando lo proclaman los Kohl y CIA (con mayúsculas), y de las reconversiones industriales perpetradas con el concurso graneado de la Guardia Civil, y de la traición al pueblo saharaui, y de la venta de armas al Chile de Pinochet y a la Turquía genocida del pueblo kurdo... ¿Qué representan, al lado de todo eso, unos cuantos cornudos de más o de menos sobre la piel de toro?»

Dicho sea sin acritú, por supuesto.

Javier Ortiz. El Mundo (28 de diciembre de 2006). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de junio de 2018.

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2006/12/26 07:00:00 GMT+1

Mucho ruido, ninguna nuez

Si hacemos el recuento de cuanto se escribe y dice a diario sobre el llamado proceso de paz vasco, obtendremos una lista interminable. Cada jornada nos aporta una nueva catarata de proclamas a cargo de supuestos protagonistas, de sedicentes expertos y de medios generalmente bien informados, buena parte de las cuales vienen a decir -asunto bastante risible, si bien se mira- que lo más prudente sería no decir nada.

Hay en todo ese ruido mucho afán de notoriedad, sin duda, y de vanidad -Pérez Rubalcaba levantó el otro día su dedo acusador contra ese vicio, que tan bien conoce- y de ganas de darse ínfulas, en general, pero nos convendrá no pasarnos de ingenuos y de simplones: tonterías privadas al margen, hay en ello también mucho de táctica deliberada destinada a llenar el vacío real con la apariencia de algo.

Porque, de creernos lo que oímos y vemos en los medios de comunicación, no paran de suceder cosas: que si el Gobierno y ETA se han reunido durante dos días, con Josu Urrutikoetxea en el papel estelar y no se sabe quién en el papel estrellado; que si el ministro del Interior no confirma ni desmiente nada, pero que ambas afirmaciones, de suyo bien lacónicas, le dan para hablar en muchos medios y durante muchísimo tiempo; que si no hay que confundir lo preliminar con lo iniciado, ni lo interrumpido con lo roto; que si hay dos mesas, una mesa o ninguna silla; que si Rajoy aprueba que se hable con éste, pero no con el otro, y que se trate de A, pero jamás de B...

No son -y, en el fondo, eso lo sabemos todos- sino ganas de enredar. De enredar para distraer la atención de lo sustantivo, a saber: que el Gobierno tiene sus prioridades, pero que en ellas la consecución de la paz (de la continuación de la guerra por otros medios) en Euskadi está muy por debajo de las imprescindibles rentas electorales venideras, y que al PP le pasa al revés, pero lo mismo, y que a los medios de comunicación, lo propio, aunque en su caso las rentas sean más variadas, porque pasan a la vez por las urnas y por el EGM. A ninguno le gusta demasiado el panorama, pero todos temen que se altere, no sea que con la alteración les vaya todavía peor.

Lo cierto es que, desde la declaración de tregua de ETA, no ha parado de haber ruido, pero sigue sin atisbarse ninguna nuez. El obispo Uriarte ha publicado una homilía de Adviento excelente, pero sólo porque enumera algunas verdades de las llamadas del barquero. Una (que no hay modo de que la clase política capitalina asuma): que, más allá o más acá de ETA, existe un problema vasco que debe ser arreglado por vía negociada. Otra: que mientras el Gobierno no tome ninguna iniciativa relacionada con los presos -al menos eso-, los otros tampoco darán ningún paso más.

Vale. Entretanto, feliz 2007. (Para algunos más que para otros, espero).

Javier Ortiz. El Mundo (26 de diciembre de 2006). Hay también un apunte con el mismo título: Mucho ruido, ninguna nuez. Subido a "Desde Jamaica" el 19 de junio de 2018.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2006/12/26 07:00:00 GMT+1
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