Ahora se identifica el liberalismo con el no intervencionismo público en los asuntos de la economía o, más en concreto, con el intervencionismo del Estado en favor de la economía privada. Pero el liberalismo tuvo en sus orígenes también un componente político, e incluso ético, asentado en un pensamiento dubitativo y antidogmático, lo que se traducía en una actitud cívica sosegada, respetuosa de los oponentes (e incluso de los enemigos, llegado el caso).
Quienes hoy se dicen liberales –en el mundo en general, pero en España muy en particular– están muy lejos de ese espíritu. Se acuerdan del liberalismo cuando hablan de asuntos como la OPA de Gas Natural sobre Endesa (son muy cosmopolitas y, en consecuencia, están empeñados en evitar que el centro de gravedad de la empresa pueda desplazarse a Cataluña, en lugar de irse a Alemania). Sin embargo, cuando se trata de política, lo que les priva es la descalificación sumaria de los oponentes, a los que toman invariablemente por pura basura y, en tanto que tal, fumigables.
Anteayer, Mariano Rajoy –que, para más inri, ni siquiera es el más extremista de estos seudoliberales– dijo que «ningún español normal» (¡sic!) podía ser partidario de las medidas que proponían varios fiscales y jueces en relación con la situación penitenciaria de Iñaki de Juana Chaos.
¡«Español normal»! Se desprende de ello que, para él, los jueces y fiscales partidarios de lo contrario, y –lo que es más grave– los millones de ciudadanos y ciudadanas que contamos con un DNI en condiciones y tenemos un criterio divergente sobre ese particular, somos anormales. ¿Y qué es eso de ser anormal? ¿Y qué penas accesorias conlleva?
Espero que el señor Rajoy no tenga ningún proyecto eugenésico preparado para nosotros, aunque no podría certificarlo, tal como están las cosas, y sabiendo de las prácticas corrientes entre los Legionarios de Cristo, incluidas las que se imputan al fundador de la organización.
Pero, en todo caso, don Mariano, sépalo: no somos tontos del bote. Discrepamos. Eso es todo. Y discrepamos, entre otras cosas, porque sabemos que De Juana cumplió la condena que le fue impuesta por sus crímenes, y que lo que ahora se le reprocha, y por lo que está encarcelado, es por haber escrito dos artículos de prensa que, comparados con las lindezas que se oyen todas las mañanas en algunas radios, resultan casi de broma.
Y contamos con nuestras buenas razones para opinar así. Algunas de las cuales apuntan contra su concepción de la Justicia como una variedad de la Ley del Talión. Una concepción que, tras analizarla a la escasa luz de nuestras escasas luces, consideramos que es –ya ve cómo somos de anormales los anormales– aparatosamente anticonstitucional.
Pero siga usted hablando con total libertad. Los liberales auténticos defenderemos su derecho insobornable a opinar lo que le plazca.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Españoles anormales.