Si hacemos el recuento de cuanto se escribe y dice a diario sobre el llamado proceso de paz vasco, obtendremos una lista interminable. Cada jornada nos aporta una nueva catarata de proclamas a cargo de supuestos protagonistas, de sedicentes expertos y de medios generalmente bien informados, buena parte de las cuales vienen a decir –asunto bastante risible, si bien se mira– que lo más prudente sería no decir nada.
Hay en todo ese ruido mucho afán de notoriedad, sin duda, y de vanidad –Pérez Rubalcaba levantó el otro día su dedo acusador en contra ese vicio, que tan bien conoce– y de ganas de darse ínfulas, en general, pero nos convendrá no pasarnos de ingenuos y de simplones: tonterías privadas al margen, hay en ello también mucho de táctica deliberada destinada a llenar el vacío real con la apariencia de algo.
Porque, de creernos lo que oímos y vemos en los medios de comunicación, no paran de suceder cosas: que si el Gobierno y ETA se han reunido durante dos días, con Josu Urrutikoetxea en el papel estelar y no se sabe quién en el papel estrellado; que si el ministro del Interior no confirma ni desmiente nada, pero que ambas afirmaciones, de suyo bien lacónicas, le dan para hablar en muchos medios y durante muchísimo tiempo; que si no hay que confundir lo preliminar con lo iniciado, ni lo interrumpido con lo roto; que si hay dos mesas, una mesa o ninguna silla; que si Rajoy aprueba que se hable con éste, pero no con el otro, y que se trate de A, pero jamás de B...
No son –y, en el fondo, eso lo sabemos todos– sino ganas de enredar. De enredar para distraer la atención de lo sustantivo, a saber: que el Gobierno tiene sus prioridades, pero que en ellas la consecución de la paz (de la continuación de la guerra por otros medios) en Euskadi está muy por debajo de las imprescindibles rentas electorales venideras, y que al PP le pasa al revés, pero lo mismo, y que a los medios de comunicación, lo propio, aunque en su caso las rentas sean más variadas, porque pasan a la vez por las urnas y por el EGM. A ninguno le gusta demasiado el panorama, pero todos temen que se altere, no sea que con la alteración les vaya todavía peor.
Lo cierto es que, desde la declaración de tregua de ETA, no ha parado de haber ruido, pero sigue sin atisbarse ninguna nuez. El obispo Uriarte ha publicado una homilía de Adviento excelente, pero sólo porque enumera algunas verdades de las llamadas del barquero. Una (que no hay modo de que la clase política capitalina asuma): que, más allá o más acá de ETA, existe un problema vasco que debe ser arreglado por vía negociada. Otra: que mientras el Gobierno no tome ninguna iniciativa relacionada con los presos –al menos eso–, los otros tampoco darán ningún paso más.
Vale. Entretanto, feliz 2007. (Para algunos más que para otros, espero.)
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Mucho ruido, ninguna nuez.