Hay quien considera –ésa es una de las hipótesis que yo también he manejado en los últimos días– que el atentado de ETA en Barajas puede contribuir a la mejora de las expectativas electorales del PP, e incluso ayudarle decisivamente a recuperar el Gobierno de España.
Tras darle bastantes vueltas al asunto, y aunque las motivaciones que siente el personal cuando se planta ante una urna sigan siendo para mí un arcano indescifrable, he llegado a una conclusión: no lo sé.
Vayamos por partes.
Es perfectamente posible que una porción importante del electorado que dio su voto al PSOE en marzo de 2004 esté muy insatisfecha con el churro que ha resultado la negociación de Rodríguez Zapatero con ETA. Bien. Pero, primero: la negociación con ETA es sólo un capítulo de los que habrán de evaluar los electores a la hora de juzgar la labor de Zapatero en 2008; segundo: quizá se hayan dado cuenta ya de que, cuando un diálogo entre dos fracasa, no hay por qué atribuir la culpa automáticamente a una de las partes; y tercero, y principal: cabe que piensen que no hay nada que indique que, porque este intento de diálogo haya ido mal, los partidarios de no dialogar sean capaces de hacerlo mejor.
Es verdad que somos muchos los que criticamos cómo ha gestionado Zapatero el abortado proceso de paz en Euskadi. Pero cada cual por sus razones, no siempre coincidentes. Y a veces incluso contradictorias. Unos piensan que lo ha intentado poco. Otros, que lo ha intentado mal. Otros, que no ha sabido administrar los plazos. Otros, que no ha ayudado a la otra parte a convencer a los suyos de que el asunto valía la pena e iba en serio.
¿Cuántos, de los inicialmente partidarios del proceso de paz, han concluido que fue un error intentarlo? Quizá no tantos.
Por lo que llevo hablado, oído y leído de los unos y los otros, el principal activo de Zapatero sigue siendo que encarna el no PP. Para muchísimos votantes, lo más importante, lo fundamental, lo realmente decisivo, es que los Acebes, los Zaplanas y las Aguirres no se hagan con el mando completo de España. (Se ve que Rajoy no cuenta ni para los unos ni para los otros.)
En estos últimos días se les nota especialmente crecidos, lo cual suscita (no menos especialmente) las alarmas de quienes no comulgan –y excúsenme el chiste fácil– con su ideario de intransigencia y derechismo a ultranza.
Ya digo que no sé, pero es posible que no se equivoquen del todo los que me dicen que lo que se dirimirá finalmente en las urnas no es quién debe estar en el Gobierno, sino quién no debe estar bajo ningún concepto. Aunque haya que tragar carros y carretas, soportar torpezas y aguantar incompetencias descomunales.
Yo no he votado casi nunca, no sé si porque no me tomo demasiado en serio mi voto o si porque me lo tomo demasiado en serio. Pero una cosa sí tengo clara ahora mismo: lo que sea, pero el PP no.
Por lo que me cuentan, parece que hay bastante más gente que siente igual que yo en ese aspecto. Gente que se dice: con Zapatero, vale, muy mal; pero es que con el PP, imposible.
Nota.– Pido paciencia a lectores y correspondientes, a algunos de los cuales los noto irritados. Ya sé que en los últimos días escribo tarde mis apuntes y apenas atiendo a la correspondencia. Estamos de vacaciones, tenemos actividades lúdicas, trasnochamos, trabajamos poco. No sé si tengo derecho a ello. Si no lo tengo, me lo tomo. Carezco de psicoanalista, pero sé que, si lo tuviera, me lo recomendaría.
Nota de edición: Javier publicó una columna que trata el mismo asunto en El Mundo: Entre lo fatal y lo imposible.