El miércoles pasado tuve la humorada de publicar mi propio obituario. Como solemos decir algunos periodistas, en nuestro gremio lo que no es plagio es copia. Porque casi todo (si es que no todo) está ya inventado. En los Estados Unidos, un famoso especialista en necrológicas –me parece recordar que trabajaba para The New York Times– hizo lo mismo hace varios decenios, escribiendo su propio obituario. Su gesto fue muy comentado, aunque la amplia repercusión de su decisión mucho me temo que lo dejara frío.
Si lo mío tiene algo de especial es que el obituario lo haya publicado en vida, y que lo redactara en tono humorístico. Aunque tampoco eso sea demasiado novedoso, como saben todos los devotos del gran Georges Brassens, que conocen sobradamente su Súplica para que me entierren en la playa de Sète.
Pero el caso es que a muchos lectores y lectoras –a muchos más de los que yo esperaba, desde luego– la broma no ha acabado de hacerles gracia, no porque les molestara el tono de chanza, sino porque les fastidiaba plantearse la certeza de mi muerte (que, como todos sabemos, es sólo cosa de tiempo).
Incluso hubo varios que tardaron en darse cuenta de que se trataba de una farsa y que se llevaron un buen disgusto creyéndose que realmente este servidor de ustedes la había palmado.
En cierta medida, esta tontería me ha dado la posibilidad de disfrutar del espectáculo que Mark Twain fabricó para Las aventuras de Tom Sawyer: el de alguien que asiste a su propio funeral.
Lo que me ha sugerido a mí la deriva de la ocurrencia (que me ha llenado de cartas el buzón electrónico: ¡como si me faltaran!) es una reflexión sobre los problemas que tenemos para encarar con serenidad la muerte quienes vivimos por esta parte del mundo. Lo mal que afrontamos su certeza. Tanto en lo que se refiere a nuestro propio final fatal como en lo que hace al de la gente que queremos.
Tuve ocasión de comprobar que esa arraigada actitud es cultural (no obligatoria, por así decirlo) hace muchos años, en París, durante una huelga de hambre que hicieron unos refugiados paquistaníes. Se la plantearon a muerte, como De Juana Chaos. Y no entendían el empeño que poníamos los europeos en evitar que murieran. A ellos no les importaba gran cosa morir, si de ese modo lograban doblegar la resistencia que ponía el Gobierno de París –era Pompidou el que ocupaba por entonces la Presidencia– a aceptar la instalación de los suyos en suelo francés. Trataban de explicarnos que, para ellos, morir no tenía tanto valor. En su manera de ver la existencia –decían–, aceptaban que uno nace, vive y muere, y todo ello es igual de bueno o igual de malo.
Ya sé que es una reflexión muy poco respetuosa de las culturas orientales y deudora, casi seguro, de nuestra tradición judeocristiana, pero sospeché entonces que aquella gente tenía esa concepción de la vida porque vivía fatal y, en esas condiciones, dejar este valle de lágrimas tampoco le importaba gran cosa. Y con el tiempo he ido reforzándome, aunque parcialmente, en esa idea: por lo que tengo observado, a partir de cierta edad la gente estima la vida más o menos en relación directa con las compensaciones que le ofrece. Cuanto menor es su calidad de vida –en salud, sobre todo, pero también en afectos, en posibilidades económicas, en aportaciones anímicas–, menos ganas le quedan de vivir. (*)
Sin embargo, aunque nosotros mismos vayamos acomodándonos –poco a poco, por ley de vida, y perdón por la paradoja– a la idea de nuestra propia muerte, es curioso lo mal que encajamos que se mueran aquellos y aquellas que constituyen nuestro pequeño mundo de referencias sentimentales.
Quienes siguen desde hace años estos Apuntes saben del golpe que supuso para mí la muerte de mi madre. Pero no me engaño. La cuestión no es sólo que la quisiera mucho: es que, además, era una pieza fundamental del escenario de mi propia existencia. Su muerte me descolocó por completo.
Nuestra estabilidad emocional se basa en un conjunto de elementos, materiales y humanos. A medida que nos los van quitando, vamos perdiendo asiento en la vida. Nos morimos, por así decirlo, a trozos. Nos cambian el barrio natal –sobre eso también escribí un artículo hace años– y nos matan en parte. Fallecen amigos y amigas y nos morimos también con ellos. Se nos van los más cercanos y nos dejan deshechos.
He escrito al principio de este Apunte que todo, o casi, está inventado. Cuanto he expuesto en este comentario de hoy lo condensaron los latinos hace muchos siglos en una inscripción, todavía mentada en los relojes más tétricos: Omnia ferunt, ultima necat.
Todas hieren; la última mata. Es así de sencillo.
Javier Ortiz. La muerte. Apuntes del natural. 26 de enero de 2007.
Esta es una de las últimas entrevistas de Javier. Se la hizo Manuel Andújar el pasado 2 de marzo en el programa Catipen de Ràdio Vilassar de Dalt. La transcripción ha sido cosa de Maria Zaloña. Gracias a ambos.
Javier valora la situación creada tras las elecciones al Parlamento vasco.
Soy Javier Ortiz. Soy periodista y escritor y editor, y, vamos, persona de mal agüero en general. Actualmente soy columnista para Público, escribo todos los días del año, que son 365 salvo los bisiestos y también escribo para el grupo Noticias: Diario de Noticias de Navarra, de Gipuzkoa y de Álava, y Deia. Soy comentarista de Radio Euskadi y de Ràdio 4 y no sé cuantas cosas más. Pero vamos, cuarenta años de periodismo a las espaldas, lo que me ha llevado a ser bastante escéptico con respecto a la realidad que vivimos.
La campaña electoral de estas elecciones vascas –de las gallegas otros habrá que sepan más que yo- ha sido bastante triste y bastante aburrida, pero no sólo porque los candidatos no le pongan entusiasmo, porque cuidado que le ponen entusiasmo y pegan gritos como si estuvieran jugándose la vida en ello,pero en general la población vasca cada vez está más hartita de la política oficial y presta menos interés; quizá por eso pegan tantos gritos. Ha sido una campaña bastante aburrida en la que ninguno ha querido marcar demasiadas distancias y entonces la gente ha ido mostrando un interés bastante relativo, lo que se ha reflejado en la participaciónque ha sido la más baja desde hace muchísimo y esto es muy importante.
También es bastante importante el hecho de que al no haber participado en la campaña la izquierda abertzale, digamos heredera de HB,pues la oposición más radical (conindependencia de que a cada cual le guste más o menos) quedaba fuera de juego.
Y entonces se discutía si la Y griega, es decir el tren de alta velocidad vasco, estaba bien pensado o mal pensado; si es cierto o no es cierto que la tasa de paro de Euskadi es menor (que es menor) que la del resto del Estado; la capacidad de gestión del PNV… Y todos,hasta los que nos dedicamos a esto por profesión, nos hemos aburrido bastante.
Yo creo que efectivamente la ilegalización de unas candidaturas -incluyendo algunas de partidos que no son ilegales, porquehan ilegalizado candidaturas de partidos legales-no sólo resta legitimidad al resultado electoral sino que es un desastre. Nos hemos encontrado con el grado de disciplina de voto quepresenta la izquierda abertzale radical, que pide el voto nulo yhay un nueve por ciento del electorado que acude a las urnas para meter en la urna un voto nulo. Y eso sí es militancia, eso sí es fidelidad. Con independencia de que se esté de acuerdo o no con sus posiciones –que ya digo que yo no estoy de acuerdo-, me parece que habiendo un nueve por ciento de la sociedad (queno es un nueve por ciento porque un nueve por ciento es el que fue a votar nulo pero puede ser un doce, un quince por ciento en total) que está en esa sintonía,privara un Parlamento de la representación de una cantidad tan amplia de la sociedad es cualquier cosa menos democrático.
Si usted me dijera que esas ideas le parecen muy mal,puesyo le diría que vote a otras, pero estamos hablando de ideas, no de gente que pega tiros por la calle; estamos hablando de gente que a lo mejor no condena a quienes pegan tiros por la calle, pero¿Quéquiere que le diga? Ustedes están diciendo que tienen muy buenas relaciones con Israel que es gente que bombardea a la población civil y la mataa miles. Entonces, no me vengan con tonterías, esa gente tiene una opción política y tiene derecho a expresarla.
El problema es que por un lado consigues que el treinta y cuatro por ciento de la población, más o menos, no vayaa votar, lo cual quiere decir que uno de cada tres electores o electoras de Euskadi no ha querido ni siquiera expresar su punto de vista,y que a eso le añades que otro nueve por ciento ha decidido limpiarse el pompis con la papeleta, entonces, estamos ante una elección que no refleja lo que piensa la sociedad vasca,que refleja lo que es posible expresar dentro del juego político del estado español.
Yo creo que Patxi López como lehendakari, teniendo en cuenta que Patxi López para empezar ni siquiera sabe euskera –lo cual me parece bastante singular en el puesto delehendakari- juntado con el voto pasivo, porque tanto el PP como elpartido de Rosa Díez han dicho que lo apoyarían desde fuera y además críticamente, que no sería un cheque en blanco, o sea, teniendo en cuenta que además de eso lo que tiene fuera es un conjunto de fuerzas que socialmente, políticamente también, pero socialmente tienen una fuerza impresionante,eso no es gobernar,eso es pasar un calvario; no tengo ni idea ni siquiera de lo que duraría porqueprobablemente la movilización social aumentaría contra un gobierno así;los sindicatos allí no están en absoluto por la labor de un gobierno asíy entonces a lo mejor le caería bastante bien a Zapatero, cosa que también dudo porque yo creo que Zapatero está deseando dar el cambiazo y quitar a Patxi López para meter a Leire Pajínque,aunque sea diputada por Alicante, es natural de San Sebastián, y para mí lo que me ha llamado más la atención en ese sentido es que ella está haciendo cursos acelerados de euskera, lo cual parece que indica que alguien le ha dicho que sus destinos no van a seguir en Alicante.
Urkullu ha dicho que el asunto que se le plantea al PSOE –no al PSE, o sea no a Patxi López sino al PSOE- es una cuestión de Estado. Y lo ha dicho porque lo que está tratando de transmitir a Zapateroes: “si nos hacéis la puñeta, nosotros también podemos hacerla”. Eso podría indicar que el PNV rompería relaciones amistosas con elPSOE y entonces el PSOE no tendría más remedio que ponerse a coquetear con CiU. Todo esto es muy complicado, pero en conjunto yo creo que el panorama que se ofrece con respecto a la gobernabilidad –quesuelen decir- del Estado es que el PNV se alejaría. Ahora bien, el PNV no es el PNV, son varios PNVs. Yo creo que Ibarretxe (lo conozco poco pero la verdad es que soy autor de la única biografía autorizada de Ibarretxe)… A mí me ha asegurado que jamás gobernará con el Partido Socialista, porque es un hombre muy particular, pero tiene sus principios y uno es que no soporta la mentira y dice que el Partido Socialista le ha mentido muchas veces y que con gente así,él no trabaja.
En consecuencia, yo creo que si se llega a un arreglo PNV-PSOE sería retirándose Ibarretxe de la escena, pero el problema que tiene elPNV es que su capital popular más importante es el propio Ibarretxe, con lo cual,ahí ya tenemos un montón de variables.
El asunto principal es que si el nueve por ciento (estamoshablandode los que fueron a votar nulo, que no quiere decir que sea el nueve por ciento, yo creo que es más), si esa gente tuviera representación, tendría un mínimo de siete u ocho diputados,con lo cual todas la fórmulas que se vayan a poner en marcha están falsificadas. Ahora bien, si el PNV decide gobernar con el PSE, o sea con Patxi López, estoy seguro de que lo que se arma dentro del propio PNV es de órdago y que probablemente se vería abocado a otra escisión tan grave o más que la que tuvo con Eusko Alkartasuna.
Tanto Izquierda Unida como Eusko Alkartasuna han hecho unas apuestas electorales y programáticas que les han salido fatal. Además, lo que más perplejo me deja es que, así como no conozco a Ziarreta, con Madrazo he tenido trato y llevo año y pico diciéndole: “Hablemos, porque creo que estás cogiendo una vía equivocada y las expectativas de la gente de izquierda, no nacionalista radical, pero de izquierda determinista, digamos, van por otro lado”. Y he tratado de explicárselo y no ha querido nunca oírlo. Me imagino que estaba muy obcecado en que estaba haciéndolo bien; y la prueba de cómo les ha ido es que ni Ziarreta de Eusko Alkartasuna, ni Madrazo han salido diputados.
A partir de ahora puede ocurrir un poco de todo,pero un poco de lo mismo. Es decir, que la sociedad vasca (porque el Parlamento Vasco es una cosa y la sociedad vasca lamentablemente a estas alturas es otra cosa)es más o menos la que había. Si se hace el cálculo de las fuerzas, de los números, de la gente que apoyaba al nacionalismo en todas sus variantes o incluso de los partidarios de la autodeterminación –aunque no fueran nacionalistascomo podía ser Ezker Batua-es prácticamente la misma que había, porque en el campo españolista, los votos que ha sacado de más el PSE –Patxi López- son, en buena medida, los que se han trasvasado desde el Partido Popular. Entonces, el negocio es el mismo, seguimos en las mismas. Ahora, en el Parlamento luego puede ocurrir lo que sea y llegarán a estos enjuagues, o a aquellos otros,pero el conflicto de fondo va a seguir en las mismas, y en mi opinión con un factor cada vez máspreocupante que es el hartazgo que está sufriendo la población vasca por culpa de lo aburrido que es el panorama político.
Javier Ortiz entrevistado en Catipen, 2 de marzo de 2009.
Ahora se llama «radical» a todo lo que tiene aspecto de desaforado, burro e intolerante, a nada que parezca relacionado con el gremio de la política.
Si unos cuantos queman en Girona fotos de los reyes, no tarda nada en aparecer alguna autoridad que nos hace saber que ha sido cosa de «radicales». Si otros incendian un autobús o un cajero automático en Euskadi, rápidamente nos los identifican como «radicales». Si se intenta catalogar a los islamistas dispuestos a cargarse a cualquier viandante de Occidente para distinguirlos de sus correligionarios pacíficos, se les llama «radicales» y ya está.
El asunto me repatea por dos motivos.
Primero, porque «radical», en rigor, es aquel que apunta a la raíz de las cosas, sin irse por las ramas. El Diccionario de la Academia define así el término, en tanto que sustantivo: «Partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático.»
Segundo, porque se habla de lo radical como lo opuesto a lo apacible, lo moderado y lo tolerante. Sin embargo, muchos de quienes son tenidos por moderados no tienen nada de estupendos. Por poner un ejemplo: nadie calificaría al rey de Marruecos de «radical»; sin embargo, vaya pieza. Otro ejemplo: ¿son «radicales» las Fuerzas Armadas de EEUU destacadas en Irak? No he oído a nadie que las tilde de tales. Pero ¿no sería un pelín excesivo presentarlas como tolerantes?
Al final, y aunque lo hagan sin pretenderlo, cuando hablan de «radical» parten del sobreentendido de que un radical es, por fuerza, alguien que se expresa desde fuera del sistema constituido, sin respetar las componendas pactadas por la gente de orden.
Pues bien: si de eso se trata, me declaro radical. Aspiro a ir a la raíz de lo que nos pasa. Y estoy dispuesto a defender «reformas extremas, especialmente en sentido democrático.»
Estoy convencido de que la Fiscalía de la Audiencia Nacional pretende socavar la Monarquía. Tras lo de El Jueves, vuelve ahora a la carga con el asunto de los dos encapuchados que el pasado jueves –es como si tuviera obsesión con ese día de la semana– quemaron fotos de los Reyes en Girona.
Para mí que el fiscal ha puesto en marcha una campaña sutil y perversa que pretende propalar que la Monarquía española es una institución de mírame y no me toques, con tanta propensión a accidentarse y caerse como la acreditada por su titular.
Es la única explicación que encuentro a lo que está haciendo.
Vivimos desde hace décadas en un mundo en el que las quemas simbólicas en público son el pan nuestro de cada día. Los más viejos del lugar recordamos que durante la Guerra del Vietnam cientos de jóvenes norteamericanos quemaron de todo ante las cámaras, desde su cartilla militar a la bandera de la Unión, pasando, por supuesto, por las fotos de los presidentes de turno. Nos saldría una lista capaz de rivalizar con la guía telefónica si nos dedicáramos a enumerar las manifestaciones en las que se ha quemado de todo: monigotes representando al uno o al otro, enseñas de toda suerte, retratos de tal o cual magnate o mangante... Es algo tan habitual –tan bobo, pero tan habitual– como los gritos hiperbólicamente asesinos que se lanzaban por aquí antaño en algunas manifestaciones de izquierda, del tipo «¡Obrero despedido, patrón colgao!» o «¡Queremos pan, queremos vino, queremos a Fragacolgao de un pino!», tradición que ha encontrado extraña prolongación en ciertas consignas, no menos truculentas, que hemos podido oír recientemente en concentraciones convocadas por la AVT y el PP.
Don Juan Carlos de Borbón proviene de una vieja estirpe, la de los Capetos, una de cuyas ramas fue la de los Bourbon, la cual dio origen, entre otras cosas, al apreciado whisky (*) de Kentucky y a la no siempre tan apreciada Familia Real española. No deja de tener su aquel que quien dio paso a la estirpe de los Borbón fuera Luis V, al que sus contemporáneos apodaron El Holgazán, lo que tal vez lleve a más de uno a pensar que de casta le viene al galgo. Pero, a lo que iba: uno de los más destacados miembros de la familia fue Luis XVI, a quien la Revolución Francesa rebautizó como Luis Capeto justo a tiempo para colocarlo bajo el invento injustamente atribuido a Joseph-Ignace Guillotin, suceso que nuestros vecinos franceses no sólo no lamentan, sino que tienden a celebrar.
¿No resulta un tanto paradójico que tengamos de dilectos aliados a quienes consideran un feliz acontecimiento histórico haber rebanado el cuello de un Borbón y, al mismo tiempo, nos entretengamos en procesar a quienes se limitan a quemar melancólicamente unas cuantas fotos de uno de sus lejanos sucesores?
Javier Ortiz. El Mundo (17 de septiembre de 2007). Hay también un apunte con el mismo título:La fiscalía antimonárquica. Subido a "Desde Jamaica" el 28 de junio de 2018.
El todavía presidente de la Ejecutiva del PNV, Josu Jon Imaz, ha gozado de muchas simpatías en los círculos políticos y periodísticos de Madrid. El establishment capitalino no ha parado de elogiar tanto su temperamento apacible y discreto como algunas de sus opciones políticas más características, en particular su firmeza frente a la izquierda abertzale y su predisposición al acuerdo con las fuerzas políticas predominantes en el Estado.
El fenómeno no ha sido del todo novedoso. Los que escapamos al tan común mal de la desmemoria recordamos que hubo un tiempo en el que también Xabier Arzalluz mereció grandes alabanzas en los mentideros capitalinos por su «realismo» y su «sentido de Estado» (ahí están las hemerotecas para demostrarlo). Bastó con que, guiado por los mismos objetivos y sin alterar en nada su estilo, cambiara de política de alianzas y se alejara de los grandes partidos españoles para que pasaran a catalogarlo como un ayatolá, un iluminado, un fanático peligrosísimo.
El asunto resulta así de sencillo: para algunos, quien favorece sus intereses es estupendo; quien los contraría, un canalla. Esa es la lógica de nuestros liberales y demócratas de toda la vida.
El problema es que se trata de un recorrido de ida y vuelta. Porque en el campo del nacionalismo vasco hay mucha gente que razona a la inversa, de modo que aquel que recibe los aplausos del ente abstracto denominado «Madrid» resulta automáticamente sospechoso de ser un mal defensor de la causa propia.
Lo cual no deja de tener su sentido para quien considera que las relaciones entre Euskadi y el Estado son contradictorias, ya vea el asunto desde un bando o desde el otro. Se supone que, si tú haces bien tu trabajo de opositor, el de enfrente tiene que mirarte con tirria, y que si el de enfrente te mira bien, es que estás haciendo mal tu trabajo de opositor. No otra es la razón por la que los integrantes de los círculos dirigentes de la Villa y Corte le tienen tanta ojeriza a Ibarretxe. Y es por ello mismo por lo que el lehendakari cuenta con tanto prestigio en el campo nacionalista vasco.
Josu Jon Imaz ha sido víctima -en parte: hay más razones- de eso que los rusos llaman «el oso amigo». Dicen los rusos que no hay nada más peligroso que ganarte el cariño de un oso: se empeña en manifestarte su aprecio, te da un abrazo y te parte el espinazo.
Si la política española no adoleciera de la falta de finezza que la caracteriza, los interesados no harían el oso de manera tan llamativa. Cada vez que tienen delante a alguien que creen que les conviene, se empeñan en abrazarlo efusivamente a la vista de todo el mundo. Es un error.
Claro que si Imaz no se hubiera colocado tan peligrosamente cerca de los osos (y de los madroños, ya de paso), lo mismo podría haberse escapado de su abrazo mortal.
Javier Ortiz. El Mundo (15 de septiembre de 2007).Hay también un apunte que trata el mismo asunto:El adiós de Imaz. Subido a "Desde Jamaica" el 28 de junio de 2018.
La Comisión Europea ha rechazado una demanda aprobada por amplia mayoría en el Parlamento Europeo en la que se solicitaba la suavización de las normas que impiden a los pasajeros de los aviones llevar en sus equipajes de mano líquidos contenidos en envases de más de 100 mililitros de capacidad.
Todos cuantos volamos con frecuencia tenemos nuestro particular anecdotario de situaciones ridículas producidas por esa reglamentación, que no sólo es drástica, sino también secreta. Yo sólo tuve problemas una vez, pero no por asunto de líquidos: me impidieron pasar un pequeño cortaúñas con el que ni siquiera el más feroz de los asesinos habría podido cometer ningún atentado. Le hice ver al guardia civil del control que la señora que me precedía, que llevaba unas uñas postizas dignas de Dolly Parton, contaba con un potencial armamentístico muy superior al mío. Me respondió que sin duda yo tenía razón, pero que él no estaba allí para juzgar las normas, sino para aplicarlas.
Cuanto más he ido sabiendo sobre esa reglamentación, más me he persuadido de que su función principal es, de un lado, intimidar a la población en general, moviéndola a admitir que se tomen toda suerte de medidas restrictivas de sus derechos y libertades, y de otro, dar la sensación de que los gobernantes no están cruzados de brazos y ponen mucho empeño en la lucha antiterrorista.
Pero mi interés principal de hoy no se refiere a los líquidos que cabe introducir en los aviones, sino al hecho de que, una vez más, la Comisión Europea, que es un órgano de mando pactado entre políticos profesionales, hace caso omiso de una resolución adoptada por el Parlamento Europeo, que es el teórico foro de teórica representación de la teórica ciudadanía de los países miembros.
Son los casos así los que fomentan la idea de que los centros rectores de la UE constituyen una superestructura estratosférica, en la que unos señores y alguna señora que se identifican entre sí como expertos se dedican a misteriosas manipulaciones de las que sólo dicen lo que les da la gana, por lo común en forma de órdenes inapelables.
En realidad, todos los órganos de mando político responden a ese mismo esquema, pero cuanto más alto se sitúan en la pirámide del poder, más ajenos y distantes se ven. Casi todas las noticias que llegan al gran público procedentes de Bruselas hablan de restricciones, prohibiciones y limitaciones. ¿Cómo va a simpatizar nadie con ese tinglado?
El principal problema de la UE es que está hecha de los retales que dejan los distintos estados después de que cada uno se ha cortado su traje a la medida.
Los estados cuentan con una buena coraza protectora: los patriotismos, que todo lo perdonan. Pero el patriotismo europeo está por inventar, y la UE hace lo posible por impedir que nazca.
Javier Ortiz. El Mundo (10 de septiembre de 2007).Hay también un apunte que trata el mismo asunto:Aburrida UE. Subido a "Desde Jamaica" el 28 de junio de 2018.
Resulta espectacular el cisco que se ha montado a raíz de la aparición del libro Educación para la ciudadanía, democracia, capitalismo y Estado de Derecho, de Carlos y Pedro Fernández Liria y Luis Alegre, publicado por Akal (grupo editorial con el que yo también colaboro, dicho sea de paso).
Lo más llamativo es que la escandalera se ha construido sobre la base de un embrollo que tiene todo el aspecto de ser deliberado: se ha hablado y escrito sin parar sobre ese libro como si fuera un manual que hubiera de servir para impartir clases de Educación para la Ciudadanía, cuando lo cierto es que se trata de un trabajo destinado precisamente a poner en solfa -eso sí, desde la izquierda- el planteamiento oficial de la nueva y controvertida disciplina.
Pretender, como han hecho muchos, que el libro en cuestión refleja «los verdaderos objetivos» que persigue el Gobierno de Rodríguez Zapatero con la implantación de esta asignatura resulta disparatado por partida doble. Es tan injusto con Zapatero, al que atribuyen unas intenciones subversivas de las que el hombre carece por completo, como con los autores, a los que presuponen una devoción gubernamental que les pilla en las antípodas.
El debatido libro tiene un eje que cualquiera que se tome el trabajo de leerlo sin prejuicios comprobará que es de una obviedad palmaria: cuestiona que quepa analizar nuestra realidad social haciendo abstracción de las consecuencias, en tantos sentidos desdichadas, que nos acarrea el predominio del sistema capitalista. A partir de esa consideración, expone las bases de lo que, a juicio de los autores, debería ser una educación ciudadana crítica con el orden social imperante. Nada que ver con los rollos melifluos e inocuos, atiborrados de apelaciones abstractas a lo políticamente correcto, a los que apunta el plan educativo oficial.
«¡Es un libro marxista!», me escribe un lector iracundo. ¿Sí? Pongamos que lo fuera. ¿Y qué? ¿Está prohibido ser marxista? «Sólo sé que no soy marxista», llegó a escribir el propio Marx en un momento de cabreo. En todo caso, ¿qué clase de descalificación es ésa? ¿Es lícito escribir libros tomistas, neoliberales y hasta favorables a Bush, pero no marxistas? Quien no esté de acuerdo con sus argumentos -que los tiene a raudales- que los discuta. Pero sin falsificarlos. Y sin atribuir a los autores complicidades políticas inventadas.
Estamos ante un ejemplo (otro) de cómo se fabrican escandaleras mediáticas en la España de hoy, tan propicia a resucitar el Santo Oficio a la primera de cambio: primero se dice que el contrario ha dicho lo que no ha dicho y luego se le condena sin apelación posible por haber dicho lo que no ha dicho.
A decir verdad: yo, con que no se practicara tan masivamente la mala educación en la ciudadanía, casi que me conformaba.
Javier Ortiz. El Mundo (8 de septiembre de 2007). Hay también un apunte con el mismo título:Ciudadanía maleducada. Subido a "Desde Jamaica" el 28 de junio de 2018.
Me irrita cada vez más la hipocresía desbordada con la que los medios de comunicación tratan la muerte de los famosos, estructurales o circunstanciales.
Estoy más que dispuesto a creerme que los compañeros y amigos del futbolista del Sevilla Antonio Puerta estén realmente afectados por su fallecimiento, sobrevenido en circunstancias tan conmovedoras. Pero me cuesta mucho tomarme en serio –o, por decirlo claramente, me abochornan, cuando no me producen risa– los excesos poético-plañideros de algunos periodistas, como el que el pasado miércoles dijo en una radio, henchido de emoción impostada: «¡Suyo es ya el firmamento, donde podrá jugar a sus anchas!». Por un momento traté de representarme a un futbolista en el firmamento, sin oxígeno y esquivando meteoritos. Surrealista.
Los hay capaces de decir lo primero que se les viene a la cabeza, con tal de que les parezca suficientemente efectista.
Con el fallecimiento de Francisco Umbral ha pasado tres cuartos de lo mismo. Vi (y oí) en CNN Plus a alguien de letras, no recuerdo quién –del grupo Prisa, eso seguro–, que soltó, secamente: «Umbral ha sido sobrevalorado». Metieron su afirmación a palo seco, como avergonzados, sin incluir las explicaciones que a no dudar añadió el declarante. Haciendo excepción de lo que yo mismo he dicho en alguna radio –con buen ánimo, pero sin ditirambos almibarados–, creo que ése fue el único juicio crítico audiovisual que ha merecido un personaje al que en vida despellejaron tirios y troyanos.
Y ya que hablo de tirios y troyanos: casi no hay crónica periodística sobre los incendios que están asolando Grecia en la que no se deje constancia enfática de que «lo peor de todo» es la muerte de tantas o cuantas personas. Hecha sobre el terreno, por los próximos de las víctimas, esa afirmación tendría muchísimo sentido. Pero, formulada desde el otro extremo del Mare Nostrum, a tantísima distancia, no pasa de ser un tópico absurdo. A los periodistas españoles, salvo que concurran en ellos circunstancias muy particulares, no les supone ningún drama especial que haya en Grecia 50 o 60 griegos más o menos. Estoy seguro de que a muchos les importaría más que el fuego destruyera algún monumento clásico. Y, en parte, no les faltaría razón: los humanos somos capaces de reproducirnos con bastante rapidez, pero los templos y estatuas de la Grecia clásica no se renuevan con la misma facilidad.
¡Unas decenas de muertos! Aquí los tenemos todos los fines de semana en las carreteras y pasan poco menos que desapercibidos. Salvo a sus allegados, a nadie se le ve particularmente compungido al inicio de la semana siguiente.
¿Llegará el día en el que nos decidamos todos a hablar de los muertos con el mismo desparpajo y la misma sinceridad que utilizamos para referirnos a los vivos? Supongo que no.
Javier Ortiz. El Mundo (3 de septiembre de 2007). Hay también un apunte con el mismo título:Fuegos olímpicos. Subido a "Desde Jamaica" el 28 de junio de 2018.
«Hay muchos más periodistas dispuestos a venderse que poderes ocultos dispuestos a comprarlos"
LUTGARDA SAMPIL
La frase pertenece a Javier Ortiz, un periodista de la vieja escuela, conocido, entre otras muchas cosas, por sus columnas ("zooms") los lunes y sábados en el diario El Mundo, donde defiende posturas que, en la mayoría de las ocasiones, se encuentran en las antípodas de la línea editorial de dicho periódico.
Pregunta.- ¿Tan mal está la profesión?
Respuesta.- El periodismo, entendido al modo tradicional, se encuentra hoy recluido en unas pocas publicaciones minoritarias y en algunos sitios de internet. Lo que hacen los grandes medios de comunicación actuales no es periodismo, en sentido estricto. Actúan como parte de los departamentos de publicidad de grandes corporaciones empresariales, que tienen intereses en los más variados ramos de la economía. Por ese motivo, no están en condiciones de informar sin tapujos ni de opinar libremente sobre casi nada, porque los consorcios a los que pertenecen los condicionan hasta extremos inauditos. Antes, un periodista debía cuidarse de meterse con tal o cual empresario, porque era accionista del diario, o de criticar al concejal Fulano, porque era cuñado del director, pero la lista de intangibles cabía fácilmente en un folio. Ahora, si hablamos de un medio importante, la relación de intocables podría ir encuadernada.
En las empresas supuestamente periodísticas no sólo hay editoriales, casas discográficas, productoras y distribuidoras cinematográficas, cadenas de TV y otros negocios más o menos vinculados con el mundo de la información y el entretenimiento, sino también tinglados de telefonía, bancos, farmacéuticas, petroleras, fabricantes de automóviles... De todo.
La lista de intocables va asociada, además, a la lista de aquellos a los que hay que atacar por obligación. Es tan forzoso defender lo propio a capa y espada como denigrar lo que hace la competencia. O, en el mejor de los casos, hacer como que no existiera.
Nunca he tenido en muy buen concepto la profesión periodística, desde luego, pero mi juicio actual va mucho más lejos. La veo en trance de desaparición.
P.- ¿«Qué hace un chico como tú en un sitio como ése»? Fuera de bromas: a muchos consumidores de opinión no les encaja que un periodista con tu bagaje de izquierdas escriba en un periódico que defiende posiciones claramente conservadoras.
R.- Siempre me ha resultado chocante la cantidad de gente que trabaja para empresas vomitivas, y que se da con un canto en los dientes por ello y ni se plantea siquiera la posibilidad de despedirse, porque tiene que pagar cada mes el alquiler del piso, el plazo del coche, el colegio de los niños y la comida... y que, sin embargo, se cree que los escritores podemos elegir dónde trabajamos y cuánto cobramos. Como si las ofertas se nos agolparan en la puerta de casa.
La cuestión de fondo no es por qué yo escribo en El Mundo. Ésa es sencillísima: en algún sitio tengo que escribir, y cuánto más importante sea el sitio, mejor para mí. Hoy en día, como he dejado dicho más arriba, no existen medios de muy amplia difusión que resulten ideológicamente potables, de modo que ése no es el asunto.
La cuestión de fondo no es por qué yo escribo en El Mundo -insisto-, sino por qué El Mundo me publica. Y ahí habría que mencionar muy diversos factores.
Citaré dos que son clave.
Uno, nada desdeñable, es que soy uno de los fundadores de ese periódico, del que fui subdirector durante una década. Digamos que eso implica la existencia de lazos sentimentales por ambas partes que, aunque se hayan debilitado en razón de las discrepancias ideológicas, no han perdido por entero su vigencia.
Otro elemento significativo es que El Mundo, sea cual sea la línea editorial que haga suya en cada momento, siempre ha tenido una cierta nómina de discrepantes profesionales, cosa que no puede decirse de otros diarios, en los que o vas disciplinadamente en la fila, al paso que marca el patrón, o te plantan en la calle sin la menor misericordia.
Digamos que constituyo la cuota de pluralismo que el periódico desea tener.
P.- Los medios de comunicación más influyentes están hoy instalados en el poder. ¿Cómo puede un ciudadano detectar que el medio que le está proporcionando la información le esta vendiendo "una moto"?
R.- No necesita detectarlo en cada caso concreto. Debe darlo por hecho.
P.- Has dirigido durante muchos años el equipo de opinión del diario El Mundo, y has pasado por diversas redacciones en los más de 30 años que llevas en la profesión. ¿Estamos hoy mejor informados que hace 30 años?
R.- Efectivamente, llevo más de 30 años en la profesión. Algo más de 40, para ser exactos. (Aunque tampoco me quejo. Decía el carca de Maurice Chevalier que «envejecer tampoco está tan mal, sobre todo si se piensa en la alternativa».)
La diferencia entre lo de los 30 y los 40 años no es trivial, de cara al contenido de la pregunta. Los españoles, como colectivo, estamos mucho mejor informados que hace 40 años, sin duda alguna. La información que llegaba a la mayoría en 1967 era patética, por activa (lo que se le contaba) y por pasiva (lo que se le ocultaba).
En cambio, es muy posible que esté peor informada que en 1977. En aquellos momentos todavía reinaba la eclosión de libertad que acarreó la caída del franquismo. El peso que tenían en las redacciones los periodistas con ganas de informar de verdad, unido al acobardamiento del que eran víctimas los empresarios y los altos cargos de los medios, muchos de los cuales querían hacerse perdonar su colaboración con la dictadura, contribuyó a que viviéramos algunos meses de relativa felicidad informativa.
P.- ¿Se compran hoy más opiniones? ¿Cómo se compra a un periodista?
R.- Recientemente he escrito sobre eso con cierto detalle. Hay modos muy diversos. El salario es -no hace falta decirlo- el más común. Pero son muchos los periodistas que ambicionan ingresos superiores a los que les proporciona su sueldo. Entonces tratan de venderse, o al menos de alquilarse, a terceros. Y a cuartos, y a quintos.
Los más menesterosos son capaces de realquilarse por una comida con gambas y jamón de Jabugo en un local de medio pelo. A otros los compensan con ofertas de más enjundia: cruceros, viajes a lugares exóticos... En los casos principales, les buscan chollos de importancia: conferencias pagadas a precio de oro, artículos de a euro la letra... Sinecuras de toda suerte.
Luego están los que son capaces de lo que sea si se les halaga la vanidad. El gremio de los figurones tiene muchos adeptos. Los llevan a un sarao de la aristocracia y se derriten de gusto.
De todos modos, a la mayoría de los lameculos del poder no hace falta ni pagarles. El alma de esclavos la ponen gratis.
P.-Parece que el pensamiento crítico escasea actualmente. ¿Qué recomendarías a quienes busquen estar bien informados de lo que ocurre en realidad?
R.- No es imposible, pero sí difícil. Internet ofrece bastantes posibilidades, pero hay que contar con el tiempo necesario para acudir a las fuentes y, además, saber cuáles son esas fuentes, y luego tener el necesario criterio propio para discernir, dentro de ellas, lo que resulta más y menos de fiar.
De todos modos, también cabe informarse bastante oyendo y leyendo los informativos de los grandes medios. Pero eso exige saber cómo darle la vuelta a lo que te están contando. Hay que hacer un ejercicio como el que proponen el norteamericano Jim Thomson en su «1.280 almas» o el valenciano Rafael Chirbes en «Los disparos del cazador», dos novelas de primerísima altura. En ambas, quienes cuentan la historia son tipos impresentables, pero los dos aportan los suficientes elementos de juicio como para que el lector se haga una idea muy precisa de la realidad que describen, aunque ellos lo hagan a su modo, distorsionado, sin ni siquiera ser conscientes del material excelente que están proporcionando.
Pero también ese modo de informarse requiere un cierto grado de adiestramiento previo.
P.- En los Apuntes del Natural, que publicas todos los días en tu blog, contabas no hace mucho, tras la muerte de Umbral, que él mismo te había reconocido que "la gran mayoría de los asuntos sobre los que escribía le importaban un pijo". ¿Consideras ética profesionalmente esa actitud?
R.- Es que él no trataba de que fuera ética, sino estética. Umbral no era un periodista, sino un escritor, un columnista. No pretendía informar, sino divertirse y divertir jugando con el lenguaje.
Tenemos ejemplos muy variados de eso mismo en la historia de la literatura en lengua castellana. Quizá el caso más espectacular sea el de Francisco de Quevedo, que fue tan hijo de perra y chivato de la policía como excelentísimo escritor. El cielo me libre de comparar a Umbral con Quevedo, pero pongo el ejemplo para señalar la diferencia abismal que puede haber entre la ética y la estética.
Conozco escritores que son bellísimas personas y honrados como ellos solos, pero que no hay modo de leerlos sin bostezar, y algunos -muy pocos- que son perfectos canallas, pero escriben que da gloria. A Umbral lo vi siempre en algún lugar indeterminado entre ambas categorías. Dependía de qué día tuviera, estaba más en lo uno que en lo otro.
P.- Decía Tom Wolfe que el Nuevo Periodismo debía basarse en la formula I+D+I igual a Informar, Divertir e Innovar. Con el mundo que nos ha tocado vivir hoy, ¿qué debe predominar, en tu opinión, en el periodismo: informar, divertir o innovar?
R.- El periodismo, en lo esencial, debería dedicarse a informar, sin más. Lo que no significa que tuviera por qué prescindir de otros géneros asociados, como la opinión o el entretenimiento.
Pero todo eso es pura especulación. Porque el periodismo realmente existente no tiene nada que ver con nada de eso. Ni informa, ni divierte, ni innova.
P.- Los informativos de las televisiones dedican más de la mitad de su tiempo a los sucesos, accidentes, crímenes y desgracias, todo muy aliñado por imágenes francamente impactantes. Se diría que tienen más interés en provocar emociones que en informar. ¿Qué consecuencias puede tener esto? ¿Se está creando una sociedad analfabeta políticamente?
R.- No tienen necesidad de crear el analfabetismo político. Ya existía. Se dedican a asegurarse de que vaya a más.
La tendencia que se está imponiendo al galope en los informativos de las televisiones es la de convertirlo todo, incluyendo las informaciones políticas, en crónicas de sucesos. Y presentar las noticias sin ninguna jerarquía, como si todo lo que ocurre fuera lo mismo: tanto da que mueran 100.000 personas en Indonesia en una inundación como que un niño se haya roto un dedo en Guadalajara jugando con una playstation o como que Pepiño Blanco haya dicho que Rajoy es todavía más tonto que él mismo.
No informan: aturden. Lo cual conviene a sus intereses.
P.- ¿Qué opinión te merece la reforma que ha llevado a cabo el gobierno del PSOE con el ente de RTVE?
R.- El modelo que dijeron que pretendían promocionar -el de unos medios de comunicación públicos independientes, no enfeudados al Gobierno de turno y volcados en la subsidiaridad, es decir, en el esfuerzo por proporcionar a la ciudadanía lo que los medios de propiedad privada ni quieren ni pueden dar, porque son deudores de intereses comerciales- no tiene nada que ver con lo que están haciendo en la práctica. Lo están empeorando todo a marchas forzadas, llenando las emisiones de gente tan pretenciosa como inexperta, que cree que para demostrar que son independientes les basta con meter en cada cosa a uno del PP y otro del PSOE.
Si lo que pretenden es hundir la radiotelevisión pública, lo están haciendo de cine.
P.- Decías en otro de tus apuntes que "las opciones editoriales del diario El País en materia de política latinoamericana están dictados por sus intereses empresariales, que son muchos y sustanciosos". ¿Puedas aportar más detalles?
R.- Prisa tiene intereses muy variados en Latinoamérica. Está asociado con grupos de comunicación, como el de Cisneros, con los que se juega mucho dinero. Por no extenderme: que quien quiera informarse sobre este aspecto entre en Google y teclee Prisa + Cisneros. Tendrá para rato.
Aparte de eso, el grupo de Polanco lleva años ganando una pasta gansa con la venta de libros de texto. Como quiera que tanto Morales como Chávez han considerado que ese grifo estaba injustificadamente abierto y han obrado en consecuencia, los de Miguel Yuste les han puesto en la lista negra.
A más a más, que diría algún amigo mío catalán: Prisa tiene negocios con el BBVA, y con Repsol-YPF, y con varias multinacionales más con fuerte presencia en América Latina y con preferencias políticas marcadísimas.
P.- La lucha por el poder entre los medios de comunicación en España es cada vez más feroz. Incluso entre grupos que se alinean ideológicamente a la izquierda como el grupo Prisa y Mediapro y que mantienen entre ellos una pelea encarnizada por emitir los partidos de fútbol. ¿Son realmente progresistas estos medios?
R.- No sé qué es el progresismo. Sé lo que se pensaba del progreso en el siglo XIX, cuando todo parecía que iba a mejor por la evolución natural de las cosas, pero dudo de que sea buena idea mantener ese progresismo ingenuo a la altura del siglo XXI. A la vista de cómo evoluciona la comunidad internacional, veo serias razones para pensar que el progreso, globalmente considerado, no aporta demasiadas satisfacciones a la mayoría de la Humanidad.
Algo semejante me pasa con lo de «la izquierda». ¿Qué es ser «de izquierda» en el mundo de hoy? ¿Qué tienen de común el subcomandante Marcos y Rodríguez Ibarra? Los dirigentes de ETA se dicen de izquierda, igual que Pérez Rubalcaba. ¿Qué les une? ¿Que a todos les gusta el cine de Woody Allen?
Ignoro en qué quedará el papel de Mediapro en el ámbito de la prensa, pero el de Prisa está ya más que claro, desde hace décadas. Y si estar del lado de las multinacionales, de la OTAN, del Pentágono, del capitalismo financiero, del centralismo español y del imperialismo en todas sus variantes es ser «de izquierda», entonces sólo puedo decir que yo no soy «de izquierda».
P.- ¿Está el ciudadano indefenso ante las elites periodísticas y los medios de comunicación?
R.- Lo estará en la medida en que acepte ser «el ciudadano», es decir, alguien aislado. Si es capaz de suscitar un movimiento colectivo, o de integrarse en uno que se ponga en marcha, su fuerza no tendrá límites prefijados.
Los poderosos no lo son tanto. Sólo son invencibles en la medida en la que los más no nos agrupamos para vencerlos.
P.- Para acabar, ¿cuál es el último libro qué has leído?
R.- Se titula Total Khéops y es una novela negra de Jean-Claude Izzo, un periodista marsellés comunista, hijo de un camarero italiano y de una costurera española, que murió en 2000, muy joven, cuando sólo había tenido tiempo de escribir tres libros. Un hallazgo.
Nota.- Esta entrevista fue realizada cuando Javier Ortiz aún colaboraba como columnista para el diario "El Mundo". A partir del próximo mes de octubre escribirá su columna, todos los días, en el nuevo periódico que está a punto de aparecer, "El Público".
Subido a "Desde Jamaica" el 20 de diciembre de 2017.
He conocido bastantes casos de ensañamiento militante, pero quizá el más llamativo sea el de Rosa Díez.
Afirma que se ha mantenido hasta ahora como integrante del PSOE por fidelidad a las ideas que ese partido encarnaba hace tres décadas, cuando ella pidió que le dieran el carnet de socialista.
Dicho así, queda bonito. Pero es falso. En la década de los setenta, el PSOE se declaraba partidario de la República, del derecho de autodeterminación de Euskadi y del cierre de las bases norteamericanas en España, entre otras causas no menos distantes de las que ella asume en la actualidad.
Las fidelidades ideológicas de Rosa Díez son, en realidad, mucho más cercanas. Vienen de 1998, cuando el PSE de Nicolás Redondo Terreros abandonó su alianza con el PNV, gracias a la cual ella había sido consejera del Gobierno vasco. A partir de ahí, ambos iniciaron una problemática andadura de convergencia espiritual con el PP de Mayor Oreja y Carlos Iturgaiz, de la cual obtuvieron (todos ellos) los resultados que son de sobra conocidos, con destino principal en el Parlamento Europeo.
De todo este asunto de Rosa Díez, lo que más me intriga es la constatación de que hay gente, como ella, que se empeña en seguir durante años en un partido con el que está en desacuerdo radical, y que hay partidos, como el PSOE, que se obstinan en mantener en sus filas, incluso con cargos institucionales, a personas que se dedican a presumir de que no sólo se pasan por el arco del triunfo la política acordada en los congresos correspondientes, sino que alardean públicamente de pretender justo lo opuesto. Es como si una peña taurina tuviera como directivo a alguien como yo, contrario a eso que llaman fiesta, y yo me empeñara en ser antitaurino pero miembro de la directiva taurina, y la peña asumiera como algo normal tener a un antitaurino en la cúpula de su asociación taurina. De locos.
La explicación hay que buscarla en el hecho de que los socialistas tienen un sentido un tanto peculiar de la disciplina interna. Recuérdese cómo actuaron en Cataluña cuando un dirigente de las Juventudes Socialistas estuvo presente en una manifestación de repudio a la presencia de algunos dirigentes del PP. Lo expulsaron fulminantemente, antes incluso de haber tramitado el expediente disciplinario preceptivo. Pero, si en vez de abroncar a los dirigentes del PP, los militantes socialistas van de su mano, como hizo Redondo Terreros hasta su retiro o como ha estado haciendo Rosa Díez en los últimos años, entonces no toman ninguna medida y lo presentan como un ejercicio de sana tolerancia y de democracia partidista.
La conclusión es obvia: a la dirección del PSOE le da corte meterse con aquellos de los suyos que se pasan por la derecha. Lo que no tolera de ningún modo es que se pasen por la izquierda.
Javier Ortiz. El Mundo (1 de septiembre de 2007). Hay también un apunte con el mismo título:El pase de Rosa Díez. Subido a "Desde Jamaica" el 27 de junio de 2018.