He conocido bastantes casos de ensañamiento militante, pero quizá el más llamativo sea el de Rosa Díez.
Afirma que se ha mantenido hasta ahora como integrante del PSOE por fidelidad a las ideas que ese partido encarnaba hace tres décadas, cuando ella pidió que le dieran el carnet de socialista.
Dicho así, queda bonito. Pero es falso. En la década de los setenta, el PSOE se declaraba partidario de la República, del derecho de autodeterminación de Euskadi y del cierre de las bases norteamericanas en España, entre otras causas no menos distantes de las que ella asume en la actualidad.
Quien sí puede decir que mantiene su afiliación al PSOE porque son las sucesivas direcciones del partido, desde la de Felipe González, las que se han comportado como tránsfugas, mientras que él se ha mantenido fiel a los principios originarios, es el abogado y escritor Joan Garcés, que no sé si seguirá conservando el carné, pero que lo hizo durante años, me da que más por motivos estéticos que prácticos (de hecho no hacía ninguna labor partidista, ni remunerada ni sin remunerar, ni para los unos ni para los otros).
Las fidelidades ideológicas de Rosa Díez no se remontan a los setenta. Son mucho más cercanas. Vienen de 1998, cuando el PSE-PSOE de Nicolás Redondo Terreros abandonó su alianza con el PNV, gracias a la cual ella había sido consejera del Gobierno vasco. A partir de ahí, ambos iniciaron una problemática andadura de convergencia espiritual con el PP de Mayor Oreja y Carlos Iturgaiz, de la cual obtuvieron (todos ellos) los resultados que son de sobra conocidos, con destino principal en el Parlamento Europeo.
De todo este asunto de Rosa Díez, lo que más me intriga es la constatación de que hay gente, como ella, que se empeña en seguir durante años en un partido con el que está en desacuerdo radical, y que hay partidos, como el PSOE, que se obstinan en mantener en sus filas, incluso con cargos institucionales, a personas que se dedican a presumir de que no sólo se pasan por el arco del triunfo la política acordada en los congresos correspondientes, sino que alardean públicamente de pretender justo lo opuesto. Es como si una peña taurina tuviera como directivo a alguien como yo, contrario a eso que llaman fiesta, y yo me empeñara en ser antitaurino pero miembro de la directiva taurina, y la peña asumiera como algo normal tener a un antitaurino en la cúpula de su asociación taurina. De locos.
La explicación hay que buscarla en el hecho de que los socialistas tienen un sentido un tanto peculiar de la disciplina interna. Recuérdese cómo actuaron en Cataluña cuando un dirigente de las Juventudes Socialistas estuvo presente en una manifestación de repudio a la presencia de algunos dirigentes del PP. Lo expulsaron fulminantemente, antes incluso de haber tramitado el expediente disciplinario preceptivo. Pero, si en vez de abroncar a los dirigentes del PP, los militantes socialistas van de su mano, como hizo Redondo Terreros hasta su retiro o como ha estado haciendo Rosa Díez en los últimos años, entonces no toman ninguna medida y lo presentan como un ejercicio de sana tolerancia y de democracia partidista.
La conclusión es obvia: a la dirección del PSOE le da corte meterse con aquellos de los suyos que se pasan por la derecha. Lo que no tolera de ningún modo es que se pasen por la izquierda.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título e idéntico contenido en El Mundo: El pase de Rosa Díez.