Estoy convencido de que la Fiscalía de la Audiencia Nacional pretende socavar la Monarquía. Tras lo de El Jueves, vuelve ahora a la carga con el asunto de los dos encapuchados que el pasado jueves –y ya es coincidencia– quemaron fotos de los reyes en Girona.
Para mí que el fiscal ha puesto en marcha una campaña sutil y perversa que pretende propalar que la Monarquía española es una institución de mírame y no me toques, con tanta propensión a accidentarse y caerse como la acreditada por su titular. Que la forma monárquica del Estado debe ser protegida cual bebé-burbuja, porque, si no, se nos va.
Es la única explicación que encuentro a lo que está haciendo.
Vivimos desde hace décadas en un mundo en el que las quemas simbólicas en público son el pan nuestro de cada día. Los más viejos del lugar recordamos que durante la Guerra del Vietnam cientos de jóvenes norteamericanos quemaron de todo ante las cámaras, desde su cartilla militar a la bandera de la Unión, pasando, por supuesto, por las fotos de los presidentes de turno. Nos saldría una lista capaz de rivalizar con la guía telefónica si nos dedicáramos a enumerar las manifestaciones en las que se ha quemado de todo: monigotes representando al uno o al otro, enseñas de toda suerte, retratos de tal o cual magnate o mangante… Es algo tan habitual –y tan bobo, pero tan habitual– como los gritos hiperbólicamente asesinos que se lanzaban por aquí antaño en algunas manifestaciones de izquierda, del tipo «¡Obrero despedido, patrón colgao!» o «¡Queremos pan, queremos vino, queremos a Fraga colgao de un pino!», tradición que ha encontrado extraña prolongación en ciertas consignas, no menos truculentas, que hemos podido oír recientemente en concentraciones convocadas por la AVT y el PP.
Don Juan Carlos de Borbón proviene de una vieja estirpe, la de los Capetos, una de cuyas ramas fue la de los Bourbon, la cual dio origen, entre otras cosas, al apreciado whiskey de Kentucky así llamado y a la no siempre tan apreciada familia real española. No deja de tener su aquel que el fundador de la estirpe de los Borbón fuera Luis V, al que sus contemporáneos apodaron El Perezoso, lo que tal vez lleve a más de uno a pensar que de casta le viene al galgo. Pero, a lo que iba: uno de los sucesores de Luis V fue Luis XVI, a quien la Revolución Francesa rebautizó como Luis Capeto justo a tiempo para colocarlo bajo el invento injustamente atribuido a Joseph-Ignace Guillotin, suceso que nuestros vecinos franceses no sólo no lamentan, sino que tienden a celebrar. ¿No resulta un tanto paradójico que tengamos de dilectos aliados a quienes consideran un feliz acontecimiento histórico haber rebanado el cuello de un Borbón y, al mismo tiempo, nos entretengamos en procesar a quienes se limitan a quemar unas cuantas fotos de alguno de sus familiares?
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: La fiscalía antimonárquica.