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2006/02/20 07:00:00 GMT+1

La democracia de Cuevas

Nunca he negado mi fascinación por José María Cuevas, indesmayable presidente de los empresarios españoles que jamás ha sido empresario y teórico de la democracia teórica que jamás ha abjurado de su añeja militancia falangista.

Sigue en ésas. El pasado jueves volvió a sentar cátedra perorando sobre lo mucho que desconfía de las reformas estatutarias, del proceso de pacificación en Euskadi y, en general, de todo lo que pueda distinguir al PSOE del PP.

El problema que tiene don José María es que su aprendizaje de la democracia, hecho a buen seguro en un curso acelerado del Forcem, le dejó algunas lagunas inquietantes. Así, aprendió que no hay que negarse a que la gente vote -lo que en su caso es sin duda un avance-, pero no se quedó con la idea de que el ejercicio del voto puede servir para elegir entre alternativas políticas diversas.

En su criterio, las opciones políticas responsables deben ser sustancialmente iguales. De ahí que reproche al Gobierno apoyarse en «un consenso que apenas supera el 50%», en vez de ponerse de acuerdo con el PP para garantizar una política que tenga «un apoyo superior al 80%». Lo que hace Zapatero le parece garrafal, porque supone «dejar fuera a media España y condenarnos a un continuo vaivén del marco legal según quién gane las elecciones cada cuatro años».

Como viejo en estas lides -y en todas-, el patrón de los patronos no renuncia al truco más eficaz del polemista fullero: juntar el máximo de falsedades y absurdos, de modo que el oponente se vea sumido en el desconcierto, no porque no sepa qué responder, sino porque no sabe por dónde empezar.

Contestaré a los cuatro puntos clave de su exordio.

1º) Las cifras que expone son falsas. La política de Zapatero, en los aspectos que él menciona, cuenta con un respaldo electoral y parlamentario cercano al 60%.

2º) La democracia es el gobierno de la mayoría. Si se actúa de acuerdo con ella, no se deja fuera «a media España». Se coloca a la minoría ante su realidad, sin más. ¿O cree que la mayoría debe plegarse a la minoría?

3º) Si tanto gusta de los grandes consensos, que dirija sus reproches a Rajoy, por no sumar su 37,3% a la mayoría de Zapatero. De hacerlo, el bendito consenso alcanzaría las cumbres del 100%, lo que sería un ejemplo para todo el mundo mundial, además de la mismísima repanocha.

4º) Sobre «el continuo vaivén del marco legal» que se produce «según quién gane las elecciones cada cuatro años», convendrá precisar -amén de que si se produce cada cuatro años no es continuo- que ésa es la esencia de la democracia. Es bueno que los partidos que concurren a las elecciones presenten perfiles diferenciados, más que nada para no estafar a los electores obligándolos a elegir entre variantes de lo mismo.

Que -dicho sea de paso- era lo que venía sucediendo por aquí, para satisfacción del señor Cuevas.

Javier Ortiz. El Mundo (20 de febrero de 2006). Hay también un apunte con el mismo título: La democracia de Cuevas.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2006/02/20 07:00:00 GMT+1
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2006/02/16 07:00:00 GMT+1

¡China, estúpidos, China!

Los hay que no entienden que el Gobierno iraní ose mirar displicentemente por encima del hombro a las grandes potencias occidentales, tomándose sus amenazas a broma y devolviéndoles las bravatas ojo por ojo.

El Ejecutivo de Teherán tiene sus argumentos. Cuenta con el respaldo de millones de islamistas de base, que lo consideran –probablemente sin razón– como menos corrupto que los demás de su misma fe religiosa. Se ha granjeado también no pocas simpatías en el mundo islámico precisamente por plantar cara a EE.UU. y sus consortes.

Pero, sin desconocer estas y otras razones del mismo género, hay una, exógena, que pesa mucho más que todas las otras juntas: Irán es el principal suministrador de petróleo de China.

El gigante asiático no está dispuesto a tolerar que nadie desestabilice la estructura política iraní, en cuya pervivencia tiene un interés enorme, inmediato y urgente.

China posee en este momento un peso específico en la arena internacional muy superior al que nuestros análisis tópicos se avienen a otorgarle. El poderío económico que ha alcanzado la República Popular, su crecimiento arrollador y el peso que le otorga la inmensidad de las magnitudes con las que opera, empezando por la de su mercado interior, hacen que nadie en su sano juicio –e incluso en su insano juicio– se pueda permitir menospreciar su diktat. Por eso se le tolera resignadamente que se burle de todas las normas jurídicas internacionales, desde las relativas a los derechos humanos hasta las que regulan el copyright.

Si Washington pretendiera que la ONU ponga firmes a los gobernantes iraníes –y tal vez lo pretenda–, el veto chino no faltaría a la cita. Y si a Bush se le ocurriera que podría intervenir en la vieja Persia para materializar sus designios manu militari, no tardaría en enterarse de que el poderío militar-nuclear chino es un obstáculo imposible de soslayar.

Estamos entrando en el nuevo escenario de los conflictos del siglo XXI. Un escenario en el que China va a tener un papel de protagonista destacado, sea cual sea la obra que se represente en él.

No siento la menor simpatía por la clase dirigente china, que se ha tomado las cinco estrellas de su bandera como muestra de la categoría de los hoteles que frecuenta. Esa gentuza, toda ella procedente de la nomenklatura del viejo Partido Comunista, ha hecho una mezcla no por repugnante menos útil de los métodos dictatoriales de la pseudodictadura del proletariado con las leyes de hierro del capitalismo salvaje. Ha aprendido las lecciones derivadas del hundimiento de la URSS y no tiene la menor intención de aflojar el dogal con el que tiene embridado a su pueblo, inmenso y admirable.

Pero no se pliega a las exigencias de Bush. Incluso, llegado el caso, se cachondea de ellas.

Y ésa es la cosa, por lo menos en lo que a Irán se refiere.

Javier Ortiz. El Mundo (16 de febrero de 2006).

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2006/02/16 07:00:00 GMT+1
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2006/02/13 07:00:00 GMT+1

Los contrarios se necesitan

Ignacio Astarloa, secretario de Justicia y Seguridad del PP, ha rechazado indignado que su partido tema el fin de ETA, según han insinuado algunos dirigentes socialistas. Astarloa tilda de aberrante semejante sospecha, así se formule como mera hipótesis.

Supongo que muchos ciudadanos compartirán su enojo. ¿Cómo no va a desear la desaparición de ETA un partido que ha sufrido en sus propias carnes –¡y de qué forma!– los estragos causados por la organización terrorista?

Pretender que al PP le conviene la pervivencia de ETA viene a ser como afirmar que a la Iglesia católica le interesa que el pecado siga siendo una de las prácticas humanas más frecuentadas.

Justamente.

No pongo en duda –Dios me libre– que la gran mayoría de los sacerdotes católicos odien el pecado con toda su alma, pero eso no me impide constatar que, en el caso de que el pecado desapareciera de la faz de la tierra, el oficio de sacerdote perdería por completo su razón de ser. ¿Cómo predicar la bondad a una Humanidad unánimemente buena? ¿Cómo denostar la malignidad donde no existe? ¿Qué vilezas podrían confesarse, qué perversiones cabría absolver, qué arrepentimientos sería dado purgar en un mundo impoluto, noble y virtuoso? Donde no hay mal, tampoco cabe el bien.

Volvamos al PP y a la realidad de Euskadi. Durante años y más años, el PP vasco se ha definido en relación –en oposición– a ETA, cuya actividad terrorista ha venido caracterizando como una consecuencia natural e inevitable del ideario nacionalista. Los populares vascos han dicho de todo acerca de ETA y del nacionalismo. Tanto han dicho que no les han quedado ni tiempo ni ganas de decir apenas nada sobre cualquier otra cosa.

Todo el mundo recuerda la época del rutilante liderazgo de Mayor Oreja. ¿Alguien supo alguna vez qué programa económico tenía, qué pensaba de la ampliación de la UE, qué alternativas proponía para la pequeña y mediana empresa, cómo encaraba el desarrollo de las infraestructuras...? Nada. Sólo se sabía lo que decía de ETA, de las treguas-trampa, del nacionalismo democrático como instrumento para obtener por la vía de las urnas lo que no lograba por la fuerza de las armas, etc. Fue siempre monográfico, lineal y exhaustivo.

Imaginemos por un momento –y ojalá que en este caso la imaginación funcione como vaticinio– que ETA decidiera disolverse y el plomo y la metralla desaparecieran como elementos integrantes del paisaje político vasco. ¿Qué bandera habría de izar el PP en Euskadi? ¿La del antinacionalismo vasco? Sí, pero, privada esa alternativa del contexto trágico que le proporciona la violencia, su atractivo electoral perdería enteros en caída libre.

De modo que tampoco hay que echarse las manos a la cabeza si alguien afirma que hay contrarios que son interdependientes. Porque suelen serlo.

Javier Ortiz. El Mundo (13 de febrero de 2006). Hay también un apunte con el mismo título: Los contrarios se necesitan.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2006/02/13 07:00:00 GMT+1
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2006/02/09 07:00:00 GMT+1

La realidad, sin caricaturas

En las reacciones que alimentan la ya famosa crisis de las caricaturas aparecen mezclados asuntos que no admiten un tratamiento común. En particular, conviene evaluar por separado cuanto tiene que ver con la publicación de las polémicas viñetas y el debate sobre las libertades que eso ha suscitado, de un lado, y, del otro, todo lo referente a las violentas reacciones que la publicación de las caricaturas en cuestión ha provocado en algunos puntos del mundo islámico.

Empezaré por esto último subrayando –no suele hacerse– que las manifestaciones de santa ira que han tenido lugar aquí y allá han sido extremadamente minoritarias: varios cientos o unos pocos miles de personas en ciudades donde los seguidores del islam se cuentan por cientos de miles, cuando no por millones. El más que escaso poder de convocatoria de los elementos islamistas fanatizados es prueba fehaciente de lo poco representativos que son.

Es cierto que esas manifestaciones han entrañado la muerte violenta de unas cuantas personas. Pero, salvo un caso que aún está por clarificar, el resto las han producido las propias fuerzas policiales encargadas de reprimir los desmanes de los exaltados: unas fuerzas policiales que no saben poner coto a actos vandálicos sin hacer uso de sus armas de fuego.

Insisto en ello porque me parece importante que quede claro que más del 99,99% de los islamistas de todo el mundo se habrán quejado muy amargamente de la mala baba de las caricaturas danesas, pero no han secundado ninguna reacción violenta en contra.

Pasando al otro aspecto del asunto, diré a quienes se pronuncian como si estuviéramos ante una batalla por la libertad de expresión que lo que se está discutiendo –lo que algunos estamos discutiendo, al menos– no es sobre las posibles limitaciones al ejercicio de un derecho fundamental, sino sobre la existencia misma del derecho que en realidad pretenden ejercer, que no es otro que el derecho a difamar y a sembrar el odio entre los pueblos. No otra cosa supone pintar a Mahoma como apóstol del terrorismo, bomba en la cabeza y puñal en ristre. Y eso en una Dinamarca en la que rige un Gobierno tutelado por la extrema derecha y en la que la desconfianza hacia los inmigrantes se tiñe cada vez más de xenofobia.

¿Está amenazada la libertad de expresión en Europa? Lo está, y mucho. Muy en especial por algunos gobernantes y magnates de los mass-media que se presentan en esta campaña como campeones de la libre expresión de las opiniones.

También la amenazan, por supuesto, a su particular escala, los fanáticos religiosos que condenan a muerte a quienes les llevan la contraria.

El error estriba en pensar que para oponerse más rotundamente a éstos hay que ponerse del lado de los otros. Y no. Es perfectamente posible –y muy recomendable– no comulgar con ninguno.

Javier Ortiz. El Mundo (9 de febrero de 2006).

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2006/02/09 07:00:00 GMT+1
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2006/02/06 07:00:00 GMT+1

Objeciones objetadas

1ª) «Los islamistas tratan de imponernos sus tabúes. Si su religión les prohíbe caricaturizar a Mahoma, es su problema. Entre nosotros hay libertad de expresión. Todo puede ser materia de caricatura o de burla. ¡Incluso Dios!»

Falso. Lo que sucede es que nuestros tabúes los tenemos tan interiorizados que ni siquiera los percibimos como tales. Imaginemos que, al hilo de las noticias sobre actos de pederastia cometidos por sacerdotes católicos, alguien hubiera publicado caricaturas en las que aparecieran el Papa o el mismo Cristo en actitudes propias de tales prácticas. ¡El escándalo habría sido enorme! Y con razón.

Ahora bien: no cabe exigir respeto para las figuras más identificadas con las creencias católicas y, a la vez, considerar una nimiedad que se retrate a Mahoma con una bomba por turbante. Lo que vale para una religión ha de valer para todas.

2ª) «Nuestras democracias occidentales no aceptan que se prohíban las burlas sobre asuntos religiosos. Aquí no funcionamos así».

Igualmente falso. La ley castiga los actos que zahieren a quienes profesan una u otra fe. Porque las religiones podrán importar poco, pero quienes las practican tienen derechos que es obligado respetar. El artículo 525 del Código Penal español sanciona a quienes «hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de [los] dogmas, creencias, ritos o ceremonias [de una confesión religiosa], o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican».

La publicación de las caricaturas burlescas de Mahoma podría ser perseguida en España por la vía penal.

3ª) «Los islamistas tienen una cultura muy dada al empleo de la violencia en nombre de su Dios. En Occidente ya no se organizan Cruzadas ni se quema a nadie por infiel».

Falso también. George W. Bush declara guerras e invade países en nombre de Dios. Ha llegado a pretender que es Dios mismo quien le anima a actuar de ese modo. El Dios de los cristianos sigue siendo invocado para matar, y para matar en masa.

Es cierto que numerosos estados que se proclaman islámicos invocan su fe para hacer toda suerte de barbaridades. Siria lo está demostrando ahora mismo de manera más que patente, aunque quizá la palma se la lleve Arabia Saudí, que es -vale la pena subrayarlo- directo aliado de los EE.UU. (y de España). De todos modos, reconozcamos que se atienen con bastante fidelidad al ejemplo que recibieron de las potencias occidentales que durante muchas décadas ejercieron de ocupantes colonialistas en aquellos lares.

Tampoco nos pavoneemos haciendo como si en el Viejo Continente la libertad de conciencia estuviera sólidamente asentada desde 1789. ¿Será necesario recordar que el nazismo y el fascismo fueron productos made in Europe?

La Historia no transcurre en blanco y negro.

El mundo actual es muy propenso a los tonos grises. Tal vez por las cenizas.

Javier Ortiz. El Mundo (6 de febrero de 2006). Hay también un apunte con el mismo título: Objeciones objetadas.

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2006/02/02 07:00:00 GMT+1

Zapatero en la encrucijada

Entre las virtudes que adornan la personalidad política de José Blanco –que seguro que son muchas, aunque las disimule, probablemente por modestia–, no parece que destaque la sutileza.

Su reflexión sobre lo incoherente que resultaría que ERC se mantuviera en el Gobierno de la Generalitat si no vota a favor del Estatut pactado entre Mas y Rodríguez Zapatero es un ejemplo casi perfecto de lo que no debería hacer en tanto que secretario de Organización del PSOE. Lo suyo sería ocuparse de la coherencia de su propio partido y de la organización de su desorganización, poniendo cuidado en no meterse donde no le llaman. La presencia de ERC en el Gobierno de la Generalitat es cosa de ERC y del president de la Generalitat. Y si el PSOE tiene algo que decir, más vale que se lo susurre discretamente a Maragall, en lugar de dejarlo en posición tan desairada marcándole el paso desde Madrid.

Hay quienes se dicen convencidos de que, si Blanco soltó esa pata de banco, tuvo que ser por indicación del propio Zapatero. Según ellos, esa declaración formaría parte de los preparativos de un cambio importante en la política de alianzas del presidente de Gobierno, que se dispondría a abandonar sus presuntas veleidades izquierdistas para presentarse a las elecciones siguientes con una imagen de centro. Una maniobra que le exigiría, entre otras muchas cosas, torpedear el tripartito y convertir a CiU en su aliado preferente.

Yo no sé qué va a hacer Zapatero, si es que alguien –incluido él– lo sabe. Lo que sí sé es que, llegadas las cosas al punto en el que están, la única imagen que ofrecería si diera un golpe de timón de ese estilo sería la de un capitán de navío que ha perdido por completo el norte y navega a la deriva. Mucho peor que alguien que pretende algo problemático es alguien que no se sabe ni lo que quiere.

Desde su llegada a La Moncloa, Zapatero se marcó –y marcó públicamente– dos prioridades clave. Una, otorgar nuevo y firme asiento a la organización territorial del Estado. En esa vía, el Estatut de Cataluña ha venido a hacer las veces de piedra de toque. La otra, propiciar el fin de ETA por la vía del diálogo. Ahí es la Ley de Partidos la que se ha erigido en obstáculo prioritario.

Imagino que fue consciente desde el principio de que ninguna de esas dos propuestas iba a merecer la ovación de la derecha.

Ahora mismo está en un punto crucial para el impulso de ambas. Por eso mismo se exasperan las tensiones.

Si contemporiza y retrocede, está perdido. De hacerlo, buena parte de la ciudadanía lo catalogará como un pobre chiquilicuatre superado por la misión que le otorgaron las urnas. La célebre boutade de Groucho Marx: «Éstos son mis principios. Pero, si a usted no le gustan, tengo otros» vale como chiste. Como norma de Gobierno es directamente impresentable.

Javier Ortiz. El Mundo (2 de febrero de 2006).

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2006/01/30 07:00:00 GMT+1

La inoportuna realidad

Los dirigentes del PP se declaran muy preocupados por lo que pueda suceder con la igualdad y la solidaridad entre los ciudadanos españoles cuando entre en vigor el nuevo Estatut catalán, y así lo proclaman en cuanto tienen ocasión, venga o no venga a cuento.

El sábado fue el turno del secretario de comunicación de los populares, Gabriel Elorriaga, que aprovechó el informe sobre una posible reforma de la Constitución, recientemente emitido por el Consejo de Estado a petición del Gobierno, para hablar de cómo el Estatut «compromete la idea de igualdad y solidaridad de los ciudadanos recogida en la Constitución».

No arredró para nada a Elorriaga que el informe del Consejo de Estado no se refiera ni poco ni mucho al Estatut, sino a las reformas de la Constitución que preconiza Zapatero. Tampoco pareció inquietarle gran cosa que el organismo consultivo del Gobierno haya estudiado la vía que habría de seguirse para aplicar el artículo 168 de la Constitución, y no el 92, que es el que invoca Rajoy para reclamar su referéndum.

Los dirigentes populares hablan de «la igualdad y la solidaridad entre los ciudadanos españoles», pero en un sentido muy restrictivo. De hecho, no piensan realmente en los ciudadanos. De hacerlo, no ceñirían sus ansias igualitarias y solidarias a la comparación entre las comunidades autónomas. Empezarían por denunciar las escandalosas diferencias de clase que existen en España, cuya lacerante evidencia convierte en puro sarcasmo cualquier apelación a «la igualdad y solidaridad de los ciudadanos recogida en la Constitución».

Los dirigentes del PP no están obsesionados, ni mucho menos, por igualar en calidad las condiciones de vida y existencia del conjunto de los ciudadanos españoles. No ya por igualar; ni siquiera por aproximar. En caso contrario, habrían aprovechado su prolongado paso por el Gobierno de España para dar un fuerte impulso al desarrollo económico de las comunidades autónomas menos avanzadas. Lejos de ello, cuando desalojaron el Gobierno dejaron las desigualdades interterritoriales tan patentes como lo estaban antes de su llegada a La Moncloa.

No juzgaré lo que pretenden. Me limitaré a decir lo que hacen: crear en la población española –del Ebro para abajo, por así decirlo– la idea de que las comunidades autónomas «ricas» no quieren saber nada de las «pobres», y que sólo se interesan por el cultivo de sus diferencias: su lengua, sus «privilegios», su «patria chica»... Nada importa el monto contante y sonante de su aportación a la solidaridad interterritorial. Tanto da que la gran mayoría de sus medios de comunicación siga funcionando en castellano. Es filfa su contribución a la presencia de España en el mundo.

No es cosa de permitir que la realidad arruine las posibilidades electorales de una buena campaña demagógica.

Javier Ortiz. El Mundo (30 de enero de 2006). Hay también un apunte con el mismo título: La inoportuna realidad.

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2006/01/26 07:00:00 GMT+1

De camino hacia el pasado

Lo más asombroso del deambular negociante del nuevo Estatut catalán es que, después de armar tanto ruido, va a acabar pareciéndose bastante al anterior. Las diferencias entre el uno y el otro amenazan con ser más cuantitativas que cualitativas.

La mejor muestra de ello nos la ofrecen sus dos puntos más controvertidos.

Primero: la consideración de Cataluña como nación, reconvertida en la aséptica constatación de un sentimiento popular mayoritario, se queda ahora circunscrita al Preámbulo, que carece de fuerza legal. En el articulado del proyecto –en su parte sustantiva–, una vez pasado por el cedazo del acuerdo Zapatero-Mas, Cataluña queda catalogada como «nacionalidad». Igual que en el Estatuto todavía vigente.

Segundo punto: el pacto Zapatero-Mas ha dejado en el dique seco el proyecto de dotar a Cataluña de un régimen fiscal y financiero semejante al que rige en la Comunidad Autónoma Vasca y en Navarra –un plan de intención federalizante que figuraba en el texto estatutario aprobado en el Parlament– y lo ha reemplazado por un plan de régimen fiscal dotado de mayor autonomía, pero ajustado a los mismos criterios básicos que el ya existente. (En ese sentido, resulta francamente revelador que el propio Josep Piqué se declarara satisfecho de cómo ha quedado este capítulo del Estatut tras pasar por las mancomunadas manos de los líderes máximos del PSOE y de CiU.)

Hace medio año, los tres partidos gobernantes en la Generalitat catalana se comprometieron solemnemente a actuar «como un bloque» en todas las negociaciones referentes al Estatut. A la vista está en qué ha quedado el tal «bloque», con dos de sus tres integrantes aceptando dócilmente que el presidente del Gobierno elija para establecer el acuerdo clave a una formación política ajena al tripartito.

Basta con mirar la situación actual con cierta distancia para apercibirse de que bien puede estar preparándose para depararnos una nueva reedición de lo mismo que hemos vivido tantas veces en el pasado, cada vez que el partido mayoritario en el Parlamento de Madrid se veía obligado a buscar aliados para asentarse en el Gobierno. En tales casos, allí estaba siempre CiU ofreciendo sus servicios, ora al PSOE, ora al PP –ayudando a «la gobernabilidad del Estado», que decían, y siguen diciendo–, a cambio del peaje correspondiente.

Ya sabemos que la opción de Zapatero ha sido otra. Pero todo depende. De diversos factores, uno de los cuales es, claro está, que Maragall pueda mantener el tripartito en pie.

CiU está haciendo lo posible para que no lo logre. Y el hecho de que Rodríguez Zapatero haya optado por conceder a Artur Mas el trato de interlocutor preferente obliga a suponer que tampoco él descarta del todo esa hipótesis.

De momento ya se está sirviendo de CiU para acosar a Carod. Apuesto a que van a saltar chispas.

Javier Ortiz. El Mundo (26 de enero de 2006).

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2006/01/23 07:00:00 GMT+1

Se siente

La Real Academia Española define así el valenciano: «Variedad del catalán, que se usa en gran parte del antiguo reino de Valencia y se siente allí comúnmente como lengua propia».

Obsérvese la singular técnica definitoria que aplicó en este caso la Academia. Empezó por dejar sentada la parte que considera objetiva: el valenciano -estableció- es una variedad del catalán. Pero los autores del DRAE, que tienen muchos amigos en la derecha -en toda la derecha y, por lo tanto, también en la derecha valenciana-, no querían contrariarlos más de lo imprescindible. Así que añadieron ese postizo: «...(que) se siente allí comúnmente como lengua propia».

Por lo general, las definiciones no dan cuenta de las percepciones subjetivas que difieren del conocimiento académico. Pero a veces las conveniencias políticas propician piruetas extrañas.

El PSOE ha puesto todo de su parte para que el nuevo Estatut catalán haga con las aspiraciones nacionales de Cataluña lo mismo que el DRAE con la definición del valenciano: habla respetuosamente de lo que «se siente comúnmente» para que resulte menos descarnada la evidencia de que, a la hora de la verdad, opta por lo contrario. En efecto, la parte sustantiva del nuevo texto estatutario responderá al criterio de que aquí no hay más nación que la española. Y si en Cataluña hay un «sentimiento ampliamente mayoritario» divergente, pues a respetarlo muchísimo y a obrar como si no.

Al final, después de tantas conversaciones y tanta vaina, en este punto, tan repetidamente señalado como «crucial», el nuevo Estatut será una mera copia del anterior.

No está nada contenta ERC. Tampoco, en realidad, CiU e ICV. Pero tampoco Rodríguez Zapatero. El estaba dispuesto a que el texto del nuevo Estatut definiera a Cataluña como nación. Le habría encantado llegar a un acuerdo basado en esa convención inasible y vaporosa que pretende que España es «una nación de naciones», cuya mayor ventaja es que parece decir mucho y no dice nada.

Pero le ha sido imposible. Está en el centro de una pinza tremenda: la que forman el PP de un lado y, del otro, los llamados barones socialistas, que en este asunto cuentan con el respaldo de la mayor parte de la base militante de su partido. Lo cual sería muy grave en todo caso, pero lo es aún más porque los unos y los otros tienen un apoyo mediático apabullante.

Se ha puesto en marcha en contra de Zapatero una maquinaria verdaderamente demoledora. Desde Adolfo Suárez, no se había visto a un presidente del Gobierno español en una circunstancia semejante: acosado hasta la extenuación por la oposición y desasistido, cuando no boicoteado, por los suyos propios.

Supongo que todos los partidos de la mayoría catalana acabarán cediendo para no hundirlo. Pero eso no quiere decir que vaya a escaparse del naufragio.

Javier Ortiz. El Mundo (23 de enero de 2006). Hay también un apunte con el mismo título: Se siente.

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2006/01/19 07:00:00 GMT+1

El Rubicón de Zapatero

La resolución adoptada anteayer por el juez Grande-Marlaska con relación a la asamblea de Batasuna prevista para el próximo sábado es jurídicamente discutible. ¿Cabe dictaminar la suspensión de actividades de un partido que, habiendo sido disuelto, carece de actividades legales que puedan quedar en suspenso, esto es, interrumpidas de manera temporal? Él cree que sí. Con no menos fundamento puede sostenerse que no.

Grande-Marlaska sostiene que lo hace porque Batasuna sigue existiendo «de facto, al margen de la ley». Pero, de ser así, no le correspondería a él poner orden en esa situación, sino, en todo caso, al tribunal que ordenó la disolución del partido y cuya sentencia se incumple.

En todo caso, se diga lo que se diga de cara a la galería, todo el mundo sabe que el fondo de este asunto no es jurídico, sino político. De haber consenso al respecto entre el PSOE y el PP, las autoridades judiciales estarían actuando con el mismo espíritu de colaboración que mostraron, por ejemplo, durante el proceso de disolución de ETA político-militar. Pero en este caso no sólo no hay consenso, sino una verdadera batalla campal de por medio.

Ignoro si finalmente se celebrará la asamblea de Batasuna. Puede que sí. A sus militantes les basta con reunirse al otro lado de la frontera: recuérdese que en Francia no están fuera de la ley. También podrían darse cita en otro lugar, distinto y distante del BEC de Barakaldo, o hacerlo otro día. Es lo de menos.

La asamblea de Batasuna es sólo la anécdota. Si se ha montado tan aparatoso guirigay es por la importancia que este episodio tiene de cara al progreso o el retroceso de un proyecto que es clave para la carrera política de Rodríguez Zapatero. Todos sabemos, empezando por él mismo, que hay dos asuntos que son decisivos para que llegue a su siguiente cita con las urnas como vencedor o como fracasado: la puesta al día del sistema de organización territorial del Estado, con el Estatut catalán como mascarón de proa, y la pacificación de Euskadi, con el adiós a las armas de ETA. Si en ambos terrenos aparece como victorioso, logrará, para empezar -que no es poco-, el respaldo real de su propio partido, y luego el de las urnas. Si no sale muy bien parado del primero, pero sí del segundo, es posible que consiga aguantar el tipo. Pero si ambas apuestas le salen mal, entonces estará perdido sin remisión.

Afronta en este momento una opción decisiva. O vacila y retrocede, perdiendo un tiempo precioso, o tira para adelante y cruza su particular Rubicón: la Ley de Partidos. Si no toma la iniciativa y se decide a derogarla, estará dándose por derrotado de antemano.

Lo de menos es su carrera política. Lo que está en juego es decidir si nos espera un futuro digno de ese nombre o si estamos condenados a seguir siempre atados al pasado.

Javier Ortiz. El Mundo (19 de enero de 2006). Hay también un apunte con el mismo título: El Rubicón de Zapatero.

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