La Real Academia Española define así el valenciano: «Variedad del catalán, que se usa en gran parte del antiguo reino de Valencia y se siente allí comúnmente como lengua propia».
Singular técnica definitoria, la que aplicó en este caso la Academia. Empezó por dejar sentada la parte objetiva: el valenciano —estableció— es una variedad del catalán. Pero los autores del DRAE, que tienen muchos amigos en la derecha —en toda la derecha y, por lo tanto, también en la derecha valenciana—, no querían contrariarlos más de lo imprescindible. Así que añadieron ese postizo: «...(que) se siente allí comúnmente como lengua propia».
Por lo común, las definiciones no dan cuenta de las percepciones subjetivas que difieren del conocimiento académico. Pero a veces las conveniencias políticas propician la utilización de recursos balsámicos, por exóticos que resulten. Como éste.
El PSOE está tratando de hacer con el Estatut catalán lo mismo que el DRAE con la definición del valenciano. Quiere la dirección socialista que en la parte sustantiva del nuevo texto estatutario quede establecido que no hay más nación que la española, pero ofrece, a modo de paño caliente, añadir que hay «ciudadanos y ciudadanas catalanas» que «sienten a Cataluña como una nación». ¿Y qué pintan los sentimientos en un texto legal? Pues lo mismo que en la definición de una variante lingüística: nada. Nada que tenga trascendencia práctica, quiero decir. Sientan «comúnmente» en «el antiguo reino de Valencia» esto o lo otro, sientan «ciudadanos y ciudadanas catalanas» (sic) lo que tengan a bien, lo que fija la norma está, en ambos casos, clarísimo. Y va en contra de los sentimientos citados.
Si alguien cree que este parto de los montes es del gusto de Rodríguez Zapatero, se equivoca. Él estaba dispuesto a que el texto del nuevo Estatut definiera a Cataluña como nación. Le habría encantado llegar a un acuerdo basado en esa convención inasible y vaporosa que pretende que España es «una nación de naciones», cuya mayor ventaja es que parece decir mucho y no dice nada.
Pero le ha sido imposible. Está en el centro de una pinza tremenda: la que forman el PP, de un lado y, del otro, los llamados barones socialistas, que en este asunto cuentan con el respaldo de la mayor parte de la base militante del partido. Lo cual sería muy grave en todo caso, pero lo es aún más porque los unos y los otros cuentan con el respaldo de la totalidad de los grandes medios de comunicación españoles.
Se ha puesto en marcha en contra de Zapatero una maquinaria verdaderamente demoledora.
Desde Adolfo Suárez, no se había visto a un presidente de Gobierno español en una circunstancia semejante: acosado hasta la extenuación por la oposición y desasistido, cuando no boicoteado, por los suyos propios.
Mi duda es si lo tiene dificilísimo o simplemente imposible.
Nota de edición: Javier publicó una columna de igual título en El Mundo: Se siente.