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2009/05/24 06:01:00 GMT+2

Y se fue a Jamaica

Hay gente que debería consultar antes de morirse. No porque carezcan del sagrado derecho a palmar de improviso, eso no puede quitárselo nadie, pero tendrían que hacer un ejercicio de responsabilidad y preguntar antes. Porque siempre existe la posibilidad de que los demás no estemos de acuerdo.

Una de esas personas era Javier Ortiz, columnista vasco al que no se le ha ocurrido otra cosa que fallecer esta madrugada sin tener la deferencia de pedir permiso a nadie.

Presencia habitual en los medios públicos de Euskadi y peso pesado de la prensa nacional, Ortiz era columnista de Público desde el nacimiento del periódico. Para mí Ortiz era, lo confieso, lo mejor de Público. Lo sigue siendo todavía hoy, pero no lo será ya mañana.

Hay gente cuya opinión, jamás impuesta, siempre opinada, acaba convirtiéndose en un salvavidas mental en este mundo de naufragios continuos. Hay gente, como Ortiz, que invierte toda su vida en soñar con Jamaica. Y, de tanto soñarla, un día acaban despertándose en sus playas, donde la prisa se mueve despacio y nadie malgasta el tiempo en lamentaciones. Donde esa alegría que Ortiz reivindicaba es la opinión mayoritaria y, precisamente por eso, los columnistas pueden por fin descansar.

Agur, señor Ortiz. Seguiremos leyéndole en mitad de la tormenta.

José A. Pérez. Y se fue a Jamaica. 28 de abril de 2009.

Escrito por: Jose A. Pérez.2009/05/24 06:01:00 GMT+2
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2009/05/23 06:01:00 GMT+2

Javier Ortiz, el hombre multimedia

Ha muerto en Madrid el pasado martes, 28 de abril, mi amigo Javier Ortiz, periodista, o periodista asimilado, para ser exactos. No era un reportero al uso, sino más bien un intérprete de la realidad. Un irónico, radical y doliente observador de la política española, muy especialmente de su amada Euskadi. Nació en San Sebastián, hace 61 años, tierra a la que siguió ligado durante toda su vida. Allí perdió a sus padres y, recientemente, al hermano que más quería. Esto último no lo esperaba Javier y le causó un profundo dolor.

Como periodista, empezó su carrera en la clandestinidad, mientras entraba y salía de las cárceles del franquismo. Publicaciones como Zutik!, Servir al Pueblo y Saida acogieron sus primeros escritos. Después vino la democracia y Javier se buscó la vida en sitios que, simplemente, le daban para comer, aunque le divertían. Hasta que Pedro J. Ramírez le fichó para el equipo fundador de El Mundo. Allí fue jefe de Mesa y subdirector de Opinión. Harto de la deriva derechista del periódico, se fue a su casa y, sin salir prácticamente de allí, recaló en Público, donde el mismo día de su muerte salía publicado su último artículo.

Manejo del lenguaje

En El Mundo me consta que creó escuela. Podía llegar a ponerse pedante, pero todos los que hemos tenido la suerte de estar de una forma u otra a su lado aprendimos que el buen manejo del lenguaje no es algo superficial, ni en nuestro oficio ni en casi nada. Sujeto, verbo, predicado, repetía. Leísmos y laísmos. Frases absurdas que se cuelan sin pudor y que él descubría para reírnos un rato. Su estilo de escribir era aparentemente sencillo, claro y directo, nada que abunde en este oficio nuestro. Sus libros se leen de un tirón. Matrimonio, maldito matrimonio o la biografía de Arzalluz son un placer por lo que dicen y por cómo lo dicen.

Hablábamos últimamente del presente de nuestro oficio. El futuro, ni mentarlo. Él mismo era un ejemplo de convivencia pacífica y creativa de los diferentes soportes. Además de escribir en prensa, fue tertuliano en radios (con Luis del Olmo) y televisiones (ETB). Creó su página web hace ya varios años, cuando casi nadie sabíamos de qué iba eso. Madrugaba mucho cada día para actualizarla. Sus amigos teníamos ahí un sitio donde reconocernos. En su casa de Aigües (Alicante) había el doble de radios que de estancias, cosa que me llamó mucho la atención cuando me instalé allí un verano. Era un genial hombre multimedia, sin más inquietudes que las derivadas de tener algo interesante que contar y hacerlo bien.

Cuando oigo a quienes dan por acabada la prensa de papel, recuerdo el último día que estuve con él en el hospital. Allí había montado su oficina (para desesperación de Charo, su mujer; los médicos le habían mandado reposo), con el portátil y todo lleno de cables. Desde la cama dictaba a su querida hija Ane el artículo diario para Público. Había que repetir en voz alta sus palabras, para que ella pudiera oírle, a pesar de que apenas había dos metros de distancia. Quería no faltar a la cita, mantenerse lúcido hasta el último de sus días. Y vaya si lo logró. Hoy y siempre le echaremos de menos, sus lectores, sus amigos y los niños, Andrés, Dani, Marta y Bianca.

Concha Martín. Javier Ortiz, el hombre multimedia. El País. 30 de abril de 2009.

Escrito por: Concha Martín.2009/05/23 06:01:00 GMT+2
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2009/05/22 06:01:00 GMT+2

Adiós, Javier Ortiz

Adiós. Adiós.

Puede que cada vez estuviera menos de acuerdo contigo con los meses y los años. Era más por mí que por ti.

Pero fuiste valiente. Quizás de los pocos valientes que quedaban en el periodismo español, más allá de lo que pensaras. Las crónicas del trapicheo infame de los premios literarios, el reconocimiento del funcionamiento sórdido de los periódicos, la vergonzosa realidad de la complicidad de los políticos con los medios, la mediocridad y servilismo de tu profesión, apenas denunciada desde dentro.

Aquel enorme artículo en el que decías que en plena Transición visitaste El País y te parecía más un Ministerio que un periódico. El imprescindible artículo que me hizo cambiar de idea sobre el porqué hay gente que vota al PP. O el mejor de todos, en el que separabas paja de trigo para ir al centro de la cuestión sobre Jiménez Losantos (”Jiménez Losantos, non plus ultra“).

A veces te contradecías y a veces metías la pata. Pero, al contrario que tantos otros, de vez en cuando se te ocurría pedir perdón. Será bobería, pero al menos intentabas ser honesto. Es mucho más que la inmensa mayoría de los que se quedan aquí.

Y con retranca y humor. Eso no faltó nunca.

Adiós, Javier, adiós.

Lüzbel, Adiós, Javier Ortiz. 28 de abril de 2009

Escrito por: Lüzbel.2009/05/22 06:01:00 GMT+2
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2009/05/21 06:01:00 GMT+2

La muerte de Javier Ortiz

Como a mucha otra gente supongo, me asalta de vez en cuando la idea de la muerte. Y de momento me cuesta horrores imaginar la mía. Sí puedo, en cambio, imaginar sin problema la de otras personas. Disculpad por ello.

Javier Ortiz ha muerto. Él ya sabía que moriría y lo anticipó. Jugó sobre seguro, ningún riesgo en el gesto de escribir su obituario. ¿Y cómo es la muerte de este hombre? Un acontecimiento que concita burla al destino y dolor sometido. Pocas personas podrán presumir de lápiz tan afilado como el suyo. Que se prepare la eternidad, sea lo que sea.

El cementerio no sabe cómo albergar a un incinerado. ¿Tanto espacio para tan poca cosa? Hay una contradicción en las medidas. El camposanto sirve para concentrar a los muertos y hacer que sea fácil recrear el dolor. Lágrima conduce a lágrima, el círculo tortuoso de sufrir para continuar sufriendo. Un motivo para vivir: el sufrimiento. Lo siento, no comlugo con la idea.

Javier Ortiz ha muerto dejando un “puesto de trabajo vacante”. Ahí sí que nos ha mentido, tenemos que reconocerlo. Su teclado ocupaba muchos huecos, nada comparable a un simple puesto de trabajo. De acuerdo en que ayuda a simplificar la muerte. Y eso se agradece. Allá en el hueco no queda nada. Pero me temo que es imposible tapar tantos huecos.

Sólo coincidí una vez con él en Más Que Palabras. Claro que para mí resultó ser un monstruo. Un monstruo agradable que me ganaría todas las veces que quisiéramos jugar a la conversación ácida.

Un día que hice limpieza me cargué su feed del Reader. Pero eso no hizo que desapareciera su presencia. Este hombre era otra cosa. Ahora que está muerto, podríamos alabarlo. Pero lo mismo se mosquea y escribe alguna puyita. Así que mejor no me paso.

De todas formas, Javier, te agradecería si envías algún artículo y explicas qué cojones pasa cuando te mueres. Sería un hermoso detalle.

Vizcaíno & Cía, un sentido abrazo.

Julen Iturbe, La muerte de Javier Ortiz, 3 de mayo de 2009.

Escrito por: Julen Iturbe-Ormaetxe.2009/05/21 06:01:00 GMT+2
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2009/05/20 06:01:00 GMT+2

Adiós, Javier Ortiz

Javier Ortiz se enfadaba cuando en un obituario el escritor hablaba más de sí que del finado. O cuando mencionaba aquella anécdota que le unía a quien había muerto, faltando así doblemente a su memoria y al buen periodismo. Le cabreaba sobremanera que fueran las detenciones y no los fallos de los juicios los que protagonizaran las noticias, que los informes policiales se tomaran como si fueran la base de la crítica, cuando a lo más son testimonios de parte. A él le habían prejuzgado y condenado así, pero su crítica era más radical que la propia biografía antifranquista: era una cuestión de derechos fundamentales.

Javier Ortiz reivindicaba para sí, pero más bien para todos, esos derechos. Los que más rápidamente se olvidan, los que hacen que día a día estemos perdiendo parcelas de libertad que los grandes (los estados, las compañías, las iglesias) aprovechan para establecer corralitos, que luego además tenemos que pagar todos. Quizá también por ese deseo profundo y liberador de igualdad, era tan cuidadoso con el idioma que empleaba, cuidando el uso adecuado de la palabra, la sintaxis, y abominando del mal lenguaje que, con la excusa de las prisas, de lo inmediato, se vierte en los medios de comunicación audiovisuales.

Moderno frente a lo posmoderno y relativista, antiguo porque tenía ideología y programa en tiempos donde hasta se ve mal que la gente se defina, resultaba ser innovador, y uno de los periodistas españoles con más amplia y precisa presencia en Internet. Como muchos otros lectores de javierortiz.net he sentido que su muerte era tan injusta como todas las muertes, de esas que se llevan a alguien bueno y que tenía más cosas buenas que hacer.

Escribió su propio obituario, una humorada, como las caricaturas y chistes gráficos que hacía al hilo de lo que comentaba algún contertulio en el mismo programa de televisión, en directo. Era un duendecillo lleno de risa, buen humor y sentido crítico. Y le echo de menos. Adiós Javier.

Javier Armentia. Adiós, Javier Ortiz. Diario de Noticias. 30 de abril de 2009.

Escrito por: Javier Armentia.2009/05/20 06:01:00 GMT+2
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2009/05/19 06:01:00 GMT+2

Javier Ortiz

Él no lo sabía, pero compatíamos militancia. También compartíamos palabras, las que él escribía y yo leía.

Creo que ya he contado alguna vez que los periódicos los ojeo, con suerte. Pero su columna en Público la leía siempre que este diario caía en mis manos. Hay quien va de guay y dice que le gusta leer a gente que piensa distinto para reflexionar y ser crítico. A mí me gusta leer a la gente que piensa más o menos como yo y refuerza mis ideas. Si además esa gente escribe bien, mejor que mejor. Es un poco como enamorarse: la persona de la que me he enamorado yo es la mejor del mundo, ergo yo también molo.

La última columna aparecida en el periódico, su propio obituario, me parece emocionante y brillante a la vez. Ahí mismo cuenta que lo primero que publicó fue también una necrológica. Lo que nos sitúa ante un círculo perfecto.

El hombre ama de casa. Javier Ortiz. 29 de abril de 2009.

Escrito por: El hombre ama de casa.2009/05/19 06:01:00 GMT+2
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2009/05/18 06:01:00 GMT+2

Un periodista a contracorriente

Hace muchos años, cuando este periódico inició su sección de obituarios, Javier Ortiz me comentó que él dejaría escrito el suyo. Lo entendí como una cortesía, una manera de decirnos que no tendríamos que pasar por el amargo trago de escribir sobre su muerte. En eso se equivocaba.

Francisco Javier Ortiz Estévez, sexto hijo de una maestra, nació el 24 de enero de 1948 en San Sebastián y murió ayer de madrugada en un hospital de Madrid, lejos de su casa de Aigües, en la sierra de Alicante, donde solía pasar largas temporadas y donde había imaginado su final. El corazón le falló horas después de escribir su última columna para Público, el periódico donde trabajaba.

He intentado buscar algún mensaje oculto sobre la proximidad de su muerte en esa columna y sólo he encontrado algo revelador en las últimas tres palabras: «Seguiremos teniendo razón».

Esa frase resume el sentido de su vida: Ortiz fue un luchador contracorriente, un periodista que se empeñó en denunciar los abusos del poder, un hombre que antepuso siempre la verdad a lo políticamente correcto.

Javier Ortiz era de los que creía que la patria del ser humano es la infancia. No hay día en su existencia en el que dejara de rememorar sus primeros años en San Sebastián. Estudió en los jesuitas y tuvo una infancia feliz en el barrio de Gros.

El mismo relata en tercera persona su evolución política: «A los 15 años, hastiado de las injusticias humanas, decidió hacerse marxista-leninista. Los años siguientes tuvo que emplearlos en averiguar qué era eso de lo que acababa de hacerse, a lo que contribuyeron decisivamente algunos esforzados miembros de la Policía política franquista».

A finales de los años 60, Javier Ortiz entró en ETA. Fue detenido y encarcelado. Estuvo en el exilio en Burdeos y en París, donde descubrió la música francesa de aquellos años. Amaba las canciones de Leo Ferré y de Barbara, que escuchaba mientras escribía los editoriales de este periódico.

Horrorizado por sus crímenes y su intolerancia, Ortiz abandonó ETA y se inscribió en el naciente Movimiento Comunista de España, que forma parte más tarde de la famosa Platajunta o unión de los partidos democráticos para derribar a Franco. Por aquella época, Ortiz fundó una revista llamada Saida, que fue secuestrada con frecuencia por la censura.

Ortiz siempre creyó que la Transición había sido un fiasco y que la izquierda había realizado demasiadas concesiones a la derecha, uno de los temas que eran objeto de nuestras frecuentes y apasionadas discusiones.

Decepcionado con el cariz que tomó la democracia a comienzos de los 80, Ortiz se refugió en una revista del Instituto Social de la Marina, donde sobrevivió en un doloroso silencio. Solía decir que su personaje favorito era Silvestre Paradox, el aventurero creado por don Pío Baroja, y que en su alma seguía siendo un agitador, por lo que debió de sentirse muy frustrado en aquella etapa.

En 1989, Pedro J. Ramírez le fichó como jefe de mesa del periódico que iba a nacer meses después: EL MUNDO. A comienzos de 1990, fue enviado a Bilbao para poner en marcha la edición del diario en el País Vasco. Regresó a Madrid, pasando a sustituir a Manuel Hidalgo como responsable de la sección de opinión. Permaneció en este puesto hasta el verano de 2000, fecha en la que decidió marcharse a trabajar a la editorial Akal aunque siguió siendo columnista de este diario. Yo ocupé su despacho y todavía conservo algunos de los libros que dejó.

La década como jefe de opinión de EL MUNDO fue probablemente la más prolífica de su vida. Escribió miles de artículos y algunos libros como El felipismo de la A a la Z. Fue también el autor de dos excelentes biografías sobre Juan José Ibarretxe y Xabier Arzalluz, a los cuales tenía un gran afecto.

«Recorrió incontables sitios, holló numerosos parajes sin parar de escribir e incluso ejerció de negro en momentos de peculiar penuria», dijo de sí mismo tal vez pensando en su epitafio, digno de Silvestre Paradox.

En septiembre de 2007, Ortiz fichó por Público, en el que ha estado escribiendo una columna diaria desde entonces. Podría decirse que murió con las botas puestas, tras poner el punto final a su último trabajo.

Javier Ortiz fue un hombre que disfrutó de la vida. Le gustaban la música francesa, el fútbol y la Real Sociedad, la comida vasca y, sobre todo, las mujeres. Tenía en su despacho un retrato de Emmylou Harris, la musa que siempre le inspiró y a la que una vez entrevistó. Era un voraz lector y una persona de curiosidad infinita.

Ayer llamaron decenas de personas al periódico para recordar su talento y su bondad. Este obituario ha sido escrito en nombre de todos los compañeros que le querían en esta casa, que son muchos.

Finalizo con las palabras que él mismo nos legó con un rasgo de humor negro en su insólito obituario: «Y todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte. Por parada cardio-respitaroria, como queda dicho. En fin, otro puesto de trabajo disponible. Algo es algo».

Le sobreviven su mujer Charo y su hija Ane, los dos seres que más amaba y que fueron testigos de que apuró su tiempo hasta el último suspiro.

Pedro. G. Cuartango. Un periodista a contracorriente. El Mundo. 29 de abril de 2009.

Escrito por: Pedro G. Cuartango.2009/05/18 06:01:00 GMT+2
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2009/05/17 06:01:00 GMT+2

Espéranos en Jamaica, Javier

Transgredir las normas o el orden establecido podía haber sido una de las constantes en la vida y obra del -para mucho- insigne columnista de origen donostiarra desaparecido hace unos días en Madrid. Más de cuarenta años prodigándose en diversos medios con una tan inusual como imaginativa ironía y humor sarcástico pero siempre con una conciencia clara en el fondo de sus reflexiones, merece un homenaje de recuerdo por parte de esa izquierda de la que él apenas utilizó siglas concretas, aunque su constante y excelente relación con antiguos ex colegas de partido evidencian su origen en el terreno ideológico.

Cuando cito lo de diversos medios lo hago en su más amplia expresión. Javier Ortiz inició su largo periplo desde la clandestinidad y en pleno exilio en Francia con apenas 18 años. Sedicente -o autodefinido- convencido comunista desde los quince años, huyó de Donostia empujado por alguna orden de busca y captura de la Policía franquista y supo adaptarse e incluso aprovechó esta circunstancia para ofrecer una perspectiva original del comunismo, lucha de clases o involución -¡perdón, revolución!- en Euskal Herria, aunque ni acotar este marco ni los sistemas teóricos de lucha y militancia que durante tantos años y en miles de líneas ha defendido el columnista donostiarra, abierta o implícitamente, hayan sido admitidos por el mundo abertzale tradicional o contemporáneo. Tanto Servir al Pueblo como Zutik habrán podido ser lecturas de culto para parte de los jefes de la hoy llamada izquierda radical vasca pero habrán ocultado los ejemplares debajo de la almohada por ese miedo a contagiarse o ser acusados de españolismo.

Porque en todo este largo viaje a Jamaica, el único hombre que me ha hablado de París-1968 en primera persona tenía muy claro el vehículo a utilizar en el mismo aunque los medios fuesen -insisto- tan diversos. Tanto como para anteponer la ilusión de un proyecto de periodismo moderno, abierto, plural e influyente a la línea ideológica que pudiese propiciar el citado medio, contrastando netamente con el suyo. La autointegración de Ortiz a la creación de El Mundo y su convencido empeño en la fundación y desarrollo inicial de la edición del País Vasco se fundamentó en el quijotesco ideario de poder cambiar las cosas desde el esfuerzo y el trabajo cotidiano bien hecho, en la verdad ante la fuerza, en la constancia frente a la desidia. Hacer y hacerlo bien para convencer al mundo. La conformación de la plantilla de aquella redacción por el propio Ortiz fue un buen ejemplo de esas intenciones de apertura ideológica o política.

No considero que fuese nada fácil la situación del columnista/comunista donostiarra en esas fechas de embajador del, ya por entonces, segundo diario más importante de Madrid en Bilbao. Un detalle hace que la compare con la de un entrenador de fútbol que estuvo en Iruñea y más recientemente en Madrid, al que en México llamaban El Vasco y aquí El Mexicano . A pesar de ser Javier un hombre libre de toda sospecha en ambas direcciones. Pedrojota podía estar tranquilo de que en la redacción de Bolueta no se iba a guardar un arsenal de ETA y los de la izquierda consecuente vasca podían dormir tranquilos porque sabían de los intentos de defensa de la identidad vasca por parte del entonces subdirector de la edición de Euskal Herria.

Dos trabajos realizados en los últimos años podrían parecer otros tantos guiños al nacionalismo vasco. Pueden serlo pero los dos interesantes libros con sendas entrevistas biográficas a Ibarretxe y Arzalluz (por orden de publicación) van mucho más allá. La intención -confesada- de Ortiz en los mismos es la de ofrecer la credibilidad con la que supuestamente él contaba fuera de Euskal Herria, para hacer justicia a la entrega e influencia de estos dos personajes en la historia política reciente de Euskadi. En contraposición de la consideración de bestias negras que tiene de ellos una gran masa de la ciudadanía de España, fundamentalmente derechosa.

Cuántas veces habrá hecho de tripas corazón con su conciencia de izquierdista y de vasco, en aquel empeño -logrado- de sus jefes en desbancar al socialista Felipe González de La Moncloa o de ataques indiscriminados contra su país del alma por parte de ideólogos de ese diario. Su empeño en lograr una prensa libre le daba fuerza para seguir en ese viaje al paraíso de Jamaica, símbolo para él de esa libertad como, por ejemplo, han sabido plasmar Ricardo y Nacho en la viñeta homenaje a su amigo donostiarra.

Javier, no me importa haber transgredido tus últimas voluntades porque, primero, esto no es un obituario al uso sino un intento de homenaje y segundo, porque tú eres precisamente la referencia para tomarme esta suerte de libertades. ¡Espéranos en Jamaica!

Josu Torre, publicado en Deia el 5 de mayo y en Noticias de Gipuzkoa el 11 de mayo.

Escrito por: Josu Torre.2009/05/17 06:01:00 GMT+2
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2009/05/16 06:01:00 GMT+2

Javier Ortiz, la metamorfosis y la muerte

Javier Ortiz dejó escrito su obituario, “una humorada”, porque no quería que el día en que de verdad se muriese “cualquier gacetillero inútil” arruinase su muerte “con una necrológica burocrática y de circunstancias”. No fue sólo por eso. Sus compañeros en El Mundo, hace unas horas en el tanatorio de Madrid, recordaban que Javier, que nunca perdió su buen humor, prometió que algún día escribiría su propio obituario, una sección que él fundó en El Mundo y a la que dedicaba tantas horas que parecía inevitable que en ella también enterrase su último artículo. La muerte es una certeza, las únicas incógnitas son el cómo y el cuándo. Las cosas nunca suceden como se planean: en el corto camino hacia su obituario, Javier Ortiz acabó divorciándose del que fue su diario –diferencias irreconciliables, pasa en los mejores matrimonios– para llegar a las páginas de Público, que hoy están de luto porque ni Javier tenía edad para morir ni un periódico que aún no ha cumplido los dos años de vida se merece enterrar tan pronto a uno de sus fundadores.

Conocí a Javier no hace mucho, en el verano de 2007, unos meses antes de la salida de Público. Lo conocí en persona, quiero decir, porque hacía muchos años que leía sus artículos, recortaba sus textos, repasaba a diario su blog. Para muchos de los que arrancamos este periódico, Javier Ortiz era ya una guía, una referencia; un periodista honesto y coherente con sus ideas al que nunca le importó meter el dedo en la llaga, decir lo que nadie quiere escuchar, pensar a contracorriente.

Hace un año, tal vez más, tuvimos una larga conversación sobre la muerte. Acababa de fallecer uno de sus hermanos y me sorprendió la fuerza con la que afrontaba la tragedia y también, como después demostró ante su propia muerte, su sentido del humor. Ya entonces hacía tiempo que había dejado escrito su propio obituario. Supongo que ya sospechaba que más pronto que tarde iba a morir. Supongo que ya se había preparado para ello.

Hace unos días, en una de sus últimas columnas Javier Ortiz citó a otro maestro, Manuel Vázquez-Montalbán, en una frase que a él también le definía: “Te acuestas siendo un triste socialdemócrata y, por la mañana, cuando te levantas, resulta que te has convertido en un peligroso izquierdista. Como el tiempo trascurrido te ha pillado en la cama y durmiendo, deduces que la metamorfosis no puede ser cosa tuya, sino de los demás”.

La metamorfosis de los demás a Ortiz no le cambió. Tampoco pudo con su excepcional sentido del humor que, como su coherencia, le acompañó hasta el final, hasta su última frase, hasta su obituario

Ignacio Escolar, Javier Ortiz, la metamorfosis y la muerte. 28 de abril de 2009.

Escrito por: Ignacio Escolar.2009/05/16 06:01:00 GMT+2
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2009/05/15 06:01:00 GMT+2

A Javier Ortiz

Dos de los mejores textos del periodista Javier Ortiz son los Exilios (Exilios + Exilios-y-2 ). En ellos habla de la traición de los ideales propios en una sociedad que los tienta continuamente. Confesó, a lo largo de estos y muchos otros escritos, que no se sentía parte de un mundo acomodado, hipócrita y codicioso, y que él prefería refugiarse en algunos exilios que le servían para tomar aire y rebelarse ante la claudicación constante de una modelo de vida torpe y sin sentido.

Javier ha muerto a los 61 años, a una edad en la que todavía podía sentirse joven. Fue siempre deslumbrante la lucidez de sus artículos, la franqueza de su palabra, y la risa franca que abría paso a una conversación dulce y sincera. Él se consideraba antipático e impertinente, pero una mirada bondadosa y perspicaz fue de antemano su carta de presentación, y a pesar de los golpes que le deparó el discurrir del tiempo, mantuvo siempre una mente abierta, y una predisposición gentil y atenta para aquellos que pudimos conocerle.

Fue sobre todo, una curiosidad humilde y tierna, que fió siempre a su intuición, la que le acompañó en sus quehaceres, en sus charlas, en su forma de escuchar, en las veladas que compartió con amigos. Apreció encuentros que estimaba como únicos. “Nada de tomar un café para vernos, Ana”, me decía. “Una comida con su sobremesa”.

Por eso llegó a conocer tanto y a tanta gente. Precisamente porque valoró la oportunidad de vivir cada día, no le servían ni lecturas apresuradas, ni reuniones surgidas en el apremio, ni escritos que tuvieran la impronta de la urgencia. Se dedicaba con voluntad a lo que tenía o quería hacer, y aquello pasaba a ser su prioridad. Su entrega y dedicación a la escritura de bellos artículos nunca fue una excusa para no poner el dedo en la llaga, como él decía. Denunció con nombres, señaló el absurdo de un sistema político y social envilecido, y jamás tuvo la tentación de acomodar sus principios en posiciones más dóciles, que habrían procurado embaucarle con réditos fascinantes y que habrían recibido sólo un rechazo visceral como respuesta.

El segundo Exilio que escribió termina así: “Discutí muchas veces con [el juez] Joaquín Navarro, porque éramos bordes de diferente tipo (aunque, eso sí, bordes los dos). Pero él siempre entendió que hubiera convertido en máxima suprema de mi vida lo que Jorge Oteiza me dijo cuando yo era tan sólo un crío rabioso: «Nunca malogres tu carrera de perdedor con un éxito de mierda».

Él no lo hizo.

Espero estar en condiciones de acudir a mi propia tumba con el mismo timbre de gloria”.

A fe que así lo ha hecho.

Ana Delicado Palacios. A Javier Ortiz. 30 de abril de 2009

Escrito por: Ana Delicado Palacios.2009/05/15 06:01:00 GMT+2
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