Dos de los mejores textos del periodista Javier Ortiz son los Exilios (Exilios + Exilios-y-2 ). En ellos habla de la traición de los ideales propios en una sociedad que los tienta continuamente. Confesó, a lo largo de estos y muchos otros escritos, que no se sentía parte de un mundo acomodado, hipócrita y codicioso, y que él prefería refugiarse en algunos exilios que le servían para tomar aire y rebelarse ante la claudicación constante de una modelo de vida torpe y sin sentido.
Javier ha muerto a los 61 años, a una edad en la que todavía podía sentirse joven. Fue siempre deslumbrante la lucidez de sus artículos, la franqueza de su palabra, y la risa franca que abría paso a una conversación dulce y sincera. Él se consideraba antipático e impertinente, pero una mirada bondadosa y perspicaz fue de antemano su carta de presentación, y a pesar de los golpes que le deparó el discurrir del tiempo, mantuvo siempre una mente abierta, y una predisposición gentil y atenta para aquellos que pudimos conocerle.
Fue sobre todo, una curiosidad humilde y tierna, que fió siempre a su intuición, la que le acompañó en sus quehaceres, en sus charlas, en su forma de escuchar, en las veladas que compartió con amigos. Apreció encuentros que estimaba como únicos. “Nada de tomar un café para vernos, Ana”, me decía. “Una comida con su sobremesa”.
Por eso llegó a conocer tanto y a tanta gente. Precisamente porque valoró la oportunidad de vivir cada día, no le servían ni lecturas apresuradas, ni reuniones surgidas en el apremio, ni escritos que tuvieran la impronta de la urgencia. Se dedicaba con voluntad a lo que tenía o quería hacer, y aquello pasaba a ser su prioridad. Su entrega y dedicación a la escritura de bellos artículos nunca fue una excusa para no poner el dedo en la llaga, como él decía. Denunció con nombres, señaló el absurdo de un sistema político y social envilecido, y jamás tuvo la tentación de acomodar sus principios en posiciones más dóciles, que habrían procurado embaucarle con réditos fascinantes y que habrían recibido sólo un rechazo visceral como respuesta.
El segundo Exilio que escribió termina así: “Discutí muchas veces con [el juez] Joaquín Navarro, porque éramos bordes de diferente tipo (aunque, eso sí, bordes los dos). Pero él siempre entendió que hubiera convertido en máxima suprema de mi vida lo que Jorge Oteiza me dijo cuando yo era tan sólo un crío rabioso: «Nunca malogres tu carrera de perdedor con un éxito de mierda».
Javier ha muerto a los 61 años, a una edad en la que todavía podía sentirse joven. Fue siempre deslumbrante la lucidez de sus artículos, la franqueza de su palabra, y la risa franca que abría paso a una conversación dulce y sincera. Él se consideraba antipático e impertinente, pero una mirada bondadosa y perspicaz fue de antemano su carta de presentación, y a pesar de los golpes que le deparó el discurrir del tiempo, mantuvo siempre una mente abierta, y una predisposición gentil y atenta para aquellos que pudimos conocerle.
Fue sobre todo, una curiosidad humilde y tierna, que fió siempre a su intuición, la que le acompañó en sus quehaceres, en sus charlas, en su forma de escuchar, en las veladas que compartió con amigos. Apreció encuentros que estimaba como únicos. “Nada de tomar un café para vernos, Ana”, me decía. “Una comida con su sobremesa”.
Por eso llegó a conocer tanto y a tanta gente. Precisamente porque valoró la oportunidad de vivir cada día, no le servían ni lecturas apresuradas, ni reuniones surgidas en el apremio, ni escritos que tuvieran la impronta de la urgencia. Se dedicaba con voluntad a lo que tenía o quería hacer, y aquello pasaba a ser su prioridad. Su entrega y dedicación a la escritura de bellos artículos nunca fue una excusa para no poner el dedo en la llaga, como él decía. Denunció con nombres, señaló el absurdo de un sistema político y social envilecido, y jamás tuvo la tentación de acomodar sus principios en posiciones más dóciles, que habrían procurado embaucarle con réditos fascinantes y que habrían recibido sólo un rechazo visceral como respuesta.
El segundo Exilio que escribió termina así: “Discutí muchas veces con [el juez] Joaquín Navarro, porque éramos bordes de diferente tipo (aunque, eso sí, bordes los dos). Pero él siempre entendió que hubiera convertido en máxima suprema de mi vida lo que Jorge Oteiza me dijo cuando yo era tan sólo un crío rabioso: «Nunca malogres tu carrera de perdedor con un éxito de mierda».
Él no lo hizo.
Espero estar en condiciones de acudir a mi propia tumba con el mismo timbre de gloria”.
A fe que así lo ha hecho.
Ana Delicado Palacios. A Javier Ortiz. 30 de abril de 2009
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