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2021/01/21 16:00:00 GMT+1

Rafael Chirbes charla sobre «En la orilla» con Harkaitz Cano

Conté que la semana pasada estuve en la presentación de Los últimos románticos en San Sebastián. Tras el acto, pude charlar un rato con Txani Rodríguez. Hablamos de la posibilidad de que la novela se convierta en película. Me acordé de lo que decía Rafael Chirbes sobre la versión televisiva de Crematorio.

Busqué en Youtube la charla que mantuvo con Harkaitz Cano el 21 de noviembre de 2013 en el Centro Cultural Ernest Lluch dentro de la gira de presentación de la novela En la orilla. Dos escritores mano a mano: uno pregunta, el otro responde.

Rafael Chirbes eta Harkaitz Cano

Este lunes pasado, al volver a escuchar a Rafa, pensé que había que recoger por escrito ese diálogo y es lo que he hecho estos últimos días, aprovechando que tenía tiempo.

Hechas las presentaciones de rigor, la cosa fue así, más o menos.

Actualización del 22 de enero: tal y como señala en el primer comentario José, Anagrama publicará este otoño la primera entrega de los diarios de Chirbes. En concreto, El País lo recoge así: «Dos cuadernos de Rafael Chirbes verán la luz en Anagrama en otoño, dando cuenta de la forja del escritor valenciano».

La buena letra y Los disparos del cazador

Harkaitz Cano: Es un lujo necesario tener hoy con nosotros a Rafael Chirbes. Para empezar, acaban de publicarse dos nouvelles de hace veinte años, La buena letra y Los disparos del cazador, en un único volumen (Pecados originales). No sé qué tal te sientes a la hora de releer tus antiguos libros. ¿Tienes buena memoria y recuerdas todo perfectamente? ¿O te irrita?

Rafael Chirbes: Bueno, cuando terminé La buena letra, yo creo que es el libro que más me ha dolido escribir. Quizá porque está dedicado a mis sombras y quizá porque coincidió con una época en la que mi madre estaba ya muy mal, con una demencia senil, habían muerto una amiga y un amigo íntimos. Eran los años 1989-1991, los años de la Exposición Universal, los Juegos Olímpicos. Yo vivía en Extremadura en un pueblo pequeño que me recordaba muchas cosas de mi infancia. Entonces, era aquel momento en el que parecía que España no tenía que mirar atrás, había que mirar para adelante: Europa, el desarrollo, el dinero fácil, Solchaga («España es el país donde más dinero se puede ganar en menos tiempo»), el pelotazo en todo, incluso en gastronomía...

De repente, tenía la sensación de que todo lo que yo había sido, lo que había visto, lo que había vivido... desaparecía, no era nada. Y me entró una angustia muy grande.

Y entonces empecé a escribir esa novela (La buena letra), yo siempre digo, como si construyera una pila voltaica que guardara la energía, el sufrimiento, todo lo que aquella gente había peleado por mantener la dignidad en los años de la posguerra. Y ese fue el origen de La buena letra.

Luego, Los disparos del cazador fue un poco dar la visión desde otro lado. En realidad, en las dos lo que quería contar es un tema que luego he ido contando a lo largo de todas mis novelas: qué ha sido de mi generación. Es un tema narrativo clásico. Desde Las ilusiones perdidas de Balzac, Flaubert, Vargas Llosa... todo el mundo ha tocado ¿Cuándo te jodiste, Zavalita? Yo quería contar un poco cómo mi generación, que tanto hablamos, que tuvimos la lengua tan larga para prometer cosas, promover la revolución, los grandes logros... Pues cómo poco a poco hemos ido dejando el país como lo hemos dejado estos últimos años.

Me dices que qué sensación tengo. Pues cuando terminé La buena letra la terminé con una angustia muy grande. De hecho, la leía todos los días y, cuando llegaba por la noche, pues la volvía a coger y la volvía a leer. Me entraba una angustia muy grande y tenía ganas de llorar hasta que la acabé metiendo en un cajón y dije que no la volvía a sacar.

Luego le tomé manía, porque la gente decía: «¡Ay! Una novela muy emocionante. He llorado leyéndola». Y le empecé a coger manía: es una novela sentimentaloide, es una novela que no me refleja, es una novela tramposa... Y ahora, al corregirla tantos años después, al corregir las dos, he sentido pena por mí mismo, porque de repente me he dicho: «¡Qué bien! ¡Qué justas! ¡Qué precisas! Las novelas que bien escritas estaban, cada palabra y cada frase en su sitio». Ahora, en cambio, escribo fatal. Ahora es todo un torbellino y una confusión y cómo echo de menos la claridad en volver a escribir eso. He tenido mucha melancolía por no poder escribir de una manera tan limpia.

Cano: ¿A qué crees que se debe este cambio? Tiene que ver que los tiempos hayan cambiado para que haya variado tu estilo hacia algo más torrencial.

Chirbes: Pues quizá. Me preguntaba alguien: «¿Ahora sus novelas son más ambiciosas? Son novelas muy extensas, con muchos personajes...» Y yo le decía: «¿Dónde coño está la ambición?». Porque he estado hace poco en México y he vuelto a leer El llano en llamas, y esa es la máxima ambición, ¿no? Pues, no lo sé, quizá he querido capturar, ser más pulpo, soltar tentáculos en todas las direcciones y contar una época que también es una época más confusa. Luego, yo creo que el pasado de alguna manera lo puedes sintetizar, idealizar y colocar en un joyero o en una vitrina. En cambio, el presente no se deja capturar así; si lo intentas meter en una jaula se revuelve, te muerde y te da patadas.

Yo creo que Crematorio y En la orilla son dos novelas muy del presente, muy de pelearte con lo que hay.

Cano: Son dos novelas muy rabiosas, diría yo. En un momento dado, hablas del rencor necesario contra el grito de los vencidos, creo que en el ensayo El novelista perplejo. No sé si en estas novelas tan rabiosas la motivación o el centrifugado principal puede ser también esta rabia, este cabreo, esta irritación. ¿Hasta qué punto?

Chirbes: Siempre digo que he escrito de la actualidad. La buena letra contaba ya la traición de mi generación y habla ya de la especulación inmobiliaria, porque la escribí en los años 1989-90 y se publicó en 1992. Es la historia de una madre que se dirige a su hijo porque la casa de la madre es muy incómoda, vieja y el hijo le propone dejar la casa para tirarla, irse a vivir a un apartamento y tener un solar para construir. Ella deja caer sobre él la Historia, para decirle que lo económico no es lo más importante de algún modo.

Entonces, yo creo que he escrito todas las novelas porque creo que no estamos fuera de la Historia nadie. La Historia nos embarra, nos mancha, nos hace cómplices. No se puede ser puro en un mundo impuro y las novelas yo creo que me salvan. Está feo decirlo, porque eso parece que es como que te sientes más que otro, pero es verdad que me ayudan a desembarrarme. A decirme: «Bueno, no estoy en esto o estoy en esto pero lo sé. Sé lo que es esto y no me gusta».

Creo que, hoy se lo decía a alguien, las novelas son un poco como en aquellas películas de piratas que cuando iban persiguiendo a Burt Lancaster, éste se tiraba al agua y para que no lo vieran se ponía un palito y respiraba bajo el agua con ese palito. Bueno, pues yo creo que son un poco eso: la única manera de respirar. Creo que si no hubiera escrito, pues no sé cómo hubiera acabado, porque yo no tengo mucha voluntad de ascender socialmente, me molestan un poco las relaciones. Basta que sea conveniente saludar a alguien para que de repente se me quiten las ganas de saludarle y se me empieza a poner mala cara sin querer. Creo que las novelas me han permitido sobrevivir, llegar a los 64 años y no haber tenido que hacer lo que no me gustaba.

En la orilla

Cano: Entrando un poco En la orilla, dices «(la mentira) te acoges a ella y la sostienes sin que se deteriore. En cambio, la verdad es inestable, se corrompe, se diluye, resbala, huye. La mentira es como el agua: incolora, indolora e insípida. El paladar no la percibe, pero nos refresca. El agua fresca de la mentira tan fácil de beber». ¿Se puede vivir sin mentira?

Chirbes: Yo creo que se debe vivir sin mentira. Sabemos que es muy difícl y que es una lucha permanente, porque tendemos a bebernos el agua de la mentira, porque es lo más cómodo, digámoslo que gratifica. Es muy difícil pasarte la vida oponiéndote. Creo que tampoco sería capaz de decirle a nadie que hiciera eso, porque tampoco soy capaz de pedirle a la gente que sean héroes. Yo mismo no soy capaz de hacerlo, pero sí que creo que hay que ser consciente de en qué medida se participa de esa mentira.

En La larga marcha, una de las novelas que escribí, hay un personaje que dice que nace un niño y vamos a suponer que a los pocos días enferma de anginas. Ya sabemos que el mal triunfa siempre. Y el mal supremo que es la muerte triunfa mucho más. Entonces pues casi le evitamos al niño seguir sufriendo, sabiendo que al final se va a morir. Pues que se muera de las anginas. Pues no: resulta que le operamos de anginas, luego le quitamos una úlcera, luego una hernia, luego le ponemos pañales ya de mayor, luego un catéter y luego no sé qué...

Porque sabiendo que el mal triunfa siempre, que el poder siempre está en manos de los peores, que, desde que tenemos constancia de la Historia, la justicia no ha existido nunca, la Edad de Oro no ha venido ni vendrá. Bueno, pues sabiendo todo eso, sabemos también que la dignidad de una persona, y lo más que puede hacer, es mantener el mal a la puerta de su casa un minuto. Sabiendo que luego va a a entrar y va a ocuparla, pero por lo menos plantarle cara un segundo y retrasar su llegada un minuto. Que es lo que hace el médico cuando está curando a este anciano que se va a morir.

Y desde luego lo que sí que creo que es muy importante, porque a lo mejor no tiene valor de plantarle cara al mal, pero por lo menos no colaborar con él. Es decir, no formar parte del ejército de los malvados o de los payasos que acompañan a los malvados. Y eso sí que yo creo que es algo que se debe exigir a la gente, porque cuando no se le exige, acaban llegando los nazis y acaban ocurriendo cosas tremendas. Entonces yo creo que sí que debemos exigirnos a nosotros mismo el ser capaces de no colaborar, es decir, que cuando se nos dice de colaborar, quizás no seamos suficientemente valientes para enfrentarnos, pero por lo menos decir: «No, mire usted, es que hoy no puedo, porque estoy en casa durmiendo».

Cano: En una entrevista decías que «el pacto que se les propuso a los españoles, bajo el razonable argumento de cambiar pasado por futuro, fue un cambio de ideología por bienestar. Es decir, un trueque de verdad por dinero«.

Chirbes: Bueno, eso fue la Transición. Y eso es precisamente lo que estamos pagando ahora. Es decir, se nos dijo: «Vamos a olvidarnos de que somos pobres». A partir de ahora, todos seremos ricos. ¿Qué ha ocurrido ahora? Que la Historia ha llamado a la puerta y ha dicho «El dinero no cae del cielo». El dinero venía de los bancos alemanes que estaban dándote préstamos, ellos estaban cogiendo dinero muy barato y prestándote a ti muy caro y ahora tienes que devolverlo. Es decir, que lo económico, lo ideológico y lo político resulta que iban como siempre enmarañados y ahora todo el mundo se rasga las vestiduras. «¡Ah, la Transición! ¡Aquello fue una mentira!».

Todo el mundo sabía que era una mentira. Todo el mundo sabía que un pueblo de 300 habitantes no se puede permitir una piscina olímpica. Yo vivía en un pueblo de Extremadura de 300 habitantes. La mayoría eran jubilados y parados. Su tesis era que vascos y catalanes les robaban. Y yo les decía: «Pero, ¿qué os van a roban si no cotizáis a hacienda?». Bueno, pues tenían piscina olímpica, biblioteca, casa de cultura, teleclub... ¿Y todo eso de dónde viene? Es que no saber de dónde vienen las cosas tiene ese problema.

A veces me dicen: «Es que sus novelas son muy desesperadas. Tendría que poner usted esperanza». Y yo siempre digo: «Mira, yo no soy ni cura para prometerte la vida eterna, ni político para prometerte la felicidad en esta tierra, ni psicólogo para consolarte». Si quieres consolarte te echas una novia o un novio. Yo intentaré contarte lo que hay. Porque sólo sabiendo lo que hay tú vas a poder jugar tu partida. Lo que tú dices de organizar tu pesimismo. Yo creo que un novelista, por lo menos el que a mí me interesa, es el que aquello que yo no había visto, él me lo hace ver. Y aquello que yo no había pensado, me hace pensar, y me hace darme cuenta de que mi visión era estrecha o torcida o le faltaban matices.

Entonces, ¿qué fue la Transición? Fue un discurso único, nadie se le oponía. A quienes me dicen: «sus novelas ahora tienen mucha aceptación». Claro, porque ahora el viento corre a favor de lo que decían esos libros. Luego pasará ese viento y dejarán de tener aceptación. Pero aquellas dicen lo mismo que estas, lo que pasa es que entonces eso no lo quería escuchar nadie. Ahora todo el mundo dice: «Sí, sí, sí... Sí que es verdad». Es más: se pasan. Y ahora me tengo que volver yo medio monárquico y tampoco es eso, tampoco vamos a guillotinarlos. Con que se vaya al extranjero ya está... «¡Nada, nada, guillotina, guillotina!» (risas entre el público).

Vivimos unos tiempos muy oscuros, porque la justicia está bien, pero la maldad es otra cosa distinta. Veo que ahora todo el mundo quiere que haya muertos y condenas y guillotina. Sale un coche con un acusado de matar a su hija. Y en la puerta hay 200 que no la conocen de nada gritando «¡Asesina, hija de puta, que te maten!». ¿Por qué ese afán justiciero? Bueno, pues la misma gente que diez años antes hubiera dicho que te mataran a ti por decir que lo que ellos defienden ahora no estaba bien.

Reivindicación de la carne

Cano: Hemos hablado de mentira, de verdad... Otra verdad que atraviesa tu obra es la verdad del cuerpo. Esta reivindicación de la carne, de los fluidos, de la saliva... Incluso de la parte desagradable del cuerpo.

Chirbes: Es que cuando dicen que En la orilla es una novela sobre la crisis no es verdad. Ni Crematorio era una novela sobre el pelotazo. Yo creo que son dos novelas, primero, sobre mí mismo, que es sobre lo que tratan siempre las novelas. Es decir, sobre el mundo visto desde mi perspectiva y desde mi posición. Y luego son dos novelas que intentan contar el tiempo que estamos viviendo.

De hecho, esta novela es pura digresión. Trata de todo, menos de lo que tendría que tratar. Lo mismo salen terroristas que emigrantes, prostitutas, la pederastia... Aparece todo, porque quiere contar el tiempo en que vivimos y toda la estrategia era contar todo eso y que, al mismo tiempo, la novela te llevara, te arrastrara. Por lo cual, el lenguaje tenía que tener mucha tensión. Tanto Crematorio como En la orilla se sostienen en la tensión.

Es verdad que en esta novela el cuerpo tiene mucha más importancia, porque, en realidad, la estructura misma de la novela es la del bodegón barroco. Desde el paisaje mismo hasta cuando habla de la caza y de la caza humana incluso, cuando aparecen los maquis aquellos a los que se caza. Todo tiene un toque de faisandé. Es el bodegón barroco en su esplendor, pero que ya ha empezado a pudrirse. Y eso forma parte de la textura misma de la novela, porque es la novela de un viejo, un viejo que cuida a otro mucho más viejo. Es una novela de la consciencia de la degradación de la propia carne, del deseo, de preguntarse sobre el sentido de la vida cuando se llega a ese punto en el que de verdad ya te das cuenta de que no hay retorno.

Y luego es una novela de amor entre una joven y un viejo. Mientras que Crematorio era la parte de mi generación que se atrevió y accedió al poder, esta (En la orilla) es sobre la parte de mi generación que no se atrevió, no supo o no pudo. Yo pensaba que esta se podría titular perfectamente Un héroe de nuestro tiempo. Es alguien que ha trabajado de carpintero, pero no le interesa la carpintería, porque su padre fue un carpintero que quería ser ebanista y quería conocer su oficio. A este no le interesa el oficio. Él dice que lo dejó todo por una mujer, pero tampoco parece que hiciera mucho esfuerzo por recuperarla. Envidia al que fue crítico gastronómico y se hizo muy famoso. Y lo odia porque ha ganado mucho dinero con negocios y tal. Es un personaje que nunca sabemos si es que era demasiado bueno o si es que era un perezoso, un vencido... Y ahí la carne juega ese papel fundamental.

Aparte de que yo soy materialista. No creo en el alma ni nada de todo esto. Sí, yo creo que somos carne y aparte de carne pues nada más que carne. Y yo creo que eso también está en todas mis novelas. Hay un referente muy claro en todas que es Lucrecio. A mí me gusta mucho Lucrecio. Creo que es el sabio más grande de la Antigüedad, o uno de los más grandes. Además, me gusta mucho toda esa literatura corpórea de la que habla (Mijaíl) Bajtín, el cual es para mí uno de los hombres más lúcidos tanto por lo que representa el cuerpo como rebelión frente a la ideología. Es decir, cuando te quieren imponer una mentira, la verdad del cuerpo responde. Los estudos de Bajtín sobre el carnaval, sobre la ruptura de los papeles de arriba y abajo... Todo eso me interesa mucho. También me interesa mucho de él que tú te tengas que moverte entre los personajes, que no haya una tercera persona, un narrador que te coja de la mano y te lleve. Hay distintas voces: tú oyes a uno y le das la razón, pero inmediatamente habla otro y le quita la razón al anterior, y le das la razón a ese. Y el proceso de lectura de novela es un proceso de poner en cuestión todas tus ideas.

Cuando escribí Crematorio decía: «Es Chirbes contra Chirbes». Es coger cada uno de los aspectos en los que Chirbes cree, ha creído o creerá y destrozárselos, dejarle sin nada, porque la única forma de poder construir algo es dinamitar la mentira que hay. Creo que eso en las tres últimas novelas está muy presente: en Los viejos amigos, en Crematorio y en esta (En la orilla). Son novelas demoledoras o de demolición de falsas ideologías, porque yo creo que hemos vivido una etapa en la que hemos tenido toda una serie de ideologías que nos prometían un montón de cosas y en estos momentos todas ellas han quebrado, no sabemos a qué atenernos. Mi generación cometió muchas barbaridades en nombre de la clase obrera y con eso lo justificábamos. Teníamos un sujeto histórico. Pero hoy día no sabemos nada, todos son grupúsculos: los afectados de una cosa, los afectados de otra... Cada uno reclama sus derechos y no sabemos cómo organizar esta sociedad. Sabemos que tal y como está no funciona, pero nosotros no sabemos. Si a mí me dicen: «¿A ver? ¿Y tú cómo?». Chiss, yo no sé nada. Yo cuento lo que veo. «Hombre, pues eso no es...».

Yo creo que esa falta de sujeto histórico que tenemos ahora mismo es muy notable. No tenemos una ideología a la que aferrarnos. Las que se esgrimen sabemos que son mentira y no sabemos cuál es la verdad. Yo siempre digo que la literatura tiene que ser un poco la que limpie de polvo las palabras que están gastadas y les devuelva el sentido. «Limpia, brilla y da esplendor» que decía la Academia. Pero ahora mismo no sabemos cómo utilizarlas.

Cano: Estamos comentando muchas cosas y hay una frase de En la orilla que me impactó mucho relativa al deterioro del cuerpo, la vejez: «Caras de judíos pasados por el Auschwitz de la medicina contemporánea».

Chirbes: Sí, estamos todos en el circuito hospitalario.

Cano: Me pareció una frase lapidaria. En Los viejos amigos: «Los viejos ahora hacen deporte: caminan, hacen footing casi hasta los 80 años y llevan dentaduras que parece que sean propias, si no fuera por lo blancas que están o por lo fuertes y perfectas que se muestran. Corren, dan saltos en la playa guiados por un monitor, visten ropas de colores, pero la vejez no se la quita nadie». ¿Ves un desajuste entre la prolongación de la vida y el modo de afrontar ese envejecimiento?

Chirbes: Sí (rotundo), pues porque estamos locos, porque antes los viejos hacían tareas de viejos: enseñarles a los niños cosas y tal. Pero ahora es al revés. Ahora de un viejo nadie quiere aprender nada y entonces, como están desazonados, porque el valor supremo es la juventud, pues intentan disimular... bueno, intentamos parecer que somos jóvenes y nos ponemos dentaduras y otras cosas.

Es lo que hay. Yo veo eso. Veo en la playa de cien en cien en Benidorm y ahí están de buena mañana, ya todo el mundo puesto. Y me aterra verme ahí, porque yo soy muy vago. Menos mal que soy soltero y mi señora no me obliga a hacer esas cosas. Pero los casados tienen un problema gordo. «¡Venga, Manolo, que estás muy gordo! ¡Que tienes que bajar!» (risas entre el público).

El dolor

Cano: De Benidorm a Albert Camus hay un salto, pero vamos a intentarlo. Recientemente escribiste un artículo sobre Albert Camus y destacabas «el difícil compromiso de este autor en la lucha contra el dolor » decías. O al menos «en su intento de no acrecentar la cantidad del dolor».

Sin embargo, en Crematorio afirmabas: «El dolor no te da nada. Puede ser que al principio sí que te ayude a conocer algo más, comprobar que la caverna humana es aún más oscura, pero luego no te da nada. Te deja desnudo».

Chirbes: Sí, yo creo que el dolor es empobrecedor. Es decir, es verdad que en un primer momento te puede enseñar pliegues y cosas que no conocías (¡En mala hora! ¡Mejor no conocerlos!), pero luego el dolor insoportable no te deja hacer nada. Es decir, estás pendiente de tu dolor, todo lo relacionas con tu dolor. Y yo creo que es malo, naturalmente malo. Es decir, que todo aquello del cristianismo de que «el dolor te hace mejor»... No, es una desgracia y hay que procurar pasarla lo menos posible. Si te dan morfina, mejor.

En el libro (En la orilla) los ricos se van a Suiza y les dan la pastillita última con una copita de champán. Y ven los Alpes con las vaquitas Milka y las nieves del Kilimandjaro. Y lo ven todo por la ventana. Pues esa es la muerte ideal. Es decir, esa muerte rabiando de las vidas de los santos, ese San Francisco de Goya con el condenado y los diablos alrededor queriéndole quitar el alma, y el otro peleando... ¡Madre mía! ¡Menuda muerte! Somos pocos y encima entre el cura y el diablo a ver quién se me lleva la mitad.

Cano: En relación con ese dolor, con esas heridas que sabemos que no se cerrarán jamás, ¿puede la literatura ayudar?

Chirbes: Yo creo que te hace superarlas, verlas como parte de un libro. O sea, las aleja de ti y las convierte en literatura y eso es bueno. Por lo menos en mi caso. Fíjate, yo no debería hablar de esto, porque no creo nada en todas estas cosas más psicoanalíticas y tal, pero yo sí que estoy convencido de que gran parte de mis fantasmas y mis cosas se me van con los libros.

Luego es verdad que el libro te produce otro tipo de angustias que casi son peores, pero, bueno, lo uno por lo otro.

El trabajo y la cocina

Cano: Antes hablabas de refilón sobre el trabajo. Aquí, En la orilla, tenemos a este carpintero. Además, le ofreces bastantes páginas a la hora de describir el oficio: el tipo de maderas que utilizan, de dónde vienen, los aserraderos, los barcos, todo el proceso...

Chirbes: Es que fíjate que en esta etapa de desazón que vivimos, yo creo que el trabajo bien hecho es una de las pocas cosas a las que aferrarse. Lo que pasa es que es muy difícil encontrar dónde ejercerlo, porque ya no existen ni las vocaciones ni existe nada. Tú puedes estudiar para carpintero y acabar de camarero el lunes, fontanero el martes, electricista el jueves... depende de lo que te caiga. Pero yo sí que creo que uno de los valores más sólidos a los que agarrarse es el del trabajo bien hecho.

A veces te llaman casi-casi hasta fascista por decir eso, porque dicen que eso supone colaborar con el capital. Me ha pasado con gente joven. A mí una novela que me gusta mucho y que hablo de ella en este libro es Gran sol de Ignacio Aldecoa, la cual cuenta la vida de los pescadores ahí y que es todo un homenaje al trabajo. Les da a los pescadores las palabras que ellos usan y contarles una vida que ellos no sabrían contar. Me parece un libro hermosísimo, el homenaje de un escritor a unos trabajadores. Se lo propuse como lectura a un grupo de gente joven y se pusieron como fieras.

Parte de la purificación esa que te decía que me dan los libros es ver lo bien hechos que están. Es decir, cuando tú ves una página en la que no se repiten las palabras, que no hay rimas que no quieres... Y te dices: «¡Qué bien!». Esa sensación te dura minuto y medio, pero ese instante creo que está muy relacionado con la idea del trabajo bien hecho.

¡Digo yo! Tú que eres escritor, ¿no te pasa eso?

Cano: Sí, sí, sí.... pero me refería más al trabajo manual. Hay un escritor vasco, Koldo Izagirre, que siempre reivindica que antes las carpinterías estaban abiertas al público y ahora hay una especie de ocultamiento, de invisibilidad del trabajo físico. Algo que tú también reivindicas, en En la orilla claramente.

Chirbes: Como también hay una invisibilidad de lo comestible. Yo lo vi por vez primera en 1976 en Estados Unidos: tú no veías nunca un filete, siempre eran cajitas con unas cosas de color rosa. Mira, yo vivía en Valverde de Burguillos. Unos amigos míos quisieron hacer un intercambio: mandaron a su hija a Estados Unidos y vino una chica norteamericana a su casa. El intercambio duró tres o cuatro días, porque al tercer o cuarto día a la niña se le ocurrió abrir la despensa y se encontró con un jamón. Qué alaridos diciendo que tenían un cadáver en la despensa. Y sus padres se la llevaron rápidamente.

Es decir, mientras somos capaces de soportar las cosas más impúdicas, mientras vemos las películas en las que en primer plano vemos un órgano entrando en otro y tal... En cambio, ahora hay un pudor muy grande ante las cosas que han sido lo más natural del mundo. Sirva lo del trabajo, sirva lo de la cocina.

Cano: Ya que hablas de la cocina, y hoy que se han repartido las estrellas Michelin, tú has trabajado muchos años como crítico gastronómico. Dedicas un párrafo (En la orilla) que subrayé en su día: «La gastronomía es más bien politeísta, no tiene un solo dios, ni un solo papa. La cocina es, como no podía ser de otra manera, materialista, laica, una república federal, todos ellos dioses culinarios oficiando cada uno en su templo y todos ellos eran amigos míos y todos adoraban a Leo», etcétera. En tus libros los personajes beben y comen constantemente y, además, lo que beben y comen es pertinente, es parte de la idiosincrasia del personaje, desde el caldo hasta las marcas comerciales de las bebidas.

Chirbes: Yo crítico (gastronómico) no era porque no estoy capacitado, pero sí había trabajado en una revista de cocina. En esta hay una coña porque el personaje este tan pedante y tan trepa y tal es un poco lo que Chirbes podría haber sido si hubiera tenido tendencia a ascender. En general, yo siempre digo que casi todos los personajes soy yo. O sea, me dicen: «Porque el torturador ese tan malvado...». Nada, ese soy yo, porque es verdad que, a veces, lo piensas y dices a este le retorcería. La violada de París de Los viejos amigos... pues esa también soy yo. Creo que todos los personajes están inspirados en uno mismo, en los sentimientos que uno mismo tiene. Y luego me gusta jugar conmigo mismo y hacerme putadas. Ese personaje, por ejemplo, cuando habla del vino dice muchas cursilerías y me veo a mí mismo diciendo «¡Ummm! Violeta. Muy bien. Flores acuáticas» y el otro dice: «¿Flores acuáticas? Pero si eso huele a pescado podrido». Yo he estado en catas donde decíamos: «¡Ummm! Nenúfar». ¿Tú has olido alguna vez un nenúfar? Es como Valle-Inclán que hablaba de nenúfares y no los había visto nunca, porque le parecía que era una flor exótica. Arrancas el nenúfar y huele a pescado podrido.

O sea que a mí me gusta reírme de mí mismo: desmontar mis propias mentiras y mis propias trampas. Es un ejercicio saludable.

Cano: La gastronomía quizá tiene que ver también con que vivimos una época caníbal, una época de gran voracidad, no sólo en lo gastronómico...

Chirbes: Sí, consumir, consumir y consumir.

Cano: Y luego también el hecho de que sea más importante el sentir que el saber. Eso lo dice en El novelista perplejo: «Parece que todo está permitido, pero paradójicamente nadie toca el núcleo de la sociedad en la que se crean y se digieren muchas obras. El arte todo resbala sobre la piel de su tiempo, sin dejar más que pasajeras huellas efímeras. El ciudadano ya lo sabe todo, ya lo ha visto todo y lo importante parece que es más sentir, sentir con más intensidad».

Chirbes: La excitación de la atracción continua. Tú tienes que ver que los sitios más elegantes son los más cutres. Vas a una galería de arte buena y no es estilo Luis XVI: está desconchada y hay neumáticos por el suelo. Triunfa el arte más canalla. Es la excitación por vivir otros mundos de los que tienen un mundo fácil, ¿no? En realidad es la falsa rebeldía, porque todo eso a la sociedad le da exactamente lo mismo, como le dan lo mismo las novelas.

Creo que vivimos un momento en que no sabemos qué hacer. Lo digo en algún artículo: no tenemos ninguna certeza, merodeamos, no sabemos a quien representamos, intentamos contar nuestro tiempo pero nunca sabemos desde dónde ni cómo... Nosotros tuvimos un periodo en los años 1960: «lo dice Lenin, pues es verdad y ya está; lo dice Marx y de cabeza».

Eso tiene una parte que es muy hermosa, lo que pasa es que eso es una bomba de relojería, claro. Estás muy a gusto, pero estás cometiendo destrozos por donde vas. Ese es el peligro que tienen las religiones, religiones laicas incluso, los católicos o los socialdemócratas, lo mismo me da, que están dispuestos a salvarte a tu pesar, caiga quien caiga. Y eso es muy peligroso, porque déjame que me condene.

La memoria y los intelectuales

Cano: Sobre la memoria, la tan recurrente memoria, en La caída de Madrid decías: «Como si no hubiera aprendido a estas alturas que saber y vivir son incompatibles: el saber te destroza la vida, te la hace polvo». Y recientemente en una entrevista decías: «Los que vengan después serán hijos de estos parados que no sé si quieren recuperar la memoria o sólo ganar lo suficiente para permitirse volver a olvidarla». Saber y recordar, ¿en qué proporción?

Chirbes: Bueno, lo que hemos hablado antes de la Transición. Que saber es doloroso...

Otra cosa: mi desconfianza hacia la cultura, por ejemplo. «La buena letra es el disfraz de las mentiras» dice el personaje. Saber, si te lo guardas para ti mismo, es muy peligroso. Y si lo utilizas es muy peligroso para los demás. Es decir, el ignorante es un pobre hombre, es un burro y es un desastre, pero el listo que sabe y lo usa es un hijo de puta. La cultura está siempre entre ser un imbécil o ser un cabrón.

Yo desconfío mucho de la cultura, de artistas, intelectuales y tal, porque el poder los desea, porque el poder necesita su narración y nosotros somos los que podemos hacer la narración del poder, embellecerlo.

Ahora, estos últimos años, que se puso de moda la memoria. Me decían la literatura de la memoria. Y yo les respondía: «como Goebbels, si yo oigo la palabra memoria, saco la pistola». Porque, ¿qué ocurrió estos últimos años, los años de Zapatero? Pues que la socialdemocracia había tenido una gestión tan escandalosamente a trozos los años anteriores, había negado todo, había sido el origen de todos los males y necesitó inventarse una narración.

Todo esto lo he contado en este libro y la verdad es que hablar es lo peor que se puede hacer, porque está escrito mejor.

Entonces, releamos aquello que no habían querido leer (la Guerra Civil, la República...) todo eso de lo que habían renegado. Y qué pronto empezó a aparecer una corte de novelistas, cineastas, historiadores... y de repente se puso de moda la Guerra Civil. ¡Venga películas sobre la guerra, venga novelas sobre la guerra...! Estaban haciendo su narración. Es decir, que el poder siempre va rodeado de un séquito que lo va contando.

Estos son más brutos (Marianico y sus muchachos), porque siempre sus intelectuales han sido Norma Duval, Chiquito de la Calzada, etc. (risas entre el público). Pero me imagino que estarán también trabajando. Ahora bien, lo tienen difícil, porque Federico y todos estos, que son los listos, a Marianico no me lo aguantan. ¿Marhuenda? Tampoco parece muy listo. Pero tendrán que hacer su narración...

Entonces, los escritores, artistas y tal son muy mala gente. Cuando me dicen: «¿Tú no te juntas mucho con los escritores, no?». No, procuro no. Porque si son un poco listos te calan y luego te sacan en los libros con tus defectos, aquellos que tú tratas de ocultar cuando escribes. Te lo digo por tu bien, tú que eres joven (risas entre el público).

Cano: Se agradece el consejo de colega. Algo ya empezaba a sospechar...

Chirbes: Además, el mercado es reducido. Con lo cual, si tú vendes 3.000, el otro sólo 1.500.

Cano: Yo procuro alternar más con músicos.

Chirbes: Bien. Les puedes hacer las letras.

Cano: Se las hago. Sí, sí... Son una especie aparte. Aquí hay alguno... Sigamos: «La Historia acaba por meterte en la cárcel, la literatura en el manicomio».

Chirbes: Eso creía yo de joven. Yo quería hacer literatura, pero como yo he sido un niño frágil y no muy equilibrado, de pequeñito me dio pánico la literatura, porque no tienes dónde agarrarte, y la Historia me parecía una cosa muy sólida: 1212, la Batalla de las Navas de Tolosa; 1492, el Descubrimiento de América. Luego me di cuenta de que no, de que todo te lleva a la cárcel y todo te lleva al manicomio. Que no te salvas ni con la Historia. Descubrí que no tengo memoria: yo me puedo ver doscientas veces fechas, ministros y tal, pero se me olvidan. Tenía un compañero (Ernesto Portuondo) que tenía una memoria extraordinaria. Quedábamos en la hemeroteca y yo me leía dos años de periódicos y él se leía dos meses y sabía los gabinetes, los gobiernos, los cambios de ministros...

Es decir, que la Historia tampoco me dio ninguna seguridad. No hay seguridades: estamos en alta mar, en la orilla y flotando.

Cano: Es curioso. Ramon Saizarbitoria, otro escritor vasco, dice que él escribe porque tiene muy mala memoria y que es la forma de reconstruir un poco lo que se le va yendo...

Chirbes: Bueno, también se escribe un poco porque si tú no te consideras muy listo, para que no te tomen por demasiado tonto. Ellos contaban una Historia de sí mismos estupenda, todos eran ídolos y padres de la patria: «¿Te acuerdas cuando Fraga y Guerra se sentaron e hicieron la Constitución?». Yo veía aquello y pensaba si se creerían que me lo estaba creyendo. Pues lo único que he hecho con mis libros es que no me he creído nada de lo que han contado los últimos treinta años.

Blanco Aguinaga y cómo ser testigo de tu tiempo

Cano: En Crematorio decías: «Paga alguna culpa con cada libro, intenta pagarla. En cada libro que escribe trata de llevar a cabo un ajuste de cuentas con el anterior. Su escritura tiene algo de criminal. Seguir matando, seguir matando, se escribe contra sí mismo, pero también contra sus lectores. En cada nuevo libro pone a prueba a sus lectores como si estuviera deseando perderlos de vista, expulsarlos de su vida».

Chirbes: Pues está muy bien contado (sonríe).

Cano: Decías también: «A veces se dice que las grandes novelas tienen que crear a su propio público, que al cuerpo social a veces le cuesta mirar, encontrar o congeniar con esa mirada nueva que se le ofrece en una obra ambiciosa». ¿Has sentido esta lejanía del lector?.

Chirbes: Eso sería muy pretencioso... (sonríe). No, eso siento que le pasa a Proust, que le pasa a Musil y que le pasa a los novelistas buenos. Yo creo que hecho una novela realista de vuelo gallináceo que diría Galdós y no he sentido eso. Sí he sentido que, como ahora han cambiado los tiempos y se han vuelto más pesimistas, pues tiene algo más de aceptación, pero no porque haya creado nuevo público, sino porque le han quitado el sueldo a la gente. Ya está. Digamos que ha sido el Gobierno quien ha cambiado al público.

Cano: «Saber leer es saber qué defiendes cuando dices que algo te gusta». ¿Quién te enseñó a ti a leer?

Chirbes: Eso me lo enseñó un señor de Irun que se llamaba Carlos Blanco Aguinaga. Creo que murió el 12 de septiembre hace un par de meses. Yo lo quería mucho. Lo conocí ya tarde, cuando había terminado ya la carrera, pero para mí ha sido el único maestro que he tenido, ha sido el único que me ha enseñado a leer. Yo era muy proustiano: me gusta porque me gusta, sobre gustos no hay nada escrito, etc.

Me disciplinó, me hizo ver que los libros dicen lo que dicen y no es lo que tú digas que dicen, sino que la literatura tiene un peso, que dentro de cada libro está la Historia, que los libros no se libran de su tiempo, que cada libro y cada obra de arte tiene su fecha escrita entre líneas y que, de alguna manera, en este mundo lo único que puedes ser es testigo o síntoma, que es una cosa que me gusta decir: o intentas ser testigo de tu tiempo, contar tu tiempo, o acabas siendo síntoma de tu tiempo y te ponen como ejemplo de lo que ocurrió.

Por ejemplo, tú dices: los románticos, ellos quisieron alejarse del mundo, miraban hacia los sitios lejanos, los conventos en ruinas y las hiedras que subían por las paredes.

Luego estudias Historia y dice: la maquinización trajo determinados grupos que miraban hacia el pasado, entre ellos los románticos. Es decir, que eres síntoma de tu tiempo.

En cambio, Balzac fue testigo de su tiempo, porque lo que quería era contar lo que estaba pasando y contó lo que estaba pasando y por qué aquellos señores se iban del mundo real y se recogían. Lo mismo le ocurrió a Galdós: nos cuenta la España de su tiempo con pelos y señales y nos cuenta quiénes eran poetas románticos. Lo cuenta todo, porque tiene un afán muy grande por ser testigo de su tiempo.

Y yo creo que la literatura, por lo menos la que a mí me interesa, aspira a ser testigo de su tiempo del modo que sea. Fíjate que me gusta hablar, por ejemplo, del realismo de Cervantes, porque creo que el Quijote es una novela realista en ese sentido amplio: nos habla de las clases sociales, las carreteras de entonces, los campos...

Me gusta hablar de una novela de su tiempo y una novela realista con Rabelais, Gargantúa y Pantagruel. Está todo y mira que ahí sí que está el cuerpo por todos los lados, está el cuerpo hasta abierto en canal, y la Facultad de Medicina de Montpellier y todo el Renacimiento está ahí metido.

Y me gusta la literatura que transmite sensación de vida. Yo creo que ya sabemos que la novela es una ficción. No me gusta la literatura que se empeña en decir: como esto es una ficción, vamos a suponer que... Bueno, evita ya el vamos a suponer que y como esto es una ficción y empieza a contarme lo que me tengas que contar.

La sensación de vida me parece una maravilla, una maravilla. Eso de que tú estés en tu cuarto, abras y, de pronto, empiece a nevar y digas Estoy en Moscú, y qué frío hace, y qué guapa es Ana y Vronski qué perverso, a mí me parece maravilloso, maravilloso. Y por muy marxista que yo sea (o lo que demonio sea), ese placer no me lo quita nadie. Además, eso sería negar que el marxismo se ocupa de la vida y esa literatura me gusta mucho más que la literatura teórica, la cual puedo leer con gusto, pero el placer que me da cómo Juanito Santa Cruz está rascando la puerta de Fortunata la noche de bodas, mientras ella está con el marido ese un poquito impotente... Me parece una de las escenas eróticas más fuertes de la literatura mundial. Pues todo esto me gusta mucho, me pone que dirían los modernos.

El estilo y la ideología en los libros

Cano: En alguna entrevista creo que te he leído sobre el estilo: «Que a los críticos les fascina descubrir y sajar el estilo de los autores, pero el autor que se convence de que ha encontrado su estilo está perdido, porque el uso de los materiales que le sirvió para elaborar una obra ya no le servirá en la siguiente».

Chirbes: Eso sí que yo lo tengo claro: nunca me ha preocupado ni la ideología ni el estilo de mis libros. Hay una frase de la Gaite (Carmen Martín Gaite) que yo cito a veces: «La urgencia trae el estilo». El esfuerzo por contar lo que tú intentas contar te hará hacer el estilo y cuando tú te convences de que tienes ese estilo («¡Uuy, qué bien maneja los subjuntivos!» «¡Qué manera tiene de representar los personajes con un rasgo!») estás perdido porque estás repitiéndote, ya no descubres nada. En literatura no es como en carpintería. Es decir, cuanto más trabajo has hecho no eres mejor carpintero, sino peor. Cuando has escrito diez novelas eres peor novelista que cuando no has escrito ninguna, porque has gastado ya mucho material, has gastado muchos temas y vuelves a empezar de cero. Porque el carpintero empieza sabiendo más, pero tú empiezas otra novela saliendo de cero y teniendo ya toda una serie de cosas que ya has usado y no puedes usar, de vicios que has cogido, de cosas que te arrastran.

Yo creo que en eso es muy tremendo lo de ser novelista, porque es como el jugador: cada vez que has acacabado una novela, has acabado con la novela. Es como cuando dice la gente: «la literatura ha muerto». Lo decía el otro día Luis Goytisolo: «Porque la literatura contemporánea ha muerto». Bueno, la literatura siempre está muerta, hasta que viene una novela buena y se descubre que resucita y es maravillosa.

Creo que decir eso es una pedantería, porque la novela, a lo mejor tal y como la entendemos hoy, la que venga buena no sabemos cómo será. Cuando vino Bajo el volcán, teníamos de repente una novela que hablaba de una manera que no había hablado nadie antes. Cuando en España llegó Martín-Santos, Tiempo de silencio contaba de una manera que no había contado nadie hasta entonces.

Cada libro pide su estilo, cada libro te exige unos movimientos, te exige utilizar un vocabulario. Este (En la orilla) está lleno de numeraciones, vete tú a saber por qué, me lo pedía el texto y por ese afán que tiene el libro de ser una especie de mundo en pequeño. O en Mimoun, mi primera novela, yo tenía la idea de que estaba escribiendo un poema, que cada frase era un verso y que cada capítulo era una estrofa. Y es verdad que funciona como un poema raro y sucio. En cambio, En la orilla funciona como un aluvión. Bueno, como un aluvión no, como un pantano.

Es como cuando me dicen: «¿De qué trata su libro?». Pues desde que empieza hasta que acaba, porque si lo pudiera resumir no hubiera perdido el tiempo escribiéndolo. «¿Es que su libro trata de la crisis?». Pues no, porque si tratara de la crisis, hubiera dicho «este libro trata de la crisis» y ya está.

Y lo mismo que no puedes resumir un libro, tú no puedes decir «tengo un estilo». Hay autores que lo tienen.

Es lo mismo que cuando un autor está convencido de que representa a alguien. Eso lo decía Proust y luego lo dice Magris muy bien: «Thomas Mann se convenció de que defendía a la burguesía». Y a partir de ahí ya en todas sus novelas quería ser el autor burgués. En España hay alguno, que todos tenemos en la cabeza, que se ha convencido de su papel como defensor de algo, con lo cual lleva sin hacer una buena novela quince años, desde que se dedica a hacer editoriales novelados. Porque cuando alguien quiere una ideología, eso que dicen una esperanza, una cosa clara en una novela, lo que está pidiendo es un editorial de un periódico. Si quiere saber cómo está la situación y lo que hay qué hacer, léase usted El País. «Una justicia demasiado politizada», por ejemplo. Te lo lees y ya sabes la conclusión. «Habría que llegar a que los partidos no pactarán». Muy bien. Una novela no puede ser eso.

Una novela lo que tiene que hacer es al revés: no se puede tratar al lector como un gato. Porque eso les encanta a muchos lectores: «¡Ay, qué bonito es este libro!», «ella qué buena es y cuanto se quieren al final».

Eso es tratar al lector como un gato, pasarle la mano por el lomo. Al lector lo que hay que hacer es pasarle la mano al revés, que maúlle y que te intente arañar. Que diga: «Este hijo de puta me está contando cosas que yo no quiero saber y que no me queda más remedio que saber».

Porque lo único que tienen que hacer los libros es enseñarte, y todo lo demás son adornos. Hermann Broch, que era la máxima estética (no creo que se haya escrito una novela más bella que La muerte de Virgilio), decía: «La belleza por la belleza es como los traficantes de armas: gente sin escrúpulos». Y es así. La literatura lo que tiene que hacer es enseñar. Uno lee para aprender cosas de la vida que antes de leer ese libro no sabía.

Bueno, un mitín aquí (dice Chirbes sobre sí mismo).

Una mujer entre el público: Le quería decir que yo entiendo que en sus libros hay una ideología, una ideología que además comparto. Y creo que hay una cierta nostalgia de lo que fuimos, con los valores, con el marxismo y todas esas cosas que quizá eran extremas y dogmáticas. Pero había valores humanos, valores que, de alguna manera, se añoran. Y eso se refleja y, además, me conmueve y me siento identificada. Es testigo de la época y tiene que seguir siéndolo, porque nos enseña, nos hace ser críticos, nos hace ver las realidades, nos hace ver lo que fuimos y no somos, precisamente por todo lo que ha dicho...

Chirbes (cortándole): No me haga llorar usted (...) Lo que quería decir es que nunca me planteo ni el estilo ni la ideología, porque será la que yo tenga. Es decir, no me planteo: si mato al personaje al final, mi libro es más progresista. No, con el personaje hago lo que la trama me va llevando a hacer y al final saldrá lo que yo soy. Es decir, lo que usted dice. Usted se identifica con mi ideología, pero yo no he forzado nunca un puñal...

Hay una frase que dice D.H. Lawrence que pongo en Por cuenta propia: «La literatura es una cosa muy delicada. Es como una balanza de precisión». Cuando metes el dedo con tu ideología, digamos que forzando la literatura, se viene abajo la balanza y se cae por los aires todo. Eso es lo que yo quería decir, eso y lo del estilo. Es decir, tendrá la ideología que yo tenga: si es muy reaccionario, será porque yo me he vuelto muy reaccionario; y si es muy vanguardista, será que yo me estoy volviendo vanguardista.

Y luego el estilo. ¡Pues el que salga! El que salga... buscando.

La mujer: Es que la ideología no tiene por qué ser dogmática... Pues vale, te enseña, te abre perspectivas y te hace pensar y ser muy autocrítico, que buena falta nos hace. Muchas gracias.

Chirbes: Gracias a usted.

Cano: No sé quién dijo que cuando se tacha de ideólogico un libro es como con el sudor, que cada uno percibe el ajeno, parece que uno no suda.

Chirbes: Sí, porque todas estas novelas psicológicas que invadieron la España de los 80 y de los 90, la España europea, rezumaban ideología europeísta de falso cuño que, mira por dónde, la crisis las ha tumbado todas. O sea, de repente parece que nos preocupa menos el matiz psicológico de las cosas y vamos más al bulto. Volvemos a ser síntomas de la Historia por no haber querido ser testigos.

Cano: Lo que se decía del cine político. Ken Loach hace cine político y Top Gun no es cine político. ¿Rambo no es cine político?... Bueno, tenemos tiempo. Alguna pregunta más.

Un hombre entre el público: Me gustaría saber si quedo satisfecho con la serie Crematorio y si, después de la adaptación, condiciona de alguna manera la escritura pensar que podía ir por ese camino.

Chirbes: No, hay gente tan malvada (se ríe) que le dijo a un amigo mío de Denia: «¡Cómo se nota que En la orilla está hecha a prisas y carreras! Está fatal escrita, porque eso es que ha firmado una segunda parte de la serie y ha tenido que entregarla a toda prisa» (risas en el público).

Bueno, la serie. A mí me llamó un día un señor. «Vamos a comer y tal». Y me dijo: «He leído tu novela, me gusta mucho y me gustaría hacer una serie». Se llama Fernando Bovaira y es de Mod Producciones. Comí con él, me pareció buena persona, es un tipo excelente y me dijo que él estaba en el cine no por dinero (ganaba más en su anterior etapa como ejecutivo), sino porque le gustaba. Le dije: «Muy bien. Haced la película que vosotros queráis y cuando mejor lo hagáis, mejor para todo el mundo». Pagaron su parte por el libro e hicieron la película, la cual tiene muy poco que ver con la novela.

Es decir, yo huía como de la peste de una novela policíaca, porque no quería hacer la novela de la especulación inmobiliaria y los concejales detenidos. Y la serie sí. Bueno, pues es su serie y la novela es su novela.

¿Condicionarme? Estaría feo si dijera que no la he visto: la he visto. Pero fíjate que he visto los capítulos que ellos me mandaron. Me dijeron que diera mi opinión cuando hicieron el guion. Les dije que eso era cosa suya. Le hice dos o tres comentarios sobre cosas que no me acababan de convencer. Ni puñetero caso e hicieron bien.

Es verdad que ha ayudado a que la novela se conozca algo más. De todas maneras, se conoce más en Internet y eso que por ventas, si Herralde (editor) no me engaña (sonríe). Por ventas no parece que tampoco hayan tirado cohetes. No sé. Que me da igual.

Una mujer entre el público: Yo no he visto la serie, pero no se puede llevar Crematorio al cine, porque creo que lo más importante de todo es el estilo, por mucho que hayas dicho el estilo por aquí, el estilo por allá. A mí me ha asombrado, he hecho publicidad de ella y la he regalado, porque me parece todo un acierto, el mayor acierto. Más que la ideología, más que toda esa denuncia, me parece que el estilo...

Chirbes (cortándole): Bueno, es una novela, al igual que En la orilla, que se sostiene en el estilo. En ambas la clave estaba en que yo no quería que fueran policíacas, porque quería que el nudo de la tensión estuviera en la propia narración, en el modo de contar. Leo con gusto las novelas policíacas o de misterio, pero yo no tengo esa vocación a la hora de escribir, porque yo creo que la vida no es un misterio que se descubre, sino que es un ir y venir lo que hacemos a diario. Entonces, cómo contar eso en una novela y mantener la atención de la gente sin hacer trampas, sin ponerle triquiñuelas, pues es el reto que tienen estas dos últimas novelas. Todo el esfuerzo ha sido que el estilo fuera lo suficientemente centrípeto para quitarle la parte centrífuga que tienen los libros, digámoslo así.

(...) Ya no tomo copas, por cierto (risas entre el público). Muy pocas.

La mujer: Ya lo siento.

Chirbes: Yo también.

La mujer: Una copita de vez en cuando.

Chirbes: Claro. Y dos...

Cano: Tenemos una última pregunta ahí.

Un hombre entre el público: Le quería preguntar sobre la relación de amor que se da con la chica y cómo, a mi modo de ver, eso desencadena el final de la novela (En la orilla)

Chirbes: Sí, yo creo que en buena parte sí. Pero tampoco los novelistas sabemos mucho más que los lectores. Pero creo que si ella no hubiera sido tan cruel, yo creo que él hubiera aguantado un poquito más. A ella la entiendo bastante también: hay que buscarse la vida y no tiene por qué aguantar por la cara a este elemento. Yo creo que es muy importante para él. De hecho, toda la parte última, cuando corta de repente y la manda a hacer puñetas mentalmente, yo creo que tiene una desolación muy grande. Y cuando cuenta que cambia de acera para no encontrarse con ella y que la ve con el marido ese grandullón... Es muy importante, porque en realidad es el último destello de juventud.

Ella es la juventud. Yo la veo tan guapita, muy bajita y así, muy bien... doradita y tal. Es su último destello y ahí ya cae todo en picado.

Cano: Bueno, pues hasta aquí ha llegado la conversación de hoy. Ha sido un placer.

Chirbes: Muchas gracias por la presentación y muchas gracias por la asistencia.

(Aplausos del público).

Escrito por: iturri.2021/01/21 16:00:00 GMT+1
Etiquetas: donostia harkaitz_cano txani_rodríguez literatura chirbes | Permalink | Comentarios (2) | Referencias (0)

Comentarios

Dice Anagrama que en septiembre publicarán los Diarios de Rafael Chirbes. Estaremos atentos para conmseguirlos.

Escrito por: José.2021/01/21 18:47:1.469075 GMT+1

Así es, José. Lo voy a añadir en la introducción.

Muchas gracias.

Escrito por: iturri.2021/01/22 09:19:50.394893 GMT+1

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