Catorce de abril. Como todos los años en esa fecha, anteayer se celebraron en muchos lugares de España manifestaciones y concentraciones republicanas.
¿Sin novedad, entonces? No diría yo eso.
Las últimas citas republicanas del 14 de abril cada vez se parecen menos a las de hace veinte, diez o incluso cinco años. En un punto, al menos: ya no son ocasión para el encuentro casi exclusivo de viejos luchadores tenaces e irreductibles dispuestos a rendir homenaje a la II República. Ahora, junto a éstos –cada vez menos, por elementales razones biológicas–, se hace sentir la sonora presencia, convertida ya en mayoritaria, de gente joven, e incluso muy joven.
No pocos integrantes de los nuevos movimientos de rebeldía juvenil incorporan la reivindicación tricolor a su acervo de lucha, pero no porque sientan nostalgia de la II República, sino porque creen que la instauración en España de una III República favorecería un avance cultural hacia la racionalidad, la igualdad y la justicia, tres virtudes esencialmente disociadas de la Monarquía.
No pretendo que sean millones los jóvenes que encaran la realidad política desde esa perspectiva. Lo que digo es que son muchos. Y activos. Y cada vez más.
Si los jóvenes pueden manifestar hoy sus preferencias republicanas sin ninguna inhibición es, entre otras razones, porque no son víctimas del chantaje que nos tocó sufrir a sus mayores en tiempos de la Transición. Nos decían entonces que, si nos resistíamos a aceptar la Monarquía, daríamos alas a quienes conspiraban para impedir la democracia. Algunos rechazamos esa lógica entreguista, porque se basaba en una falacia –la propia Monarquía, legado del franquismo, constituía un rémora antidemocrática–, pero los más la dieron por buena. Se forjó así una mayoría social de dudosos principios, republicana en sus ideas y monárquica en sus hechos.
Los jóvenes de ahora ya no pueden ser desmovilizados con el espantajo de la involución. Las únicas involuciones que nos amenazan se fraguan en el propio sistema y se imponen sin proclamas ni alharacas, poco a poco, ley a ley, decreto a decreto, reforma a reforma.
Me siento confortable con el republicanismo joven. Siempre me he considerado más antimonáquico que republicano. No entiendo que la forma republicana de Estado posea virtudes intrínsecas. A cambio, me consta que la forma monárquica de Estado acarrea males que le son indisociables. Las repúblicas no tienen por qué resultar estupendas, pero pueden estar más o menos bien, o al menos no estorbar. En cambio, las monarquías sólo aportan inconvenientes, materiales e ideológicos.
«Pero confieren estabilidad al sistema político-social», argumentan algunos. Ya. ¿Y de dónde se han sacado que eso es bueno? No lo es, desde luego, para quienes lo criticamos y pretendemos transformarlo.
Javier Ortiz. El Mundo (16 de abril de 2007). Hay también un par de apuntes que tratan el mismo asunto: Un temario republicano y Por la III República. Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
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