Los políticos de alto copete están robotizados. No es que carezcan de opiniones propias y hasta de sentimientos particulares, pero se cuidan mucho de mostrarlos en público. Adoptan el aspecto (ropa, peinado, gesticulación, tono del habla, inflexiones de oratoria, orden del día) que les planifican sus sesudos asesores. Y se atienen a esa parafernalia con una disciplina deprimente. Es cierto que a veces se traicionan cuando creen que nadie de fuera de casa les está oyendo y se les pilla llamando imbécil a un periodista, admitiendo que acaban de soltar un bodrio de discurso o confesando que los desfiles militares les parecen un coñazo, pero eso les sucede no por espontáneos, sino por desprevenidos.
He conocido políticos tan robotizados que, cuando los entrevistas, te das cuenta de que están programados para responder a cada pregunta soltando automáticamente los rollos que les han dictado. Sólo les falta acabar diciendo: “Su tabaco, gracias”. En esos casos, no puedes evitar darle vueltas al magín para idear una pregunta que se salga del guión, para ver por dónde salen. Si lo logras, los hay que se quedan totalmente desconcertados. Cómicos.
Quizá porque recientemente ha sido cogido en falta portándose sin la preceptiva disciplina robotizada y confesando un sentimiento particular no demasiado entusiasta sobre los fastos del 12 de octubre, el presidente del PP ha decidido mostrar propósito de la enmienda y atenerse al pie de la letra a las consignas de sus asesores. Con lo cual lleva varios días repitiendo sin parar en todas partes y a todas horas el guión que le han dictado, que incluye una referencia obligada a que las medidas económicas del Gobierno contra la crisis deben beneficiar “a la pequeña y mediana empresa y a las familias”. No tengo nada en contra de que se respalde a las pequeñas y medianas empresas y a las familias (aunque tampoco me importaría que ganáramos algo los trabajadores por cuenta ajena, los autónomos y los solteros), pero resulta estomagante oír a Mariano Rajoy repetir la misma fórmula ritual no menos de veinte veces por jornada.
Por decírselo en su lenguaje: está hecho un coñazo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (22 de octubre de 2008). También publicó apunte ese día: Carabanchel.