Rajoy habla en nombre de «todos los españoles» –lo comenté ayer–, atribuyéndonos deseos, pasiones e intransigencias que son patrimonio exclusivo de sus partidarios, y quizá no de todos.
Lo inaceptable no es sólo que generalice al conjunto de la población española los sentimientos y rencores de su particular taifa política, sino el uso mismo que hace de ese «todos los españoles», como si se tratara de una categoría indiscutible.
No me ha gustado nada que, en la polémica de estos días, algunos representantes de lo que se supone que es la izquierda española se hayan puesto a polemizar con el presidente del PP en ese mismo terreno, discutiéndole qué es lo que pensamos, sentimos o queremos «todos los españoles» y cómo entendemos «nuestros símbolos comunes», en lugar de rechazar que todos los españoles pensemos y sintamos lo mismo con respecto a los símbolos oficiales, las ideas de «Patria» o «Nación», la fiesta del 12 de Octubre o lo que sea.
Me refiero, por ejemplo, a María Teresa Fernández de la Vega, perorando sobre cómo hay que entender «los símbolos de todos». Y a Gaspar Llamazares, al que también le he oído apelar a «los símbolos comunes» y a «la fiesta de todos». ¿Es la bandera bicolor un símbolo común? ¿Lo es la Corona? ¿Nos identificamos todos con el ex Día de la Raza, ahora vestido de seda? ¿Apreciamos todos los desfiles militares? Venga ya.
Saben bien que en nuestra sociedad hay tal variedad de sentimientos de pertenencia –y tantas tradiciones y corrientes político-ideológicas contradictorias– que toda apelación a lo que sentimos «todos los españoles» es por fuerza pura retórica huera.
La democracia real gana con la existencia de contradicciones. Las unanimidades sólo benefician a quienes las controlan.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (14 de octubre de 2007). Javier lo publicó como apunte (Patrias, reyes y banderas). Lo mantenemos allí porque tiene coda y unos cuantos comentarios. Subido a "Desde Jamaica" el 1 de julio de 2018.