Es fantástico lo muchísimo que pensamos, sentimos, exigimos e incluso poseemos «todos los españoles». Mariano Rajoy insistió en su mensaje institucional del miércoles en lo muy identificados que estamos «todos» con la bandera del Reino, con la Monarquía, con la sagrada unidad de la Patria, con el 12 de Octubre y no recuerdo ya con cuántas cosas más. (¿Habló de la Virgen del Pilar? No lo recuerdo. Habría sido lo suyo, en tan señalada fecha).
De entrada, me dejó perplejo. Me dije: «Coñe, si tan identificados estamos todos con la bandera bicolor y tanto vibramos todos con la unidad de España, ¿a qué viene poner tanto énfasis en la defensa de lo que nadie ataca?»
La torpeza fue mía, por no darme cuenta de que, en el problemático subconsciente de don Mariano, no todos somos «todos». El «todos» que evoca el que llaman «líder de la oposición» –como si sólo hubiera una– incluye en exclusiva a quienes él suele identificar como «españoles de bien» (o «bien nacidos», alternativamente).
Quedan al margen de la españolidad de bien todos aquellos y aquellas a los que no les apetece nada de nada verter hasta la última gota de su sangre (ni siquiera la primera) en defensa de la enseña del Estado, y los que no acaban de captar la épica político-musical de la Marcha Real (con o sin letra), y los que no se sienten poseídos por el deseo incontenible de clamar que el islote de Perejil es como Melilla, como Gibraltar y como Olivença, o sea, España en estado metafísicamente puro. También quienes se chotean de que lleve la pechera cargada de medallas alguien cuyo único mérito militar fue entregar el Sahara a Hassan II.
Pero tales inadaptados, obviamente, no tienen cabida en el «todos». ¿Cómo van a entrar en el «todos» los don Nadie?
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (13 de octubre de 2007). Javier lo publicó como apunte («Todos» no somos todos). Lo mantenemos allí porque tiene coda y unos cuantos comentarios. Subido a "Desde Jamaica" el 1 de julio de 2018.