2009/03/10 07:45:00 GMT+1
Va uno y dice: “Hace días que me vienen unos dolores de cabeza francamente molestos”. Y el amigo con el que se está tomando un vermú le suelta: “Sí, le está ocurriendo a mucha gente. Parece que es un virus gripal de una cepa nueva. Tómate Cachispalún, una gragea cada cuatro horas. Ya verás cómo se te pasa”.
Es el mismo amigo que diez minutos antes había sentenciado con aire solemne: “Bah, los médicos no tienen ni idea”. Así que los médicos –todos los médicos, al parecer– no tienen ni idea, pese a haber cursado largos estudios y contar con alguna experiencia, pero él, que trabaja en una Subsecretaría de Turismo y no ha leído en su vida ni un solo libro de medicina, se aventura a recetar medicamentos a los demás con perfecto aplomo.
Éste es un país –probablemente no es el único, pero es un país– en el que todo el mundo cree saber un montón de medicina y da consejos rotundos a cualquier enfermo con el que se topa, apoyándose en que tal o cual medicamento a él le fue muy bien cuando tuvo un padecimiento similar, olvidando que el físico de cada persona es un todo y que una medicina puede venir bien para desatascar una cañería pero, a la vez, puede obturar otra aún más importante.
Llevo unas semanas con ciertos padeceres físicos –no especialmente graves, espero, pero molestos– y ya he dejado de hacer la lista de todas las prescripciones farmacéuticas que he recibido de mi amplio y voluntarioso entorno. “Tómate esto, que es totalmente inocuo”, me suelta algún amigo cada dos por tres. Y luego lees los prospectos, y de eso, nada: que si cuidado con esto, que si ojo con lo otro.
Personalmente, prefiero a los médicos. No tendrán ni idea, pero tienen muchísima más idea.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (10 de marzo de 2009).
Escrito por: ortiz.2009/03/10 07:45:00 GMT+1
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2009/03/09 06:00:00 GMT+1
La cineasta Pilar Miró hubo de dimitir de su cargo de directora de RTVE en 1989 porque no le perdonaron que se hubiera comprado unos cuantos vestidos con cargo a los presupuestos del ente autónomo. La explicación de Miró fue que el protocolo la forzaba a vestir en los actos oficiales a los que estaba obligada a asistir en razón de su cargo ropa cara que ella nunca habría elegido por su propio gusto, de modo que si RTVE quería que fuera postinera, que lo pagara RTVE. No se lo perdonaron, algunos medios fueron implacables con ella, parte del Gobierno de González también y, al final, la directora de El crimen de Cuenca tiró la toalla.
A mí, su explicación me pareció lógica. Si no te permiten que vayas a una recepción de alto copete con pantalón de pana y una cazadora, que se hagan cargo del disfraz quienes exigen que te engalanes.
Pero fuimos muy pocos los que dijimos que todo aquel supuesto escándalo era una patochada. Y ella se quedó casi sola.
Es del todo distinto el caso –en el supuesto de que lo sea, cosa que ya se verá– de los trajes de regalo recibidos por el presidente de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps, y algunos altos cargos de su entorno. El monto de la regalía (20.000 euros) es nimio, tratándose de gente tan encumbrada, pero el fondo de la cuestión no es ése, sino que tan importantes responsables políticos admitieran la dádiva hecha bajo capa por un afanador privado que se beneficiaba de sustanciosas relaciones económicas con la Generalitat y el PP de Valencia.
Lo de Pilar Miró pudo ser una pifia administrativa, pero sin mayor trastienda ética. Esto otro de Valencia es muy diferente: todos sabemos que quien hace un cesto hace ciento.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (9 de marzo de 2009).
Escrito por: ortiz.2009/03/09 06:00:00 GMT+1
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2009/03/08 06:00:00 GMT+1
Un político extranjero de habla hispana fue invitado en Madrid en tiempos de la Segunda República a presenciar un debate que se celebraba en el Congreso de los Diputados. Llamó su atención el brillante y certero uso de la lengua castellana que mostró uno de los oradores. No le fascinó tanto el contenido de lo que decía sino lo bien que lo expresaba. “¿Quién es ese parlamentario?”, preguntó. Y le informaron: “Es Telesforo Monzón, nacionalista vasco”.
Conocí fugazmente a Monzón en San Juan de Luz, en el País Vasco francés, a finales de los años sesenta. No recuerdo si hablaba mejor o peor. A cambio, puedo certificar que otro nacionalista vasco, Carlos Garaikoetxea, es uno de los poquísimos políticos de por estos lares –y los he conocido a cientos– a quien he oído expresarse en lengua castellana ateniéndose a la gramática, respetando el diccionario y fijando con exacta precisión su pensamiento. Luego cada cual decide si está muy, poco o nada de acuerdo con lo que defiende, pero por lo menos le ahorra tener que abrirse paso a través de una selva de incongruencias y tópicos manidos.
Hay en la Villa y Corte (y en sus muy amplios aledaños) un montón de políticos y de sedicentes líderes de opinión que se pasan el día mostrándose heridos en el alma por las supuestas afrentas que los nacionalistas llamados “periféricos” infligen a la lengua española. Lo chocante es que formulan sus quejas en un castellano garrulo, balbuciente y torpe. Si su pretendido aprecio por la lengua española fuera real, no la maltratarían de modo tan grosero.
La explicación es sencilla: simulan que se refieren a los idiomas, pero sólo están haciendo agitación política. Paupérrima, por cierto.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (8 de marzo de 2009).
Escrito por: ortiz.2009/03/08 06:00:00 GMT+1
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2009/03/07 06:00:00 GMT+1
El presidente del PNV, Iñigo Urkullu, acusó el pasado martes al PSOE de preparar “un golpe institucional” para hacerse con el Gobierno de Euskadi. Así dicho, suena muy fuerte (por más que yo, al menos, no tenga ni idea de qué puede ser un golpe institucional: parece una contradicción en los términos). Pero lo más curioso del asunto es que, una vez formulada tamaña invectiva contra los socialistas, el propio Urkullu les propuso formar un Gobierno de coalición basado en un “liderazgo compartido”.
Si el PNV no es capaz de reunir los apoyos parlamentarios necesarios para hacerse con el Gobierno de Vitoria, el PSE-PSOE tiene perfecto derecho a intentar hacerlo por su cuenta. Cosa diferente es que a algunos les guste más la perspectiva y a otros nos guste menos, o que consideremos que los métodos de los que se ha valido para lograrlo sean más o menos honrados –ilegalizaciones incluidas–, o que veamos más o menos porvenir a un ejecutivo minoritario rehén por los pelos del aval exterior de la derecha más cavernícola.
El problema que atenaza a muchos dirigentes del PNV es que llevan tres décadas viviendo de la política (lo que asegura la manduca) y viéndose todos los días en la tele (lo que alimenta el ego). El horror al vacío les mueve a apuntarse a cualquier cosa, con tal de no verse fuera del poder. Y si tiene barbas, San Antón, y si no, la Purísima Concepción.
Es un fenómeno del que el PNV no posee la exclusiva. Lo vimos en Cataluña con CiU, y en Galicia con el PP –que ahora va a recuperar sus poltronas–, y habremos de verlo en Andalucía, y en Extremadura, y en el País Valenciano…
Será bueno que así sea: los gobiernos que se eternizan acaban convirtiéndose en regímenes.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (7 de marzo de 2009).
Escrito por: ortiz.2009/03/07 06:00:00 GMT+1
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2009/03/06 06:00:00 GMT+1
Cuando ETA subió bruscamente a los cielos al almirante Carrero Blanco en 1973 frustrando con ello los planes sucesorios del general Franco, el dictador nos dejó a todos patidifusos sentenciando en un discurso televisado, con su clásico hilillo de voz desmayada: “No hay mal que por bien no venga”.
Ayer lo recordé cuando leí que la cifra de accidentes laborales mortales está disminuyendo en España. Es verdad, no hay mal que por bien no venga. Lógico: es muy difícil que los parados tengan accidentes laborales. Ni mortales ni veniales. Y si el paro se agiganta en los sectores de más riesgo, como la construcción, doblemente beneficioso. Nadie se cae de un andamio si no se sube a él.
Pasa lo mismo con los atentados urbanísticos: si no se construyen casas, se respeta muchísimo más la naturaleza. Y si el personal no tiene dinero para reponer su coche definitivamente achacoso comprando otro nuevo, o si el sueldo no le da para llenarle el depósito a partir del día 20 de cada mes, o si sus ingresos no le permiten salir de fin de semana ni al pueblo de la esquina, habrá también muchos menos problemas de tránsito y menos emisiones de CO2. Y si las fábricas cierran, los ríos mejorarán la calidad de sus aguas. Y si se consume poco, habrá menos basuras, menos necesidad de reciclar, menos de todo.
Los desastres pueden tener algunas contrapartidas, claro está. Pero no se trata de lograrlas a lo bestia, por la vía del empobrecimiento general, sino de conseguirlas ateniéndose a un modelo de crecimiento sensato, armónico, racional. Y eso es algo de lo que no oigo hablar a los grandes líderes mundiales, a los que parece que sólo les interesan los parches circunstanciales.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (6 de marzo de 2009).
Escrito por: ortiz.2009/03/06 06:00:00 GMT+1
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2009/03/05 06:00:00 GMT+1
Conviene no confundir el ritual que deben seguir los procedimientos institucionales con la gama de posibilidades que ofrece la vida política. El PNV tiene razón cuando sostiene que, siendo el partido más votado el 1 de marzo (y con diferencia), le corresponde el derecho a iniciar los trámites para formar gobierno. Patxi López debe resignarse a ello, porque es de ley, y no dejarse dominar por la impaciencia: si el PNV fracasa en el intento –cosa harto probable–, ya le llegará su turno. Y a no tardar.
En lo que no debería insistir demasiado el candidato socialista es en su voluntad de gobernar en minoría sin ninguna alianza fija, “con acuerdos puntuales”. Dejando de lado que ignore que en castellano “puntual” no es sinónimo de “concreto” (échele un vistazo al diccionario), resulta absurdo que pretenda que con sólo 24 diputados va a poder permitirse muchas alegrías. Enemistado con el PNV (30 diputados), con Aralar, con EA y con EB (siete más), necesitará el apoyo parlamentario sistemático del PP y de UPyD, porque, de lo contrario, no le saldrán las cuentas en ninguna ley que pretenda aprobar.
Es bien sabido que nadie da duros a cuatro pesetas. López será rehén de sus apoyos, por fuerza mayor, y ellos le pasarán una y otra vez las facturas correspondientes. En los más diversos planos. Con semejantes compañeros de viaje, su discurso sobre la “transversalidad” (otro palabro) y “la superación de la división de la sociedad vasca entre nacionalistas y no nacionalistas” no tiene ningún porvenir. Él será el presidente de la coalición que lo elija, aunque el PP no participe en su Gobierno. Igual que están haciendo sus compañeros de Navarra con la UPN de Sanz, pero al revés.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (5 de marzo de 2009).
Escrito por: ortiz.2009/03/05 06:00:00 GMT+1
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2009/03/04 06:00:00 GMT+1
Si alguien se dedica a fabricar detergente para lavavajillas y no vende ni para pagar la hipoteca de la fábrica, se verá obligado a revisar de arriba abajo su actividad. Tendrá que estudiar si el producto es malo, o si está mal promocionado, o si mal exhibido, o si mal distribuido, o si es demasiado caro. O si todo a la vez. Pero, si uno descubre y defiende, por ejemplo, la ley de la isocronía de los péndulos, como Galileo Galilei, lo hará con independencia de que el poder establecido y las masas lo ovacionen o lo tomen por majara, porque lo suyo no es vender nada: se dedica a pensar, a proponer y a fomentar el avance de la racionalidad. Aunque lo quemen en la hoguera, como a Giordano Bruno.
Trato de ilustrar con estos dos ejemplos, deliberadamente extremos, dos actitudes aplicables a la política profesional. Hay políticos que modelan su pensamiento en función de la demanda del mercado electoral y que, si ven que sus propuestas no tienen éxito, proceden a formular otras diferentes, a ver si hay suerte. Como vendedores de detergente. Y hay otros –poquísimos, me temo– que, cuando constatan que sus convicciones no encuentran el mínimo eco electoral debido, aceptan la triste realidad y, o bien siguen insistiendo, o se retiran, sin más. Porque su pensamiento es ése, y no tienen otro.
En estas últimas elecciones autonómicas vasco-galaicas hemos tenido personajes para todos los gustos y para todos los disgustos. Las más patéticas han sido las de quienes han adoptado actitudes de vendedores de detergente, a pesar de lo cual se han pegado un bofetón de mil pares.
Hay quien nunca entenderá que fracasar con principios tiene al menos la recompensa de la dignidad.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (4 de marzo de 2009). También publicó apunte ese día: ¿Cambios laborales?
Escrito por: ortiz.2009/03/04 06:00:00 GMT+1
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2009/03/03 07:20:00 GMT+1
Lo mismo muchos de ustedes son buenos conocedores de la realidad política vasca, pero voy a dar alguna información a quienes no lo son, para que no malinterpreten las noticias que les proporcionan y llaman a engaño.
Digámosles, en primer lugar, que el sistema electoral de la Comunidad Autónoma Vasca se basa en un atávico principio foral que determina que cada uno de los tres territorios históricos (Vizcaya, Guipúzcoa y Álava) elige el mismo número de parlamentarios, aunque sus respectivos censos sean muy desiguales. En razón de ese criterio, el voto de una persona residente en Álava vale, más o menos, el doble del de otra que esté inscrita en Guipúzcoa, y el tripe del de otra que ejerza su derecho al sufragio en Vizcaya. Con la peculiaridad de que la población alavesa es la más reacia al nacionalismo vasco y la más inclinada hacia la derecha española, lo que la convierte –dicho sea con el mayor respeto– en un factor distorsionador de la representación del conjunto de la sociedad vasca.
De modo que, si a usted sólo les interesa la política institucional, fíjese en el número de parlamentarios, pero si quiere saber algo sobre la sociedad vasca real proceda a sumar los votos de los unos y los otros prescindiendo de las barreras provinciales y comprobará cuál es la relación de fuerzas efectiva.
Le ahorraré otro trabajo: si se tomara usted el trabajo de proyectar el 9% de voto nulo que logró movilizar el domingo la izquierda abertzale ilegalizada, comprobaría que habría obtenido seis o siete diputados. Sería otro parlamento.
Por resumir: Patxi López aspira a gobernar una sociedad que mayoritariamente no simpatiza con su opción política. Todo un experimento.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (3 de marzo de 2009).
Escrito por: ortiz.2009/03/03 07:20:00 GMT+1
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2009/03/02 06:00:00 GMT+1
He asistido con interés a la polémica que se ha montado con relación a la entrada violenta de un ciudadano de Lazkao en la herriko taberna de su pueblo, indignado porque una bomba puesta por ETA en un local político vecino le hizo polvo su piso.
No es mi intención comentar la actuación de una persona que es presa de una ira justa y decide desahogarse por una vía injusta. Se trata de un caso individual que los tribunales juzgarán como tal. Lo que me ha llamado más la atención es la oleada de solidaridades que su acto, obviamente ilegal, ha suscitado en la sociedad española. Un montón de políticos y opinantes mediáticos se ha aprestado a proclamar, dicho sea por resumir: “Vale, mal, pero muy bien”. Hasta un alto dirigente del PP vasco se ha ofrecido para asumir gratis total la defensa del asaltante.
Esta justificación masiva del comportamiento del violento de Lazkao es, en la práctica, y aunque no sean conscientes de ello quienes la asumen, un regreso a la vieja ley de Lynch. O sea, al linchamiento. La defensa de que la gente se tome la justicia por su mano. Por la brava.
Pasó lo mismo en los tiempos de los GAL. Si Francia se mostraba no demasiado severa con los refugiados de ETA, se miraba para otro lado cuando el Estado español mandaba policías camuflados (o pistoleros, llegado el caso) para secuestrar, matar o ametrallar bares. Y si el secuestrado era un pobre hombre ajeno al caso, como Segundo Marey, o si en el tiroteo contra la clientela de un bar morían niños, o si se torturaba, mataba y enterraba a gente en cal viva, se guardaba silencio. Eran daños colaterales.
La pregunta me parece obligada: ¿cuánta gente cree aquí de verdad en la primacía del Derecho?
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (2 de marzo de 2009). También publicó apunte ese día: Nada es tan sorprendente.
Escrito por: ortiz.2009/03/02 06:00:00 GMT+1
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2009/03/01 06:00:00 GMT+1
Hace ya unos cuantos años, cuando Isabel Tocino era ministra de Aznar, un compañero de trabajo me dijo: “Pues a mí esa mujer me parece guapa. ¿A ti no?” Le respondí que me era imposible pronunciarme sobre tal particular, porque no sabía qué podía haber debajo de los tres kilos de maquillaje que la ministra llevaba a cuestas. “Habría que pasarle una espátula y verla lavada”, concluí.
Ya sé que todo el mundo tiene derecho a la coquetería. Los hombres también la exhibimos, aunque no siempre –y no todos– seamos conscientes de ello: nos afeitamos (o no), nos dejamos bigote o barba (o ambas cosas), nos cortamos el pelo así o asao (bueno, eso los que lo tienen, que ya casi no es mi caso), tratamos de vestirnos con cierto gusto (salvo quienes, como Machado, hace tiempo que no prestamos atención a nuestro “torpe aliño indumentario”), nos aplicamos alguna colonia… Cosas de ésas.
Es más que razonable que también las mujeres que lo deseen (que no son todas, como veo en mi entorno familiar y amistoso) se den algunos retoques llamativos para mejorar su prestancia. Pero hacer los trabajos de ingeniería cosmética que algunas realizan a diario, cual Penélopes de su propia cara, dedicando todas las mañanas una eternidad a disimular al máximo con toda suerte de potingues y artificios que son como realmente son, me deja perplejo.
Me ha venido esta idea ahora que hemos abandonado el tiempo de Carnaval. Me he dicho que, en realidad, hay algunas mujeres que van disfrazadas todo el año. Llevan puesta una máscara permanente. Al menos en público.
Claro que acto seguido he pensado que muchos hombres también, sólo que a su modo. Porque hay maquillajes superficiales y hay disfraces de interior.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (1 de marzo de 2009). También publicó apunte ese día: Elecciones.
Escrito por: ortiz.2009/03/01 06:00:00 GMT+1
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