2006/08/23 06:40:00 GMT+2
Cuando estamos
de vacaciones de verano en nuestro apartado refugio de Aigües, en el
Mediterráneo, y no tenemos huéspedes, Charo y yo solemos disputar entre
nosotros, casi siempre a última hora de la tarde, una competición de juegos
varios de mesa a la que llamamos en broma Grand
Slam, como la cosa anual del tenis y como la operación de Goldfinger
desbaratada por 007.
Lo habitual es
que lo hagamos al aire libre, buscando algún lugar más o menos umbrío, escapando
del calor.
Ayer, según se acercaba
el sol a la cumbre del Cabeçó d'Or anunciándonos el fin del día, Charo volvió a
casa a por una chaquetilla. Es tirando a friolera, y además acaba de regresar
de Senegal, donde se ha enterado de lo que es pegar el sol de verdad, pero su
gesto me dijo a las claras lo que yo no quería oír, pero llevaba ya días
temiéndome en mi fuero interno: el veraneo está en las últimas.
Algunos amigos
ya han regresado al trantrán laboral y me han contado sus cuitas, que entiendo
muy bien, porque también fui de los que tienen que acudir durante once meses a
un centro de trabajo y pasarse allí medio día, pero mi melancolía no es
exactamente de ese tipo, puesto que yo trabajo como Juan Palomo, y además mis
vacaciones de verano lo son sólo a tiempo parcial, puesto que he de seguir
escribiendo y perorando para ganarme el sustento (ahora mismo, por ejemplo, he
estado oyendo las noticias de la radio para estar a la última y dentro de un rato bajaré a Alacant para acudir a los
estudios de Radio 9, desde donde participo en la tertulia de Boulevard abierto, de Radio Euskadi.
También lo hice el lunes. Y cuando vuelva a casa, ya a media mañana, tendré que
ponerme a escribir una contribución que me han pedido para un libro. Y mandar
al periódico mi columna de mañana. Etcétera.)
Sin embargo,
también a mí me viene y me coge por el alma el maldito síndrome posvacacional. Imagino
que tiene que ver no sólo con el fastidio del regreso a la rutina –muy
insatisfactoria o menos insatisfactoria, según los casos– sino también con
factores físicos (qué sé yo, hormonales, o de alguna de esas otras marranadas
que tenemos los humanos por dentro y que nos condicionan sin que nos demos
cuenta).
Algo que sí sé
que me afecta es que, al margen de que mi vuelta a la rutina no me resulte
demasiado traumática (de momento, y toco madera), los demás (y las demás),
quienes me rodean, también van a volver pronto a estar ocupadísimos (y
ocupadísimas), y entonces dejan de tener tanto tiempo para compartirlo conmigo,
para venirse aquí, a esta placidez mediterránea en la que hasta el leve crujir
de una madera o los pasos de un gato se oyen por la noche y en la que durante
el día el murmullo mayor que se siente es el de las chicharras y los grajos. Y
el de nuestras risas, claro.
Aunque también
soy consciente de que lo bueno es bueno y se disfruta como bueno porque existen
lo menos bueno y lo malo, y sirven de contraste. De modo que, al final, todo
acaba siendo fastidiosamente necesario.
Peor es la
alternativa.
Escrito por: ortiz.2006/08/23 06:40:00 GMT+2
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2006/08/22 09:20:00 GMT+2
Una de las
ventajas que tenemos los columnistas sobre los políticos es que a nosotros nadie
nos exige que materialicemos lo que propugnamos, en tanto que ellos se supone
que deben defender opciones realizables y aportar los medios necesarios para
llevarlas a cabo. Otra ventaja, y no menor, es que los columnistas podemos
elegir sobre qué escribimos y sobre qué no, de modo que cuando un asunto no nos
gusta, no nos interesa o no sabemos qué opinar sobre él podemos dejarlo de
lado, mientras que a los políticos se les reclama que se pronuncien sobre todo.
En tanto que
miembro del gremio de los columnistas, yo también he disfrutado de esos dos
privilegios, pero no siempre con satisfacción. Suele molestarme en particular
el segundo porque, cuando no acierto a opinar sobre algo –no por ignorancia,
que ése es otro asunto, sino porque no sé a qué carta quedarme–, siento que
guardar silencio o salirme por los cerros de Úbeda no sólo representa hacer
trampa a quienes me leen, sino también estafarme a mí mismo.
Me he quedado
pensando en estas cosas hace un rato, tras leer las informaciones sobre el
nuevo juicio al que están sometiendo a Sadam Husein, esta vez por las
barbaridades cometidas por las Fuerzas Armadas de su régimen durante la campaña
de Al Anfal realizada contra los kurdos hace dos décadas. Según la organización
Human Right Watch, que no suele exagerar, el ejército iraquí, comandado por Alí
Hasán, conocido como Alí El Químico,
provocó durante aquella campaña militar la muerte de no menos de 100.000 kurdos.
No dudo
(¡faltaría más!) de que aquello fue una atrocidad intolerable, merecedora del
máximo castigo. Mis perplejidades se alimentan de otros factores que acompañan
a este juicio. Para empezar, se trata de un proceso auspiciado por una fuerza
ocupante, los EEUU, que en su día no sólo no montaron en cólera por las
acciones militares del régimen iraquí en el sur del Kurdistán, sino que
proporcionaron al ejército de Sadam Husein las armas –entre ellas las químicas–
que permitieron realizar las matanzas genocidas ahora juzgadas. Dado que el
propio tribunal que juzga a Sadam Husein actúa bajo el dictado del mando
estadounidense, huelga decir que no va a hurgar en las complicidades exteriores
de aquella barbarie.
Me consta, quiero
decir, que ese juicio persigue una intencionalidad política justificativa y que
es expresión de una justicia farsante y selectiva, que sienta en el banquillo a
unos criminales de guerra, pero no sólo no juzga, sino que condecora a otros.
Ahora bien: ¿qué debo defender, para ser yo mismo justo? ¿Que, puesto que no
todos los criminales son juzgados, no lo sea ninguno? ¿Que, mientras sea
imposible reunir tribunales que no constituyan una burla, en Irak o en donde
sea, ahora o cuando sea, no debería juzgarse a nadie?
Si respondo que
sí, se me revuelven las tripas. Si contesto que no, también.
Debo declarar,
en consecuencia, que no sé.
Por fortuna para
mí, nadie espera mi dictamen para decidir nada.
Escrito por: ortiz.2006/08/22 09:20:00 GMT+2
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2006/08/21 06:00:00 GMT+2
Creo que sólo tengo uno o dos discos de Hilario Camacho. Uno de ellos, eso seguro, el del inevitable Madrid amanece, que supongo que compuso inspirándose en el Il est 5 heures, Paris s'éveille («Son las 5, París se despierta») de Jacques Dutronc. Su muerte no me ha impresionado demasiado, pero sólo porque ya empieza a no conmoverme gran cosa que se muera la gente de mi generación. Hace ya un buen puñado de años, un integrante de mi pandilla con propensión a la boutade comentó la muerte de otro amigo diciendo: «¿Os habéis fijado en que ahora se muere gente que no se moría antes?» Apuntaba a algo que luego se ha vuelto tediosamente dramático. Porque antes se morían nuestros abuelos o, como mucho, nuestros padres, pero nosotros –los de nuestra edad– no nos moríamos, como no fuera de accidente. Después empezamos a morirnos nosotros. Primero del sida, o suicidados; luego ya, poco a poco, también de viejos.
Por edad, por ciudad de residencia habitual y por otras afinidades, lo normal sería que en alguna ocasión nos hubiéramos conocido pero, que yo recuerde, eso nunca sucedió. A cambio, hubo un disco en el que participó muy activamente y que para mí tuvo un significado especial. Hablo de uno que sacó María del Mar Bonet en 1974 y que incluía algunas canciones que la cantante balear había elaborado colaborando con Hilario Camacho. La que más me impresionó –y me sigue impresionando– llevaba por título Vigila el mar. La emparento con el Pare de Joan Manuel Serrat, aparecido por aquel mismo tiempo. Camacho figura en los créditos como compositor de la música, pero se trata de una pieza en la que música y letra están tan sabiamente fundidas que no veo modo de separarlas.
No he encontrado ningún enlace para que podáis oír la canción, así que incluyo aquí la letra, por el aquel de dedicar un recuerdo al artista que acaba de morir.
VIGILA EL MAR
Vigila el mar,
que la pluja no és teva
i el sol enlluerna a poc a poc.
Vigila el mar,
que la boira t'esbulla
i el vent plora el record.
Vigila el mar,
que l'ocell ja no canta
i els terrats s'han cobert de brutor.
Vigila el mar,
que les cales són preses
i els pins callen la cançó.
Vigila el mar,
que els teus ja no tornen
i naus estranyes
omplen el teu port.
Vigila el mar,
que l'ocell ja no canta
i els terrats s'han cobert de brutor.
No la traduzco, porque no soy yo quién para eso.
Escrito por: ortiz.2006/08/21 06:00:00 GMT+2
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2006/08/20 08:00:00 GMT+2
ETA no tiene derecho a tutelar el proceso político vasco. ¿Correcto? Correcto. ETA no está legitimada para dar lecciones de nada. ¿Verdad? Verdad. Lo que más está en crisis en la vida política de Euskadi es el terrorismo. ¿Cierto? Cierto. Lo mejor que podría hacer ETA es anunciar su disolución y dejarnos en paz. ¿Es así? Lo es.
Ahora bien: ¿hacía falta poner en marcha algún diálogo, encuentro, mesa o lo que sea para llegar a las conclusiones anteriores? No; en absoluto.
¿Entonces?
Los políticos del establishment español –incluido el vasco– no paran estos días de hacer afirmaciones retóricas como las que he incluido en el encabezamiento de este apunte. Cualquiera que los oiga podría sospechar que no tienen ni idea de su oficio. Porque nada hay tan sencillo (y tan inútil) como formular afirmaciones de ese estilo. Voy a demostrarlo: para resolver el problema de la inmigración ilegal lo que hace falta es que haya justicia social en el mundo; si la clase dirigente norteamericana se aviniera a no ser hegemónica en la política internacional se resolverían muchos conflictos; hace falta atemperar la ambición desmedida de los ricos para que haya menos hambre; los que emiten a la atmósfera gases contaminantes no deberían hacerlo; el modo más efectivo de acabar con el racismo es que los racistas dejen de serlo y entreguen las armas...
Y así hasta el aburrimiento.
Lo que sucede es que la mayor parte de las situaciones problemáticas no se resuelven con la mera invocación de buenos deseos. Los mismos que responden con afirmaciones de sentido común a los comunicados de ETA podrían verse afectados por otros razonamientos de sentido común. Por poner un ejemplo sencillo: si creen realmente que todas las personas son iguales, ¿por qué no rechazan la Monarquía? Otro: si tan enemigos son de toda violencia, venga de donde venga, y tan opuestos se sienten a que imponga su ley quien no ha pasado por las urnas, ¿por qué no exigen la reforma de la Constitución que concede al Ejército la tutela del régimen político? Un tercero que me está viniendo estos días cada dos por tres a la cabeza: si tan convencidos están de que el futuro de Navarra han de decidirlo los navarros, ¿cómo puede ser que no se escandalicen ante el hecho de que el régimen autonómico de Navarra jamás haya sido sometido al refrendo de la población navarra?
Cualquier político profesional sabe que muchas situaciones conflictivas son resultado de embarulladas tramas históricas que hay que negociar, por absurdas que a uno le parezcan, para que no creen problemas mayores.
Yo estoy de acuerdo en que lo de ETA no tiene sentido. Pero, si cojo carrerilla en esa línea, me comprometo a demostrar que tampoco la realidad del Estado español tiene sentido. Y que la existencia del capitalismo viola las normas más elementales de la decencia. Y...
Venga ya. ¿Salimos de este lodazal concreto, ahora que parece posible, o qué?
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: De sentido común.
Escrito por: ortiz.2006/08/20 08:00:00 GMT+2
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2006/08/19 08:20:00 GMT+2
Ya vuelve el fútbol a espuertas.
No faltará quien se apunte al tópico del «parece que fue ayer», pero marrará:
no parece que fue ayer; fue ayer. No ha parado de haber partidos de fútbol y
retransmisiones por televisión durante todo el verano, entre giras, partidos
amistosos y trofeos de todo tipo. Lo que vuelven a arrancar ahora son las
competiciones oficiales.
Y retornan con todos sus
ingredientes, bastantes de ellos risibles, de puro recurrentes.
El partido que jugaron ayer el
Betis y el Real Madrid reunió muchos de esos ingredientes. Para empezar, el de
un Madrid «totalmente renovado» que volvió a perder. No fui capaz de ver el
encuentro entero, pero sí lo suficiente como para enterarme de que, al menos
según los comentaristas de la Cuatro, al conjunto que ahora dirige Capello le
habían regalado un penalti y concedido un gol perpetrado en fuera de juego.
Ya he escrito otras veces que no
creo que los árbitros estén vendidos al equipo oficial del Estado español; que
lo que les pasa es que sienten un respeto reverencial por ese club y por sus
galácticas majestades, respeto que en parte es comprensible porque cuanto les
sucede al uno y a las otras llena durante días y días las páginas de la prensa
deportiva y de las emisiones especializadas de la radio y la televisión, y se
supone que los árbitros (y sus madres) no son rematadamente masoquistas.
De todos modos, lo que más me
interesó de ese partido jugado ayer sucedió antes de que empezara. Oí a un
grupo de aficionados del Betis que le increpaban a Joaquín –jugador cuyo
parecido físico con Jerry Lewis no para de acentuarse, dicho sea de paso– al
que acusaban de «pesetero» porque quiere irse a jugar en el Valencia CF, que
está dispuesto a pagarle más. Me vino al recuerdo de inmediato algo del mismo
estilo que le oí a Amedeo Carboni, caballero italiano que ahora manda mucho en
el Valencia, que reprochó a uno de los jugadores del club –al argentino Ayala–
«no sentir los colores» y pensar «sólo en el dinero» porque quiere aceptar la
oferta de otro club.
Éste es un punto de la cosa
futbolera que me fascina particularmente. Los unos y los otros hacen como si
sus equipos representaran algo muy espiritual, por lo general vinculado a la
ciudad o zona geográfica en la que se asientan, pero, a la vez, se comportan
como máquinas no sujetas a otro criterio que el de la eficiencia económica.
¿Por qué diablos Roberto Fabián Ayala, argentino, habría de «sentir los
colores» del Valencia CF poco menos que como si ese equipo fuera su patria? Él
es tan sólo un profesional que trabaja para una empresa. ¿Alguien considera que
es canallesco que un trabajador deje Iberdrola para irse a currar a Endesa, o
al revés, según lo que la una o la otra le ofrezcan?
Obsérvese que nadie se indigna
cuando un club se desprende de un jugador porque considera que ya no rinde lo
necesario, y lo vende –porque en el fútbol todavía está vigente la práctica
esclavista de vender a las personas– o lo manda al paro. ¿El club no tiene por
qué sacrificarse por los jugadores, pero los jugadores sí por el club?
Es una materia en la que no
funciona la reciprocidad para nada. En mi pueblo, que es Donostia, hay gente
que monta en cólera porque un jugador guipuzcoano se va al Athelitc de Bilbao,
sencillamente porque esa empresa (¡que es una empresa!) le ofrece mejores
condiciones, pero en cambio recibe con aplausos a un menda bosnio, turco o
bieolorruso que acepta jugar con la Real Sociedad.
He mencionado antes el caso de
Amedeo Carboni, que acusa a Ayala de no «sentir los colores» del Valencia.
Por lo que tengo entendido, Carboni es natural de Arezzo, en Italia. ¿Debo
suponer que llegó hasta Valencia porque sentía mucho «los colores» de su
pueblo?
Un futbolista es un trabajador
que tiene una carrera profesional muy corta. El propio Carboni, tenido por abuelo
de la profesión, ha dejado de dar patadas sobre el césped para dedicarse a
la burocracia con unos 40 años, creo. Eso significa que los futbolistas, la
inmensa mayoría de los cuales no forman parte de la élite que gana una
millonada de ésas que marean, deben arreglárselas para acumular en pocos años
el dinero suficiente para montar luego un negociete que les permita subsistir
dignamente desde los 35 años, más o menos, hasta que se mueran. «Los colores»
que están más obligados a sentir son los suyos y los de su familia.
Estamos ante un enorme tinglado
que hace negocio, un inmenso negocio, con las pulsiones tribales de los
aficionados, pero que, rollos aparte, no tiene más corazón que su caja
registradora.
Escrito por: ortiz.2006/08/19 08:20:00 GMT+2
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2006/08/18 08:50:00 GMT+2
No me ha extrañado lo más mínimo
el comunicado de ETA que difunde hoy Gara. Publiqué hace una semana un
artículo que finalizaba diciendo que no sé de dónde se han sacado los unos y
los otros que el cese de la actividad violenta de ETA es irreversible. Ahora la
propia ETA lo corrobora: nunca dijo que su decisión no tuviera vuelta de hoja.
Tengo un amigo africano que
lleva ya mucho tiempo por aquí, pero que sigue manteniendo una mirada exterior
con respecto a nuestros asuntos políticos internos, es posible que por
razones de mera profilaxis mental. Hace algo así como un mes, una noche en la
que tuve la oportunidad de charlar con él, me comentó la perplejidad que le
producían las manifestaciones de los políticos españoles que afirman que con ETA
no hay nada que negociar. «Por lo que sé –me dijo–, en todos los procesos de
paz se negocia y acaba llegándose a acuerdos, que son más o menos favorables o
desfavorables a los unos y los otros según la relación de fuerzas. Hasta con
los que han perdido una guerra se trata y se acuerdan las condiciones de su
rendición. Pero, tal como plantean aquí las cosas los del PP, se diría que
preferirían que no hubiera paz». Le respondí que su visión y su diagnóstico me
parecían certeros: los hay en efecto
que, si ETA desapareciera del mapa, no sabrían en qué sustentar sus
discursos.
Hace mucho tiempo, pero
abiertamente desde la pasada primavera, se viene dando más o menos por supuesto
que la resolución del conjunto de conflictos que se engloban en lo que se denomina
«la cuestión vasca» debe tener dos cauces, o dos mesas, como suele
decirse: una del Gobierno español con ETA, para acordar las condiciones de
disolución de esta última; otra, entre los representantes políticos que admiten
que hay que perfilar un nuevo marco de relaciones entre Euskal Herria y el
Estado español (o de engarce de Euskal Herria en el Estado español, según los
distintos enfoques). El problema es que ha pasado ya bastante tiempo y da la
sensación de que ni mesas, ni taburetes, ni nada. Hablar se habla mucho, en
público y en privado, pero no hay muestras de que se haya avanzado nada en
ningún terreno. En cuanto a ETA, lo menos que podría haber hecho el Gobierno
central es aplicar la ley y los acuerdos parlamentarios existentes, procediendo
al acercamiento de los presos y a su inclusión en el ámbito de los beneficios
penitenciarios previstos en el ordenamiento legal en vigor. En cuanto a la
izquierda abertzale (a Batasuna, para ser más precisos), deberían haber dado
pasos que indicaran la disposición de las autoridades del Estado a reconocer
los derechos de presencia política legal que tiene ese amplio sector de la
población vasca.
No sólo no se ha hecho nada ni
en uno ni en otro terreno, sino que incluso se han movido en la dirección
contraria. Es algo evidente: en los últimos meses, la presión policial y
judicial sobre la izquierda abertzale se ha incrementado cualitativamente.
¿Por qué? Esbozo dos líneas de
explicación, que ya tendré ocasión de desarrollar, me temo, en las próximas
semanas, e incluso meses. Primer asunto: Zapatero, que tampoco tiene una
posición demasiado consolidada dentro del campo del socialismo hispano, actúa
bajo el temor permanente –muy excesivo
en mi criterio, pero ya hablaremos de eso– que le producen las críticas implacables
del PP. Segundo: tanto él como los jefes de otros partidos quieren prolongar la
situación actual, sin hacer nada concreto, porque creen que la actual paz sin
condiciones ni compromisos les puede producir un amplio beneficio electoral.
Mucho me temo (y perdónenme los
gallegos) que están jugando con fuego.
Escrito por: ortiz.2006/08/18 08:50:00 GMT+2
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2006/08/17 09:00:00 GMT+2
Hay general acuerdo en que ahora
ya sí puede hacerse política a propósito de lo sucedido en Galicia con los
incendios. Muchos venían argumentando –lo habréis oído y leído– que, mientras
el desastre persistiera, era inaceptable hacer política, porque lo que procedía
era volcarse todos a una en las tareas de extinción. Pero convienen ahora en
que, logrado ese objetivo, «ha llegado la hora de la política».
Me llama la atención que nadie
proteste señalando que esa manera de plantear las cosas parte de una concepción
infamante de la actividad política. Aceptarla equivale a admitir que «hacer
política» es tratar de sacar tajada y guiarse con criterios sectarios,
interesados, sin atender al interés de la gran mayoría. Lo cual puede retratar a
la perfección el modo en el que algunos hacen política, pero no cómo la
afrontan otros.
Eso por un lado. Pero hay más.
Se ha impuesto en nuestras
sociedades occidentales, si es que no en todas, la idea de que la consecución
del bien mayoritario es un asunto técnico, poco menos que una ciencia exacta,
ajena a las ideologías. La gestión de la economía, la organización del
transporte, la política forestal, los flujos y reflujos migratorios, los
programas espaciales... Todas ésas son cosas que, tal como se abordan de
acuerdo con el actual criterio dominante (y sobreentendido, comúnmente aceptado
como algo que va de suyo), los gestores públicos pueden hacer «bien» o
hacer «mal», como si fueran ecuaciones matemáticas, pero independientes en todo
caso de concepciones del mundo, por ello mismo interesadas y discutibles.
Es un gran error. Interesado,
por supuesto.
Son muy pocos los asuntos
sociales –poquísimos– que puedan abordarse de modo aséptico, no contaminado por
intereses de clase o de grupo. Una crisis como la que acaba de sufrir Galicia
tiene causas y maneras de encararla que dependen directamente de lo que cada
cual se propone y de los intereses que respalda. No ya en la concepción de la
organización territorial, del desarrollo urbanístico, de la explotación
turística, de la industria maderera y demás hierbas convertidas en yesca:
incluso en el modo de afrontar la lucha concreta contra los fuegos concretos ya
declarados se dejan ver los intereses, las afinidades y las complicidades de
cada cual.
«La hora de la política» son las
24 horas del día.
Escrito por: ortiz.2006/08/17 09:00:00 GMT+2
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2006/08/16 06:57:00 GMT+2
Los obispos de Bilbao y San Sebastián rivalizan dando consejos sobre cómo deben actuar los unos y los otros para alcanzar la paz.
Según oigo sus homilías en el amanecer de hoy, me pregunto qué sentido práctico, concreto, tienen sus prédicas, tirando a aburridas. Monseñor Blázquez, cuyo runrún monjil me cuesta tomar en serio, dice que los terroristas deberían pedir perdón. Charo, mi compañera de fatigas, suele evocar un oportuno refrán castellano: «Consejos vendo y para mí no tengo». Don Ricardo, hombre de Dios: ¿cuándo ha pedido su Iglesia perdón por haberse sumado al alzamiento criminal de 1936? Sé de un señor al que fusilaron los franquistas al comienzo de la posguerra porque un cura contó a la policía política de Franco algo de lo que se había enterado bajo secreto de confesión. Es sólo una brizna en el pajar de su iniquidad.
Para estas alturas, yo no aspiro a que la gente sea buena, generosa y justa. Me conformo con que funcione de un modo aceptable. Renuncio a que me importe por qué no hace canalladas; me vale con que no las haga.
Podríamos fenecer de aburrimiento examinado cuántos perdones deberían pedir ETA, el Estado español, el Episcopado español y la madre que los trujo al mundo a todos ellos. Qué más da si están muy orgullosos con lo que han hecho hasta ahora. Dejen de hacerlo y vale.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Ya les vale.
Escrito por: ortiz.2006/08/16 06:57:00 GMT+2
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2006/08/15 10:40:00 GMT+2
Me telefonea mi buen amigo
Gervasio Guzmán. «Espero que en esta ocasión no te distanciarás también de Bush
por llamar “fascistas” a los fanáticos islámicos terroristas que querían
cometer atentados haciendo estallar aviones comerciales, ¿eh?», me espeta. Y
refuerza su argumentación diciendo: «Tú solías citar a Antonio Machado cuando
decía aquello de que “La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”,
¿no?».
Es inhumano que alguien te pille
desprevenido cuando tratas dificultosamente de ver el amanecer de un 15 de
agosto en la costa del Mediterráneo tras haber estado la noche anterior de
cháchara hasta las 2 de la madrugada y que te suelte semejante sarta de
despropósitos. Me hace pensar en lo que le respondió Agustí Montal, a la sazón
presidente del Barça, a la mujer de Santiago Bernabéu, por entonces presidente
del Real Madrid, cuando le preguntó si hablaba con sus allegados en catalán
«normalmente, o sólo para fastidiar». Le dijo, con tono de hastío: «Señora, por
favor: no me joda».
Decido dejar de lado la cita de
Machado, que yo nunca he hecho así, y menos en ese sentido. Lo que trató de
argumentar el autor de Juan de Mairena es la idea opuesta: que un rey
(un poderoso) nunca defiende las mismas ideas que su porquero (un explotado),
incluso cuando parece que dicen lo mismo.
Pero ésa es demasiada harina
para una mañana como la de hoy.
–Gervasio –le respondo–. No
tienes razón en nada de lo que dices. En nada. Para empezar: no está nada claro
que nadie quisiera poner bombas en aviones comerciales con destino a los EEUU.
Yo, por lo menos, no he visto las pruebas de ello. Ya sé que los medios de
comunicación han hablado mucho sobre ese asunto, pero que los medios de
comunicación hablen mucho de algo no quiere decir que ese algo exista. Si
quieres, otro día te pongo ejemplos de este particular, incluyendo terribles
matanzas con las que se llenaron páginas y más páginas, y que luego se ha
probado que nunca se produjeron.
Continúo:
–En segundo lugar: alguien que
quisiera poner una bomba en un avión de pasajeros y que persiguiera con ello
propósitos políticos sería un terrorista abominable, pero habría que examinar
tanto si es correcto calificarlo de islámico como si viene a cuento catalogarlo
como fascista. Porque, punto primero, no siempre las creencias religiosas que
tenga uno son el factor decisivo de sus actos y, punto dos, el fascismo es un
movimiento político que, aparte de estar muy mal, tiene determinadas
características. No todo lo abominable es automáticamente fascista. Incluso
hubo muchísimas cosas abominables antes de que existiera el fascismo.
Vuelvo a la carga:
–Aparte de eso, los ancestros de Bush, como supongo sabes, Gervasio, tuvieron
fuertes inclinaciones pro-hitlerianas, e incluso llegaron a financiar el
partido nazi alemán, amén de alguna asociación local que llevaba la svástica en
su bandera. Si quiere condenar esas tendencias, este imbécil redomado puede
empezar no ya sólo por su propia casa, sino incluso por su mismísimo hogar.
Había empezado a argumentar otro
punto («También los Bush han apoyado a lo más integrista y reaccionario del
mundo islámico, sin ahorrar a la pandilla familiar de Ben Laden»), cuando me
doy cuenta de que Gervasio ha cortado la comunicación.
Pero no quiero ser injusto con
él. Quizá no ha colgado el teléfono por su gusto. Quizá lo ha hecho Telefónica,
que por aquí te la arma en cuanto te descuidas. O la CIA, vete a saber.
Escrito por: ortiz.2006/08/15 10:40:00 GMT+2
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2006/08/14 07:15:00 GMT+2
De jovencito, como todos los
amigos nos habíamos puesto muy trascendentes, empecé a cantar loas a la
frivolidad. No a la frivolidad en general, ni a la frivolidad permanente, ni a
cualquier suerte de frivolidad, sino a la inclusión en el menú vital diario de
una pequeña dosis de frivolidad, así fuera mínima. Lo que no me convencía era
que estuviéramos muy serios y muy conscientes de nuestra responsabilidad
histórica a todas horas.
No quisiera que se me entendiera
mal. Yo era capaz de mostrarme tan serio y tan consciente como el que más.
Recuerdo que, siendo adolescente, con 16 años o algo así, salí un par de días
con una cría monísima, que me encantaba y por la que entonces hubiera dado no
sólo mi vida, sino también la de cuatro o cinco de mis amigos, y que dediqué
todo el tiempo que me permitió acompañarla a explicarle la gravedad que
entrañaba la firma del Tratado Internacional de No Proliferación de Pruebas
Nucleares, porque eso consolidaba la hegemonía de las superpotencias. No diré
que la muchacha hiciera bien en desaparecer sin dejar señas –sobre todo porque,
según supe luego, fue a caer en manos de un mocetón que se comportó con ella
como si él mismo fuera una superpotencia–, pero sí he de admitir que a día de
hoy acepto que su interés por mis peroratas tuviera francas limitaciones.
Aunque se las soltara a la luz de la luna, con vistas a la bahía de La Concha y
tratando distraídamente de introducir mi mano izquierda (soy zurdo) por debajo
de su blusa.
Quiero decir con esto que no me
opongo por completo a la frivolidad. Pero sí a su exceso. Como afirmaba mi
abuela María, «lo poco agrada, pero lo mucho enfada».
Como siempre, también mi
divagación de hoy viene inspirada por algo del día.
He repasado esta mañana los
periódicos españoles de más tirada, he echado una ojeada al trabajo de mis
colegas columnistas y he comprobado que el que (la que) no perora sobre los
zumos de naranja que daban antes en los aviones o especula sobre la mano
derecha de Freud y su escasa predisposición a admitir los males del tabaco,
hace gracietas sobre el Fogar de Breogán y lo inadecuada que resulta su
larguísima letra a la actual coyuntura ígnea. Todos en este plan. Y se me ha
venido al cerebro y a las tripas una reacción de rabia, que venía a decir algo
así como: «Vale, venga: un poco de seriedad, que aunque hasta en los entierros
uno pueda echar unas risas, para rebajar la tensión, y aunque en todos los
trabajos se fume, etc., no está de más que recordemos que vivimos en este
mundo, y que este mundo es un entierro permanente, y que hay mucha gente con el
corazón atenazado, aunque nosotros estemos bien comidos, y muy vivos».
Porque una cosa es que no
estemos todo el día en plan de funeral, porque acabaríamos muy amargados y con
úlcera, y otra que nos tomemos a cachondeo y todos a coro esta enorme tragedia.
Porque lo es.
Escrito por: ortiz.2006/08/14 07:15:00 GMT+2
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