Los obispos de Bilbao y San Sebastián rivalizan dando consejos sobre cómo deben actuar los unos y los otros para alcanzar la paz.
Según oigo y leo lo que han opinado, me pregunto qué sentido práctico tienen sus prédicas, ramplonas y tirando a aburridas (aunque significativamente distintas, todo sea dicho).
Monseñor Blázquez -que seguro que no es mala persona, pero cuyo runrún monjil me cuesta tomar en serio- dice que los terroristas de ETA deberían pedir perdón a sus víctimas. Tengo una amiga que suele evocar un buen refrán castellano: «Consejos vendo y para mí no tengo». Pero, don Ricardo, hombre de Dios: ¿cuándo ha pedido su Iglesia perdón por haberse sumado al alzamiento criminal de 1936, por poner sólo un ejemplo no demasiado lejano? Me viene al recuerdo un suceso que lo mismo no le sorprende, pero que debería llamarle a cavilar: sé de un pobre paisano, músico y protestante, natural de Logroño, al que fusilaron los franquistas al comienzo de la posguerra española porque un cura católico, uno de los suyos, contó a la policía del régimen victorioso, afín a Hitler y a Mussolini, algo de lo que se había enterado bajo secreto de confesión. (Algo que, para más inri, si me permite la expresión, se refería a asuntos de criterios y creencias.)
Es sólo una brizna en el pajar de la iniquidad acumulada por la sacrosanta orden religiosa de la que él ahora es jefe, en la que también han militado -y no me duelen prendas decirlo, vaya que no- personas a las que tengo un gran cariño y muchísimo respeto.
¡Pedir perdón! ¿No se da usted cuenta, don Ricardo, de que casi todas las causas, y la suya por delante de muchas otras, tienen muy difícil perdón?
Para estas alturas, se lo digo de verdad, yo ya no aspiro en absoluto a que la gente sea buena, generosa y justa. Me conformo con que funcione de un modo aceptable. Sin más. Renuncio a indagar por qué no hace canalladas. Con que no las haga, me parece de perlas. Lo que guarde dentro de sus neuronas, lo dejo para uso de los psicoanalistas.
Podríamos fallecer de aburrimiento examinado cuántos perdones deberían pedir éstos, aquéllos y los de más allá. Los de la Roma imperial, Indíbil y Mandonio, la Lisboa antigua y señorial, los Borbones, Juana la Loca, los deudos de Robespierre, ETA, el Estado español, el Vaticano, Pío XII, el Episcopado y la madre que les trajo al mundo a todos ellos.
Qué más da si están muy orgullosos con lo que han hecho hasta ahora o si les pesa, en parte o del todo. En el supuesto de que crean realmente que su comportamiento ha sido modélico, peor. Pero es su problema.
No me interesa cómo trata todo pichichi de salvar la cara y justificar su pasado. Me preocupa tan sólo su actuación presente y sus planes para el futuro inmediato. Con que cierta gente deje de seguir siendo como ha sido hasta ahora, a mí me vale.
Javier Ortiz. El Mundo (17 de agosto de 2006). Hay también un apunte con el mismo título: Ya les vale.
Comentar