2006/12/21 08:00:00 GMT+1
A media mañana emprenderé camino
hacia Vitoria-Gasteiz. Espero que las carreteras se encuentren en buen estado.
Ni la Dirección General de Tráfico ni el Instituto Nacional de Meteorología
prevén dificultades mayores, salvo algunos posibles bancos de niebla a la
altura de Miranda de Ebro. Salgo con tiempo para poder conducir con toda la
tranquilidad del mundo, cuidando de no sobrepasar los límites de velocidad
autorizados, que las cosas no están para bromas.
He adelantado el comienzo de mi
periplo navideño porque quiero asistir a la recepción que ofrecerá esta tarde
el lehendakari Ibarretxe «a los representantes de la sociedad vasca» (es la
fórmula protocolaria utilizada). Suele hacerlo todos los años por estas fechas.
No siempre acudo, pero en esta ocasión tengo un interés especial en estar
presente. Supongo que se acercará por la Lehendakaritza buena parte de la clase política vasca. Eso me proporcionará
la posibilidad de recoger bastantes impresiones sobre la coyuntura. Nada muy profundo,
claro –ya se sabe cómo son las conversaciones de este género, a salto de mata–,
pero tal vez ilustrativo.
Supongo que la estrella del día
será Alfredo Pérez Rubalcaba y sus declaraciones de ayer, en las que vino a
confirmar que ETA y el Gobierno han celebrado una reunión, aunque de carácter
meramente preliminar. Hay que suponer que se trata de una reunión directa, no realizada a través de
intermediarios. No es gran cosa, pero tiene su importancia, habida cuenta de
los rumores que venían corriendo sobre una inminente declaración de ETA dando
la tregua por rota. La celebración de la reunión no certifica nada por sí sola,
desde luego. Además, hay que poner el dato en relación con las declaraciones
realizadas ayer también por algunos dirigentes de Batasuna, en las que
insistieron en que «el proceso» pasa por momentos muy delicados y no hay nada
que pueda darse ya por adquirido.
Veré qué me cuentan, por aquí y
por allá, y ya iré dando cuenta de mis impresiones en apuntes sucesivos. En todo caso, empezaría por recomendar que nadie
se deje impresionar por los comentaristas de tipo ciclotímico, que pasan del
optimismo al pesimismo y del pesimismo al optimismo varias veces todas las
semanas.
Escrito por: ortiz.2006/12/21 08:00:00 GMT+1
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2006/12/20 07:10:00 GMT+1
Me disponía a repasar la
actualidad del día para decidir en cuál o cuáles de sus aspectos centraba mi apunte de hoy cuando, zas, me he quedado
fijo mirando la fecha: 20 de diciembre. Tenía ya apuntadas en mi cuadernillo varias
ideas («El adiós de Koffi Anan: retrato de un cobarde consciente», «Palestina
agoniza; diagnóstico: cáncer intestino», «Chávez defiende la formación de un
partido bolivariano único»), pero la fascinación de la fecha me ha arrastrado
sin remedio.
20 de diciembre. Me he puesto
evocador. 20 de diciembre de 1973. Se me ha venido a la memoria todo.
Salimos de París aquella noche
rumbo a Bayona, no mucho después de las 2 de la madrugada, en mi destartalado
Citröen Ami-6. Yo vivía por entonces en Charenton, cerca del punto donde se
juntan el Sena y el Marne, en una casa ruinosa, pero histórica: era el edificio
que albergó el manicomio en el que estuvo encerrado durante años el marqués de
Sade (quienes recuerden Marat-Sade, la
impresionante obra teatral de Peter Weiss,
sabrán de qué lugar estoy hablando). Mi Ami-6 de segunda mano era un coche magnífico,
que alcanzaba los 120 km./h. cuesta abajo sin dificultades. Bueno, sin
dificultades insuperables, en todo caso.
Las carreteras francesas eran
por entonces infinitamente mejores que las españolas, pero con todo y con eso
el viajecito se las traía.
Llevaba de pasajeros a tres
comparsas del exilio. De dos de ellos (Eugenio, Carmen) me acuerdo muy bien,
pero no me viene a la memoria el tercero.
Hacía un día de perros. Llovía y
llovía.
Atravesamos Burdeos –una ciudad
que me resultaba muy familiar, porque había vivido casi tres años en ella– y
enfilamos las larguísimas rectas de las Landas. Aunque llevaba sobre las
espaldas unas seis horas de carretera y la circulación era muy intensa, no estaba
cansado y apenas tenía sueño (estaba a punto de cumplir 26 años; así,
cualquiera).
Mis compañeros de viaje
dormitaban. Llevaba conectada France Inter, la radio pública francesa, que
ponía música navideña. Era jueves. Íbamos en lenta caravana. No tenía prisa.
Había quedado al mediodía entre Bayona y Biarritz, en el rincón al que llaman la Chambre d’Amour, con unos compañeros
de brega antifranquista, que venían del otro lado de la frontera para recibir
instrucciones (de quién y mías: pobrecillos).
De repente, me di cuenta de que
un coche se había puesto a adelantar a la caravana a toda pastilla. Lo miré por
el retrovisor: era un Mercedes matrícula de Luxemburgo. Venía embalado. Según
pasó a mi lado, le eché un vistazo. Me quedé horrorizado. Vi que iban en su
interior cinco hombres. Todos dormidos. Incluido el conductor, que reposaba
tumbado sobre el volante. Según me hice cargo de la situación, aceleré, me puse
a su altura, bajé el vidrio de mi ventanilla y empecé a golpear como un poseso la
suya, tratando de despertarlo. No lo logré. Cuando miré al horizonte, vi
espantado que se nos venía encima un enorme camión que circulaba en sentido
contrario. Insistí en mi empeño hasta que me vi obligado a renunciar. Pero había
esperado demasiado. El Mercedes se estrelló de frente contra el camión, rebotó
brutalmente... y se me vino encima. Traté de esquivarlo, pero sólo lo logré a
medias. El golpe fue terrible. Lo siguiente que recuerdo es que mi Ami-6 se detuvo
al borde de la carretera, hecho un amasijo de chatarra.
Por feliz casualidad, ninguno de
nosotros había resultado herido. A Eugenio le dolía el pecho, por el tirón que
le dio el cinturón de seguridad. Los demás, ni eso.
Salí del coche escurriéndome. La
rueda delantera izquierda había quedado a unos diez centímetros de mi nariz.
Siniestro total, por supuesto.
Me acerqué a los restos del
Mercedes. Abrí la puerta derecha trasera, que era la única que parecía
accesible.
Los cinco pasajeros estaban
muertos. El más cercano a mí tenía levantada la tapa de los sesos.
Literalmente. Como si fuera una boina.
El choque fue múltiple. Muy
múltiple. Resultaron afectados una docena de automóviles, aparte del Mercedes y
del camión.
El único de los pasajeros del
Ami-6 que contaba con papeles en regla era yo, que tenía documentación de
apátrida, amparado por las Naciones Unidas.
Les dije a los otros tres,
perfectamente indocumentados (no del todo: uno llevaba un pasaporte falso), que
se evaporaran. Conseguimos que los cogiera como pasajeros un buen hombre que
había salido indemne del accidente.
Tuve que ir a una Comisaría a
prestar declaración, claro. Allí me enteré de que los cinco muertos eran
emigrantes portugueses. Habían salido de Luxemburgo la noche anterior y no
habían parado para nada. Tenían prisa en morir.
Los gendarmes franceses me
preguntaron si quería demandarlos. Sólo faltaba. Pobre gente. Decidí quedarme
sin coche («Dios me lo dio, Dios me lo quitó») y a correr.
Al final, fue la propia Policía
francesa la que me acercó a Bayona.
Allí supe que no valía la pena
que me esforzara en llegar puntual a mi cita. Carrero Blanco había tenido
también un accidente de circulación, más o menos a la misma hora que yo, y mis
amigos, los que iban a cruzar la muga para verse conmigo, habían decidido que
era más prudente dejarlo para otro día.
De eso hace 33 años. Qué cosas.
____________
Una curiosidad. Recordando aquellos tiempos, he encontrado esta vieja fotografía, en la que se ve a un joven Javier Ortiz sesteando sobre el techo del vehículo aludido en el apunte anterior: Citröen Ami-6, matrícula 5152-BV-33. La fotografía –(c) Eugenio del Río Gabarain– fue tomada en el verano anterior al accidente del que aquí se ha hecho reseña.
Escrito por: ortiz.2006/12/20 07:10:00 GMT+1
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2006/12/19 10:15:00 GMT+1
Ya sé que tengo lo mío de maniático, pero admito que me enfurezco cada vez que un presentador o locutor de televisión o radio insiste en acabar como sea con la conjunción copulativa más usual en la lengua castellana –la y griega– sustituyéndola sistemáticamente por la conjunción disyuntiva «o», cosa que sucede sin falta en todos los informativos, todos los días y a todas las horas. Dice el menda, por ejemplo: «En la exposición se exhiben obras de Picasso, Braque o Léger». A lo que respondo de inmediato para mi coleto: «¿O? ¿He de elegir? ¿No puedo ver las pinturas de los tres, o sea, de Picasso, Braque y Léger?»
Ese vicio, como muchísimos otros, se expande incontenible por el universo de la comunicación de masas, incluyendo la escrita, sin que ninguno de sus nefandos usuarios parezca dispuesto a reflexionar sobre lo bien o mal fundado de su comportamiento. ¿Por qué? ¿Serán todos ellos tontos de baba?
De veras que me lo pregunto. Desde hace años. La mayoría de vosotros no lo sabrá, pero incluso llegué a deambular por la piel de toro castigando a audiencias diversas con el contenido de una conferencia que titulé Hablar bien, hablar mal, que ahondaba en este género de asuntos.
Con el paso del tiempo, he llegado a una conclusión que la realidad no cesa de confirmarme: los periodistas, en su inmensa mayoría, no son ignorantes; son, básicamente, gente insegura. No es que crean que lo correcto es decir esto así o asao. No se meten en tecnicismos. Es que han oído que sus jefes y responsables, sus referentes, hablan así, y deducen (instintivamente, sin pensarlo) que si los de arriba hablan así, es que así es como se habla, como hay que hablar para ganarse el favor de las alturas y llegar –por cooptación, claro– a ser admitido en ellas.
Empieza el que asienta sus reales en la cúspide echando mano de tal o cual recurso bobo, o tópico, o retórico, y a continuación todos sus subordinados, y los que aspiran a convertirse en sus subordinados, lo asumen como propio, porque sienten (sienten, insisto: si lo pensaran demostrarían mayor maldad, pero también más inteligencia) que es muy bueno usarlo, porque, obviamente, es lo que se lleva. Todavía recuerdo cuando a Rodrigo Rato le dio por emplear la expresión «en términos de». Alambicada, pretenciosa, francamente prescindible. «El dato es digno de atención, en términos de eficacia económica», etc. Todo era «en términos de». Y, en cosa de nada, casi toda la babeante casta política y casi toda la babosa casta periodística pasó a hablar de todo «en términos de».
Lo que se impone, en suma, no es la ignorancia, aunque ignorancia hay, y a espuertas. Lo que se impone, por encima de todo, es la mendicidad mental. Los de abajo, lacayunos, serviles y rastreros, se acomodan a las formas de los de arriba –que son burros como ellos solos, y ahí es donde se junta todo– para sentir que son alguien.
A medida que lo voy pensando, me doy cuenta de que éste es un asunto que podría dar para una tesis doctoral. Lo que no sé es de qué rama académica sería el doctorado: ¿de Psiquiatría, de Sociología, de Ciencias de la Información? ¿Algo de tipo interdisciplinar?
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Indisciplinas interdisciplinares.
______
Nota.– Estaba en la redacción de este apunte, allá por las 7 de la mañana, cuando me han llamado de Radio Euskadi para pedirme que me incorporara a la tertulia del magazine matinal. Lo he hecho, pero con este resultado: he acabado de escribir esto a las 10:15. Primum vivere, deinde philosophare!
Escrito por: ortiz.2006/12/19 10:15:00 GMT+1
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2006
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2006/12/18 07:15:00 GMT+1
El proyecto de Ley de Reparación
Moral de las Víctimas del Franquismo y de la Guerra Civil, mal llamado «de la
memoria histórica», constituye uno de los principales fiascos del Gobierno de
Rodríguez Zapatero y la más acabada demostración de su atolondramiento
ideológico y de su imprudencia política. Está ahora claro que Zapatero dio luz
verde a esta iniciativa sin darse cuenta de que estaba contribuyendo a poner al
desnudo el apaño oportunista en el que se basó la Transición, que llevó a
sustentar una democracia sobre los cimientos de una dictadura.
Zapatero quería lucirse de cara
a la galería sacando una ley que dijera que la persecución que sufrieron los
amantes de la libertad bajo el dominio franquista estuvo muy mal. Y punto. Pero
pronto comprobó que su punto era sólo punto y seguido, al verse ante la
evidencia de que no hay modo de concretar la condena a la represión de la
dictadura que no pase por la declaración de nulidad de los actos seudo
jurídicos que la materializaron.
Se vio así ante una
contradicción antagónica: sin esa declaración de nulidad, no hay justicia
posible, pero esa declaración conduciría a lo que la Transición trató de eludir
a toda costa, es decir, al ajuste de cuentas con el franquismo. ¿Solución? Una muy
propia de Zapatero: los cerros de Úbeda. «Haya, pues, reparación, pero que sea
sólo moral», sentenció. A lo que muchos que no somos tontos del todo respondimos:
«No quieres decir moral. Quieres decir ficticia. No cuentes con nosotros para
esa engañifa.»
Consumada la farsa, han resultado
incluso graciosos los intentos de justificarla. He leído a un individuo con
pretensiones de jurista de alto copete defenderla alegando que «no se pueden
imponer retroactivamente las garantías jurídicas de la Constitución de 1978 o
del año 2006 a los años 1936 o 1940». En aplicación de su estrafalaria lógica, asumida
por bastantes más a la desesperada, nos bastaría con invocar las garantías de
la Constitución de 1931, cuya vigencia no anuló la rebelión militar de Franco y
sus cómplices. Pero no hace falta, porque todo el mundo sabe –ellos también–
que el principio de justicia es inmanente, y que las violaciones de los
derechos humanos anteriores a la proclamación de la Constitución Española de
1978 también son perseguibles, como se está demostrando, sin ir más lejos, con
las brutalidades del pinochetismo.
Casi más patéticas todavía son
las explicaciones de la atribulada vicepresidenta Fernández de la Vega, que ha
llegado a decir que el «reconocimiento moral» a las víctimas que propugna ella «va
más allá» que el jurídico que le reclaman las víctimas, porque abarca a quienes
fueron perseguidos y represaliados sin juicio. ¡Como si para reconocer lo
sufrido por quienes fueron perseguidos sin juicio fuera necesario pasar por
alto los juicios inicuos!
Hay un punto en el que hasta
ahora no he visto que nadie haya reparado y que me parece importante. Lo es al
menos para mí. Me refiero a que todos hablan de «restituir el buen nombre» de
las víctimas, pero nadie reclama que se establezca el mal nombre de los
victimarios. Pongamos que alguien hace algo para restituir mi buen nombre en
tanto que víctima del franquismo (cosa que, como ya he dicho en anteriores
ocasiones, ni reclamo ni creo que haga falta). ¿Qué conseguiría con ello? ¿Figurar
en la misma categoría que, por ejemplo, Mola, Sanjurjo, Franco y Queipo de
Llano, cuyos nombres siguen inscritos en los letreros de muchas calles,
avenidas, plazas y monumentos españoles?
Es otra razón suplementaria que
me dan para rechazar esa ley. Sólo me faltaba que me dejaran al final en
semejante compañía.
Escrito por: ortiz.2006/12/18 07:15:00 GMT+1
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2006/12/17 11:00:00 GMT+1
Mariano Rajoy ha acusado al presidente del Gobierno de cambiar de criterio «siempre a favor de los terroristas». Ha puesto como ejemplo de ello el hecho de que la Fiscalía de la Audiencia Nacional ha decidido retirar la acusación de «integración en ETA» que pesaba sobre siete directivos del diario Egunkaria, lo que fue usado como justificación para dictar el cierre del propio periódico. El fiscal Miguel Ángel Carballo ha tomado esa decisión a la vista de que los indicios obrantes en el sumario son «muy débiles» e «insuficientes» para acreditar la vinculación del diario con ETA.
La acusación de Rajoy es de una frivolidad pasmosa. Da por hechos varios extremos de los que no tiene conocimiento, básicamente porque son falsos, a saber: que el presidente del Gobierno ha instruido a la Fiscalía para que retire esa acusación, que el fiscal del caso ha obedecido la orden gubernamental de cambiar de criterio «a favor de los terroristas» y, en fin y como resumen, que es incierto que en el sumario no haya pruebas sólidas y suficientes de la vinculación con ETA de los siete procesados, única razón que podría justificar que se permita calificarlos de terroristas y dar por probada –e incluso por juzgada y sentenciada– la relación entre Egunkaria y ETA.
Tal como se expresa Rajoy, parece convencido de el Gobierno se las ha arreglado para librar de cualquier acción judicial a estos siete procesados. Nada más alejado de la realidad. En primer lugar, porque hay dos partes personadas como acusación en el procedimiento (la AVT y Dignidad y Justicia) que no han renunciado a nada y que van a reclamar la apertura de juicio oral. Y en segundo término, porque los directivos de Egunkaria están también procesados por «posibles delitos societarios o contra el patrimonio» en una causa paralela que sigue adelante. Con lo cual el PP, a través de las organizaciones de su entorno, va a tener la posibilidad de sacar a la luz todas las supuestas pruebas que el fiscal estaría desdeñando por motivaciones de inspiración política.
Rajoy considera escandaloso que el fiscal haya obrado así. Yo también. Es escandaloso, sin duda, que se haya sostenido en vida, así sea aletargada, un procedimiento penal que se sustanció con el cierre del diario y la detención de sus directivos... ¡ahora va a hacer cuatro años! Mantener durante 46 meses graves medidas cautelares y la sospecha pública de pertenencia a banda armada sobre unas personas contra las que, pasado todo ese tiempo, se acaba por decir que no hay nada serio, es, ciertamente, una auténtica vergüenza.
Que tampoco tiene –y eso es lo peor– nada de novedosa. Es el segundo diaricidio que perpetra la Audiencia Nacional en nombre de la lucha antiterrorista, para acabar diciendo al cabo de los años que bueno, terrorista parece que no era ninguno de los dos, pero tampoco tenían al día el pago de las cotizaciones de la Seguridad Social y otros impuestos varios. Lo que también está feo.
Nota de edición: Javier publicó una columna que trata el mismo asunto en El Mundo: Vergüenza en la Audiencia.
Escrito por: ortiz.2006/12/17 11:00:00 GMT+1
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2006/12/16 09:40:00 GMT+1
Dice el presidente del Gobierno,
y su periódico de cámara se lo pone en grandes titulares, que la ley llamada
«de la memoria histórica», que acaba de empezar su recorrido parlamentario, pretende «honrar a las víctimas de Franco».
Las víctimas de Franco no
tenemos ninguna necesidad de que nadie nos honre. Estamos honradísimas de origen. Somos víctimas, sí señor, y a mucha honra.
Para honrar a alguien se levanta
un monumento, se erige una estatua o se coloca una placa en la esquina de una
plaza. Las leyes no están para honrar, sino para regular derechos, marcar
prohibiciones, establecer preceptos. Una ley cuyos efectos son –pretenden ser– «morales» no es una ley, sino un adorno.
Señor Rodríguez Zapatero: hágame
un favor. Publique su leyecita en el Boletín Oficial del Estado, coja un ejemplar,
arranque las páginas en las que salga impresa, haga un rollito con ellas... e
introdúzcaselo por donde le quepa.
Dará con ello plena satisfacción por lo menos a una víctima de Franco. A mí.
Escrito por: ortiz.2006/12/16 09:40:00 GMT+1
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2006/12/15 07:50:00 GMT+1
Juan Guerra, a quien cupo el
dudoso honor de inaugurar la lista de los escándalos por corrupción del periodo
gubernamental felipista, explicó en
cierta ocasión la campaña de prensa de la que se sentía víctima diciendo: «Es
que esa gente no soporta que los pobres vayamos en Mercedes».
El multimillonario Francisco
Hernando Contreras, más conocido como «Paco el
Pocero», maneja ahora argumentos similares para responder a
los ataques que se le dirigen. También él cree que está mal mirado porque no es
más que «un pobre obrero» que ha llegado arriba gracias a su abnegado sudor. ¡Ah,
los señoritos, que no soportan que la chusma ascienda al Olimpo!
Tanto el olvidado Juan Guerra
como el muy presente Hernando hablan de sus antiguas estrecheces económicas
como si fueran rasgos perennes: para ellos, el obrero nace; no se hace. Y, una
vez nacido obrero, ya lo es hasta la muerte. Como quien es mindoniense, o hijo de
Julián y Petronila.
La gente con dos dedos de frente
(o más) se mofa de estas patas de banco: «Ay, Paco, pocerito mío, que si eres
dueño del yate más grande de España y cuentas con tu propio jet, lo mismo es
que ya no formas parte del proletariado!». Con toda la razón, la guasa.
Témome, sin embargo, que muchos
de los que se ríen del uso demagógico que los Guerra y Hernando hacen de sus
viejas desdichas no aplican la misma lógica a los tantos y tantos personajes del estilo
que pululan por el mundo.
A los actuales gobernantes
israelíes, por ejemplo.
Los defensores a ultranza de
Israel se amparan sistemáticamente en los sufrimientos que padecieron los
judíos europeos de hace más de seis décadas para silenciar las críticas
dirigidas contra su comportamiento brutal de ahora mismo. Como si la categoría
de víctima se transmitiera de padres a hijos y otorgara patente de corso a sus
beneficiarios.
Lo tengo –lo tenemos– más que
visto: todo aquel que denuncia la política expansionista del Estado de Israel
se ve inmediatamente tratado de antisemita y puesto en la lista de los
sospechosos de hitlerianismo tardío. Empezaré por mi caso: considero que la
actuación israelí con respecto a la población palestina tiene mucho de
genocida. «¡Eso es muy discutible!», me responderá más de uno. Pues justamente:
no; no es discutible. Está prohibido discutirlo.
En los últimos tiempos, hasta
los códigos penales de algunos estados incluyen artículos que sancionan con
cárcel la expresión de opiniones que atentan contra los fundamentos del
victimismo israelí. Por lo que yo tengo visto, oído y leído, el Holocausto es
un hecho histórico que no ofrece la más mínima sombra de duda. Pero que no me
la ofrezca a mí no excluye que pueda ofrecérsela a otros. Y no veo por qué haya
que prohibirles que nos detallen sus razones y argumentos.
Se acaba de celebrar en Irán un
Congreso dedicado a hablar de estos asuntos. He leído que se han presentado en
él ponencias destinadas a desacreditar determinados aspectos del relato oficial del Holocausto. He tratado de
enterarme del contenido de esas ponencias. Lamentablemente, todo el espacio que
los grandes medios de comunicación occidentales han reservado al Congreso lo
han dedicado a ponerlo a caldo. Sabemos que
ha estado muy mal porque nos han dicho que ha estado muy mal, pero no hemos
tenido la oportunidad de concluir por nosotros mismos que ha estado muy mal,
porque han tenido el buen gusto de ocultarnos sus muy presuntos despropósitos. Por nuestro
propio bien, sin duda. Todas las censuras tienen ese noble objetivo: proteger
la pureza de la plebe, evitando que sus sentidos perciban la obra del Maligno.
Del otro lado, como piezas de
museo, quedamos los que seguimos pensando que la verdad no corre ningún peligro
cuando se contrasta con la mentira. Que, al contrario, se fortalece y se depura en ese conflictivo contacto.
Escrito por: ortiz.2006/12/15 07:50:00 GMT+1
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2006/12/14 06:00:00 GMT+1
Chile cabalga sobre una contradicción que no puede dejar de resultarnos familiar: igual que España, pasó de la dictadura a la democracia sin propiciar un reexamen riguroso de lo mucho y malo que sucedió durante su particular y sangrienta larga noche de piedra, y ahora ve cómo los fantasmas de su no tan lejano horror se exhiben con perfecta impudicia a plena luz del día. El alto mando de la milicia chilena homenajea a Pinochet «en su calidad» (¡en su calidad!) de ex comandante supremo de las Fuerzas Armadas y Manuel Fraga dice –balbucea– que, si bien es cierto esto, lo otro y lo de más allá, «no se puede negar» (¿por qué? ¿está prohibido?) que Pinochet dejó a Chile «mejor» de lo que estaba antes de su Presidencia.
Tanto montan, montaron tanto.
Resulta significativo que los mismos que apelan a las virtudes del borrón y cuenta nueva cada vez que los demás recordamos los crímenes del pasado –esos mismos que nos piden resignación, capacidad de olvido, generosidad en el perdón, etc., etc.– sean los que se ponen como motos y se apuntan a la intransigencia más feroz e innegociable en cuanto oyen hablar del proceso de paz en Euskadi. No conciben para los protagonistas de este último asunto sino las leyes más puras y más duras –incluyendo las injustas– y el respeto más lineal y literal a las normas intangibles del Estado de Derecho. En cambio, son partidarios de la tolerancia y la comprensión más benevolentes para con los cómplices de la dictadura nacional-católica, que torturaron y asesinaron todo lo que les vino en gana desde el sedicente final de la guerra civil y hasta que no pudieron más.
Se ve que también ellos dejaron España (¡a que sí, don Manuel!) mejor de lo que estaba.
No sólo la derecha confesa se revela capaz de defender alternativamente la transigencia o la intransigencia según el color político de los concernidos. También el Gobierno, que se proclama socialista, hace lo propio. Habrán oído decir a la vicepresidenta que no pueden aceptar la revisión de todas las condenas inicuas que dictaron los tribunales del franquismo, porque en ese caso la Justicia española se convertiría en un caos. Piensen lo que quieran sobre tan peculiar defensa de la injusticia funcional, pero admítanme que tampoco quienes la asumen están en condiciones de negarse por sistema a transigir en cuestiones de principios. Dependerá de cuáles, de cuándo y de para qué.
Toda esta tropa, que pasa de enaltecer tales o cuales posiciones de principio (como si no concibiera más opción que llevarlas a la victoria o morir por ellas) a ridiculizarlas sin piedad cuando son otros quienes las esgrimen en respaldo de sus intereses específicos, parece directa heredera de aquel empaque que ridiculizaba Groucho Marx cuando fingía ponerse solemne: «Éstos son mis principios. Pero, si no le gustan, tengo otros».
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Y al final, sin principios.
Escrito por: ortiz.2006/12/14 06:00:00 GMT+1
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2006/12/13 08:10:00 GMT+1
Hace ya casi tres décadas, un
conocido que era aficionado al LSD –y que al cabo de unos cuantos años llegó a
ministro del PSOE, dicho sea de paso– me desaconsejó radicalmente el ácido
lisérgico. «Para sacarle provecho hay que abandonarse mansamente a las
sensaciones que te provoca, y tú no lo harías. Estás siempre demasiado en
guardia», me dijo. Me resulto fácil seguir su consejo, porque no tenía ni el
más mínimo interés en experimentar los efectos de esa droga.
Me he acordado de aquello al reparar
en las crecientes dificultades que encuentro a la hora de leer literatura
escrita en castellano. Me interrumpo sin parar poniendo objeciones al modo en
que el escritor –o la escritora– maneja el arte de la escritura, me cuesta Dios
y ayuda dejarme arrastrar por el supuesto embrujo de la narración y, en
consecuencia, no disfruto con lo que me cuentan. Sigo estando, por lo que se
ve, demasiado en guardia. A todas horas. Me voy enfadando con lo que leo y, a
nada que los reproches se me agolpen, dejo los libros de lado. Con lo que se
me acumulan las obras de las que sólo he leído las primeras páginas, como le
sucede a la señora de David Beckham.
Quizá como resultado de esta querencia
hipercrítica –a veces antipática, pero ineludible–, me he ido aficionando a las
traducciones. Los buenos traductores no suelen ser grandes artistas, pero sí
excelentes artesanos. A diferencia de la mayoría de los novelistas
castellanohablantes con cuyas obras me topo, los traductores prestigiosos
conocen bien su oficio y lo desempeñan con rigor y pulcritud notables. Lo cual
me permite leer de corrido, sin interrumpir cada dos por tres la lectura con
objeciones técnicas.
Estaba ayer disfrutando de una
de esas traducciones aceptables, satisfecho del trabajo del artesano de turno
–la artesana, en este caso–, cuando me topé de narices con otro problema, no
menor –en realidad mayor–, que me suele plantear la lectura: mi tendencia a
objetar no sólo el uso del castellano como instrumento, sino también las ideas
del autor. Me es desesperantemente fácil tropezar y caer en toda suerte de
reproches ideológicos a lo que leo. Ideológicos, digo; no necesariamente
políticos. De concepción del mundo. Incluso de miniconcepción del mundo.
Leo en El primer caso de Montalbano, de Andrea Camilleri: «La recordaba
mucho más imponente [se refiere a una escalera de piedra de Vigàta, la ciudad
de Sicilia inventada por él]; cuando somos pequeños, todo nos parece más grande
de lo que es en realidad».
Zas, interrupción al canto.
Digresión: «¿Qué le dice a Camilleri que la catalogación de los tamaños que
hace un adulto es más real que la que
establece un niño? ¿Cómo sabe que todos los adultos tienen (tenemos) el mismo
sentido (sentimiento) de la medida? Y si llegáramos a cumplir 150 años y
alcanzáramos una altura de tres metros, ¿veríamos las cosas de un tamaño más real, o tal vez menos real? ¿Cómo sabemos cuándo lo que “nos
parece” coincide con “lo que es en realidad”? ¿En qué medida nuestra mirada
llega a ser alguna vez objetiva? Nuestra percepción de lo grande, lo pequeño,
lo bonito, lo feo, lo agradable, lo desagradable, lo cómico, lo estúpido, lo
apasionante, lo aburrido... ¿refleja lo que las cosas son “en realidad” o son
expresión de nuestra ideología, de nuestra visión cultural?» Etcétera.
Comprenderéis que con un
espíritu así –de retorcido, de tortuoso, de pijotero– es de lo más difícil
leer. E incluso vivir.
Escrito por: ortiz.2006/12/13 08:10:00 GMT+1
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2006/12/12 08:10:00 GMT+1
Hay motivos para el
desconcierto. En el espacio de pocas horas, dos vascos sin militancia
partidista que suelen contar con muy buena información –dos «líderes de
opinión», como se dice ahora– han efectuado dos diagnósticos de la situación
radicalmente incompatibles. Me lo señaló ayer por la mañana un buen amigo donostiarra,
atento observador de los medios, y a partir de ahí fueron varios más los que me
escribieron para hacerme ver esa misma llamativa contradicción.
El primero de los mencionados
diagnósticos llegó de la mano de Jonan Fernández, el que fuera fundador de
Elkarri, que ahora dirige en Arantzatu el nuevo Centro por la Paz Batetik. El pasado 6 de diciembre
concedió una entrevista a La Vanguardia de
Barcelona en la que dijo: «Tengo información. Llevo 25 años siguiendo el
conflicto de cerca y tengo mis propias fuentes en las negociaciones, y le
aseguro que me confirman que el proceso avanza, pero, sobre todo, que no hay
marcha atrás».
El segundo diagnóstico apareció
ayer en El Diario Vasco de Donostia,
también en una entrevista, ésta con el abogado Txema Montero, ex dirigente de
Herri Batasuna, en la que quien ahora es alma
mater de la Fundación Sabino Arana pronostica que ETA va a dar por inviable
el diálogo con el Gobierno español y a declarar suspendida la tregua. Incluso
predice que se producirán «atentados con muertos», lo que suscitará, a su vez,
una reacción represiva a gran escala del Estado español con pleno apoyo del
Estado francés.
Los dos tienen buenas fuentes de información y
ninguno de ellos –me consta– es un cantamañanas, pero resulta obvio que uno de
los dos se equivoca de medio a medio. ¿Quién y por qué? Supongo –insisto: supongo–
que cada uno de ellos tiene algunas vías
de información y que las del uno y las del otro no pasan por el mismo lugar.
Que ambos tienen cerca, quizá demasiado cerca, algunos árboles que no les
permiten ver el conjunto del bosque. Pero es sólo una suposición, como digo.
¿Conclusión? Pues que cualquiera
sabe. Yo, por lo menos, cuanto más me entero, más dudas albergo. Sólo puedo
decir lo que ya he dicho en varias ocasiones aquí mismo: que no veo las cosas
nada claras, y lo poco que veo claro no me tranquiliza nada.
Escrito por: ortiz.2006/12/12 08:10:00 GMT+1
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