2007/09/07 07:40:00 GMT+2
Jordi Pujol apuntala sus aspiraciones a ocupar el
puesto de vicellorón mayor del reino. (El llorón mayor sigue siendo Manuel
Fraga, desde hace años incapaz de hablar en público sin que se le salten las
lágrimas y se le quiebre la voz, a menudo sin motivo aparente, como si fuera
víctima de algún tipo de incontinencia lacrimal patológica.)
El ex presidente de la Generalitat catalana no solloza
en el sentido literal de la expresión, como su homólogo gallego, pero lleva ya un
tiempo que, en cuanto le ponen un micrófono por delante, emite una sucesión interminable
de quejidos, lamentos y pesadumbres cuyo runrún es inevitablemente el mismo:
los malos tratos y afrentas que padece Cataluña, casi siempre a manos de España.
Cualquiera que le oyera y desconociera nuestra
reciente Historia supondría que quien así se expresa es un político que ha
dedicado su vida entera a luchar contra el poder central español. Se quedaría
de piedra al enterarse de que el quejica de marras fue permanente cómplice de
los gobiernos de Madrid, a los que dio las máximas facilidades para que
hicieran su real gana –siempre que le pagaran el peaje correspondiente, eso sí–
y que, por hacerles el juego, hasta se lo hizo para ayudarlos a encubrir sus
prácticas de terrorismo de Estado.
Sentado lo cual, no tengo inconveniente alguno en
admitir que es muy posible que tenga razón cuando afirma, como lo hizo el
pasado miércoles en un programa de TV3, que hoy en día la sociedad española
está «más envenenada de anticatalanismo» que nunca.
Es cierto que simplifica un tanto las cosas cuando
dice que, en tiempos del franquismo, el régimen era anticatalán, pero la
sociedad española no. Hasta donde me alcanza la memoria, que es bastante,
siempre he visto en España –excluida Cataluña, por supuesto– claras muestras de
un sustrato de desconfianza y recelo hacia los catalanes. Bastante más que
hacia los vascos, incluso. Uno podía imaginar que un vasco llegara a la
Presidencia del Gobierno de España, pero difícilmente que lo hiciera un
catalán, a nada que su acento evidenciara su origen. Pero no niego que ese
sentimiento se ha podido acrecentar en los dos o tres últimos decenios.
La cuestión es por qué. Y ahí se impone desconfiar de
las respuestas simplistas. Hay que considerar todos los elementos en juego,
desde el arraigo de un nacionalismo español que toma lo castellano-andaluz como
esencia y modelo –un nacionalismo constantemente alimentado y exacerbado por
buena parte de los medios de comunicación con sede en Madrid– hasta el
predominio en la política catalana de un comportamiento ultrapragmático y
mercantilista, presto siempre al chalaneo y al trueque de principios por prebendas
y cheques al portador.
Tampoco estaría de más poner en cuestión lo que Pujol
entiende por «Cataluña». Porque Cataluña es una sociedad compleja y
contradictoria, que no tiene intereses únicos. Estoy seguro de que, en efecto,
sufre malos tratos –ninguna sociedad se libra de ellos–, pero dudo de que sean
los mismos para todas sus clases y categorías sociales. Cuando Pujol habla de
Cataluña, habla de la Cataluña de los Pujol.
Escrito por: ortiz.2007/09/07 07:40:00 GMT+2
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2007/09/06 07:00:00 GMT+2
La Comisión Europea ha rechazado, a instancias de su comisario de Transportes, Jacques Barrot, una demanda aprobada por amplia mayoría en el Parlamento Europeo en la que se solicitaba la suavización de las normas que impiden a los pasajeros de los aviones llevar en sus equipajes de mano líquidos contenidos en envases de más de 100 mililitros de capacidad.
Todos cuantos volamos con frecuencia –yo lo hago todas las semanas– tenemos nuestro particular anecdotario de situaciones ridículas producidas por esa reglamentación, que no sólo es drástica, sino también secreta.
En mi caso particular, sólo tuve problemas con mi equipaje de mano una vez, pero no por asunto de líquidos: me impidieron pasar un pequeño cortaúñas con el que ni siquiera el más feroz de los asesinos habría podido cometer ningún atentado. Le hice ver al guardia civil del control que la señora que me precedía, que llevaba unas uñas postizas dignas de Dolly Parton, contaba con un potencial armamentístico muy superior al mío, y me respondió que sin duda yo tenía razón, pero que él no estaba allí para interpretar el reglamento, sino para aplicarlo. Me enteré ese día de que las normas al uso no dicen nada sobre los objetos de porcelana, tales como algunas uñas postizas de tamaño gigante que, convenientemente afiladas y puestas en la yugular de una azafata, pueden armarla buena.
Cuanto más he ido sabiendo sobre esa reglamentación, más me he persuadido de que las dos principales funciones que cumple son, por un lado, la de intimidar a la población en general, moviéndola a admitir que se tomen toda suerte de medidas restrictivas de sus derechos y libertades, incluyendo algunas perfectamente incomprensibles, y, por otro, la de dar la sensación de que los gobernantes no están cruzados de brazos y ponen mucho empeño en la lucha antiterrorista.
Pero lo que me ha animado a hacer este Apunte de hoy no es el asunto concreto de las normas sobre los líquidos que cabe o no cabe introducir en los aviones, por más que tenga lo suyo, sino el hecho de que, una vez más, la Comisión Europea, que es un órgano de mando pactado entre los políticos profesionales de los diversos estados de la Unión Europea, se haya permitido hacer caso omiso de una resolución adoptada por el Parlamento Europeo, que es el foro de representación directa de la ciudadanía de los países miembros.
Son los casos así los que van solidificando en la conciencia colectiva europea la convicción de que los centros rectores de la UE constituyen una superestructura estratosférica, alejada del común de los mortales, en la que unos señores y alguna señora que se identifican entre sí como expertos se dedican a misteriosas manipulaciones de las que sólo dicen lo que les da la gana, por lo común en forma de órdenes inapelables.
Casi todas las noticias que nos llegan procedentes de Bruselas al cabo del año tienen que ver con restricciones, prohibiciones y limitaciones. ¿Y quieren que la gente simpatice con ese tinglado?
El gran problema de la Unión Europea es que está hecha de los retales que dejan los distintos estados después de que cada uno se haya cortado su traje a la medida. Es un matrimonio –múltiple, eso sí– de conveniencia, de ésos que sólo se interesan por lo que hacen cuando están de pie y bien tapaditos. En resumen: un aburrimiento.
Nota de edición: Javier publicó una columna que trata el mismo asunto en El Mundo: La UE, esa antipática.
Escrito por: ortiz.2007/09/06 07:00:00 GMT+2
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2007/09/05 07:15:00 GMT+2
Lo planteé ayer en la tertulia de Pásalo, en ETB, donde ya he reiniciado mi particular temporada: ¿cómo justificar la catarata de homenajes, camisetas con mensajes alusivos y dedos al cielo que se nos ha caído encima desde la muerte de Antonio Puerta? Su fallecimiento fue penoso y conmovedor, sin duda, pero el aparatoso circo que han montado con ese motivo muchos de los que viven del espectáculo del fútbol suena a hueco por todas partes. Mi intervención resultó controvertida: a algunos les pareció de mal gusto, pero también hubo quien me dijo en privado que ya era hora de que alguien denunciara el comportamiento del coro de falsos plañideros que venimos soportando desde hace una semana.
He leído esta mañana que un futbolista originario de Zambia, Chaswe Nsofwa, jugador del conjunto israelí Hapoel Beersheba, perdió el pasado jueves el conocimiento mientras se entrenaba con su equipo y murió al cabo de unos pocos minutos, pese a que fue atendido a toda velocidad con los medios más modernos (eso dicen). ¿Lo sabíais? Yo, desde luego, no. Me he enterado porque he buceado en internet a la búsqueda de casos similares al de Puerta y me he topado con ése.
¿Qué homenajes ha hecho el fútbol internacional a Nsofwa? ¿Cuántos minutos de silencio se han guardado en su memoria en los campos de juego de Europa? ¿Dónde han estado los brazaletes negros en condolencia por su desgracia?
Hay futbolistas de primera y hay futbolistas cuyas vidas los medios de comunicación dejan a beneficio de inventario. Como si no hubieran existido.
Cambio de gremio.
Parece que ayer fue un día particularmente nefasto en nuestro mundo laboral más próximo. Siete trabajadores, la mayoría de la construcción, perdieron la vida en otros tantos accidentes laborales.
Si alguien tiene ganas de defender que la vida de cualquiera de esos trabajadores valía menos que la de Antonio Puerta, que lo haga. Sería interesante examinar sus razones.
Puestos a argumentar, yo argüiría que su muerte es más trágica que la de Puerta, porque por lo menos el futbolista del Sevilla ha dejado a su familia en una aceptable situación económica, en tanto que los fallecidos en el tajo se han ido al otro barrio con una mano delante y la otra detrás, y a ver cómo se las arreglan ahora quienes dependieran de ellos.
Estoy a la espera del comienzo de la jornada laboral de hoy. Tengo interés por ver cuántos trabajadores entran en su curro levantando siete dedos al cielo.
Escrito por: ortiz.2007/09/05 07:15:00 GMT+2
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2007/09/04 07:00:00 GMT+2
Los dos principales sondeos de opinión que han
inaugurado la nueva temporada política (el pulsómetro
de la Cadena Ser y la encuesta realizada por Sigma Dos para El Mundo) vienen a coincidir en sus dos
puntos más destacados. El primero es que el PSOE sigue aventajando en intención
de voto al PP, que reduce distancias, aunque los encuestadores no se pongan de
acuerdo en la diferencia que aún les separa. El segundo es que los electores,
incluyendo los del propio PP, valoran bastante peor a Mariano Rajoy que a
Rodrigo Rato y Alberto Ruiz Gallardón.
Hay un tercer dato del sondeo de Sigma Dos que también
me parece reseñable: sostiene que los dirigentes del PP con menos prestigio son
Acebes y Zaplana.
Vamos con las conclusiones.
Una, que ya mencioné hace días: si el PSOE sigue por
encima del PP, pese a sus últimos fiascos aparatosos (la ruptura de la tregua
de ETA y su mala gestión postelectoral en Navarra y Canarias, principalmente), eso
significa que el PP lo está haciendo aún peor. Y ello pese a que hacer
oposición es siempre mucho más agradecido que gobernar, puesto que el opositor
puede afirmar lo que sea y prometer el oro y el moro sin verse en la obligación
de ponerlo en práctica.
Otra conclusión que tampoco es nueva: es obvio que
Rajoy no da la talla.
Tercera y complementaria: si fuera cierto que Ruiz
Gallardón y Rodrigo Rato son los líderes mejor valorados por los propios
votantes del PP y que Acebes y Zaplana son los peor considerados (y digo «si
fuera cierto» porque con los sondeos nunca se sabe), eso significaría que el
electorado español de derechas prefiere mayoritariamente a los políticos que
ofrecen una imagen más centrista (más
templada, más contemporizadora, menos fanatizada… Menos carca, en suma).
Obsérvese además que los dirigentes peor valorados –por
los mismos votantes del PP, insisto– son los que llevan el peso principal de la
política diaria del partido (Acebes y Zaplana) y que los más prestigiados son precisamente
dos políticos que están muy alejados de la corriente predominante en la sede
central.
De estar así las cosas, tendríamos la confirmación de
que la línea seguida por la dirección del PP en estos tres últimos años y medio
(y posiblemente también la encarnada por Aznar en su último mandato) ha sido errónea
incluso para los fines perseguidos por ellos mismos. Que su apuesta por la
confrontación constante, su identificación con la AVT y con el sector más
cavernícola del episcopado, su bronca sistemática con Cataluña y con Euskadi,
sus delirios apocalípticos con Navarra, etc., pudo ofrecerles la ilusión de que
eran magníficos banderines de enganche, pero no lo eran, o lo eran de manera
insuficiente. Porque donde se ganan las batallas en un sistema como éste no es
en las calles, llenándolas de manifestantes, sino en las urnas, llenándolas de
votos. Y el PP actual logró excelentes resultados electorales en Madrid y en el
País Valenciano en las últimas elecciones locales, pero en ambos casos por
razones que pueden ser efectivamente locales, y coyunturales. Y sigue con
dificultades en el resto, sobre todo en Andalucía y Cataluña, cuyo peso
electoral es decisivo.
Una cosa es que los políticos que se orientan a golpe
de sondeo sean unos panolis –suelen serlo– y otra que se puedan permitir el
lujo de desdeñar los resultados de sondeos como los dos que estoy comentando, tan
claros y coincidentes pese a los intereses contrapuestos de quienes los encargaron.
Pero, ¿qué podría hacer el PP? ¿Cambiar de presidente? ¿Cambiar de
dirección? ¿A seis meses de unas elecciones generales? Y, además, ¿cómo, en un
partido cuyo aparato está en manos de
los que habrían de salir perdedores con el cambio?
Supongo que Rajoy y su guardia pretoriana estarán
cifrando sus esperanzas en la abstención de la amplia porción del electorado
que les es hostil pero pasa del
Gobierno de Zapatero y de las peroratas de José Blanco y Diego López Garrido, ideales
para deprimir al más pintado. No hay que descartar que muchos de los que han
respondido a los encuestadores de agosto se decidan a no votar en febrero de
2008. En cuyo caso, cualquier cosa.
Escrito por: ortiz.2007/09/04 07:00:00 GMT+2
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2007/09/03 07:00:00 GMT+2
Imagino que será nutrido el contingente de la
ciudadanía vasca que estará perplejo ante algunas de las discusiones más en
boga dentro de la grey política local. Yo lo estoy.
No lo digo por el anuncio hecho por la vicepresidenta
Fernández de la Vega de que el Gobierno central no permitirá que se celebre en
Euskadi ningún referéndum que él no haya autorizado. Eso es importante, pero secundario,
porque la Constitución Española no prohíbe otras modalidades de consulta
distintas de los referendos, y no hay nada que impida no ya a los gobiernos
autónomos, sino incluso a las empresas dedicadas a los sondeos de opinión, realizar
consultas destinadas a conocer las inclinaciones de la ciudadanía. El Gobierno
vasco podría proponer a la ciudadanía de Euskadi la realización de una
macroencuesta en la que el universo de las personas consultadas fuera la
totalidad de la población. Que una consulta hecha en tales condiciones careciera
de fuerza vinculante a efectos legales no anularía su trascendencia política, siempre
que la convocatoria suscitara una participación mayoritaria.
Más liada –para mí, al menos– resulta la discusión
sobre si una consulta de ese género, o similar, podría ser convocada estando
ETA en activo. Porque estoy de acuerdo con Ibarretxe en que no hay que permitir
que ETA fije a bofetadas el orden del día de la política vasca, obligando a la inmensa
mayoría a hacer (o a dejar de hacer, en este caso) lo que tenga a bien para
orientar su futuro. Pero también me hago cargo de que la realización de una
consulta en la que muchos de los invitados a votar no pueden defender su opción
con libertad, porque están amenazados, resulta cualquier cosa menos atractiva.
Claro que tampoco ignoro que otra parte significativa de
la población –la integrante de la llamada izquierda abertzale– tiene asimismo
no pocas dificultades, aunque de otro género, para defender su opción con
libertad. Y que estamos hablando de un Estado que prohíbe a la población vasca votar
en referéndum sobre su futuro.
¿Entonces? Pues lo que digo: que me siento perplejo,
aunque no renuncio para nada a llegar a conclusiones, y cuanto antes mejor.
Podrían servirme de brújula circunstancial las
estrategias generales que siguen quienes defienden lo uno y lo otro. Pero
tampoco demasiado.
Yo no oculto que, puesto a tener que elegir entre una
alianza PNV-EA-EB-Aralar, como la que (más o menos) sustenta el Gobierno vasco
actual, y un pacto PNV-PSOE, como el que asentó el Gobierno del lehendakari
Ardanza, prefiero la primera de las posibilidades. Como mal menor, por supuesto.
Básicamente porque recuerdo cómo funcionó el mano a
mano de Ardanza con los Jáuregui, Rosa Díez y demás.
Seguro que también Ibarretxe lo recuerda, porque le
pilló de muy cerca. Es posible que eso explique las pocas ganas que tiene de
facilitar la repetición de la experiencia.
Ahora bien: si los partidos que están aliados con el
PNV en el Gobierno de Vitoria tienen tan claro que ésa es la coalición política
que más les convence, ¿por qué se han dedicado a confundir a sus propias bases
sociales jugando a aliarse con el PSOE en algunos ayuntamientos y diputaciones?
¿Pura realpolitik? ¿Y por qué el
cinismo político habría de valer a la hora de formar una diputación o un ayuntamiento,
pero no el Gobierno autónomo?
A decir verdad, todo esto también me tiene bastante perplejo.
Porque no veo la razón por la cual haya que considerar aberrante aliarse con el
PSOE para gobernar en la Comunidad Autónoma Vasca pero, a la vez, defender a
capa y espada la alianza con el PSOE en la Comunidad Foral de Navarra.
Antes he citado el mal menor. ¿Es en eso en lo que
piensan algunos? ¿En que el PSOE no hace falta para gobernar en Vitoria, pero era
(¿es?) imprescindible para gobernar en Pamplona? Acepto que se trata de un criterio
estimable. Pero, si el criterio es ése, que no aleguen razones de
incompatibilidad de principios cuando se refieren al gobierno de la CAV. Que
apelen, sin más, a las conveniencias circunstanciales.
Lo que me digo yo, y lo mismo me equivoco, es que, si
los vascos que no estamos en el negocio de la política profesional, pero
contamos con un bagaje teórico y de información relativamente alto, nos sentimos
tan desconcertados y tan mal en nuestra piel, la población corriente y moliente
debe de estar bastante peor todavía, sin saber a qué atenerse en casi nada y,
sobre todo, sin saber de quién fiarse, si es que puede fiarse de alguien.
Que, en el fondo, es el problema principal.
______
P. D. Soy un exagerado. Recuerdo ahora lo que escribí ayer y constato que a estas primeras horas de la mañana, cuando empieza a clarear el cielo, la calle en la que vivo en Madrid está bastante tranquila. Dentro de lo que cabe.
Escrito por: ortiz.2007/09/03 07:00:00 GMT+2
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2007/09/02 06:00:00 GMT+2
Varios lectores
me reclaman insistentemente que escriba algo sobre la pelea que tienen montada Sogecable
y Mediapro a cuento de las retransmisiones futbolísticas.
Lo primero que
debo decir es que se trata de un conflicto jurídico en el que no puedo entrar,
porque desconozco sus intríngulis. Es un asunto con muchos recovecos legales y,
a decir verdad, tampoco me apasiona la idea de profundizar en ellos.
Lo segundo es
una obviedad: como aficionado al fútbol, prefiero que se emitan los partidos
gratis. No soy masoquista.
Lo tercero
tampoco es demasiado ingenioso: prefiero que haya competencia, porque puede
redundar en beneficio del consumidor. (Puede: no es obligatorio, como podemos
comprobar a diario en las gasolineras.)
Supongo, de
todos modos, que no habrá mucha gente a la que le pase desapercibido que en
esta historia se está hablando de retransmisiones futbolísticas, pero sólo en
parte.
Audiovisual
Sport, Sogecable... Todo eso tiene nombres mucho más concretos: Prisa, la Ser, El
País y Polanco, el reverenciadísimo difunto.
Por la otra
banda, Mediapro se llama también de otros modos: La Sexta... y el diario que
está en ciernes y que El País, diga lo que diga Cebrián de cara a la
galería, teme como a la peste, porque puede llevarse parte de su público y
dejarlo convertido en el número dos.
Hay de por
medio una cuestión de soberbia (recuérdese cuando Polanco dijo, en el inicio de
las televisiones privadas: «En este país no hay huevos para negarme a mí una
televisión»), pero hay, todavía más, un asunto de cartera. Si a El País le sale un rival que recorta sus ventas y le
hace bajar enteros en su liderazgo en los quioscos, y si a Sogecable se le achica el grifo del
fútbol de pago, todo su macrotinglado empresarial puede empezar a pasar apuros.
Volvemos al viejo y tópico «¡La economía, estúpidos, la economía!», del que
tanto partido sacó Clinton en su enfrentamiento con Bush padre.
De todos modos,
no me preguntéis en qué va a quedar todo esto. No tengo ni idea. No es que sepa
lo mismo que vosotros. Es que, aislado felizmente desde hace casi un mes en mi apartado
predio del Mediterráneo alicantino, sé mucho menos que nada.
Hoy me toca regresar
al mundanal ruido. Ya me enteraré. Y lo que sepa os lo contaré, como siempre.
---oOo---
Y ya que hablo
del regreso.
Acabo de salir
al jardín, aquí en mi casa mediterránea, que dejaré dentro de unas horas
cargado de bártulos camino de Madrid. He pasado unos minutos tratando de captar
el ruido ambiental. He oído a un perro ladrar en la lejanía. Nada más. Cuando
el perro se ha callado, el silencio se ha vuelto tan perfecto que hasta parecía
oírse.
Mañana, a estas
mismas horas –si consigo regresar sin incidentes, se entiende–, tendré que
cerrar las ventanas para que no me aturda el ruido: coches, autobuses, autorradios a todo volumen… Habré de poner
música para tapar la bronca exterior. Es posible que incluso me vea obligado a
escuchar la música con auriculares para conseguir concentrarme en lo que esté escribiendo.
El contraste es
demasiado brutal. Del mar a la meseta. Del monte a la gran ciudad. Del silencio
al ruido. De la paz a la guerra.
Dicho así,
parece que abomino lo que me espera. Y en parte es cierto, pero en parte no.
Porque vivir en un remanso como éste, en el que me exilio siempre que puedo,
incita a acomodarse, a tomarse la vida como si fuera fácil y agradable.
No estoy de
acuerdo con la clásica afirmación de Karl Marx según la cual «el ser social
determina la conciencia». No la determina. Pero sí la condiciona. Y la predispone.
Para captar –y para sentir– cómo es este conflictivo mundo en el que habitamos,
resulta obligado coexistir con los conflictos. Aunque sea sólo con algunos. Aunque sea sólo en parte.
¿Que todo esto
no es más que un modo de consolarme? Bueno, con tal de que me consuele…
Escrito por: ortiz.2007/09/02 06:00:00 GMT+2
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2007/09/01 03:00:00 GMT+2
He conocido bastantes casos de ensañamiento militante, pero quizá el más llamativo sea el de Rosa Díez.
Afirma que se ha mantenido hasta ahora como integrante del PSOE por fidelidad a las ideas que ese partido encarnaba hace tres décadas, cuando ella pidió que le dieran el carnet de socialista.
Dicho así, queda bonito. Pero es falso. En la década de los setenta, el PSOE se declaraba partidario de la República, del derecho de autodeterminación de Euskadi y del cierre de las bases norteamericanas en España, entre otras causas no menos distantes de las que ella asume en la actualidad.
Quien sí puede decir que mantiene su afiliación al PSOE porque son las sucesivas direcciones del partido, desde la de Felipe González, las que se han comportado como tránsfugas, mientras que él se ha mantenido fiel a los principios originarios, es el abogado y escritor Joan Garcés, que no sé si seguirá conservando el carné, pero que lo hizo durante años, me da que más por motivos estéticos que prácticos (de hecho no hacía ninguna labor partidista, ni remunerada ni sin remunerar, ni para los unos ni para los otros).
Las fidelidades ideológicas de Rosa Díez no se remontan a los setenta. Son mucho más cercanas. Vienen de 1998, cuando el PSE-PSOE de Nicolás Redondo Terreros abandonó su alianza con el PNV, gracias a la cual ella había sido consejera del Gobierno vasco. A partir de ahí, ambos iniciaron una problemática andadura de convergencia espiritual con el PP de Mayor Oreja y Carlos Iturgaiz, de la cual obtuvieron (todos ellos) los resultados que son de sobra conocidos, con destino principal en el Parlamento Europeo.
De todo este asunto de Rosa Díez, lo que más me intriga es la constatación de que hay gente, como ella, que se empeña en seguir durante años en un partido con el que está en desacuerdo radical, y que hay partidos, como el PSOE, que se obstinan en mantener en sus filas, incluso con cargos institucionales, a personas que se dedican a presumir de que no sólo se pasan por el arco del triunfo la política acordada en los congresos correspondientes, sino que alardean públicamente de pretender justo lo opuesto. Es como si una peña taurina tuviera como directivo a alguien como yo, contrario a eso que llaman fiesta, y yo me empeñara en ser antitaurino pero miembro de la directiva taurina, y la peña asumiera como algo normal tener a un antitaurino en la cúpula de su asociación taurina. De locos.
La explicación hay que buscarla en el hecho de que los socialistas tienen un sentido un tanto peculiar de la disciplina interna. Recuérdese cómo actuaron en Cataluña cuando un dirigente de las Juventudes Socialistas estuvo presente en una manifestación de repudio a la presencia de algunos dirigentes del PP. Lo expulsaron fulminantemente, antes incluso de haber tramitado el expediente disciplinario preceptivo. Pero, si en vez de abroncar a los dirigentes del PP, los militantes socialistas van de su mano, como hizo Redondo Terreros hasta su retiro o como ha estado haciendo Rosa Díez en los últimos años, entonces no toman ninguna medida y lo presentan como un ejercicio de sana tolerancia y de democracia partidista.
La conclusión es obvia: a la dirección del PSOE le da corte meterse con aquellos de los suyos que se pasan por la derecha. Lo que no tolera de ningún modo es que se pasen por la izquierda.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título e idéntico contenido en El Mundo: El pase de Rosa Díez.
Escrito por: ortiz.2007/09/01 03:00:00 GMT+2
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2007/08/31 03:00:00 GMT+2
El martes escribí sobre un coloquio que sufrí en Donostia
hace años. Mis amigos saben que suelo defender, medio en broma medio en serio,
la conveniencia de prohibir los coloquios que suelen abrirse tras las charlas y
conferencias públicas. Según mi dilatada experiencia, es facilísimo que se
conviertan en un horror. Con lamentable frecuencia, permiten que más de un
conferenciante frustrado decida resarcirse y largar su propia conferencia desde
el patio de butacas. Y que el público se vea obligado a oír los más variados
disparates, emitidos por gente que no tiene ni idea de lo que habla, pero a la
que le encanta oírse.
El suplicio no es de ley, desde luego. Hay
coloquios que se desarrollan de modo muy discreto y pacífico. Es lo que sucedió
con los que clausuraron la serie de encuentros que me tocó coordinar en Santa
Cruz de Tenerife a comienzos de mes. Pero lo contrario es harto frecuente.
Sería un divertido ejercicio reunir en un libro
anécdotas de coloquios. Estoy seguro de que, entrevistando a un puñado
de conferenciantes veteranos, cabría hacer una antología interesante. Yo mismo podría aportar un capítulo bastante variado. En él incluiría, por ejemplo, al educado señor que
contó con detalle buena parte de su vida tras una conferencia mía sobre la
situación de los medios de comunicación y que, al final, consciente de la
perplejidad de todos los asistentes –no había dicho ni una sola palabra sobre
medios de comunicación–, aclaró: «Perdonen, pero es que mi psicoanalista me ha
dicho que debo hablar en público, para superar mi timidez».
O al otro que en cierta ocasión, en el
Ateneo de Madrid, me dio a conocer sus opiniones a voz en cuello tras rechazar
la utilización de un micrófono porque –dijo– le parecía «un símbolo fálico», mientras sostenía en la mano un paraguas.
A lo largo de los años y tras sufrir experiencias
de toda suerte, he ido depurando diversas
técnicas defensivas de utilidad para conferenciantes en apuros. Apuntaré un
par, por si os toca dar charlas y os pueden servir. Una, que aprendí del
sociólogo francés Alain Touraine, consiste en poner cara de mucha atención
mientras te formulan la supuesta pregunta y, una vez comprobado que no tiene el
más mínimo interés, responder amablemente: «Sí, desde luego, pero también hay
que tener en cuenta que…», y aprovechar para remachar alguna idea que no habías
tenido tiempo de exponer durante la charla.
Otra, que podría llamarse «banderilla negra»,
consiste en aguantar con estoicismo la perorata del conferenciante frustrado y,
cuando el tipo ya decide callarse al cabo de diez minutos, dirigirse con aire beatífico al público y decir:
«¿Alguna otra pregunta?», desdeñando hacer el más mínimo comentario sobre el
rollo que se acaba de oír. Resulta eficaz como castigo, os lo aseguro.
La más divertida de las que guardo memoria me
sucedió tras una charla en la que expuse lo mejor que pude mi idea sobre lo que
sigue vigente del pensamiento de Karl Marx y lo que debe darse por caduco, como
fruto de un tiempo y de unas circunstancias superadas por la Historia. Fue una
exposición relativamente académica, pero para mí que inteligible y, en todo
caso, reveladora de mi admiración intelectual por el hombre que llegó a
escribir a su amigo Ludwig Kugelmann: «Sólo sé que no soy marxista».
Fue el caso que, tras mi exposición y abierto el
coloquio, un señor entrado en años (como yo, para estas alturas) se me dirigió
en términos severos diciéndome: «No es, desde luego, la primera vez que oigo a
falangistas como usted despreciar a Carlos Marx…».
A lo que respondí: «Éste es el momento en el que yo me cago en su padre y ya
estamos como siempre».
El hombre, indignado –probablemente más por la
risotada general que por mis palabras–, se levantó y se fue, haciendo muchos
aspavientos.
Me pregunto si habrá que considerar que los
coloquios son un castigo que va incluido en el sueldo. Y, de ser así, en qué
sueldo.
Escrito por: ortiz.2007/08/31 03:00:00 GMT+2
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2007/08/30 03:00:00 GMT+2
Me irrita cada vez más la hipocresía desbordada con la que los medios de comunicación tratan la muerte de los famosos, estructurales o circunstanciales.
Estoy más que dispuesto a creerme que los compañeros y amigos del futbolista del Sevilla Antonio Puerta estén realmente afectados por su fallecimiento, sobrevenido en circunstancias tan conmovedoras. Pero me cuesta mucho tomarme en serio –o, por decirlo claramente, me abochornan, cuando no me producen risa– los excesos poético-plañideros de algunos periodistas, como el que anteayer dijo en una radio, henchido de emoción impostada: «¡Suyo es ya el firmamento, donde podrá jugar a sus anchas!». Por un momento traté de representarme a un futbolista en el firmamento, sin oxígeno y esquivando meteoritos. Surrealista. Los hay capaces de decir lo primero que se les viene a la cabeza, con tal de que les parezca suficientemente efectista.
Con el fallecimiento de Francisco Umbral ha pasado tres cuartos de lo mismo. Vi (y oí) en CNN Plus a alguien de letras, no recuerdo quién –del grupo Prisa, eso seguro–, que soltó, secamente: «Umbral ha sido sobrevalorado». Metieron su afirmación a palo seco, como avergonzados, sin incluir las explicaciones que a no dudar añadió el declarante. Haciendo excepción de lo que yo mismo he dicho en alguna radio, creo que ése fue el único juicio crítico audiovisual que ha merecido un personaje al que en vida despellejaron tirios y troyanos. (*)
Y ya que hablo de tirios y troyanos: casi no hay crónica periodística sobre los incendios que están asolando Grecia en la que no se deje constancia enfática de que «lo peor de todo» es la muerte de tantas o cuantas personas. Hecha sobre el terreno, por los próximos de las víctimas, esa afirmación tendría muchísimo sentido. Pero, formulada desde la distancia, no pasa de ser un tópico absurdo. A los periodistas españoles, salvo que concurran en ellos circunstancias muy particulares, no les supone ningún drama especial que haya en Grecia 50 o 60 griegos más o menos. Estoy seguro de que a muchos les importaría más que el fuego destruyera algún monumento clásico. Y, en parte, no les faltaría razón: los humanos somos capaces de reproducirnos con bastante rapidez, pero los templos y estatuas de la Grecia clásica no se renuevan con la misma facilidad.
¡Unas decenas de muertos! Aquí los tenemos todos los fines de semana en las carreteras y pasan poco menos que desapercibidos.
¿Llegará el día en el que nos decidamos todos a hablar de los muertos con el mismo desparpajo y la misma sinceridad que utilizamos para referirnos a los vivos? Supongo que no.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título e idéntico contenido en El Mundo: Fuegos olímpicos.
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Rosa Díez
Allá por los tiempos del cierre del diario Madrid, en 1971, un periodista le dijo en una conferencia de prensa a Antonio García Trevijano, que representaba a la parte perjudicada, que Emilio Romero había amenazado con «tirar de la manta». A lo que Trevijano respondió: «Pues si Emilio Romero tira de la manta, seguro que es para quedarse con ella».
Yo siempre he mantenido esa misma actitud de suspicacia hacia el desinterés de alguna gente.
Precisamente por ello, aposté ayer en Radio Euskadi a que Rosa Díez no dejaba su acta de eurodiputada. Parece que me he equivocado: dice que renuncia al puesto que ocupaba en el cementerio de elefantes políticos que es la eurocámara.
Ahora la cuestión es saber de qué espera vivir. Supongo que no lo fiará a sus esporádicas apariciones en algún programa de Telemadrid, y que tampoco pensará en regresar a sus antiguas labores administrativas en la UGT.
Admito que estoy intrigado. En todo caso, tuve suerte de que nadie aceptara mi apuesta.
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(*) Como muchas veces he criticado a Umbral, y creo que con razón, contaré algo de él que en su día me llamó la atención y que puede contribuir a que os hagáis una idea más cabal del personaje. A raíz de la muerte de Lola Gaos, que falleció en una situación económica calamitosa, fruto de su carácter intransigente y radical –empleo los dos adjetivos en el mejor y más admirativo de los sentidos–, escribí en El Mundo una columna contrastando las penurias de la actriz con la desenvoltura con la que algunos eran capaces de cobrar un millón de pesetas por dirigir un ciclo de conferencias en una Universidad de Verano a la que ni siquiera habían asistido, pretextando una gripe. Era una patada directa a Umbral, que acababa de hacer eso, tal cual. Sin embargo, cuando un cierto tiempo después le encargaron que escribiera una decena de artículos haciendo una especie de top ten del columnismo español, me incluyó en la lista, demostrando que, si me guardaba rencor, hacía eso exactamente: se lo guardaba.
Escrito por: ortiz.2007/08/30 03:00:00 GMT+2
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2007/08/29 03:00:00 GMT+2
Nunca congenié con Umbral, del que fui teórico jefe durante más de diez años, cuando me tocó ejercer de responsable de Opinión de El Mundo. Digo «teórico» con todas las de la ley, porque Umbral, salvo casos muy excepcionales, trataba directamente con el director del periódico. De lo único que tenía que preocuparme yo era de que sus columnas llegaran a la hora debida. Y de eso podía despreocuparme. Umbral (él nacido Francisco Pérez Martínez), más allá de su aspecto caótico y bohemio, era un columnista cumplidor, que sabía que a tal hora tenía que entregar su escrito, y no fallaba. Que yo recuerde, en todo mi largo periodo de jefe de Opinión de El Mundo sólo dejó de enviarnos su columna en dos o tres ocasiones, por enfermedad, y siempre fuimos avisados con tiempo suficiente como para salir del paso sin angustias, cosa que no podría decir de unos cuantos otros que, por suerte o por desgracia –es opinable–, siguen escribiendo.
Habré de reconocer en honor a la verdad que Umbral tenía un modo involuntario de semi fallar. Hablo de las ocasiones, realmente excepcionales, en las que España, su mujer, no estaba en condiciones de corregir sus originales y él nos enviaba directamente, por fax, lo salido de su Olivetti. Constatábamos entonces el trabajo discreto pero clave de España, encargada a diario de la labor de peinar su desaliño ortográfico.
Nunca me interesó su labor como novelista, pero eso tampoco quiere decir nada, porque uno de mis muchos defectos es que no consigo que me interese la novela, como género (me pasa lo mismo con el teatro: es mi culpa). En cambio, en tanto que columnista consiguió admirarme, no por las opiniones que vertía, a menudo superficiales –él me reconoció que la gran mayoría de los asuntos sobre los que escribía a diario le importaban un pijo–, sino por su habilidad para convertirlos en una prosa ágil, agraciada, llena de referencias literarias inconfesas (citaba cien mil veces sin citar), con un poderoso ritmo interno. Era ingenioso. Y receptivo como una esponja: asimilaba las habilidades de muchos de los escritores a los que leía, poniéndolas a su servicio.
Alguna vez hablé de «la máquina de hacer Umbral». Él se aproximaba a un tema, retenía unos cuantos elementos de información, los metía en su «máquina de hacer Umbral»… y sacaba una columna técnicamente brillante, impecable. Aunque la opinión que defendiera no valiera para nada, y además se la sudara.
Significa eso que tenía un estilo propio, cosa que se puede decir de muy pocos columnistas.
Lo que me ponía más nervioso de él era los codazos que era capaz de dar en los cócteles para llegar antes que cualquiera al plato en el que el camarero llevaba las croquetas de jamón. La primera vez que lo vi lanzado sin el menor pudor en una situación de ésas, dando empellones a diestro y siniestro, me di cuenta de nuestra incompatibilidad estética e ideológica. Yo siempre me he esforzado por comportarme en los cócteles como si las croquetas de jamón me dieran igual.
Escrito por: ortiz.2007/08/29 03:00:00 GMT+2
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