Me irrita cada vez más la hipocresía desbordada con la que los medios de comunicación tratan la muerte de los famosos, estructurales o circunstanciales.
Estoy más que dispuesto a creerme que los compañeros y amigos del futbolista del Sevilla Antonio Puerta estén realmente afectados por su fallecimiento, sobrevenido en circunstancias tan conmovedoras. Pero me cuesta mucho tomarme en serio –o, por decirlo claramente, me abochornan, cuando no me producen risa– los excesos poético-plañideros de algunos periodistas, como el que el pasado miércoles dijo en una radio, henchido de emoción impostada: «¡Suyo es ya el firmamento, donde podrá jugar a sus anchas!». Por un momento traté de representarme a un futbolista en el firmamento, sin oxígeno y esquivando meteoritos. Surrealista.
Los hay capaces de decir lo primero que se les viene a la cabeza, con tal de que les parezca suficientemente efectista.
Con el fallecimiento de Francisco Umbral ha pasado tres cuartos de lo mismo. Vi (y oí) en CNN Plus a alguien de letras, no recuerdo quién –del grupo Prisa, eso seguro–, que soltó, secamente: «Umbral ha sido sobrevalorado». Metieron su afirmación a palo seco, como avergonzados, sin incluir las explicaciones que a no dudar añadió el declarante. Haciendo excepción de lo que yo mismo he dicho en alguna radio –con buen ánimo, pero sin ditirambos almibarados–, creo que ése fue el único juicio crítico audiovisual que ha merecido un personaje al que en vida despellejaron tirios y troyanos.
Y ya que hablo de tirios y troyanos: casi no hay crónica periodística sobre los incendios que están asolando Grecia en la que no se deje constancia enfática de que «lo peor de todo» es la muerte de tantas o cuantas personas. Hecha sobre el terreno, por los próximos de las víctimas, esa afirmación tendría muchísimo sentido. Pero, formulada desde el otro extremo del Mare Nostrum, a tantísima distancia, no pasa de ser un tópico absurdo. A los periodistas españoles, salvo que concurran en ellos circunstancias muy particulares, no les supone ningún drama especial que haya en Grecia 50 o 60 griegos más o menos. Estoy seguro de que a muchos les importaría más que el fuego destruyera algún monumento clásico. Y, en parte, no les faltaría razón: los humanos somos capaces de reproducirnos con bastante rapidez, pero los templos y estatuas de la Grecia clásica no se renuevan con la misma facilidad.
¡Unas decenas de muertos! Aquí los tenemos todos los fines de semana en las carreteras y pasan poco menos que desapercibidos. Salvo a sus allegados, a nadie se le ve particularmente compungido al inicio de la semana siguiente.
¿Llegará el día en el que nos decidamos todos a hablar de los muertos con el mismo desparpajo y la misma sinceridad que utilizamos para referirnos a los vivos? Supongo que no.
Javier Ortiz. El Mundo (3 de septiembre de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Fuegos olímpicos. Subido a "Desde Jamaica" el 28 de junio de 2018.
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