La Comisión Europea ha rechazado una demanda aprobada por amplia mayoría en el Parlamento Europeo en la que se solicitaba la suavización de las normas que impiden a los pasajeros de los aviones llevar en sus equipajes de mano líquidos contenidos en envases de más de 100 mililitros de capacidad.
Todos cuantos volamos con frecuencia tenemos nuestro particular anecdotario de situaciones ridículas producidas por esa reglamentación, que no sólo es drástica, sino también secreta. Yo sólo tuve problemas una vez, pero no por asunto de líquidos: me impidieron pasar un pequeño cortaúñas con el que ni siquiera el más feroz de los asesinos habría podido cometer ningún atentado. Le hice ver al guardia civil del control que la señora que me precedía, que llevaba unas uñas postizas dignas de Dolly Parton, contaba con un potencial armamentístico muy superior al mío. Me respondió que sin duda yo tenía razón, pero que él no estaba allí para juzgar las normas, sino para aplicarlas.
Cuanto más he ido sabiendo sobre esa reglamentación, más me he persuadido de que su función principal es, de un lado, intimidar a la población en general, moviéndola a admitir que se tomen toda suerte de medidas restrictivas de sus derechos y libertades, y de otro, dar la sensación de que los gobernantes no están cruzados de brazos y ponen mucho empeño en la lucha antiterrorista.
Pero mi interés principal de hoy no se refiere a los líquidos que cabe introducir en los aviones, sino al hecho de que, una vez más, la Comisión Europea, que es un órgano de mando pactado entre políticos profesionales, hace caso omiso de una resolución adoptada por el Parlamento Europeo, que es el teórico foro de teórica representación de la teórica ciudadanía de los países miembros.
Son los casos así los que fomentan la idea de que los centros rectores de la UE constituyen una superestructura estratosférica, en la que unos señores y alguna señora que se identifican entre sí como expertos se dedican a misteriosas manipulaciones de las que sólo dicen lo que les da la gana, por lo común en forma de órdenes inapelables.
En realidad, todos los órganos de mando político responden a ese mismo esquema, pero cuanto más alto se sitúan en la pirámide del poder, más ajenos y distantes se ven. Casi todas las noticias que llegan al gran público procedentes de Bruselas hablan de restricciones, prohibiciones y limitaciones. ¿Cómo va a simpatizar nadie con ese tinglado?
El principal problema de la UE es que está hecha de los retales que dejan los distintos estados después de que cada uno se ha cortado su traje a la medida.
Los estados cuentan con una buena coraza protectora: los patriotismos, que todo lo perdonan. Pero el patriotismo europeo está por inventar, y la UE hace lo posible por impedir que nazca.
Javier Ortiz. El Mundo (10 de septiembre de 2007). Hay también un apunte que trata el mismo asunto: Aburrida UE. Subido a "Desde Jamaica" el 28 de junio de 2018.
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