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2007/12/15 05:30:00 GMT+1

Unívocos y equívocos

Hace poco se hizo público un estudio –es probable que hayáis oído hablar de él– que da cuenta, entre otras cosas, de las muchas dificultades que tienen los jóvenes españoles para entender los textos que leen.

Supongo que el estudio en cuestión será objetable, como suelen serlo casi todos los de ese género. Cabe preguntarse, por ejemplo, qué textos habrán utilizado sus autores para calibrar la capacidad de comprensión lectora de los jóvenes españoles. Porque hay textos que son complicados de entender, pero no por las escasas entendederas de quien lee, sea joven o viejo, sino porque están rematadamente mal  escritos. Los periódicos ofrecen todos los días un abundante muestrario. (Me jugaría una comida a que el propio estudio que comento incluye párrafos que son difíciles de entender porque están mal redactados. Pero no lo haré: me horroriza la posibilidad de ganar la apuesta y tener otro ágape más en estas tan señaladas fechas.)

En todo caso, yo también creo que hay un amplio sector del personal, en general –no me atrevería a hacer distingos por edades–, al que le cuesta lo suyo entender lo que lee, o que no lo entiende, sin más. Lo digo por propia experiencia.

Ya sé que hay veces que me explico mal, por más que corrija una y otra vez todo lo que escribo, pero no creo exagerar demasiado si digo que, por lo común, no es complicado entenderme. Que coloco en su sitio los sujetos, los verbos y los complementos, y que mi léxico es aceptablemente preciso.

Bueno, pues da igual. Tengo comprobado que una porción nada desdeñable de mis lectores interpreta mis artículos como se le pone, con independencia de lo que yo haya escrito. Con lo cual, a veces me llegan críticas que me dejan perplejo. “Pero, ¿cuándo he dicho yo eso?”, me pregunto. Y releo el artículo criticado y me respondo: “Nunca”.

El mes pasado, en medio de uno de los follones hospitalarios en los que me vi envuelto y de los que me desenvolví malamente, leí en algún periódico una noticia en la que se contaba que en un examen le preguntaron a un crío: “¿Cuántos continentes hay?” Y que respondió: “No sé la cantidad exacta. Hay muchos por toda España. Pero ahora se llaman Carrefour”.

Mucha gente lee lo que espera leer. Lo que piensa que piensa el otro. O lo que mejor le encaja en su armario mental.

Y si tiene barbas, San Antón, y si no, la Purísima Concepción.

No es necesariamente que no sepa leer. Es que tiene las meninges demasiado condicionadas.

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Retirada de autobombo.– Como di cuenta de lo contrario, ahora me toca retroceder. En la encuesta sobre aceptación de los columnistas y dibujantes de Público que está realizando Ignacio Escolar en su blog, ya no ocupo el número 1. Me comunica una amiga, y he comprobado que es verdad, que voy en segundo lugar. La verdad es que sigue estando muy bien.

Escrito por: ortiz.2007/12/15 05:30:00 GMT+1
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2007/12/13 05:29:00 GMT+1

Cosas de los papeles

Hace algunos días prometí relatar aquí algunos chismes sobre la situación interna de varios medios de comunicación. No son gran cosa, pero contaré lo que sé. O, mejor dicho, la parte que puedo contar de lo que sé.

Un asunto está ya bastante aireado. ABC tiene a su director en la cuerda floja. El grupo Vocento quisiera poner a otro, pero el accionista minoritario, la familia Luca de Tena, veta el cambio. En este batiburrillo los dos aspectos que vale la pena subrayar son, por orden de importancia, que las ventas de ABC están en caída libre (primero, principal y confirmado) y que Vocento, por lo que me cuentan (segundo aspecto, secundario y sin confirmar), tiene la idea de que el director adecuado para sacar a ABC del agujero podría ser Casimiro García Abadillo, actual no-sé-qué de El Mundo.

Mi diagnóstico es que El Mundo se va a hacer (en buena medida, se ha hecho ya) con la parte del león de la prensa de derechas (descaradamente de derechas) con sede en Madrid, pero tampoco me extrañaría que García Abadillo, que ha ejercido durante los últimos años de gran visir Iznogoud en el periódico de Pedro J. Ramírez (dicho sea para solaz de quienes conozcan al personaje de los tebeos franceses), se esté impacientando y quiera ser ya califa, aunque sea de un califato menor.

El segundo asunto que quizá os interese (u os divierta) saber es que, al parecer, Público está robando más lectores a El Mundo que a El País en la franja que cabría llamar “de segundos lectores”. Es decir, que la gente que opta por comprar Público además de su periódico de siempre lo hace más a expensas de El Mundo que de El País. Es curioso, teniendo en cuenta que la dirección de El Mundo contaba con Público para hacerle “pinza” a El País. De momento, parece que las cosas no van por ahí.

Lo que no quiere decir (y ése es el tercer y último punto que voy a comentar hoy) que en El País reine la alegría. Ni mucho menos.

Para empezar, y dicho sea en atención a quienes me reprocharon mi supuesta suspicacia excesiva cuando hablé de la supresión de los editoriales gráficos (que no chistes) de Máximo: mis suposiciones estaban más que fundadas. Ni lesión de la mano ni problemas familiares ni gaitas. Se lo han quitado de encima, y además de mala manera.

En segundo lugar, hay gran preocupación entre los jefes de la cosa porque, pese a toda la costosísima campaña promocional de “el diario global” (con sus platos de Chillida, sus potes de Forges, sus relojes de no sé quién y todo el resto de la parafernalia) no han crecido en ventas. Un 1%, dicen los más forofos.

Las diversas familias internas se llevan cada vez peor. Entre los accionistas hay diferencias no sólo de criterio, sino incluso de humor. Dentro de la propia redacción el ambiente es tirando a desagradable, cuando no hostil. Bastante gente de la de siempre no entiende a qué están jugado Cebrián y sus súbditos de reciente hornada, incluido el nuevo director, empeñados en tirar zancadillas al gobierno de Zapatero. “¿Creen que con el PP nos iría mejor?”, me comentó un veterano redactor. Los hay que hacen irrisión de que Rajoy haya citado a Cuatro como medio televisivo independiente, por oposición a TVE. “Si ya hasta Rajoy nos prefiere…”

Bueno, ya seguiré contando cosas. Las que pueda comentar sin dejar con el culo al aire a mis amigos.

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Me han divertido los comentarios sobre el Apunte de ayer. No sé por qué algunos dan por sentado que mi pequeño relato presentaba como ejemplar el comportamiento del conocido de Gervasio. Hay veces que quienes escribimos nos limitamos a proponer un asunto abierto: abierto a las interpretaciones, a los enfoques, a los juicios, a las suposiciones... A las reflexiones personales, en suma.

Os voy a hacer una confidencia. El cuentecillo (que escribí hace un año, aunque lo sacara ayer) me vino inspirado por la historia que me contó un amigo. Llevaba liado desde hacía bastante con una mujer casada. Él la quería, y mucho, pero sabía que la relación le estaba haciendo polvo a ella, desgarrada por conflictos internos, pero incapaz de cortar con él. De modo que fue él el que, como acto de amor, rompió la relación.

Cuando me lo contó, pensé: "Con un asunto así ya se hizo una película. Se llamó Casablanca".

Escrito por: ortiz.2007/12/13 05:29:00 GMT+1
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2007/12/12 11:00:00 GMT+1

El hombre que una vez trató bien a una mujer

Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán. Dice que quiere presentarme a un vagabundo con el que entabló conversación hace unos días en la Gran Vía, en Madrid, y que le parece muy singular.

–Pretende que conoce a un hombre que una vez se portó bien con una mujer.

Tardo un rato en asimilar la cosa.

–Y eso ¿qué tiene de especial? –le respondo.

–Pues ahí está lo curioso, Ortiz –Gervasio siempre me llama por mi apellido–. Él lo cuenta como si fuera una rareza exotiquísima. Y acaba haciéndote dudar de que no lo sea. Habla con él y verás.

Si hay algo de lo que carezco escandalosamente en estos últimos tiempos es de tiempo. Incluso más que de dinero, que ya es decir. Mi agenda parece un tomo de las páginas amarillas: «Escribir a...», «Telefonear a...», «Mandar artículo a...», «Responder a...», «Quedar con...». Y eso, cuando uno está  a punto de cumplir los 60, resulta abrumador. Física y psicológicamente.

Pero Gervasio ha conseguido intrigarme. Así que le digo que bueno, y quedamos para charlar con su reciente amigo en un viejo café cercano a la Gran Vía.

Llego puntual, como siempre, y me topo con el desagradable hecho de que Gervasio ya está allí con su amigo.

–Te tengo dicho, Gervasio, que ser puntual consiste en llegar en punto; no antes.

Su amigo me mira como si le pareciera un cerdo de dos cabezas, o algo semejante. Se ve que no tiene el vicio de la puntualidad, como yo. O que no acostumbra a toparse con cerdos, que todo es posible. No tiene aspecto de clochard. Para vivir en la calle, sin techo, tiene un aire más que pulcro.

Me siento a su lado. Le sonrío, para no resultar del todo antipático, y le digo que Gervasio me ha hablado de la historia que le contó.

–Seguro que le ha parecido una bobada, de entrada. Pero no lo es. Usted se pensará que hay millones de hombres que se han portado bien con millones de mujeres. Pero se equivocará, si cree eso.

–¿...?

–Toda relación entre personas presenta altibajos, matices, actitudes complejas...

Según le oigo soltar eso, miro furtivamente a Gervasio. Mi mirada dice: «¿De dónde te has sacado un vagabundo que habla en estos términos?» Gervasio me devuelve otra mirada que dice: «¿Lo ves? Ya te había avisado.»

–...Y en esas relaciones se producen momentos positivos, más o menos circunstanciales. Pero yo no me refiero a hechos de ese género. Yo hablo de un acto único, sin vuelta atrás, definitivo, absoluto, sin matices. De un acto maravilloso, casi milagroso, que dejó sorprendido incluso a su propio autor.

–¿Y cómo fue eso?

–No es fácil de explicar. Y ya sé que usted no tiene demasiado tiempo. Se lo contaré rápido, por si le sirve para alguna de las cosas ésas que escribe. Me gustaría que la relatara. La cuestión es que mi conocido tenía una relación amorosa muy intensa con la mujer con la que vivía. Intensísima. La adoraba. Quería su cuerpo, quería su alma, sus palabras, sus risas, sus gestos... Todo. Pero poco a poco fue dándose cuenta de que ella, aunque se dijera satisfecha del trato que le daba, estaba languideciendo. Su relación con él no la vivificaba: la consumía. ¿Por qué? Mi conocido, por más vueltas que le daba, no acertaba a averiguarlo. Y ella lo negaba. Pero era evidente. Y, como la adoraba, verla apagarse poco a poco le dolía de muerte. Acabó convencido de que el problema, fuera cual fuera, estaba en él. ¡Era él quien la estaba matando! De modo que decidió desaparecer.

–¿Dejarla?

–¡No, hombre! ¡Eso nunca! Desaparecer.

–¿Suicidarse?

–En cierto modo. No físicamente. No quería causarle un dolor tan grande. Lo que hizo fue escribirle una nota diciéndole que había conocido a otra mujer, que se había enamorado de ella y que se iba. Y se fue.

–¿Adónde? –le pregunté, intrigado.

Se hizo un silencio espesísimo.

Al final, levantó la vista de la taza de café, me miró muy fijo y me dijo:

–¿Quiere saber adónde, realmente? Pues se lo digo: a aquí.

Y dejó escapar una furtiva lágrima.

–Gracias por contármelo. Lo escribiré –quise consolarlo.

Y aquí está.

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Nota de régimen interno.– Por si os extrañáis de lo tarde que he actualizado hoy mi web: me he dormido. Estuve anoche con unos colegas hasta muy entrada la noche. Pero lo peor es que todo lo que véis estaba ya escrito de víspera. Se me pasó "subirlo" anticipadamente.

Escrito por: ortiz.2007/12/12 11:00:00 GMT+1
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2007/12/11 06:40:00 GMT+1

Barrios de mala saña

En El dedo en la llaga de hoy, en Público, me refiero a cuán frecuente es que algunos barrios bien situados, ya sea en grandes capitales o en ciudades de mucho atractivo turístico, se vean abandonados por la autoridad mal llamada “competente” y cómo ese abandono facilita su degradación inicial y su posterior conversión en áreas de lujo, rentabilísimas económicamente para quienes asisten como cuervos a la muerte del viejo barrio.

Es muy difícil demostrar que esos procesos son perpetrados deliberadamente, y por eso me he cuidado de afirmar que ése sea el caso del Cabildo de Arriba santanderino, pero parece aplicable a lo que allí está sucediendo el viejo dicho según el cual “si anda como un gato, ronronea como un gato y tiene forma de gato, lo más probable es que sea un gato”. Visto el asunto del Cabildo de Santander por sus trazas exteriores y sus efectos, cualquiera diría que lo están haciendo a posta.

De todos modos, hay degradaciones y degradaciones. Y épocas y épocas. A juzgar por lo que me ha tocado vivir de cerca, para mí que el peor momento para los barrios de este estilo se vivió allá por la década de los ochenta del pasado siglo, cuando nos invadió el consumo de heroína.

Habitaba yo a la sazón en el barrio de Malasaña, en Madrid, en una calle en la que, por las razones que fuera, se daba cita lo más tirado de la zona. Parecía increíble que estuviéramos a muy pocos metros de la Gran Vía.

La desesperación de los yonquis a la búsqueda de caballo era tan fuerte que cualquier cosa resultaba posible. Hubo un día que mataron a una viejecita para robarle el televisor. A mí me entraron desde el tejado para mangarme un vídeo. Y eso que a un paso de mi casa había un prostíbulo regentado por varios policías nacionales.

La situación era tan violenta que hasta yo mismo me vi abocado a extremos disparatados. En una ocasión, una amiga me telefoneó desde el bar de enfrente para decirme que no podía atravesar la calle porque un grupo de pirados le cerraban el paso. Bajé a la carrera, armado con un machete de grandes dimensiones, de ésos que se usan para abrirse camino en la selva, y me enfrenté al grupete, fingiendo que estaba aún más chalado que ellos y que no me importaba una mierda llevarme a cualquiera por delante. Por fortuna, se lo creyeron.

Mi límite de resistencia llegó en dos tiempos. El primero fue amargo, pero relativamente pacífico. Llegaba de noche a mi casa cuando un chaval con una pinta de yonqui que tiraba de espaldas se me plantó delante apuntándome con una navaja y gritándome que le diera la cartera. Le dije que se calmara, que le daría el dinero, pero que no llevaba cartera (cosa que era verdad: lo que hacía por entonces, en previsión de situaciones como ésa, era meterme el dinero en el bolsillo y esconder el DNI y la tarjeta de crédito en los calcetines). Le di las 2.000 pesetas que tenía y se largó.

El segundo episodio fue más problemático. Como 15 días después y también de noche, me aparece delante el mismo tío, en idéntica actitud amenazante.

El resto fue muy diferente. Para empezar, yo llevaba 12.000 pesetas, que era todo lo que tenía para acabar el mes. En segundo lugar, estaba de un humor de perros. De modo que, inconsciente de mí, en vez de darle el dinero, lo que le di fue un puñetazo en la cara. A continuación, salí corriendo.

Se levantó y se vino a por mí pero, como estaba en bastante mejores condiciones físicas que él, conseguí sacarle ventaja y eludir su persecución.

Al día siguiente, cuando reflexioné con calma sobre lo sucedido, me di cuenta del lío en el que me encontraba. Seguro que el menda se había quedado con mi retrato. Era perfectamente posible que la siguiente vez que me viera, y sin mediar palabra, me metiera la navaja por los riñones.

De natural miedica, me asusté mucho y decidí abandonar Malasaña. En cosa de nada, me planté a vivir en Colmenar Viejo, a 30 kilómetros de distancia.

Es una anécdota chorra, pero ilustra sobre el asunto que he mencionado al arranque.

Son diversas las situaciones que pueden provocar que los vecinos de ese tipo de barrios los abandonen y dejen el espacio libre para la especulación inmobiliaria: que merodee gente bronca, o tirada, que todo esté sucio, que el ruido sea insufrible, que las casas no se tengan de pie… Con frecuencia, todo ello a la vez.

Hace muchos años que no paso por el lugar del centro de Madrid, a un tiro de piedra del kilómetro 0, donde sufrí los dos asaltos que he relatado, pero no me extrañaría nada que ahora aquello se encuentre mucho mejor iluminado, limpio y protegido… y que los precios de las viviendas circundantes estén por las nubes.

Escrito por: ortiz.2007/12/11 06:40:00 GMT+1
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2007/12/09 06:30:00 GMT+1

Muertos sin permiso

Desde donde escribo estas líneas, en una vieja casa del centro de Santander, se ven, incluso de noche, al otro lado del patio, las ruinas del edificio que se derrumbó ayer. En el desastre perdió la vida una anciana y, según todas las trazas, también dos hombres que estaban con ella y a los que siguen buscando entre los escombros.

Dice la autoridad del consistorio santanderino que el derrumbe pudo deberse a unas obras que se están realizando “más allá de la autorización municipal” en un edificio colindante.

En los últimos años, en este mismo barrio ha habido cinco derrumbes. Cinco. Hace pocas semanas, cedió el techo de un piso de la propia calle en la que estoy ahora. Se comenta por aquí que fue a resultas de las vibraciones producidas por una pala excavadora. Tiene bemoles: ¡vivimos en casas que no aguantan la vibración causada por una excavadora!

Pero lo verdaderamente extraordinario es ese “más allá de la autorización municipal” que he mencionado antes.

Por si no lo sabéis, os diré que el edificio que se cayó ayer está (o estaba) a unos 300 metros del Ayuntamiento de la capital de Cantabria, contados en línea recta a partir de su puerta de entrada. O sea, que las obras que se supone que han provocado el siniestro quizá estuvieran “más allá” de su autorización, como dicen los jefes del consistorio, pero de lo que no hay duda es de que estaban delante de sus mismísimas narices. ¿Me quieren contar que, sabiendo que se trata de un barrio francamente decrépito, no tienen a nadie que inspeccione las obras que se realizan, por si van “más allá” de lo autorizado?  ¿Y qué pasa con las obras que están “más acá” de lo autorizado? ¿Pone el Ayuntamiento a alguien con conocimiento de causa que elabore estudios periciales sobre su seguridad y se haga responsable de lo que avala? ¿Cuántas obras hay por aquí que están “más allá de la autorización municipal”? ¿Cómo sé que esta misma casa en la que me hallo no se va a venir abajo dentro de nada por culpa de cualquier obra de ésas que se emprenden “más allá de la autorización municipal”?

Por resumir: ¿de qué les vale a las víctimas saber que se han venido abajo sin el debido permiso?

Escrito por: ortiz.2007/12/09 06:30:00 GMT+1
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2007/12/07 08:25:00 GMT+1

Contra el subjetivismo

“Este pueblo ha optado por su independencia”.

La frase fue pronunciada el pasado martes por una portavoz de Acción Nacionalista Vasca.

Como la oí por la radio y el noticiario no aportó mayores precisiones (o quizá sí y yo no me enteré), traté de averiguar en qué pueblo se hallaba la vocera de ANV cuando hizo esa afirmación, porque lo mismo era verdad y se trataba de un municipio cuyos habitantes se han declarado mayoritariamente independentistas. Pero no, la cosa no iba por ahí. Se refería al pueblo vasco.

Aclarado lo cual, me vino dada la siguiente duda: “¿Se creerá lo que dice?”

El subjetivismo es una disfunción del raciocinio lamentablemente frecuente. En la vida en general y en política en particular.

Cuando decidió establecer relaciones diplomáticas con la URSS, Francisco Franco, hombre de escasas dotes oratorias (aunque experto asesino: reconozcamos a cada cual sus habilidades), tuvo el acierto de explicar con directa sencillez por qué lo hacía: “Las cosas son como son –dijo–; no como quisiéramos que fueran”. Qué gran verdad.

Así es. Y porque es así, convendría que todos nos atuviéramos a los hechos.

El pueblo vasco no ha optado por su independencia. Para empezar, porque nadie le ha pedido que se manifieste expresamente a ese respecto en las urnas (y de ahí que algunos sigamos hablando del derecho de autodeterminación, o del derecho a decidir, como otros prefieren llamarlo ahora). Y en segundo lugar, porque los signos externos que podrían dar cuenta de sus sentimientos mayoritarios sobre el particular (por ejemplo, a qué partidos vota en las elecciones a las que sí es convocado), no apuntan en esa dirección. Su voto no es mayoritariamente independentista, cosa que queda todavía más clara si –y supongo que ANV no tendrá nada en contra– incluimos lo que vota la población de Navarra y la de los territorios vascos que están bajo jurisdicción del Estado francés.

O sea, que el pueblo vasco es el que es, y no el que los unos o los otros quisiéramos que fuera.

Pero no es sólo alguna gente de ANV la que fabrica construcciones subjetivas y se las cree, o hace como si.  Estos últimos días me he hartado de oír a toneladas de políticos y politicastros españoles empeñados en contarnos que ETA tiene que darse cuenta de que “jamás conseguirá sus objetivos por la vía de la violencia”. Como si por la vía pacífica existiera un cauce por el que fuera posible lograrlos. Como si la Inmaculada Constitución, cuyo puente celebramos en estos días, no depositara en las Fuerzas Armadas españolas la función de impedirlo (de volver a impedirlo, mejor dicho), por las buenas o por las malas.

Escrito por: ortiz.2007/12/07 08:25:00 GMT+1
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2007/12/06 07:00:00 GMT+1

Rollos del abuelito (part one)

Hace un rato (transito ahora por la madrugada del 6 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Constitución) estaba escribiendo otro artículo y me ha venido al recuerdo un episodio de mi vida que, visto con distancia, tiene lo suyo de cómico.

La cosa sucedió en julio de 1974. Por aquel tiempo yo residía oficialmente en París y tenía papeles de refugiado político, lo que me colocaba bajo la autoridad de la Oficina Francesa de Protección de Refugiados y Apátridas (OFPRA), organismo dependiente de las Naciones Unidas.

Pese a ello, y por razones políticas que sería largo y tedioso explicar, hube de darme un garbeo clandestino por España que me llevó por Madrid, Andalucía, Aragón y  Cataluña, antes de volver para Francia.

Había un grupo de jóvenes montañeros que debían dirigir mis pasos por el Pirineo, a la altura del monasterio de Núria, para dejarme en el otro lado de la frontera. El “operativo” era el siguiente: dos mozas pasaban en coche por el puesto de Puigcerdà llevando mi maleta, en la que iba (entre otras cosas) mi documentación verdadera, para recogernos según bajáramos de la montaña por el lado francés. Sencillo.

Lo que sucedió es que no bajamos porque, entretanto, se había producido un suceso imprevisto: a Franco le dio su primer patatús flebítico, el Gobierno de Arias decretó un estado de alerta general… y nosotros nos encontramos en Núria, para nuestra sorpresa, con dos guardias civiles que estaban donde no debían. Les parecimos sospechosos (con razón) y decidieron detenernos. Yo portaba documentación con mi foto muy bien puesta y sellada, pero expedida a petición de un joven de Calatayud, de cuyo nombre no quiero acordarme.

El caso es que las dos chavalas que estaban esperando al otro lado de la frontera, no sé exactamente en dónde (allá por Eyne, supongo), se encontraron con que no aparecíamos, cosa que no estaba prevista. Al cabo de las horas, cuando ya no vieron más posibilidad que regresar a sus casas de Barcelona, como no sabían qué hacer con mi maleta, decidieron buscar un agujero en el terreno montañoso y enterrarla.

Allí se quedó, con mi ropa y objetos de aseo, varias casetes de música folclórica castellana (sic), un disco de Serrat que había comprado en el Drugstore de la calle Fuencarral de Madrid (“Per al meu amic”, si mal no recuerdo) y mi documentación auténtica.

Inicié entonces un periplo tirando a agitado, que me hizo conocer las cárceles de Girona, Barcelona (La Modelo), Lleida, Zaragoza y Alcalá (éstas durante poco tiempo) y, finalmente, Carabanchel, donde estuve recluido hasta ser puesto en libertad, tiempo después, en condiciones no menos rocambolescas.

Según conseguí salir de la cárcel, mi primera preocupación fue: ¿y mi maleta? Tenía que regresar a Francia por razones igualmente liadas (no cabe explicarlo todo en un solo artículo) y necesitaba mis papeles.

Lo más rápida pero discretamente que pude, entré en contacto con las dos mozas que habían escondido mis pertenencias en Francia. Les pedí que fueran a buscar la maleta. Y lo hicieron.

En su descargo he de decir que habían pasado muchos meses.

Al cabo de algunos días, me mandaron un mensaje que decía: “Lo sentimos. En el sitio en el que escondimos lo tuyo, ahora hay una carretera”.

Pedí confirmación del mensaje, porque no lo entendí a la primera. Era exactamente eso. El sitio del bosque ya no era bosque.

No me diréis que no tiene su cosa: ¡toda mi historia de refugiado y apátrida, asfaltada!

No podía pedir copia de los documentos, porque en cuanto la OFPRA removiera el asunto se enteraría que yo había hecho lo que ningún refugiado puede hacer: regresar al país del que ha huido.

Así que hube de volver a camuflarme. Dejé de ser un licenciado en Filosofía de Calatayud para convertirme en un arquitecto parisino apellidado Laurent.

A esa personalidad le cogí verdadera afición. Me divirtió pasar por francés.

Pero esa otra batallita lo mismo os la cuento el año que viene.

Escrito por: ortiz.2007/12/06 07:00:00 GMT+1
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2007/12/05 07:10:00 GMT+1

Cocidito madrileño

Ayer concedieron un premio Ondas a Javier Vizcaíno por la originalidad periodística que encierra el espacio El cocidito madrileño, que Radio Euskadi viene poniendo en su sintonía desde hace siete años. Tuvimos un programa especial nocturno en Ganbara, con Dani Álvarez, en el que algunos contertulios de la radio pública vasca cantamos loas diversas al organizador y presentador de Más que palabras, líder de audiencia en Euskadi.

Seguro que alguien se pensaría que le hicimos la pelota. En mi caso, la admiración profesional y el cariño personal van de la mano y se sostienen mutuamente. Me resulta tan difícil hablar bien de alguien de esta profesión mía que, cuando me parece de justicia, me forro.

Dije que lo de Vizcaíno es un fenómeno que parece femenino. Que, de la misma manera que se afirma (y con razón) que para que una mujer triunfe profesionalmente en cualquier rama laboral tiene que ser dos veces más competente que los hombres que la rodean, para que obtenga parabienes a escala de España entera alguien que trabaja para una radio pública y vasca (no he escrito “pública vasca” sino “pública y vasca”) ha de demostrar que vale más que la casi totalidad del resto. Como es el caso.

Admito que hay una parte del premio que siento como propia. No sólo porque participo en las tertulias de su programa, sino también porque fui el editor de su primer libro del Cocidito, con cedé incluido, y porque mi hermano Josemari, fallecido la pasada semana, fue el ilustrador de sus humoradas.

Ver a Vizcaíno metido en medio de chez Polanco, rodeado de tanta gente con Prisa por llegar a la cumbre, me hizo franca gracia. Como un pulpo en un garaje.

Post data.- Me preguntaba ayer una buena amiga en Bilbao por qué no había escrito horas antes ningún Apunte de éstos. Se lo expliqué y os lo cuento para que os hagáis cargo.

Ayer me levanté a las 5 de la madrugada, como suele ser mi costumbre. Acto seguido, escribí dos columnas de adelanto para Público. Cuando me disponía a redactar un Apunte para este blog me avisaron de Ràdio Quatre que iban a meterme en antena con la intención de que comentara las historias sobre la hipotética ilegalización de ANV. Lo hicieron.

Según acabamos con eso, tuve que prepararme a toda velocidad para salir hacia Barajas, alias T-4. Fui. Tuve en el ínterin varias conversaciones telefónicas. En el avión, me quedé roque. Llegué a Bilbao. Hice varios recados. En una conocida cafetería del centro bilbaíno me tocó aconsejar a una camarera, estudiante de periodismo. Le sugerí que cambiara de estudios y se hiciera fontanera, o electricista.

Tuve luego una muy agradable comida con una amiga y colega. Fui a la televisión. Me divertí diciendo (y haciendo) gamberradas.

De ahí, otra vez al aeropuerto. Vuelo de regreso a Madrid, a donde llegué justo a tiempo de tener dos largas conversaciones telefónicas amistosas antes de que sonara mi línea RDSI para entrar en el programa especial de Radio Euskadi antes referido. Hora y media en antena.

Según terminé con eso, me fui a la cama para dormir unas horas. Me he levantado a las 05:00 para escribir, volver a entrar en Ràdio Quatre a las 07:10 y prepararme para estar fresco e informado en la tertulia de Radio Euskadi a las 08:30.

Hoy no he hablado con Gervasio Guzmán, pero estoy seguro de lo que me diría: "¿Y todavía te quejas de que te marginan?".

Escrito por: ortiz.2007/12/05 07:10:00 GMT+1
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2007/12/03 05:20:00 GMT+1

El mínimo común

Ayer me olvidé de mencionar entre los insufribles tópicos político-periodísticos el de “se debate entre la vida y la muerte”. No conozco a nadie que no se debata entre la vida y la muerte. Es “la fiesta brava del vivir y del morir. Lo demás sobra”. (Lo dijo Blas y amén, punto redondo.)

Pero, y por ir a lo concreto: lo que me ha puesto más de los nervios en las últimas horas ha sido el empeño de nuestros próceres en ampliar al máximo nuestro mínimo común.

Si se trata de determinar en qué puede estar de acuerdo la inmensa mayoría de los españoles de origen (descartemos el disparatado “todos”, por directamente imposible), conviene ser prudente y no excederse.

Por ejemplo: ayer, el vicario general castrense, o lo que hostias fuera el tipo que sermoneó en el funeral del guardia civil asesinado en Capbreton, se pasó diez pueblos en su homilía, dando por supuesto que todos compartimos sus rarezas nacional-católicas.

En rigor, el problema es previo. ¿Por qué el Estado tiene que organizar unas honras fúnebres católicas? Si el finado era católico, o islamista, o masón, o comunista, que los suyos le homenajeen como lo consideren más oportuno, pero aténgase la autoridad al mínimo común, que debe hacer abstracción de las peculiaridades del difunto y quedarse con lo que tenía de incontrovertible: era un funcionario público que estaba realizando una labor que le había sido encomendada por el Estado y perdió la vida en el intento.

Otra pavada insufrible: ¿por qué pretenden que los asesinados mueren por decisión propia? “Fulano dio su vida”… ¿La dio? ¡Y una mierda! Se la quitaron.

Se puede decir de alguien que dio su vida cuando tuvo elección y pudo optar por lo contrario.

Si sales de una cafetería y un terrorista te aparece por detrás y te pega cuatro tiros en la cabeza, no has elegido nada, ni has dado nada. Te lo han robado.

Escrito por: ortiz.2007/12/03 05:20:00 GMT+1
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2007/12/02 06:08:00 GMT+1

Con licencia para matar

Las preclaras mentes pensantes del PP, incluidos sus más postineros estrategas mediáticos, daban por hecho que ETA no iba a realizar ningún atentado mortal antes de las elecciones generales venideras, para no dificultar la reelección de Zapatero.

Parece mentira que, después de tantos años, sigan sin conocer cómo funciona ETA. (¿O será que fingen que no lo saben?)

Casi todos los analistas mediáticos capitalinos tienden a relacionar los atentados de ETA con tales o cuales vueltas o revueltas de la política española: que si el uno es respuesta a esta detención, que si el otro pretende incidir en el debate parlamentario en curso, que si el de más allá busca dinamitar la reunión de Mengano con Zutano… Se equivocan. A los dirigentes de ETA (a las sucesivas hornadas de direcciones de ETA), las coyunturas políticas les dan igual. No se interesan por ellas. Además, serían incapaces de captar sus matices, aunque lo pretendieran. Ellos sólo se enteran de lo suyo. El resto les resbala.

Hace muchísimos años tuve ocasión de hablar con uno de ellos en la cárcel. Discutimos sobre un asunto de éstos y zanjó la polémica diciendo: “Cuando hemos decidido actuar, actuamos. No da igual que el momento os parezca más oportuno o más inoportuno. No nos interesa la política española.”

Por lo que llevo oído de lo ocurrido ayer, deduzco que los integrantes del grupo de ETA habían detectado la operación de vigilancia policial en la que participaban los dos guardias civiles madrileños y decidieron invertir los papeles de cazados y cazadores. Dad por seguro que en el momento en que realizaron esa opción no pensaron ni por un segundo ni en las elecciones de marzo de 2008, ni en la sentencia del sumario 18/98, ni en Otegi, ni en la Y vasca, ni siquiera en los presos de su propia organización. Se vieron acosados, sabían que la tregua está rota y que tenían licencia para matar. Así que la usaron. A ellos les importan un bledo las repercusiones que pueda tener su acción. Están demasiado acostumbrados a apuntarse a la lógica de la “socialización del dolor” y a la del “cuanto peor, mejor”. A la “agudización de las contradicciones”, que se decía en tiempos.

Pero que a ellos no les importe qué consecuencias políticas puedan derivarse del tiroteo de Capbreton (precioso puerto pesquero y recreativo que, por mucho que pretendiera ayer la edición digital de El Mundo, no está en Alemania, sino en el cantón de Saint-Vincent-de-Tyrosse, en Las Landas francesas), las producirá, aunque probablemente no tan importantes como las que los gurús del PP asignaban a un hipotético atentado mortal. Incluso puede actuar en contra de la dirección de sus análisis. Por ejemplo, si son muchos los electores que concluyen que esto demuestra que no hay ninguna “confluencia táctica” entre el Gobierno de Zapatero y ETA, en contra de lo tantas veces repetido por los Acebes, Zaplanas y demás Losantos.

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 Ya sé que el asunto es de importancia menor, pero no me resisto a dejar constancia de la ínfima calidad de las reacciones de los políticos del establecimiento frente al atentado. Su apego a los tópicos es abrumador. Para ellos, todo atentado de ETA es necesariamente “vil” y “cobarde”, y todos sus crímenes “execrables”. Tienen una lista de adjetivos de obligado cumplimiento de la que no se apartan ni aunque los aspen.

Quizá su inclinación más disparatada es la que les lleva al uso apabullante del “todos”. Hablan sin parar en nombre de “todos los españoles”. Si fuera cierto que a “todos los españoles” les repugna el asesinato de Capbreton, como dijeron ayer cada dos minutos, ¿qué nacionalidad suponen que tienen quienes dispararon? ¿Han llegado a la conclusión de que los vascos no son españoles? Estaría bien que lo dijeran.

¿Y cómo saben que no hay una porción de la ciudadanía española a la que la muerte a tiros de un guardia civil en misión especial le deja tan fría como la de los consabidos veintitantos automovilistas de cada fin de semana o como la de los enésimos cingaleses, indonesios o paquistaníes de cada inundación?

Mienten. Me consta. No pueden afirmar que “todos los españoles” sienten esto o lo otro, porque a mí –al menos a mí– no me han pedido que les diga lo que siento. Tampoco esta vez.

Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en Público: Con licencia para matar.

Escrito por: ortiz.2007/12/02 06:08:00 GMT+1
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