Después de las últimas elecciones generales el fantasma de la Razón de Estado nos sobrevuela. Y tiene esas caras que ven ahí arriba, en la portada del periódico económico del país, que es como decir el diario de la religión del Reino.
Caras de señores viejos. Un campo de nabos muy serio.
Decía el periodista Javier Ortiz que la Razón de Estado (o el sentido de Estado, o la responsabilidad de Estado, hay muchas variantes) “no es otra cosa que la tendencia del Poder a saltar por encima de toda regla cuando eso le conviene.” Así queda patente que lo prioritario no son las reglas (la Democracia) sino el fin (el propio Estado, el poder).
No es casualidad que Razón de Estado se utilice unas veces para invocar un pacto en nombre del bien de la República (sistema político), y otras para hacer referencia al uso de la ilegalidad en nombre del bien común por parte del Poder (como la guerra sucia).
Frente a la obligación del poderoso de mantenerse poderoso, surge nuestra necesidad de que deje de serlo. Frente a la apelación a la Razón y sus Pactos de Estado, entonces ¿debemos actuar de forma razonable?
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