*Este texto es un adelanto del trabajo que viene ocupando mis ratos libres los últimos tiempos. Una colección de textos que tratan sobre ciudad, memoria y vecindad. Aún sin nombre ni definición completamente cerrada. El recorrido que queda por delante es, al menos, tan largo como el que lleva recorrido y, por lo tanto, esto debería considerarse más un apunte de trabajo que un escrito cerrado. La cosa irá al principio, formando parte de un prólogo más amplio.
Salí del tren de cercanías y las bandadas de pájaros volaban de forma extraña. Cruzaban sus trayectorias con batir de alas espasmódico, formando figuras que parecían enhebrar nubes amoratadas que presagiaban tormenta. Pensé que, seguramente, la naturaleza quería decirnos algo que yo no era capaz de descifrar. Pensé en un agricultor leyendo aquellas señales en el firmamento. En el tren, de camino, había fijado la vista en uno de los famosos atardeceres de fuego de Madrid tras la ventana. Esos que, en realidad, están teñidos por los gases de la polución.
Pensé en el día que reparé en que el olor a suelo mojado que tanto me gusta en nada se parecía al olor a tierra mojada del campo. Y que el olor a tierra mojada de un descampado también se parece más a un olor de la tormenta en la ciudad que al de monte tras la lluvia de primavera. Curiosamente, el aroma del polvo mojado en el asfalto sigue evocándome cierto nexo con lo esencial.
Pensé en la fascinante sensación de estar en otro planeta al haberme sumergido en una noche estrellada sin atisbo de luz artificial. Cuando la galaxia puede tocar la tierra.
Aquella tarde hice el camino inverso, pensé para empezar a intuir por qué diantres paso tantas horas escribiendo sobre la ciudad.
No es este el sitio ni soy yo quien para dar una definición de ciudad. Disquisiciones hay tantas como miradas, de Ur a Sao Paolo, y pocas satisfarán a todo el mundo. En una ciudad, se dice, han de predominar las industrias (¿sí? ¿hoy?) y los servicios. Una ciudad puede estar en medio del campo pero no será nunca rural. Una ciudad es una entidad administrativa y política. Como una villa, una región un pueblo...Una ciudad es grande ¿cuánto? Tiene una densidad de población considerable, sus edificios son tirando a altos y hay muchos coches. Vale, bien, sé que son características poco precisas, como de andar por casa.
Estos pensamientos -las aves, el olor a tierra mojada- venían a mi cabeza durante uno de los paseos que dan origen a la mayoría de los textos aquí reunidos. Y son, precisamente, los tránsitos indescifrables de personas en la gran tramoya urbana los que construyen una ciudad. Y es, precisamente, la certeza de que la ciudad es lo que no es el campo (aunque sea como punto de partida de lo urbano) una de las pocas piezas robustas que tengo para definir lo que es una ciudad.
Una ciudad tendrá una posición central respecto de algo: a un entorno rural, a entidades políticamente subordinadas, tuvo una catedral y tiene hoy un centro financiero. Imagino que es esta posición central la que hace que muchas ciudades sean tan sumamente conscientes de si mismas. Sólo recientemente la población mundial que vive en el campo ha dejado de ser minoritaria frente a la que vive en áreas urbanas, y sin embargo llevamos toda la vida escribiendo sobre ciudades. La ciudad egocéntrica, protagonista de mitos desde que estos existen.
Yo no amo especialmente la ciudad, pero pertenezco a ella. Eso debe ser. No soy otra cosa la mayor parte del tiempo que un habitante de mi ciudad -Madrid, muy parecida a la mayoría de las grandes ciudades occidentales-y es ese el entorno en el que se desarrollan las cosas que amo, odio o me interesan. Las cosas sobre las que pienso en estos textos.
Amo la calle, que es casi lo mismo que decir -y así ha de entenderse en lo sucesivo-, que amo el hecho urbano. Pero una calle no es todo lo que tiene nombre de calle: las vías de un campus universitario, de un centro comercial o de un polígono industrial cuentan con placas que dicen serlo. Y no. Lo urbano entendido como lo que sucede en una calle. Una calle entendida como el lugar donde sucede lo urbano. Una explicación circular. Lo sé. Lean el libro.
Odio las relaciones de subordinación y poder, y la ciudad está esculpida sobre ellas. Fronteras, nítidas o etéreas, que separan a clases sociales y a otros grupos (mujeres, migrantes, heterodoxos). Odio los instrumentos de dominación que, cada vez más, utilizan el miedo paralizante como correa de control para reproducir las relaciones de poder. Pero tal como lo odio amo su reverso. La historia de las ciudades es también el camino de sus barricadas. Creo firmemente que el conflicto es parte inseparable de lo que una calle es, tanto como lo son las expresiones de solidaridad de sus vecinos.
Me interesan las construcciones sociales que constituyen las ciudades, a menudo tan complejas y mezcladas que sólo admiten aproximaciones. Precisamente por ello son tan interesantes. Me importan especialmente las asociaciones de escala lo suficientemente pequeña como para caber en mi cabeza. Ciudad es a sociedad lo que barrio a comunidad. Me interesan mucho más el vecino que el ciudadano y la vecindad que la ciudadanía.
Me interesa lo que pasa en la ciudad porque es lo que nos pasa a nosotros, los ensimismados ciudadanos que no miramos más allá de donde llega nuestro billete de trasporte público.
Navidades de 2015, en un teatro municipal. J. y yo asistimos a una representación teatral de Blancanieves. Se trata de una compañía italiana que innova en la escenografía pero se ciñe a la versión clásica. J. queda muy impresionada cuando la madrastra manda asesinar a Blancanieves y se come lo que cree sus vísceras. Le da miedo, quiere irse. Yo trato de calmarla y explicarle la obra. Al final disfruta algunas partes, no entiende otras y critica la necesidad de quemar los pies y acabar matando a la malvada bruja.
Hace algunas primaveras, Plaza de las Palomas, J. y yo sentados en el suelo junto a muchos otros niños y niñas acompañados de sus padres. En el teatrillo de guiñol desfilan desahucios, policías que hacen detenciones injustas, palos...Hay distintos niveles de comprensión (adultos y niños, muchos más de dos), cosas que explicar, una gramática de la representación que está en la cultura de los niños y mensaje político.
El Retiro una mañana de primavera, ante cualquier guiñol callejero, o en una biblioteca municipal antes de la crisis. Ahí está el títere de cachiporra -PIM PAM PUM- dejando personajes secos en ese suelo imaginario de los títeres, bajo las cabezas ocultas de los titiriteros. Una teatralización de la violencia que bien podría entenderse como antecedente de la violencia cómica de los dibujos animados ¿recuerdan al Coyote explotando en mil pedazos con dinamita ACME?
Febrero de 2016. J. y yo volvemos a la Plaza de las Palomas (nombre popular de la Plaza del Canal de Isabel II, en Tetuán). Unas vecinas nos lo cuentan: no habrá representación, se ha liado gorda. El resto ya lo sabéis.
No incidiré aquí en lo que es prioritario en todo este embrollo propio de la mente de un creador total, y sin embargo tristemente real, puesto que otros lo han hecho ya muy bien: hay dos personas en la cárcel con tratamiento de terroristas por empuñar muñecos de trapo. España, 2016.
La obra que se empezó a representar aquel día en la Plaza de las Palomas había sido anunciada en el FB del carnaval para adultos, en el programa para todos los públicos y sólo en la página corporativa del Ayuntamiento de Madrid alguien había marcado al check de recomendada para niños.
No han faltado voces de la izquierda madrileña tildando de grave el error de programación. Grave se ha considerado, está claro, puesto que ha acarreado despidos fulminantes (cabezas de turco), denuncias institucionales a los titiriteros y disculpas públicas de la alcaldesa de Madrid, que también se ha preocupado en rueda de prensa por los pobrecitos niños que pudieron ver la dichosa obra, que ha definido como deleznable.
Todas las opiniones vertidas sobre el asunto, incluso las más enérgicas peticiones de libertad de los titiriteros, vienen acompañadas de la inevitable coletilla: la obra es mala o inadecuada, algo sorprendente dado que nadie la ha visto representada. Juicios de valor sin un conocimiento real para salvaguardar la propia imagen, un episodio más de este teatrillo de lo pusilánime y totalitario.
El complemento estrella de carnaval en los coles ha sido este invierno un sable de luz capaz de segar cabezas como quien sacude la caspa de una solapa y, siendo claro que la violencia no es lo anormal en la representación sino su contenido político, al sumarnos desde la izquierda a la aseveración de gravedad máxima del asunto estaremos admitiendo que a nosotros también nos parece terrible que a los niños estén presentes en las cosas de la política. Tan terrible como para que haya tribunales de orden público de por medio.
Y uno, que debe ser gilipollas o un padre desnaturalizado, no ve más alcance y gravedad al hecho que el de una carta al director del periódico o la petición airada de una hoja de reclamaciones. Me parece preocupante vivir rodeado de personas capaces de llamar a la policía cuando una obra de teatro no le parece adecuada. Estás en la calle, te quedas, escuchas, explicas o te vas.
Don Quijote creyendo que lo que contaban los títeres estaba pasando de verdad. pic.twitter.com/8kKC4UxbN8
Podríamos abrir un debate, sin duda interesante, acerca de si es lícito que se programen obras con marcado contenido político con dinero público. Una reflexión que podría llevarnos, por otro lado, a no representar nunca más en teatros municipales a Brecht o a Darío Fo. Tampoco, abro la espita, obras que ponen sobre la escena valores conservadores, como podrían ser las de Jardiel Poncela o tantos otros.
La obra representada el otro día por los titiriteros -hoy ya presos políticos- no estaba específicamente pensada para niños y la comunicación del Ayuntamiento fue cuanto menos confusa acerca de ello. Sin embargo, los aspavientos totalitarios con que se ha sacudido el asunto (desde la caverna hasta el propio Consistorio), recalcan el mal moral infringido a los niños y la extrema gravedad del hecho. Yo niego la mayor y, en todo caso, exhorto a los padres que llamaron a la policía a entregar sus armas de educadores si no son capaces de filtrar a sus hijos los contenidos que consideren más adecuados para ellos sin la ayuda de la Ley Antiterrorista.
He leído estos días que a los niños podría marcarles psicológicamente asistir a una obra así. Me recordaba Isa esta mañana, después de venir de paralizar un desahucio en el mismo barrio de la astracanada, que en el distrito hay niños marcados psicológicamente por desahucios vividos que se meten bajo la cama cuando oyen aporrear sus puertas.
Las asunciones de gravedad de unos me enojan, las de otros me apenan.
A raíz de un tuit de César Rendueles (más abajo), me he visto de repente en los años de parvulitos, sentado en una clase de matemáticas de 8º de EGB. No había vuelto a recordarme así, en un aula con mi madre, con el oído puesto en sus explicaciones y las manos a los lápices. Ayer mismo tuvimos reunión de redacción de Somos Malasaña. C., la pequeña de D. y R., se sentó a desayunar churros con nosotros. Correteaba luego por allí y nos interrumpía con sus cosas de niña. Avanzamos mucho.
Hay una profesora asociada en mi facultad, que se trae a su hija que hace los deberes en clase porque no tiene con quién dejarla.
Por cierto, a R. la echaron de una sala del Museo del Prado por dar el pecho a C. La excusa: es peligroso para la integridad de los cuadros.
El pasado miércoles, ya lo sabéis, se armó un buen revuelo cuando Carolina Bescansa acudió con su bebé lactante de cinco meses al Congreso. No es la primera mujer en hacerlo, pese a lo cual ha despertado reacciones airadas que me inclinan a pensar que el gesto tenía sentido.
Bescansa y su bebé han puesto sobre la mesa temas importantes que -el escozor causado es la carga de la prueba- aún están lejos de haber sido satisfechos: la conciliación familiar, la consideración social de la lactancia en público o la presencia de niños pequeños en espacios de adultos.
Entre las críticas vertidas (vamos a pasar de las más repugnantemente machistas), hay algunas que inciden en que se trata de un gesto de cara a la galería -está de moda hablar de postureo-, y otras en que, con el bebé, difícilmente podría trabajar la diputada. Lo de querer llamar la atención -se intuye cierta intención de esto además de la manía del bebé de cabecear hacia la la teta-, es cierto: y de eso se trataba. Ahora me encuentro en la tarea de tratar de comprender por qué, en un circo que se nutre principalmente de escenificaciones y gestos, es precisamente éste el que le jode al personal.
A propósito de la presunta dejación de funciones del cargo electo escribía Javier Vizcaino en su blog de Deia :
Si algo hizo la escañista Bescansa fue demostrar un desprecio sideral por el trabajo -sí, es un trabajo- de representar a la ciudadanía. Le puede echar toda la música de violín que quiera, que con un bebé en brazos es imposible desempeñar la tarea que le han encomendado las urnas. ¿Acaso si fuera albañil se subiría al andamio con el niño? No, y menos, disponiendo, como ocurre en las Cortes españolas, de un servicio de guardería que ya quisieran las y los currelas de a pie.
Efectivamente, estoy de acuerdo con él en que representarnos en el Parlamento es su principal trabajo. Por lo que a mí respecta, ayer lo hizo muy bien. Sin embargo, lo más tramposo del argumento reside en dar por sentado que Carolina Bescansa no pudo desempeñar su trabajo correctamente. Nadie ha aportado una sola tarea que debía haber hecho y la diputada dejó de hacer. O yo no lo he escuchado.
Es exactamente lo mismo, por cierto, que dar por hecho que mi madre no explicaba bien matemáticas cuando yo era un párvulo, que la eurodiputada Lizia Ronzulli no pudo representar los intereses de los europeos con su crío en brazos, que el pequeño de la tienda de comestibles que hay frente a mi casa es un OVNI junto a su familia, o que los millones de mujeres que, literalmente, viven con su bebé pegado al cuerpo la primera etapa de su vida no tienen existencia propia.
Descarto la posibilidad, vista la algarabía a la que nos tienen acostumbrados sus señorías en la Cámara, de que las criticas se refieran a que los llantos puedan impedir trabajar al resto de diputados.
Metidos en harina, hay muchas cosas que se pueden matizar en el debate ¿qué tiene que pasar para que sea un hombre el que lleve al bebé algún día al hemiciclo? ¿hasta dónde llega la conciliación y hasta dónde la supeditación de la propia vida al trabajo? En cualquier caso, en el terreno personal Bescansa ha hecho lo que le ha dado la gana (la manía de escudriñar moralmente la forma de criar a los hijos de cada cual es una de las lacras más extendidas hoy). Como gesto, en cambio, ha conseguido que estos matices tambien puedan debatirse de forma visible.
Dice Tonucci que la ciudad de los niños será la ciudad vivible por todos, criticando la segregación extrema de espacios por edades en nuestras sociedades, que se dicen avanzadas. Imagino que Carolina Bescansa hará uso de la famosa escuela infantil del Congreso, que es sin duda un avance sin ser la solución total para los problema de la crianza. Doy por hecho que hará informes acunando a su hijo, abusará del café para ganar terreno al sueño perdido, le dará el pecho donde quiera y sea menester y, en definitiva, lidiará con el trabajo y la maternidad como intentamos hacer millones de madres y padres en estos instantes. Gracias por representarnos un rato Carolina.
Alguien ha puesto un comentario despectivo en una noticia sobre la deriva frustrada del proceso participativo de la Plaza de España (Madrid): es "una plaza para dar de comer a las palomas". Miguitas de pan. Recuerdo haber ido de muy pequeño con mi abuela E. con el pan del día anterior. Bajar las escaleras que dan a la calle Princesa desde el barrio de Conde Duque, sentarnos en un banco y desmenuzar pedacitos de pan duro para ver cómo acudían las palomas a su llamada.
Días de apurar el sol en invierno, corretear y fantasear con escalar a lomos de la estatua de Don Quijote. Una de las imágenes que tengo más fresca de aquellos días en la Plaza de España es la de la sombra de la arboleda frondosa del lugar, muy poco habitual en el centro de la ciudad. El proyecto de reforma que heredó el actual Ayuntamiento de Madrid pasaba por perder más de 400 árboles, un buen número de ellos ejemplares catalogados para su conservación.
Es muy posible que la Plaza de España merezca de una operación de mimo urbanístico. Que nos presenten opciones claras o dejen involucrarse a los agentes sociales en su diseño, pero que no nos pidan que nos arrojemos al vacío de las excavadoras voluntariosamente. Las reformas de plazas cercanas, como la de Callao, la de Luna u Ópera, no animan a afrontar el cambio. Las tres citadas son hoy explanadas inhóspitas de hormigón pensadas para albergar ferias comerciales. Nos provocan insolaciones y nos hacen precavidos.
No abundan en el centro de Madrid lugares para dar de comer a las palomas y descalzarse junto a una fuente. Los sitios deben cambiar y nosotros tenemos la obligación de comprometernos con el cambio. Un cambio para que haya, por ejemplo, parques en las plazas, templetes en los parques y músicos en los templetes
Ya ha pasado una semana de todo el jaleo con la cabalgata de Reyes de Madrid...
Me encantan las cabalgatas de Reyes. En mi casa somos unos ateos muy raros que ponemos belén y, aunque no somos entusiastas de la Navidad, desde que hay críos hemos reaprendido a pasar esos días de invierno siendo conscientes de que es Navidad. Lo de gustarme Frank Capra viene de antiguo, en cambio.
Solemos ir a cabalgatas de barrio -la del distrito de Barajas (Madrid), en las últimas ocasiones-. En toda mi vida nunca fui a la "Cabalgata grande", y tampoco la vi nunca en la tele más que de reojo.
Mirando de reojo la tele, bastante pequeño, le pregunté a mi madre cómo era posible que los paquetes que portaban los camellos de SSMM fueran todos del mismo tamaño y estuvieran envueltos con papel de El Corte Inglés. Salió del paso la mujer, no recuerdo bien cómo.
En no pocas ocasiones me he cabreado cuando, en las cabalgatas de barrio, tiran caramelos de El Corte Inglés. Este año una cartera real le volvió a dar uno a J. en un establecimiento municipal. Putos caramelos.
En 2016 vimos por primera vez llegar a los Reyes en barco. S. recuerda con cariño cómo los veía llegar a la bahía de Palma cuando niña. Así que nos plantamos en Valencia. La verdad es que las apreturas del puerto fueron propias del Cortilandia (la más horrible de las tradiciones navideñas en Madrid, en la puerta del jodido El Corte Inglés). Mucho mejor resultó la cabalgata en el barrio de El Cabanyal, en cambio. Muchísimo mejor.
Melchor, nos contaba una amiga del barrio, es el mismo desde que ella era niña. Una vez al año, precisamente el día de Reyes, Melchor se mantiene sobrio. Toda una institución del lugar que no desentonaba con los chavales del colegio, la banda de música, los vecinos en los balcones, las calesillas decoradas caseramente y la algarabía propia de una cualquier fiesta popular. J. S. y yo lo pasamos genial. D nos reprochaba con la mirada que no le bajáramos del carro.
Solemos ir a cabalgatas de barrio -la del distrito de Barajas y El Cabanyal en las últimas ocasiones-. En toda mi vida nunca fui a la "Cabalgata grande", y tampoco la vi nunca en la tele más que de reojo.
Jamás pude entender por qué retransmitían la cabalgata de Madrid como si fuera la de toda España. Y nunca una cabalgata de reyes profesional pudo ser mi cabalgata. Mande quien mande en el Ayuntamiento, los desfiles no consiguen conmoverme.
"De repente la Navidad era la época apropiada para sentirse indignado y los analistas de la derecha de todo el país crearon un clamor colectivo sobre cómo la élite progresista había arruinado la festividad preferida de todo el mundo con su infernal determinación por suprimir las inocentes tradiciones del buen cristianismo del americano medio.
La provocación fue la decisión de unas cuantas poblaciones y distritos escolares (como siempre, todos los ataques del Contragolpe se basaban en los mismos tres o cuatro ejemplos) de quitar los belenes de la entrada de los ayuntamientos y eliminar los villancicos en las fiestas de los colegios públicos. La respuesta fue un multitudinario ejercicio colectivo de manía persecutoria. Los locutores de radio se unieron a los columnistas de los periódicos y los líderes evangélicos, presentándose como humildes ciudadanos de a pie a los que aplastaba la bota del arrogante progresismo, del "fascismo cultural", de los "yijadistas de izquierdas que perseguían a Jesús", "los nazis progresistas antinavideños", los que creen que "Dios es el enemigo".
"Flagrante intolerancia religiosa", protestaba un columnista. Negación de "los derechos de la gente a practicar su religión en libertad", coincidía otro. "La auténtica libertad de credo para los cristianos está cada vez más amenazada", añadía un tercero. "Las organizaciones de izquierdas quieren llevar a cabo una agresiva refundación de Estados Unidos a imagen y semejanza de su credo ateo", opinaba Jerry Falwell. "Odian la idea de la Navidad con un profundo odio visceral", resumía Pat Buchanan"
Lo anterior es un fragmento de que he cogido prestado del muro de Amador Fernández Savater en Facebook de ¿Qué pasa con Kansas?: Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos, de Thomas Frank. Él mismo lo editó en España con Acuarela Libros. Hay sorprendentes similitudes con las críticas vertidas sobre la última cabalgata de Reyes Magos en Madrid ¿verdad?
La genealogía reciente de los reaccionarios comenzó en la segunda mitad del siglo XX con forma de reacción: la Nueva Derecha (o Neoliberalismo) nace en Estados Unidos contra el New Deal de Roosevelt y en Gran Bretaña contra el laborismo. Contra el Estado del Bienestar y la intervención del Estado en Economía. Durante los setenta se consagró una alianza con los Neoconservadores (neocons, equipados de una fuerte carga moral) para construir lo que luego hemos conocido como pensamiento único. El resto de la historia ya la conocemos: Reagan, Thatcher, y todo lo demás.
Frecuentemente, desde la izquierda nos vanagloriamos de cierta hegemonía cultural desde Mayo del 68 -también jaleada por los medios neocons- sin embargo, la construcción de dicho pensamiento único se cimentó a través de medios académicos y de comunicación. El resultado: la rápida aparición de una dominación cultural conservadora y de una conquista del sentido común, que es dominante precisamente porque casi nadie la nombra. Ya es lo que es.
En España, el liberalismo conservador se hizo fuerte en el PP a la vez que la generación de José María Aznar consiguió la hegemonía en el partido. Si bien las trazas franquistas siguen siendo indisimulables, ellos prefieren apelar a Cánovas del Castillo, el padre ideológico de todo liberal-conservador patrio. No deja de haber una sugerente continuidad histórica en que la derecha post transición, la del bipartidismo, busque construirse unas raíces en la mitad del espejo que es también reflejo histórico del Régimen actual: el de la Restauración.
El impulso neocon estadounidense del Tea Party encontró rápidamente eco en España. De igual manera que allí se asume cuál es el verdadero americanismo para volver a sus esencias, aquí se carga sin piedad contra la blandengue cultura progresista de la Transición y cogen vuelo las teorías llamadas revisionistas sobre la Guerra Civil de los Pio Moa y César Vidal. Los comités ciudadanos norteamericanos encontraron un reflejo débil en internet, en los ámbitos cibernéticos de Libertad Digital, Periodista Digital y una potente blogsfera facha que pilló con el pie cambiado a la izquierda del momento. La FAES de José María Aznar llegaría para institucionalizar y dar categoría de científico al pensamiento único liberal-conservador en su versión española.
De aquellos ensayos se nutrieron los posteriores canales de TDT que, aún hoy, sirven de punta de lanza bronca del pensamiento único conservador, y que han conseguido asaltar las cadenas generalistas y rebajar las cotas de pensamiento transformador en el ambiente. Han conseguido, pues, una influencia social mucho mayor de lo que sus presupuestos y audiencias deberían suponer, algo que repetiría a la izquierda, años después, el grupo de La Tuerka.
El pensamiento único configura una realidad también única, que viene de serie con la aseveración lógica de que ellos -sus políticas, su pensamiento- son los únicos realistas, en contraste con las políticas buenistas e ingenuas de la oposición. Y el buenismo es el caos, son ellos o el caos. Es la campechanía cargada de aparente sentido común de Esperanza Aguirre, por ejemplo. Su partido, como la versión Tea Party del Partido Republicano, es el partido de la gente corriente.
Bien. Es su estrategia, entonces...¿qué hacer?
Sabemos cómo actúan y cuán exitosas pueden ser sus estrategias de asalto y encastillamiento -la sociedad española es conservadora, tienen cosas que defender- ; viven hoy en un contexto de cierto hostigamiento al pensamiento reaccionario y sus armas han sido creadas, precisamente, desde la reacción ¡¿qué podemos hacer!?
Aquí mi modesta y titubeante propuesta: hay que ponerse muy serios con estos torbellinos viscerales suyos que atacan sobre aparentes nimiedades -un traje feo de Rey Mago o unos chistes en twitter-...descojonándose de ellos. Y cuando digo de ellos no me refiero de sus ocurrencias sino de sus personas.
De lo que se trata, en mi opinión, es de no renunciar a dar razones y explicar las cosas, pero tampoco caer en el error de que las ocurrencias que usan como afrentas pasen por asuntos de la importancia que el tono de sus soflamas (y nuestras explicaciones) denotan. Conseguir desenmascarar la estulticia de sus presupuestos para deshacer así la madeja del pensamiento único y del sentido común reaccionario que ha ido permeando durante los últimos años. Gritar que el rey está desnudo y conseguir señalar socialmente a sus voceros y representantes "Venga, papá ¿en serio estamos hablando de los trajes de los Reyes magos como si de un asunto de Estado se tratara? ¿Cuántas veces hemos visto en casa la cabalgata?" -Sitúe aquí también una breve explicación sobre las causas y motivaciones de los cambios-
Podríamos dejarlo estar hasta que se cansen, pero la experiencia nos dice que no se cansan nunca y que, como son élite y controlan medios de comunicación, pueden hacer ingresar, por la vía de la repetición machacona, su pensamiento en la visión cotidiana de la realidad. Podemos enzarzarnos en largos debates, pero son maestros en dotar, a través de ellos, de valor e importancia aspectos menores en nuestras vidas (consiguieron hacerlo con abstracciones financieras para todo un planeta). Lo que yo propongo ante estas guerras culturales de baja estofa es practicar la secuencia explicar-carcajear...pasar a otra cosa.
Después de las últimas elecciones generales el fantasma de la Razón de Estado nos sobrevuela. Y tiene esas caras que ven ahí arriba, en la portada del periódico económico del país, que es como decir el diario de la religión del Reino.
Caras de señores viejos. Un campo de nabos muy serio.
Decía el periodista Javier Ortizque la Razón de Estado (o el sentido de Estado, o la responsabilidad de Estado, hay muchas variantes) “no es otra cosa que la tendencia del Poder a saltar por encima de toda regla cuando eso le conviene.” Así queda patente que lo prioritario no son las reglas (la Democracia) sino el fin (el propio Estado, el poder).
No es casualidad que Razón de Estado se utilice unas veces para invocar un pacto en nombre del bien de la República (sistema político), y otras para hacer referencia al uso de la ilegalidad en nombre del bien común por parte del Poder (como la guerra sucia).
Frente a la obligación del poderoso de mantenerse poderoso, surge nuestra necesidad de que deje de serlo. Frente a la apelación a la Razón y sus Pactos de Estado, entonces ¿debemos actuar de forma razonable?
"El pueblo español ha pedido a los políticos que se sienten a hablar. El cuerpo social ha hablado".
No es nueva la analogía entre cuerpo y sociedad. Ya Platón habló del vientre (los agricultores, el pueblo), los pies (los militares) y la cabeza (los filósofos). Será la Edad Moderna la que llamará a escena (en Hobbes, El Leviatán) a un gigante cuyo cuerpo estará formado por la multitud. Entre otras muchas representaciones corpóreas a lo largo de la historia de la política y de las corporaciones.
Hoy, en la Era de la Información, el cuerpo social se aparece como un gigantesco cerebro, Inteligencia Colectiva o Mente Colmena. Otra metáfora que, tomada demasiado en serio, se me antoja tan religiosa como la famosa aparición de la mano invisible de Adam Smith.
Pretender que el electorado habla por una misma boca y piensa a través de una única mente, en lugar de representar un mosaico de motivaciones de lo más diversas y contradictorias, viene reforzar la idea de ausencia de conflicto tan querida al régimen.
Pero, bien mirado, si el cuerpo social -EL VOTANTE- ha querido que España sea ingobernable, será verdad aquello de que el pueblo (de nuevo uno, indivisible) es sabio y soberano. Ojalá el español llegara a ser realmente ingobernable.
De un tiempo a esta parte no paro de leer el término micromachismo. Así, de primeras, parece muy intuitivo: designa comportamientos machistas cotidianos, que podrían pasar inadvertidos a primera vista.
Bien.
Luego, uno va recopilando mentalmente artículos y frases en los que se utiliza la expresión y se da cuenta de que, corrientemente, se trata de actitudes que antes habíamos calificado ya como machistas: la llamada galantería, hacer de menos a una mujer en su puesto de trabajo, relaciones de poder y de inferioridad ¡Es machismo!
Da la sensación, entonces, que un término que pretendía -supongo- descender en la clasificación y descripción del patriarcado acaba por degradar la gravedad del machismo.
Si tu madre lo llamaba machismo y tú le pones el micro delante a lo mejor estamos ante una situación de retroceso en el feminismo.
PS: en el primer artículo que he encontrado sobre micromachismos (en un medio digital cualquiera) la noticia está ilustrada con una mujer en los San Fermines con los pechos desnudos a la que decenas de hombres tratan de meter mano ¿En serio?
Miraba su carita tersa, sus párpados cerrados, finos como el ala de una polilla, su pechito subir y bajar con la respiración, los labios como un fruto rompiendo el cogollito. Sus pequeños puños cerrados, colocados a la altura de la cara.
Cambiaba el pañal, bostezaba, buscaba de reojo el chupete por si despertaba. La linterna del móvil, las cañerías del piso de arriba, las risas alcohólicas del descampado. El ruido amplificado de rascarse la cabeza en noche cerrada.
Un pis. Ya en la cama. Respira, respira, RESPIRA. Ahoga el ruido con la almohada, aprieta las manos contra el pecho. Ahora una caricia en su nuca -fingía dormir- y llorar los dos reteniendo algo del otro en un abrazo ahogado.
-Deposite aquí sus pertenencias. Puede hacer una llamada al día. Ahora este funcionario le acompañará. Bienvenido.