Pues hoy no vengo a hablar de mi libro. Ya me gustaría, pero estos mis domingos no me dan para encuadernar nada. Son de momento como olas y olitas en esta odisea de lo que sea que se acerca a su Itaca como a 2022.
Pero sí vengo a proponer y a propagandar el publicado por Anagrama el pasado junio y titulado, precisamente, "Los domingos". De Guillem Martinez. Hay una vista previa en Google Books.
«Guillem Martínez es uno de los fenómenos más portentosos a que ha dado lugar el periodismo español de las tres últimas décadas», dice Ignacio Echevarría en el prólogo a Los domingos. Este libro reúne una selección de textos aparecidos los domingos -de ahí el título- en la revista digital CTXT. Son piezas periodísticas que, sin renunciar jamás a esa condición, son, al mismo tiempo, jugosamente literarias.
El lector encontrará en estas páginas asuntos muy variopintos (...) El resultado acaso pueda ser leído como una guía para perplejos. Es periodismo. Es literatura. Es la bomba.
Me ocurre leyendo a Guillem algo que me ocurría leyendo a Javier: me hace pensar y sonreir al mismo tiempo. Puede parecer una estupidez, y quizás lo es, pero sencillamente no me suele ocurrir con otros periodistas. Creo que es bastante complejo activar al mismo tiempo la curiosidad, la meditación y el regocijo. Y a la vez hay un latido de noticiario, de inmediatez, o de eso que diferencia al columnista de los novelistas y los ensayistas.
Si sigo con la metáfora de las columnas, las de Javier se me antojan como las de Bernini o las de Borromini. Consistentes, contundentes y mal llamadas barrocas. Recuerdo cuando tuve la suerte de tener un buen profesor en los años 80. Sobre el papel, daba clases de Arte Barroco. Desde el primer día nos aclaró: no íbamos a estudiar barroco, sino el siglo XVII. C'est pas la même chose. De la misma manera, las columnas de Javier Ortiz aguantaban todo un templo de ideas bien claras y bien firmes, como el mármol de aquellos clásicos. Pero toda esa seriedad dejaba siempre aire para respirarlo todo con un toque de canela, un toque de humor, y esos redobles finales que podían ser sentencias irrevocables o, por el contrario, aplazamientos del juicio para instigar más reflexiones.
Las columnas de Guillem Martinez se me hacen bien diferentes, más a lo Gaudí. Delirantes, desatadas y mal llamadas modernistas. Será por compartir generación, por compartir favoritas fuerzas políticas, o por gustar, precisamente, de lo barroco en tanto enrevesado, pero el caso es que mientras leo sus divagaciones me encuentro con un montón de sensaciones comunes. Y sí, a veces se le va la flapa cosa mala. Y sí, hay que conocer, para no perderse, sus giros, sus hipos, sus abreviaturas y sus alunizaciones. Pero una vez se da por normal todo ese despiporre, el paseo se hace grato y bienhumorado, por más que sea un paseo incluso sobre hechos preocupantes.
El pasado martes volvió a fliparme con la dicotomía entre Darwin y Fitz-Roy y bajo el lírico título de "El lirio y el delirio" daba otro repaso a lo que vemos y a lo que se ve que otros ven. Huelga decir que si lo comento aquí es porque recomiendo leerlo.
Casualmente, Iturri acaba de citar aquí al lado en sus Pedradas a Perez Andujar. Él y Martinez Teruel son mis vecinos escritores preferidos. Por eso les hago la ola. Esta ola, quicir.
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