Mucha gente que vive en el campo está armada. En la zona de Alicante donde paso buena parte del año, debo de ser uno de los pocos lugareños que no cuenta con una escopeta de dos cañones. No la quiero. Prefiero no tener a mano un arma de fuego. Podría llegar a usarla. «¿Y si te roban?», me preguntan. Pues que me roben.
Lo cierto, de todos modos, es que, aunque casi todos mis vecinos cercanos están armados, nunca se ha producido en nuestro entorno, que yo sepa, ningún incidente en el que hayan mediado disparos. Se oyen tiros, sí, pero en la temporada de caza. De lo cual se deduce que vivo rodeado de gente juiciosa, que sabe para qué hay que usar las armas de fuego y para qué no. O sea, que se puede.
Tal vez sea por culpa de mi inmoderado espíritu de contradicción, pero el caso es que no veo tan claro lo que todo el mundo por aquí dice que tiene clarísimo en relación al derecho de posesión de armas de fuego en EE.UU. Se establece una relación de causa-efecto: allí la tenencia de armas de fuego es legal, ergo es muy fácil que la gente mate (o se mate). Sin embargo, las leyes reguladoras de la tenencia de armas en Canadá son muy similares a las estadounidenses, pese a lo cual los canadienses no padecen ninguna epidemia de matanzas indiscriminadas, ni en centros escolares ni fuera de ellos.
Hay que examinar el asunto a partir de la distinción entre causas externas (condiciones) y causas internas (predisposición). Por retomar una vez más el ejemplo clásico: el calor hace que los huevos se conviertan en pollos, pero no hay calor que sea capaz de convertir las piedras en pollos. Si legislaciones similares producen resultados cualitativamente distintos en sociedades diferentes, la causa última de los problemas no habrá que buscarla en las leyes, sino en la disposición más o menos favorable (o desfavorable) de las sociedades concernidas. Lo cual nos obliga a deducir que la legislación estadounidense sobre las armas de fuego no es la causa de los crímenes, sino un factor exterior –importante, pero exterior– que facilita su realización.
Dicho de otro modo: de lo que estamos hablando, en último término, es de una sociedad que produce con facilidad individuos desquiciados, previamente educados en el culto a las armas de fuego, a su belleza... y a su capacidad para liquidar los problemas por la vía rápida. No es ésta o la otra ley la que falla. Es esa sociedad en su conjunto la que está enferma.
Pienso en mis deudas con Canadá y no me viene a la cabeza ni un solo nombre que evoque violencia. Me sale recordar a Leonard Cohen, a Neil Young, a Joni Mitchell, a Jaime Robbie Robertson... Todos pacifistas.
En cambio, pienso en los USA y los nombres asociados a la violencia me asaltan desde el primer momento. Desde muchísimo antes de acordarme de Sam Peckinpah.
Javier Ortiz. El Mundo (23 de abril de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Un arma en el alma. Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
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