«Soy una roca. Soy una isla. Una roca no sufre. Una isla nunca llora». Un chaval de 23 años cantaba eso en 1964 en los tugurios juveniles de Londres. Acababa de llegar de América, se llamaba Paul Simon y componía canciones folk con extrañas letras que hablaban de soledad e incomunicación. Ésta (I'm A Rock) era una de ellas, pero hizo bastantes más. Al cabo de unos meses, aquel jovencito llegó al top de las listas de éxitos de los EE.UU. con otra canción sobre lo mismo: The Sound Of Silence.
Han pasado 25 años. Releo los poemas juveniles de Paul Simon. Me parecen mucho más actuales y próximos que entonces. Quizá porque en 1964 trataban de una realidad que no conocíamos en España. Ahora ya nos hemos incorporado a todos los privilegios del capitalismo avanzado. Incluida la incomunicación, esencia de la sociedad de la comunicación.
«Soy una roca. Soy una isla». De tanto en tanto, algún balsero se acerca a la mía y descubro que estoy rodeado por todas partes de gente de la que no sé nada. Que no tiene nada que ver conmigo. Es el reverso del aforismo latino: ya, casi todo lo humano me es ajeno.
Escucho en la barra de un bar: «Ese fue el gran defecto que tuvo el régimen anterior. Y lo digo al margen de ideologías. Yo no tengo ideología». Ignoro de qué habla el hombre. Me da igual. ¿Qué tendrá en la cabeza? ¿Tendrá algo? No habla mi idioma. En mi idioma, todo el mundo tiene ideología. Ese hombre y yo podríamos estar de palique durante horas: no nos entenderíamos un pijo.
Paseo por mi barrio. Descubro una iglesia que me había pasado desapercibida. Entro. Lo primero que me sorprende es que está casi llena. En mi isla no hay Dios: yo tampoco tengo necesidad de esa hipótesis. ¿Qué espacio ocupará la idea de Dios en su mente, en su corazón? ¿Pertenecemos de veras a la misma especie?
Veo ante un portal a dos jóvenes casi clónicos: pantalón oscuro, camisa blanca de manga corta, corbata negra y Biblia en ristre. El portero no les permite entrar. Impávidos, prosiguen su ronda.
La señora de la panadería. La chica de la ventanilla del banco. El gracioso de la pescadería. Hablan de sus opiniones, pero no les entiendo. No sé de qué van.
A veces me solicitan pronósticos políticos. «¿Qué crees que pasará en las próximas elecciones?». Y yo qué sé. Podría suponer algo si supiera qué mueve a la gente. Pero, «salvo a un reducido círculo de amigos» -la cita es ahora de Phil Ochs: se suicidó-, lo cierto es que no entiendo a casi nadie.
Me temo que la mayoría vive en islas en las que mi barquichuela, obsesionada con llegar a Itaca, jamás acertará a fondear.
Javier Ortiz. El Mundo (2 de julio de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 2 de julio de 2012.
Comentarios
Quizás no somos islas. Quizas, si, penínsulas.
Escrito por: Luis Manteiga Pousa.2023/02/01 21:58:16.300069 GMT+1