Por fin alguien se ha atrevido y nos ha desenmascarado. Ya era hora.
La audaz proclama corrió a cargo del jefe del Gobierno español, José María Aznar, que se subió el pasado lunes a la tribuna del Congreso de los Diputados para desvelar urbi et orbi la verdadera faz de cuantos nos oponemos a la globalización neoliberal. De todos, en general, y, más específicamente, de los cientos de miles que se congregaron el pasado sábado en las calles de Barcelona: no somos más que una gran masa reaccionaria. Eso es lo que somos.
Resulta extraordinario lo mucho que Aznar ha aprendido desde que es presidente. En todos los terrenos. Incluso ha aprendido cómo se ejerce de oposición, y hasta da lecciones al PSOE de cómo debería comportarse para hacerlo bien. ¡Él, que se las vio y se las deseó cuando tuvo que encabezar la oposición, y acabó poniendo lo esencial de la tarea en manos de la Prensa!
Ah, aquellos viejos tiempos en los que se defendía como podía de la acusación de reaccionario. Ahora ya no: sabe que los reaccionarios somos los demás, y él, el progresista. Porque el progreso está de su lado. La Historia avanza de su mano.
Lo que pasa es que muchos seguimos aún anclados en una vieja concepción del progresismo. Creemos, por ejemplo, que debemos oponernos a que se ahonde el abismo en el que vive la mayoría desheredada del planeta, en tanto las minorías privilegiadas de Occidente se enriquecen más y más. Qué superficiales: no comprendemos que ése es el precio del progreso. ¿Cómo no nos damos cuenta de que, para que los ricos puedan repartir más, tiene que empezar por ganar más? En eso consiste el progreso: en quitar de enmedio los obstáculos que frenan el desarrollo de la riqueza. De la riqueza de los ricos, por supuesto: ¿o somos tan cortitos que no nos damos cuenta de que los pobres no podrían hacerse ricos sin perder ipso facto su esencia?
No acertamos a captar la sutileza del nuevo progresismo. No apreciamos el progreso que han aportado las grandes compañías españolas en Argentina. No sabemos ver el desenfadado progresismo del amigo Berlusconi, cuyo ministro Bossi ha declarado que lo mejor que se puede hacer con el barco cargado de inmigrantes que llegó anteayer a Sicilia es «llevarlo lejos y hundirlo con cuatro cañonazos, para dar ejemplo». Somos insensibles al progresismo del vicepresidente norteamericano, Richard Cheney, que ha puesto en marcha un innovador sentido de la equidad en Oriente Medio, entrevistándose con Ariel Sharon y declarando que no hablará con Arafat mientras éste contemporice con la violencia (palestina, se entiende).
Jopé, qué reaccionarios somos. Como diría Rajoy: además de reaccionarios, tontos.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social y El Mundo (20 de marzo de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de abril de 2017.
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