Dicen algunos expertos dietistas que no es mala cosa dejarse aconsejar por lo que nos pide el cuerpo. Aseguran que si, por ejemplo, uno tiene de pronto una gana extraordinaria de comer cosas dulces, la razón puede estar en que su organismo ha detectado un déficit de glucosa, lo cual estimula su centro cerebral regulador de las apetencias. Y así.
Me pregunto si será por una carencia orgánica de este tipo por la que los vascos -no todos, pero sí muchos- estamos últimamente en plan de pedirnos perdón los unos a los otros sin parar. ¿Será que nos hace falta?
Se trata de una tendencia tanto activa como pasiva, es decir, que lo mismo pedimos perdón que pedimos a otros que pidan perdón, o ambas cosas a la vez.
El Gobierno vasco, puesto a dar ejemplo, ha desplegado en los últimos días una intensa actividad perdonista, por así decirlo, y lo ha hecho en las dos direcciones recién mencionadas. De un lado, ha pedido perdón a las víctimas de ETA por no haberlas atendido suficientemente en el pasado. De otro, ha pedido al Gobierno de Madrid que se plantee la posibilidad de pedir perdón a las víctimas del bombardeo de Gernika.
El Ejecutivo español se ha apresurado a responder que la demanda del Gobierno de Ibarretxe le parece «un disparate histórico».
No sé por qué. ¿Pensará que ha pasado mucho tiempo, demasiado, y que no hay culpa que 70 años dure? Si es así, no tiene razón, y debería saberlo. Las actuales autoridades alemanas, por ejemplo, siguen haciendo actos de contrición por las barbaridades cometidas por el III Reich, como la de Gernika, que perpetraron a medias con sus colegas españoles de la época, como es bien sabido, aunque algunos prefirieran que se olvidara.
¿Considerará el Gobierno de Zapatero que los crímenes de los jerarcas franquistas no les conciernen en absoluto? Pues se equivocará, y en tal caso aún más. Porque, a diferencia de los gobernantes alemanes de ahora, cuya legitimidad nació de una ruptura -muy trágica, por cierto, como se encargaron de demostrar los jueces de Nuremberg- con el pasado, el vigente Estado español, por mucho que quede antipático decirlo y nada cómodo reconocerlo, es el mismo que nació de la sublevación militar del 18 de julio de 1936. El mismo Estado que la Transición de 1976-1977 se encargó de reconvertir, pero no de clausurar. Lo dejaron muy claro: aquello fue el triunfo de la reforma y la renuncia a la ruptura. Tomándoles la palabra, suelo insistir en recordar, consciente del punto de humor negro que tiene la cosa, que, cuando nos referimos a Franco llamándolo «el jefe del Estado anterior», el adjetivo «anterior» se refiere al jefe, no al Estado.
Estoy dispuesto a aceptar que a ellos el cuerpo no les mueva a pedir perdón. Pero la culpa de que sea así la tendrá, en todo caso, la insensibilidad de su cuerpo, no lo innecesario del perdón.
Javier Ortiz. El Mundo (30 de abril de 2007). Hay también un apunte que trata el mismo asunto: De víctimas y perdones. Subido a "Desde Jamaica" el 23 de junio de 2018.
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