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2003/02/17 06:00:00 GMT+1

No se reserva el derecho de admisión

Acudí a la manifestación del sábado en Madrid por imperativo político: no podía perderme lo que prometía ser un gran referéndum popular contra Aznar y su gentuza. Hube de hacer de tripas corazón, de todos modos, porque mi mal fabricada psicología lleva fatal tanto las grandes aglomeraciones como las expresiones ruidosas de fervor popular. Es un problema clínico: las multitudes me ahogan. Sobre todo las festivas. En fin, cosas que pasan.

Quiero decir con ello que iba con el alma sumida en una honda contradicción: deseaba fervorosamente que la convocatoria tuviera un éxito total pero, a la vez, lo temía.

Se cumplieron todas mis expectativas: las mejores y las peores. Las mejores, porque aquello estaba de bote en bote; como nunca. Y las peores, porque me encontré encastrado en una masa compacta, flanqueado por los cuatro costados, sin posibilidad de despegarme. Y lo peor de todo: en la vecindad de un cortejo del PSOE.

Cuanto más gritaban sus consignas, más se me revolvían las tripas. «¡Esto nos pasa / por un Gobierno facha!», decían. Y yo respondía para mis adentros: «A diferencia de cuando estuvo vuestro Felipe. ¡Ése sí que le plantó cara a Bush padre!». Y ellos: «¡Con este Gobierno vamos de culo!». Y yo: «Querréis decir: "Volvemos a ir de culo"». Y ellos: «¡Aznar terrorista!». Y yo: «¡Sí, señor! ¡Y Barrionuevo, y Vera, y Galindo, demócratas!».

En esas estaba cuando un chaval con aspecto jamaicano -peinado rasta, piel oscura- se les enfrentó a voces: «¡Socialistas de mierda! ¿Y qué hicisteis vosotros cuando mandabais?». No le respondieron.

No intervine para nada. No por falta de ganas -aunque tampoco sea nada dado a los enfrentamientos callejeros-, sino porque lo tengo claro. Si la gente del PSOE sale a la calle contra el Gobierno del PP, mejor. Y si el PP pica el anzuelo, pierde los nervios y se pone a echar sapos y culebras contra el PSOE, mejor aún. ¿Que llegan a la ruptura? Ojalá. Tal vez así dejen de colaborar en toda la ristra de mierdas en las que están colaborando.

No sólo no me engaño con respecto a la sinceridad pacifista del PSOE. Tampoco me dan el pego los sentimientos de hermandad universal de la gran mayoría de los manifestantes.

Un lector me recuerda la columna que publiqué en El Mundo el 21 de julio de 1997, tras las manifestaciones que se celebraron contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco, bajo el título «¡Qué gran error!». Creo que trata de reprocharme que hablara así tras aquellas demostraciones y no lo haga ahora. Se equivoca. Lo hago igual. Me parece tan oportuno hacerlo que reproduzco lo que escribí en aquella columna:

«Ahora que con motivo de la protesta por el asesinato de Miguel Ángel Blanco ha quedado sobradamente demostrada la amplia capacidad de movilización en favor de los derechos humanos que tiene la población de este país, parece llegado el momento de proponer a nuestra opinión pública otras metas, no por diferentes menos nobles y urgentes.

Las posibilidades son casi infinitas.

Sin ir más lejos: aquí, a pocos kilómetros de donde escribo, al otro lado de este hermoso valle que sestea bajo mi ventana adormecido por el sol de julio, en la bella población de La Vila Joiosa, algo al norte de Alicante, detuvieron hace tres días un camión en el que unos desaprensivos transportaban, en un cochambroso doble fondo, a una veintena de inmigrantes traídos desde Palestina, Egipto y Argelia. No tenían ni un duro encima: habían vendido todas sus pertenencias para costearse ese viaje infernal hacia la opulenta Europa. Ahora volverán gratis a casa.

Doy por hecho que si todavía no ha habido ni una sola manifestación para protestar por esta situación, si aún nadie se ha declarado en huelga de hambre para denunciar no ya el tráfico ilegal de inmigrantes sino la desgarrada realidad social que le sirve de base, es porque el dato -ocupados como estaban los medios de comunicación en otras empresas- no ha sido suficientemente conocido, pero que, en cuanto se sepa, las calles se llenarán de miles y miles de españoles que clamarán contra ese horror, que exigirán una nueva relación Norte-Sur, que demandarán una política de inmigración solidaria, que se declararán avergonzados por el hecho de que el Gobierno de España no haya cumplido con el pacto que firmó en Río hace años, comprometiéndose a dedicar el 0,7% de su PIB a proyectos de cooperación con el Tercer Mundo. Todos alzarán entonces al cielo sus manos, millares de racimos solidarios, para demostrar que las tienen -que las tenemos- perfectamente limpias.

Será muy hermoso.

Ya nada será como fue. Porque ahora somos cientos de miles, somos millones y millones los que compartimos el común sentimiento de que la dignidad humana es un valor supremo.

Tengo entendido que en Madrid se están organizando patrullas ciudadanas espontáneas para descubrir los talleres clandestinos en los que las mafias chinas tienen secuestrados a cientos de compatriotas suyos en zulos textiles, y que montones de jóvenes recorren las carreteras para liberar a las chavalas angoleñas, brasileñas y centroamericanas forzadas a la prostitución por cuenta ajena.

¡Tantos años pensando que éramos cuatro gatos los que nos rebelábamos contra la injusticia, los que no tolerábamos la tortura, los que no aceptábamos la insolidaridad! ¡Qué error, qué gran error mi desconfianza, mi misantropía, mi asco por los políticos profesionales y por la miserable naturaleza humana de la que se aprovechan!»

Mi amargo sarcasmo de entonces me sigue pareciendo igual de válido. Continúa siendo tan problemática la parcialidad de los objetivos mayoritarios de entonces como la de ahora.

Entonces me opuse al asesinato de Blanco. Ahora rechazo los planes que pueden conducir a la muerte no de una persona, sino de cientos de miles. Planes que se desarrollan en nuestro nombre y se financian con el dinero de nuestros impuestos.

Pero que no comparta la ideología de muchos de los que se manifiestan a mi lado no me lleva a repudiarlos y huir de ellos cual apestados. Si quieren caminar en mi misma dirección, así sea por un breve tramo, que lo hagan. Me echan para atrás quienes les cuentan milongas. Porque viven de ellas, y las explotan.

A cada palo le corresponde aguantar su vela. Yo me limito a explicar cómo y por qué aguanto la mía.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (17 de febrero de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de febrero de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2003/02/17 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: irak aznarismo guerra diario manifestación 2003 miguel_ángel_blanco aznar | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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